Bi urte baino gehiago igaro dira Tunisian Ben Aliren diktadura bota zutenetik. Gertakari honek mundu arabiar osoa astindu zuen, eta Egipton Mubaraken erregimenari eta Libian Gadafirenari amaiera eman zioten uholde iraultzailea piztu zuen. Era berean, kinka larrian jarri zituen Bahreingo monarkia erreakzionarioa eta Yemengo klase agintaria, eta gogor astindu zituen, oro har, gainerako herrialde arabiarrak ere: Maroko, Irak eta Sudan, besteak beste.

Ni imperialismo ni islamismo: revolución socialista

Hace más de dos años de la caída de la dictadura de Ben Alí en Túnez, acontecimiento que impactó en todo el mundo árabe, impulsando una marejada revolucionaria que se llevó por delante a Mubarak en Egipto y a Gadafi en Libia, que puso en cuestión a la monarquía reaccionaria de Bahrein y a la clase dominante en Yemen, y que impactó con intensidad en todos los países árabes, de Marruecos a Iraq o Sudán. La irrupción de los oprimidos árabes en la historia reciente la analizamos a fondo en la declaración Las masas impulsan la revolución en los países árabes (de febrero de 2011*), que expresa con tremenda actualidad las contradicciones y los retos de la situación.

Más allá de importantes diferencias país por país, el proceso abierto en el inicio de 2011 destacó por el protagonismo de la clase obrera y la juventud proletaria, que fue el factor decisivo para las derrotas de Ben Alí y Mubarak, para la rápida internacionalización de la lucha (muy especialmente tras las citadas victorias en Túnez y Egipto), y para el reposicionamiento del imperialismo, que, tras décadas financiando, armando y colaborando con las clases dominantes árabes y sus brutales aparatos del Estado, fue obligado a disimular su papel, sacrificar algunos de sus peones, y ensayar nuevas formas de dominación.

“Un proceso revolucionario no es un acto aislado, una insurrección, sino un periodo en el que las bases del sistema se tambalean por la irrupción violenta de las masas. La energía subterránea, reprimida durante años y décadas en el interior de los oprimidos, brota con fuerza”. Estas palabras de la declaración citada describen el meollo del proceso actual. La revolución dista mucho de haber acabado, como muchos proclamaban. Muy al contrario, el período revolucionario está iniciando una nueva fase, al menos en Egipto y Túnez, partiendo de la rica experiencia de estos dos años. Ningún régimen árabe puede sentirse estable ante el despertar de las masas, donde la imposición rotunda, estable, de los intereses capitalistas e imperialistas, choca una y otra vez con su ánimo revolucionario. En última instancia, sólo una derrota decisiva de los oprimidos puede recuperar la estabilidad desde el punto de vista de la clase dominante, a costa de un régimen de terror.

Este proceso alargado en el tiempo se ve favorecido por la época de crisis profunda del capitalismo mundial. Esta crisis, por un lado, espolea la necesidad de cada potencia imperialista por exprimir al máximo a los oprimidos de los países menos desarrollados (y de los mismos países imperialistas). Por otro lado, estimula la lucha de clases en todo el mundo, alentando el proceso revolucionario en cada país y región. La Revolución Árabe es parte del movimiento de los trabajadores, jóvenes y otros sectores, en América Latina, en Grecia, Portugal, en el Estado español y toda Europa… contra las dramáticas consecuencias de esta crisis y contra un sistema que nos aboca a la barbarie.

En estos momentos la Revolución está a la ofensiva en Egipto y Túnez, contra partidos islamistas que controlan los respectivos Gobiernos. En Egipto las movilizaciones masivas resurgieron en noviembre, en la plaza Tahrir de El Cairo, mientras en la zona del Canal de Suez y en especial Port Said se vivió una sublevación popular desde enero. En Túnez, una oleada de huelgas a partir de noviembre, se vio acrecentada por el asesinato de un dirigente de la izquierda por sicarios salafistas. Este crimen obligó a la dirección del sindicato UGTT a convocar una histórica huelga general el 8 de febrero, que fue respaldada por millones de trabajadores y jóvenes. El Gobierno islamista cayó y ha sido sustituido por otro teóricamente técnico pero donde sigue manteniendo el control En Nahda, el principal partido islamista. Una nueva manifestación de masas, el 16 de marzo, ha exigido la dimisión del nuevo Gobierno.

A lo largo de estos años, las masas árabes, y en especial las egipcias y tunecinas, han podido extraer valiosas lecciones de su experiencia.

Ninguno de los problemas fundamentales que están en el origen de la Revolución se ha solucionado. Especialmente, los graves problemas del paro y el subempleo, la inflación, la inexistencia de seguridad social, salario mínimo y sistema de pensiones (motivos de recurrentes luchas obreras), etc. Muchos de ellos se han agravado. El proceso de privatización de empresas públicas, que tanto ha lucrado a la clase dominante y a los imperialistas, no se ha revertido. Por otro lado, los mínimos derechos democráticos útiles para la organización, la lucha y la dignidad de los oprimidos (libertad de manifestación, huelga, sindicato y asociación; igualdad de hombres y mujeres; libertad de cultos y separación del Estado y el Islam;…) sólo existen en la medida que se imponen por la vía de la lucha, ejerciéndolos de facto. Este ejercicio es continuamente hostigado por la represión, por parte del aparato del Estado burgués y de las bandas integristas, que juegan el mismo papel que los fascistas. Es también amenazado por el programa social reaccionario de los islamistas, cuyos intentos de relegar a la mujer a un papel subalterno tienen una respuesta contundente por parte del movimiento revolucionario.

Las expectativas populares hacia las diversas maniobras “democráticas” por arriba, por parte de los diferentes sectores de la clase dominante y el imperialismo, son más bien escasas. El resultado en participación de las diversas elecciones celebradas, tanto en Egipto como en Túnez, no refleja ningún entusiasmo hacia las corroídas estructuras del parlamentarismo burgués, que nacen ya seniles porque no son más que la criatura malformada de las anteriores dictaduras. Más de dos años después, el proceso por el que la burguesía se quería dotar de Constituciones que le sirvieran para dar una apariencia democrática a su dominación, está totalmente colapsado: No contenta a las masas ni dota al nuevo régimen de una base social que le permita estabilizarse.

El islamismo al principio del proceso jugó un papel marginal. Pero la falta de una alternativa socialista, la inexistencia de un partido marxista revolucionario con influencia de masas, tras la caída de los dictadores permitió al régimen desviar la atención al terreno electoral. En este terreno los islamistas, apoyados en abundante financiación del imperialismo (a través de las monarquías del Golfo), y en el control de organismos de beneficencia, podían contar con más resortes. Además, no habían sido probados como dirigentes del Estado; se presentaban como mártires de la represión. Y a pesar de todos estos elementos, las sucesivas elecciones han reflejado una base social enormemente magra, que además (y esto es lo decisivo) es incapaz de enfrentarse en la calle contra la determinación de millones de trabajadores, jóvenes y oprimidos en general. La breve experiencia de los Gobiernos islamistas en Túnez y Egipto ha demostrado ante las más amplias masas su carácter contrarrevolucionario, ya que su política se basa en subordinarse al imperialismo y al conjunto de la burguesía árabe, continuando con los recortes y privatizaciones, y manteniendo todos los lazos con el podrido aparato del Estado, que no ha sido depurado tras la caída de los dictadores. A esta política, hay que sumar el látigo de las bandas integristas contra el movimiento revolucionario, y las posiciones ultrarretrógradas en el terreno social. Esta política está azuzando la lucha. Aunque no se puede descartar que estos movimientos reaccionarios lleguen a nuclear, más adelante, una base social mayor ante la frustración de las expectativas revolucionarias, en esta etapa las condiciones para el desarrollo de una alternativa claramente socialista son muy favorables.

La necesidad, no sólo de la lucha, sino de la organización, es asumida por amplias capas de las masas, y especialmente por la clase obrera. En Egipto se están desarrollando los sindicatos independientes pese a la extendida prohibición de huelgas; en Túnez ya existe un cauce claro para la clase obrera: la UGTT; las continuas provocaciones y violencia integrista no hace más que reforzarla; la auténtica traba para su desarrollo revolucionario es la actitud conciliadora de su dirección, sometida a una contestación interna muy fuerte que tiende además a incrementarse.

Una dura lección se está abriendo camino entre las masas revolucionarias: bajo el capitalismo, no hay salida. Ni la reacción islamista ni la demagogia democrático-burguesa de todo tipo de grupos y grupúsculos liberales y reformistas, temerosos de la más mínima concesión que pueda animar al movimiento a ir más allá, saciarán a la revolución. La única vía para satisfacer la profunda voluntad de cambio de las masas es una política socialista, de confrontación con la clase dominante de cada uno de los países y con el imperialismo, expropiando las palancas de la economía para ponerla al servicio de los intereses de las grandes masas (elevando rápidamente su nivel de vida, garantizando servicios públicos de calidad, colectivizando la tierra, etc.), y creando las bases de un nuevo Estado obrero y socialista, realmente democrático, basado en asambleas y comités por barrios, fábricas, localidades… La clase obrera, mayoritaria al menos en la gran mayoría de países árabes, y en especial en Egipto y Túnez, es, por sus condiciones de vida, la que puede liderar al conjunto de los oprimidos hacia la construcción de ese programa y de ese Estado socialista. Pese a todas las frustraciones de un proceso revolucionario inacabado, el grueso de las capas medias sigue simpatizando con el movimiento revolucionario, si no participando directamente; incluso sectores del aparato de Estado burgués (recientemente, los policías egipcios se declararon en huelga y cerraron con cadenas las comisarías para, entre otras cosas, denunciar la utilización que de ellos hace el Gobierno islamista para reprimir las luchas).

Es vital construir esta alternativa socialista en el seno de los sindicatos y en el movimiento. Las posibilidades de ello se comprobaron en la situación inmediatamente posterior a la caída de Ben Alí: en numerosas localidades existían asambleas y comités de lucha que constituían la auténtica autoridad; cuando la cúpula del aparato estatal y la burguesía prescindieron del dictador para apaciguar la lucha, organizando un nuevo Gobierno desde arriba, las presiones desde abajo obligó a la dirección de la UGTT a no reconocerlo, abriéndose paso, durante semanas, una situación de vacío de poder, o más exactamente, con elementos importantes de doble poder; si la UGTT hubiera llamado a organizar un congreso de todas las asambleas, comités y sindicatos, y a tomar el poder, no hubiera tenido resistencia destacable. Finalmente, la burocracia sindical, temerosa de la revolución socialista, cedió y aceptó, con la oposición radical de la base, un Gobierno democrático burgués, plagado de cómplices de la dictadura. Y así pudo la burguesía recomponer temporalmente la situación.

Ante la ausencia a corto plazo de una organización marxista de masas, otros grupos podrían cubrir el vacío. En Egipto, un candidato es la naserista Corriente Popular, que es el referente electoral más claro de las masas revolucionarias y podría ser también un referente organizativo. El programa de la Corriente Popular intenta transmitir la idea de una tercera vía, de la coexistencia de una economía privada dominada por empresarios patriotas y de un sector público fuerte, emulando los tiempos de Nasser. Pero la crisis mundial del capitalismo y la inexistencia de la URSS (cuya burocracia estalinista impidió la ruptura de Nasser con la economía capitalista) son grandes diferencias con entonces. Un Gobierno de la Corriente Popular estaría sometido a una fuerte presión, por parte de los poderes imperialistas y la burguesía nacional, por un lado, y de las masas, que necesitan ir más allá de reformas por muy positivas que sean. En última instancia, sólo la expropiación de la oligarquía capitalista que gobierna la economía egipcia puede llenar de contenido cualquier medida progresista y consolidar la mejora de las condiciones de vida de las masas.

La toma del poder por parte de la clase obrera, al frente de los oprimidos, en Egipto o Túnez, o en cualquier otro país árabe, tendría un efecto inmediato en el mundo árabe, impulsando la lucha y creando las condiciones para una Federación Socialista capaz de integrar armónica y democráticamente todos los recursos de los países de la zona. No sólo eso. Sería un poderoso ejemplo para la revolución en América Latina, en el sur europeo y toda Europa, incluso para las masas en Estados Unidos. También pondría las bases para una solución revolucionaria, socialista e internacionalista del conflicto palestino. Por su parte, el triunfo de la revolución socialista sobre el capitalismo en cualquier otro país del mundo impulsaría la lucha en la nación árabe.

Más allá de Egipto y Túnez, la revolución ha seguido y sigue un camino más tortuoso y distorsionado. La inexistencia de un partido marxista con influencia de masas ha sido determinante para ello. En el caso de Bahrein y Yemen, el movimiento llegó muy lejos, haciendo tambalearse al régimen, sin embargo éste ha podido utilizar la falta de una alternativa consecuente, y los inevitables episodios de cansancio de las masas, para maniobrar. Aun así, en el caso de Yemen, han tenido que sacrificar a Alí Abdulah Saleh, cabeza visible de la clase dominante; y en el de Bahrein se vieron obligados a echar mano de los tanques saudíes. En ambos países la revolución no ha sido definitivamente derrotada. En otros países surgieron masivos episodios de movilizaciones populares (Jordania, Argelia, Marruecos, Irak, Sudán, Omán, Kuwait, incluso Arabia…), pero la ausencia de una dirección revolucionaria consecuente ha impedido, de momento, una intensidad mayor.

En el caso de Libia y Siria la revolución se ha expresado como guerra civil, en parte debido a la ausencia de un programa revolucionario claro y (en el caso de Siria, especialmente) de una estrategia para superar prejuicios sectarios y ganarse a sectores vacilantes. En Libia, inicialmente, la revolución llegó muy lejos, ya que fueron asambleas y comités las que sustituyeron las estructuras podridas del Estado gadafista, siendo claves en la reorganización de Bengasi como capital de la rebelión. Sin embargo, la sumisión de los dirigentes pequeñoburgueses al imperialismo, su apoyo a la intervención militar anglo-francesa en el país, y su programa de reconstitución del Estado burgués, vació la guerra de un contenido progresivo y creó enormes frustraciones entre las masas. En el caso de Siria, dos años de guerra civil revelan, no sólo la extrema violencia del régimen reaccionario de Bachar el Assad, sino también la necesidad, por parte del movimiento de resistencia, de dotarse de un programa socialista e internacionalista que luche conscientemente contra todo tipo de división en líneas religiosas o étnicas y que no se pliegue a los dictados del imperialismo occidental. Es obvio que en la oposición hay elementos reaccionarios, integristas y fanáticos sectarios que no tienen nada en común con las aspiraciones del pueblo sirio. El grueso de dirigentes políticos y militares de la resistencia, igual que en el caso libio, están claramente comprometidos con el imperialismo turco y estadounidense. Le corresponde a los sectores más conscientes de la clase obrera y los oprimidos sirios liderar la revolución apartando estos elementos de la dirección del movimiento.

En conclusión, estamos ante un proceso vivo que dista mucho de haberse apagado. La clase obrera árabe, en un país tras otro, tendrá nuevas oportunidades de tomar el poder, romper con el imperialismo, y ofrecer al mundo el ejemplo de una auténtica democracia socialista, y la alternativa de una federación socialista mundial. Para ello es necesario construir organizaciones a la altura de este reto, y defender un programa marxista capaz de alcanzarlo. En ello está comprometida la Corriente Marxista Revolucionaria internacional. ¡Únete a nosotros!

16 de abril de 2013

*http://www.elmilitante.net/index.php?option=com_content&view=article&id=6735:las-masas-impulsan-la-revolucion-en-el-mundo-arabe&catid=1095&Itemid=100056.

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