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El 17 de julio de 1903 se celebró en Bruselas primero, luego en Londres por motivos de seguridad, el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). Con 43 delegados que representaban a miles de militantes, a diferencia del primer congreso, el partido ya tenía una influencia entre centenares de miles de trabajadores.Este congreso fue el primero en el que realmente se tuvo la oportunidad de discutir a fondo las cuestiones políticas y organizativas más importantes. Una de primer orden fue la cuestión nacional, que enfrentó a la mayoría (los iskristas, que tomaban el nombre del periódico marxista Iskra, representados por Lenin, Mártov y Plejánov) con el Bund, la organización socialdemócrata judía. Durante décadas la Rusia zarista había oprimido brutalmente a las minorías nacionales y Lenin anticipó que inevitablemente eso llevaría a tendencias centrífugas dentro de Rusia. Por eso su defensa del derecho a la autodeterminación tenía el objetivo de atraer el potencial revolucionario de los trabajadores de las nacionalidades oprimidas al programa de la revolución socialista. Esto significaba que estos pueblos pudieran disponer de sí mismos, decidiendo libremente el tipo de vinculación con el resto del Estado, incluso en el caso que decidieran independizarse.

El 17 de julio de 1903 se celebró en Bruselas primero, luego en Londres por motivos de seguridad, el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). Con 43 delegados que representaban a miles de militantes, a diferencia del primer congreso, el partido ya tenía una influencia entre centenares de miles de trabajadores.Este congreso fue el primero en el que realmente se tuvo la oportunidad de discutir a fondo las cuestiones políticas y organizativas más importantes. Una de primer orden fue la cuestión nacional, que enfrentó a la mayoría (los iskristas, que tomaban el nombre del periódico marxista Iskra, representados por Lenin, Mártov y Plejánov) con el Bund, la organización socialdemócrata judía. Durante décadas la Rusia zarista había oprimido brutalmente a las minorías nacionales y Lenin anticipó que inevitablemente eso llevaría a tendencias centrífugas dentro de Rusia. Por eso su defensa del derecho a la autodeterminación tenía el objetivo de atraer el potencial revolucionario de los trabajadores de las nacionalidades oprimidas al programa de la revolución socialista. Esto significaba que estos pueblos pudieran disponer de sí mismos, decidiendo libremente el tipo de vinculación con el resto del Estado, incluso en el caso que decidieran independizarse.

Junto a la cuestión nacional, el congreso debatió el modelo de partido. Aunque pareciera contradictorio, Lenin defendía que para acabar con la opresión centralista del estado zarista, el partido que debía derribarlo tenía que basarse en la unidad de los trabajadores por encima de diferencias nacionales, de raza o religión, a la vez que insistía en la necesidad de una organización centralizada y disciplinada.

Una organización revolucionaria no es el prototipo del estado futuro sino el instrumento para conseguirlo y todo instrumento debe ser adecuado para fabricar el producto, pero no tiene porqué asimilarse a él. Los futuros bolcheviques se oponían a organizar el partido en federaciones nacionales, dividiendo a los trabajadores en líneas nacionales dentro de su propia organización. Años más tarde se comprobó lo acertado de esta posición, ganando a la mayoría del proletariado de las nacionalidades oprimidas para la revolución socialista.

Por primera vez, bolcheviques y mencheviques

El desarrollo de un partido obrero no se da en el vacío, sino en medio de enormes presiones de clases ajenas y las luchas entre las diferentes fracciones en el POSDR eran su reflejo: los economicistas reflejaban la tendencia de los intelectuales a no creer en la capacidad de la clase obrera, limitándose a consignas reformistas; los bundistas al nacionalismo pequeño burgués, elevando los intereses nacionales por encima de los del conjunto de la clase obrera. Sólo entre los iskristas parecía que todo era unidad, hasta que una discusión ensombreció el desarrollo de la reunión.

Un tema organizativo enfrentó a Lenin y Mártov: la cláusula que trataba sobre “¿Quién debe ser considerado un miembro del partido?” El borrador de Lenin declaraba: “un miembro del POSDR es aquel que acepte su programa, apoya al partido económicamente y participa personalmente en una de las células del partido”. Mártov se opuso y propuso como alternativa: “un miembro del POSDR es aquel que acepte su programa, apoya al partido económicamente y dé regularmente al partido su cooperación personal bajo la dirección de una de las células del partido”. A primera vista sólo había una pequeña diferencia, pero detrás de la propuesta de Mártov había una actitud conciliadora, que suponía empañar las diferencias entre militantes y simpatizantes. En palabras de Axelrod: “debemos tener cuidado de no dejar fuera de las filas del partido a gente que conscientemente, aunque quizás no muy activamente, se asocia con el partido”.

La presión de las capas medias e intelectuales que rodean al partido exigen a éste que adapte su programa y sus estructuras organizativas a sus intereses. Los miembros más antiguos del POSDR como Axelrod, Zasúlich y Mártov mantuvieron una gran vinculación en sus años de exilio con abogados, doctores, profesores universitarios, que aunque radicalizados llevaban consigo enormes prejuicios: “apoyo sus objetivos, pero revelarme abiertamente como socialista sería inconveniente y arriesgado. Piense en mi trabajo, mi posición, mis posibilidades de carrera”.

En un primer momento Plejánov apoyó el borrador de Lenin: “...si algún profesor de Egiptología considera que, como sabe de memoria los nombres de todos los faraones [...] entrar en nuestra organización se encuentra por debajo de su dignidad, no tenemos necesidad de ese profesor”. Lenin ganó la mayoría del congreso a su propuesta. Pero Plejánov pronto rompería con los “mayoritarios” (“bolcheviques”) para pasarse a los “minoritarios” (“mencheviques”). Las estrechas relaciones personales con Axelrod y otros viejos del partido le hicieron ceder. El gran teórico marxista, que puso las bases para el futuro desarrollo del partido, claudicó en un momento clave. Aunque años más tarde Lenin y Plejánov llegaron a colaborar en algunas cuestiones, sus caminos se separaron totalmente en 1912.

La verdadera razón de la escisión...

Desde un punto de vista marxista las cuestiones organizativas no pueden ser decisivas. Lenin que en 1903 abogaba por la restricción de la militancia, en 1912, cuando el partido se transformaba en una fuerza de masas, abogó por que el partido se abriera a cualquier obrero que se considerase bolchevique. Pero en un principio, una casa tiene que construirse sobre cimientos sólidos. En 1903 el partido daba sus primeros pasos y era necesario poner énfasis en los principios políticos y organizativos básicos, creando cuadros obreros preparados en el programa y en los métodos marxistas.

Las diferencias organizativas entre bolcheviques y mencheviques reflejaron diferencias más profundas que se manifestaron sólo después del Congreso. Mártov rehusó someterse a la decisión de la mayoría, llevando una campaña desleal contra la dirección elegida, exigiendo que la minoría tuviese la capacidad de imponer las decisiones. El individualismo, la falta de respeto por la democracia de la minoría, reflejaba el punto de vista de la pequeña burguesía que desprecia la disciplina. Con Plejánov en contra de los bolcheviques, los mencheviques tomaron la dirección del Iskra.

Las bases del partido estaban confundidas pues no entendían la división cuando aparentemente no había diferencias políticas. Pero estas salieron pronto a la luz. En 1904 ante una oleada huelguística creciente, el zarismo entró en pánico: “para evitar la revolución nos hace falta una pequeña guerra victoriosa” (Pleve, ministro del Interior ruso). Las insaciables ambiciones colonialistas del régimen en el Extremo Oriente chocaron con la naciente potencia de Japón. En febrero de 1904 estalló la guerra ruso-japonesa. Once meses más tarde Rusia perdía la guerra y comenzaba la primera revolución rusa de 1905.

...Independencia de clase o reformismo

La postura del nuevo Iskra menchevique sobre la guerra fue un llamamiento ambiguo a favor de la paz. Los bolcheviques defendían una agitación incansable contra la guerra sin perder de vista que las guerras son inevitables mientras exista el capitalismo. Los cálculos del zarismo eran contener la revolución forjando un bloque basado en la unidad nacional. Los liberales corrieron detrás del régimen, instando a las masas a apoyar manifiestos patrióticos. Pero el movimiento contra la guerra se radicalizaba y extendía. El régimen cambió de táctica y optó por una reforma liberal para descabezar la revolución, dando pequeñas concesiones democráticas a los liberales, como las elecciones en los zemstvos (ayuntamientos). El menchevique Iskra propuso el apoyo a los liberales de forma vergonzante: “Si echamos un vistazo al terreno de la lucha en Rusia ¿qué es lo que vemos? Sólo dos fuerzas: la autocracia zarista y la burguesía liberal, que ahora está organizada y posee un peso específico gigantesco. La clase obrera, no obstante está atomizada y no puede hacer nada; no existimos como una fuerza independiente y, así, nuestra tarea consiste en apoyar la segunda fuerza, la burguesía liberal, animarla y, desde luego, no intimidarla con la presentación de nuestras propias reivindicaciones proletarias independientes”.

Lenin criticó contundentemente esta política de colaboración de clases que abandonaba cualquier defensa de los intereses de los trabajadores con tal de no asustar a la burguesía. Bajo la presión de los liberales, los mencheviques se alejaban del marxismo revolucionario.

Los trabajadores instintivamente se rebelaron contra la idea de una alianza con la burguesía. Como defendían los bolcheviques, los obreros utilizaron la campaña de los zemstvos para organizar manifestaciones de protesta contra el zarismo y la burguesía, utilizando la propaganda que le daba tanto miedo a los mencheviques y a los liberales: “¡Viva la asamblea Constituyente elegida por todo el pueblo!”. “¡Viva el sufragio universal, directo, igualitario y secreto!”.

Trotsky, que desde su cooptación por Lenin seguía escribiendo en el Iskra, publicó en marzo de 1904 un artículo en el que llamó a los liberales “imprecisos, desganados, faltos de decisión e inclinados a la traición”. Esto supuso que a partir de ese momento el nombre de Trotsky desapareciera del Iskra junto con su colaboración con los mencheviques. Las mentiras vertidas por el estalinismo sobre que Trotsky fue un menchevique desde 1903 fueron algunas de las tantas calumnias contra este gran revolucionario. El “crimen” de Trotsky durante esos años, igual que el de muchos bolcheviques en la base y en la dirección, fue abogar por la conciliación entre bolcheviques y mencheviques. Pero esto no tenía nada que ver con la actitud conciliadora con la burguesía de los mencheviques. Trotsky defendía que políticamente “la salida sólo puede encontrarse mediante una huelga general, seguida por un levantamiento del proletariado que se pondrá a la cabeza de las masas contra el liberalismo”.

La auténtica diferencia entre bolcheviques y mencheviques se reducía a independencia de clase y revolución, o colaboración de clases y reformismo. Pero costó varios años, la experiencia de la guerra, la revolución y la contrarrevolución, para que la auténtica naturaleza de estas diferencias se volviera absolutamente clara.

Esta es una enorme lección para los luchadores hoy en día. Igual que al comienzo del siglo XX, en el siglo XXI las guerras imperialistas nos obligan a defender un punto de vista de independencia de clase. En la guerra contra Iraq, los dirigentes de las organizaciones obreras sólo han hecho llamamientos a la ONU para que se parara esta masacre. Pero como se ha comprobado una y otra vez, la ONU no es más que una organización al servicio de los intereses de la burguesía, que jamás solucionará los problemas de las masas oprimidas en el mundo. Estos dirigentes vuelven a repetir los mismos errores que cometieron los mencheviques en el pasado. Sus miedos a asustar a la burguesía les impiden defender consecuentemente a los trabajadores. Sólo podremos acabar con las guerras de rapiña si acabamos con el sistema que las crea, el capitalismo y, para ello es necesario luchar por el socialismo, por la democracia obrera. Las guerras son la partera de la revolución y la resistencia en Iraq es un ejemplo de ello.

 
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