Hainbat hilabetetako gerraren eta esku hartze inperialista kriminalaren ondoren, Muammar al Gaddafi Libiako gobernutik bota dute. Mendebaleko potentzia kapitalista esku hartze militar basatiak argi uzten du, zuzendaritzen demagogiaren gainetik, beren helburua ez zela herria Gaddafiren bonbardaketatik eta errepresiotik babestea, are gutxiago gerra zibila saihestea edo “demokrazia” berrezartzea. Orain arte negozio bikainak izan dituzte Gaddafiren erregimenarekin eta azken urteetan babestu egin dute erregimena (“lagun ezentriko”-tzat hartu zuen Gaddafik bere lagun ultraeskuindar eta espainiar presidente ohi Aznar). Orain aldiz masei aldaketa egon denaren itxura emango dien, baina herrialdea hobeto kontrolatzeko aukera emango dien, erregimena defendatzen dute.

Desde algunos sectores de la izquierda, y en particular desde la dirigencia del movimiento revolucionario bolivariano y de gobiernos como el de Cuba, Bolivia, Ecuador o Nicaragua se ha venido denunciado correctamente la intervención militar imperialista en Libia, pero al mismo tiempo, de manera completamente equivocada, se ha caracterizado a Gaddafi como un revolucionario anti-imperialista e, incluso, se lo ha llegado a tildar hasta de socialista. Y a partir de ello, se intenta colocar su derrocamiento como un ejemplo del poder del imperialismo y como una derrota para los revolucionarios de todo el mundo. Sin embargo, como también ya hemos explicado desde la Corriente Marxista Revolucionaria en varios artículos anteriores, las políticas defendidas y aplicadas por Gaddafi en Libia: privatizaciones, colaboración con distintos gobiernos imperialistas, represión contra la izquierda y en particular contra cualquier intento del movimiento obrero de organizarse de forma independiente, incremento de las desigualdades sociales, entrega al imperialismo de activistas reclamados por éste, ataque contra manifestaciones de protesta, persecución y deportación de jóvenes que intentaban emigrar hacia la Unión Europea huyendo del hambre o de las guerras, no tienen nada en común con el socialismo ni con el antiimperialismo. En ese sentido, el estilo, ideas y actuación de Gaddafi no se parecen en nada a las ideas y propuestas que han dado un apoyo de masas al presidente Chávez y a la Revolución Bolivariana.

 

Es por ello que consideramos que la caída del régimen de Gaddafi era una cuestión de tiempo desde que comenzó el alzamiento popular, principalmente, porque, más allá que sus socios capitalistas le habían bajado el dedo, ya no contaba con el apoyo mayoritario de las masas libias, algo que quedó plenamente demostrado con la entrada de los rebeldes en Trípoli sin encontrar casi resistencia popular. La mayoría de las masas que se alzaron el 15 de febrero en Bengasi estaban siguiendo el ejemplo de tunecinos y egipcios, y al igual que aquéllos también buscaban cambios que mejoraran su difícil situación económica. A pesar de unos cuantiosos ingresos por concepto de producción de petróleo, estimados por el FMI en 47.800 millones de dólares en el año 2010, en Libia existe un fuerte déficit habitacional, un alto costo de la vida, un 20% de analfabetismo y, lo que es más dramático, una tasa de desempleo que se halla en torno al 30%, cifra que entre los jóvenes sube a más de 40%, la más alta del norte africano. En un primer momento las masas alzadas de Bengasi se organizaron en asambleas e intentaron gestionar la vida de la ciudad mediante comités populares, a la vez que rechazaban cualquier intervención por parte de las potencias imperialistas, sin embargo, la falta de una dirección propia surgida de los mismos trabajadores que planteara un programa revolucionario de lucha y una táctica dirigida a ganarse el apoyo del resto del pueblo libio para tomar el poder, permitió que representantes de la burguesía y sectores de la pequeña burguesía, en muchos casos provenientes del propio aparato burocrático de Gaddafi, se pusieran al frente del movimiento, algo similar a lo ocurrido en Venezuela durante y después del 23 de enero de 1958, lo desviaran de su cauce revolucionario inicial y lo mediatizaran hasta colocarlo bajo el ala de las potencias imperialistas de América y Europa.

 

Como decíamos al comienzo, luego de 188 días de bizarros combates terrestres y donde la OTAN bombardeó a mansalva y sin oposición la infraestructura libia, asesinando de paso a varios miles de civiles, los famosos "daños colaterales", al final las milicias rebeldes lograron entrar en la capital. Los operadores políticos del capitalismo mundial han terminado cambiado un peón que ya estaba desgastado por otro más presentable para tratar de frenar a la revolución libia, al igual que ya lo habían hecho anteriormente en Túnez y en Egipto. Personajes como Cameron y Sarkozy, a los cuales no les tiembla el pulso para reprimir a sus respectivos pueblos, con mucho oportunismo, y aprovechándose de los errores políticos de líderes revolucionarios con proyección mundial, como el propio Chávez, que no terminan de comprender la dinámica de la lucha de clases y por ende lo que realmente está ocurriendo en el mundo árabe, rápidamente se han colocado del lado de los rebeldes para deshacerse de su ex financista y socio y aparecer ante el mundo como unos defensores de la "libertad" y la "democracia". Por su parte, la actual dirección pro burguesa del movimiento rebelde, el CNT, con toda seguridad se pondrá a la cabeza del nuevo gobierno que surja en Libia, sin embargo, no la tendrá nada fácil. Una cosa es agrupar a una parte importante del pueblo en torno al deseo generalizado de salir de un régimen despótico y corrupto, y otra muy distinta es satisfacer las aspiraciones largamente postergadas de esas mismas masas por mejorar sus condiciones de vida, el verdadero motivo de su rebelión.

 

La caída de Gaddafi, sin duda, hará más conscientes a las masas libias de su poder y fuerza y las empujará a continuar luchando por sus reivindicaciones. Por el contrario, la actual dirección del movimiento triunfante tratará de frenar dichas luchas y llevar adelante los deseos manifestados públicamente por Barak Obama de salvaguardar las instituciones y el régimen burgués en Libia, es decir, mantener y reforzar el sistema capitalista en la república africana de tal forma que le permita a los imperialistas disponer con mayores facilidades, de las que ya tienen, del petróleo libio y de la fuerza laboral del proletariado de ese país. Bajo estas circunstancias veremos en un primer momento lo que siempre ocurre con las rebeliones populares triunfantes: mucha alegría del pueblo, un sentimiento generalizado de fraternidad, de que de ahora en adelante todo va a cambiar para mejor, etc., pero que en la medida que el futuro gobierno comience a cumplir las tareas para la cual fue colocado allí por la burguesía internacional, es decir preservar los intereses de los propios capitalistas, las contradicciones de clase, además de las que se originan de la propia particularidad social libia (tribalismo, etc.), resurgirán muy rápidamente pero a un nivel superior y las masas se volcarán nuevamente a las calles pero ahora contra el nuevo gobierno pro-burgués, tal como está ocurriendo en Egipto.

 

La victoria circunstancial que ahora están obteniendo los imperialistas de Europa y EEUU en Libia no es más que pan para hoy y hambre para mañana en su lucha desesperada por obtener fuentes de energía barata. Con su sistema sumido en la que seguramente es la crisis más grande en la historia del capitalismo, por su extensión y profundidad, los imperialistas tratarán de exprimir un poco más la teta de petróleo libia de la cual, de todos modos, ya estaban mamando, pero que objetivamente hablando poco y nada les aportará para solucionar sus enormes problemas estructurales. Su intervención en Libia demuestra, además de que continúan manteniendo su rapacidad intacta, también la debilidad y decadencia de un sistema cuyo aparato armado no se atrevió a utilizar tropas terrestres y necesitó de más de 6 meses y de unas 20.000 operaciones aéreas para doblegar a un pequeño y debilitado ejército tercermundista, algo que en su época de esplendor no les habría llevado más de algunos pocos días de operaciones. Como decíamos antes, este hecho debe ser visto como lo que es: un acontecimiento puntual en la lucha de clases en Libia y en el mundo árabe que, inevitablemente y a pesar de los intentos de los capitalistas por evitarla, resurgirá, más temprano que tarde, a un nivel superior y con mucha más virulencia que antes en la medida que las causas que la alimentan permanecen intactas.
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