Txinako alderdi komunistako aparatu boteretsuaren saiakera propagandistiko eta errepresiboak ez du lortu erregimenak bizi duen krisia ezkutatzea. Bo Xilai1 bezalako agintariak boteretik kentzea, The New York Times egunkariak Wen Jiabao lehen ministroaren familiaren 2.000 milioitik gorako aberastasunaren berri ematea edo Xi Jinping idazkari orokorra eta hurrengo presidentea eszena publikotik aste betez desagertzea, eta hau guztia azaroan egin zen XVIII. Kongresuaren aurreko asteetan izateak agerian utzi du kapitalismo txinatarrak dituen zailtasunak. Kargua uztera doan Hu Jintao presidenteak, estatuan eta alderdian dagoen ustelkeriaz ari zela, hauxe aitortu zuen: “ez bagara gai arazoa bide onetik eramateko, alderdiarentzat hondamendia izan liteke, eta estatuaren beraren porrota eta erorketa eragin lezake”.

¿Socialismo de mercado o capitalismo de Estado?

Estos movimientos críticos en la cúspide del Estado no son más que el reflejo de las fuertes contradicciones sociales, económicas y políticas que sacuden de arriba abajo la sociedad china. El modelo de capitalismo de Estado chino muestra con claridad una curva descendente y se desliza hacia una crisis de gran envergadura, afectado por los mismos síntomas que el resto de las economías capitalistas desarrolladas: inflación, especulación inmobiliaria y financiera, endeudamiento2 y, por supuesto, sobreproducción. Como era de esperar, los efectos del plan de estímulo estatal aprobado en 2008, y que con un montante de 586.000 millones dólares perseguía mantener el vigor del tejido productivo chino, se han agotado. La actividad industrial ha sufrido una caída continuada durante los últimos nueve meses; por eso, a la vuelta del verano, se ha aprobado un segundo plan de 158.000 millones de dólares, pero esta vez la pregunta no es si servirá para mantener el crecimiento, sino si será capaz de contrarrestar los efectos recesivos provocados por la caída de las exportaciones a EEUU y Europa3.

   

Crecimiento del PIB

   
 

EEUU

Japón

Alemania

China

Media 2001-10

1,6

0,7

0,9

10,5

2008

0

-1,2

1

9,6

2009

-3,5

-6,3

-4,7

9,2

2020

3

4

3,6

10,3

2011

1,7

-0,9

3

9,2

2012 (Previsión)

2

2,3

0,7

7,5

La acumulación de capital, la propiedad privada de los medios de producción y la explotación son sinónimos de capitalismo

La dirección del PCCh y sus seguidores en la izquierda han intentado buscar un acomodo teórico a la contrarrevolución capitalista en China inventándose el ingenioso término de “socialismo de mercado”. Pero en este caso las palabras, por muy aparentes que parezcan, no pueden ocultar la realidad. Sobran los datos que prueban la conversión de la vieja nomenklatura estalinista en una naciente y floreciente burguesía china. La lista de dirigentes del PCCh que, utilizando su posición en el aparato del Estado y gracias a las leyes aprobadas para desmantelar la economía planificada, se han transformado en multimillonarios es abundante: es el caso de el ex primer ministro Li Peng y su entorno, que controla el sector eléctrico; de Zhou Yongkang, que fue miembro del Comité Permanente del Politburó, y sus socios, que dominan el petrolero; de la familia de Chen Yun, antiguo líder de la revolución, que ocupa una posición preponderante en el sector bancario; de Jia Quinglin, ex presidente de la Conferencia Consultiva Política del Parlamento, que domina el sector inmobiliario en Pekín… Según un informe de la consultora Capgemini SA y del Bank of America Corp, del que se hizo eco el diario oficial China Daily, China alcanzó ya el cuarto lugar en la lista de países por número de millonarios en 2011, sólo por detrás de Estados Unidos, Japón y Alemania.

La burocracia ha desmontado paso a paso las bases de la economía planificada acabando con el antiguo Estado obrero deformado creado tras el triunfo de la revolución en 1949. La legitimación de la propiedad privada por la Asamblea Popular Nacional, en marzo de 2007, fue el reflejo, en la esfera del derecho, de la consumación de este proceso de restauración capitalista y probaba como la cúpula del Partido era plenamente consciente de su labor contrarrevolucionaria. Los supuestos líderes “comunistas”, convertidos en nuevos propietarios, querían garantizar la inviolabilidad de sus fortunas y sus derechos hereditarios. Estos individuos, que dicen hablar en nombre del socialismo, no tuvieron ningún reparo en socavar y destruir la planificación de la producción, el monopolio del comercio exterior, el control de los precios y, basándose en la ausencia de libertades políticas y sindicales para la clase obrera, someter al proletariado chino a una explotación brutal, de la que también participa el capital imperialista occidental.


A aquellos que se refieren a este modelo de capitalismo de Estado con la beatífica denominación de “socialismo de mercado” hay que recordarles que el socialismo no es una mera estadística de crecimiento económico, algo que ha existido bajo el capitalismo en muchos periodos de su historia. El socialismo es la propiedad colectiva, socializada, de los medios de producción y del sector financiero, bajo el control democrático de la clase obrera, cuyo fin es satisfacer las necesidades del conjunto de la población. No sólo termina con la propiedad privada de las grandes palancas de la economía, sino que acaba con las relaciones de producción capitalistas sustituyendo a los propietarios individuales y las leyes del mercado por la dirección y administración democrática del proletariado tanto de la economía como del Estado. En la medida en que las posibilidades de incrementar el bienestar del conjunto de la población y la inversión en investigación científica y tecnológica son ilimitadas, las crisis de sobreproducción, es decir, la necesidad de recortar la capacidad de generar riqueza, deben estar descartadas. La economía de mercado es justamente lo contrario. En última instancia, la profundidad y prolongación de la actual recesión de la economía mundial está causada porque existe un excedente de casas, coches y todo tipo de mercancías que los capitalistas no pueden vender. Es cierto que hay muchas personas que padecen graves sufrimientos porque no pueden pagar artículos de primera necesidad, ya sea una vivienda, alimentos, la factura de la luz o los libros de textos de sus hijos. Pero esas necesidades sociales no son relevantes desde el punto de vista de un capitalista. De hecho, la burguesía condena al paro forzoso a millones de trabajadores precisamente porque no le es rentable mantener fábricas abiertas: no ganaría nada con ello. Como escribía Engels, “en cada crisis, la sociedad se ahoga bajo la exuberancia de sus propias fuerzas productivas y de los productos que no puede utilizar; choca impotente con esa contradicción absurda de que los productores no tienen qué consumir porque se carece de consumidores”4.


En China no estamos ante la aparición de un nuevo y original régimen social desconocido hasta ahora, como pretenden los defensores del “socialismo de mercado”, sino ante una peculiar formación social de capitalismo de Estado. Ello no implica obviar las indiscutibles particularidades del capitalismo chino, cuyo carácter proviene de la herencia de un Estado obrero —pero con profundas deformaciones burocráticas y sin el menor atisbo de control democrático de la clase obrera—, que ponía en manos de los máximos líderes del PCCh una economía centralizada y nacionalizada. Al igual que cualquier otro régimen capitalista, el gobierno chino se puede ver obligado a hacer concesiones a las masas para evitar una escalada de la lucha de clases; pero las medidas adoptadas por el aparato estatal chino están dictadas por la defensa de la posición social de la naciente burguesía china, de sus ingresos, beneficios, privilegios y su control del poder.


Los defensores de esa falsa teoría de “socialismo de mercado” olvidan que la opulencia de unos pocos se levanta sobre el sufrimiento de la mayoría. La mayor tasa de suicidios del planeta, jornadas laborales interminables, impagos salariales, condiciones de insalubridad y hacinamiento…, son algunas de las realidades que viven millones de trabajadores chinos en sus fábricas y que explican los beneficios multimillonarios de las empresas chinas y de los monopolios occidentales. Por otra parte, el Estado expropia al campesinado sus tierras en usufructo de manera violenta, con indemnizaciones ridículas o sin ellas, para que éstas sean explotadas por especuladores inmobiliarios o capitalistas extranjeros. La sanidad y educación, una gran conquista de la revolución de 1949, han sido desmanteladas en este viaje hacia el capitalismo. Si en 1986 el Estado pagaba alrededor del 40% de todo el gasto sanitario, en 2005 esta cifra cayó al 18%. En el supuesto paraíso del “socialismo de mercado”, muchos trabajadores chinos saben que si caen enfermos y se acercan a un hospital primero recibirán un presupuesto y, sólo si demuestran que pueden pagarlo, empezarán a recibir tratamiento5. La reducción del gasto educativo ha provocado que el número de jóvenes en las zonas urbanas que acceden a una educación superior haya pasado del 86% en 1980 al 56% en 2003.

 
Respecto al “beneficio” que los trabajadores han sacado del grandioso crecimiento económico de las últimas décadas, según estimaciones del Banco Mundial la participación de la masa salarial en el conjunto del PIB ha pasado del 53% en 1998 al 41% en 2005. Aunque China es la segunda economía mundial respecto al valor absoluto de su PIB, ocupa sin embargo el puesto 90 en lo referente al PIB per cápita.


Esta es la cruda verdad del capitalismo de Estado chino, una verdad que tiene otra cara esencial y decisiva: capitalismo es sinónimo de lucha de clases y la perspectiva de una rebelión social aterroriza al régimen. Pero de esto hablaremos en siguientes artículos.

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1. En abril de este año fue expulsado del omnipotente Politburó —órgano del PCCh formado por 25 miembros— y meses después del Partido.
2. En El Militante nº 255 (diciembre de 2011) hay un artículo que profundiza en este aspecto.
3. En los primeros cuatro años de la crisis, 2008-11, el superávit comercial de China se ha reducido a la mitad, pasando de 300.000 a 150.000 millones de dólares.
4. Federico Engels, Anti-Dühring, Ed. Claridad, Buenos Aires, 1972, p. 295.
5. Hace poco más de un año se publicaba un reportaje sobre un camionero al que le retiraron parte de los puntos de sutura que había recibido por un accidente de tráfico al no poder pagar el total de la factura

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