El impacto de las movilizaciones masivas iniciadas como oposición a la desaparición de una zona verde (el parque Gezi), dejó perplejos a la clase dominante turca y a sus políticos (no sólo a los islamistas en el Gobierno). Aparentemente, la política del islamista AKP (Partido de ‘la Justicia y el Desarrollo’), y especialmente su política económica de privatizaciones, fomento de la burbuja inmobiliaria, atracción de capital extranjero… era incontestada. Sin embargo, sólo era cuestión de tiempo que el malestar social se expresara masivamente. No tanto en el terreno electoral, muy distorsionado por la crisis histórica del CHP (Partido Republicano del Pueblo, que ha sido tradicionalmente el principal partido de la burguesía turca) y por las abundantes trabas antidemocráticas (es necesario un 10% del voto para llegar al Parlamento, los partidos comunistas y nacionalistas kurdos están vetados y necesitan sortear las leyes para poder presentarse…). El relativo desarrollo del capitalismo turco (por supuesto, basado en ataques a la clase obrera y en el saqueo del Estado), con su inevitable aumento de la desigualdad social, hace aumentar la fuerza de los trabajadores y su rabia; la desaceleración económica del último lustro y la política represiva, reaccionaria, islamista, de Erdogan, han volcado esa rabia acumulada hacia las calles. La determinación de los manifestantes, la entrada en escena del movimiento obrero (con la huelga general de los días 4, 5 y 6 de junio), la extensión de la lucha a prácticamente todas las zonas de Turquía, pusieron en guardia a la clase dominante. Un sector del AKP (el presidente de la República Abdulá Gul) intentó echar agua al movimiento, intentando presentarse como conciliadores, ante la evidencia de que la represión no paraba la movilización. Aprovechando un viaje de Erdogan al Magreb, el primer ministro en funciones, Bulent Arinz, llegó incluso a pedir perdón a los heridos, a admitir ‘excesos’ policiales y a considerar legítima la reivindicación de salvar el parque Gezi. Pero esta maniobra, realizada el primer día de huelga para intentar limitar el alcance de la lucha, no sirvió de nada. Por otro lado, Erdogan, ya desde el exterior y una vez de vuelta, no perdió tiempo incendiando el ambiente; acusó a los manifestantes de dejarse manipular, de un lado, por la extrema izquierda y grupos terroristas, y, de otro, por fuerzas extranjeras. Con la única intención de ocultar su plan de exterminio de la lucha, Erdogan mantuvo varias reuniones con Solidaridad Taksim (plataforma en la que se integran casi doscientas organizaciones y colectivos, incluyendo a sindicatos). En la última reunión, el viernes 14, les conminó a abandonar el parque Gezi y Taksim en veinticuatro horas a cambio de estudiar la salvación de esa zona verde. Los acampados rechazaron el ultimátum, ya que la lucha va mucho más allá de esa cuestión. Pero la represión ya estaba en marcha… Toda la fuerza del Estado burgués contra las masas El sábado por la tarde el aparato estatal se movilizó para llevar a decenas de miles de personas, de los sectores más atrasados, a Estambul, a aclamar a Erdogan. La contrarrevolución tiene su Ejército y su retaguardia, aunque la revolución también, y es mil veces más numeroso… Grupos de lúmpenes armados con palos se dirigieron hacia Taksim para aporrear a los que protestaban. Poco después, e incumpliendo el plazo dado por él mismo, Erdogan envió a la policía a recuperar Taksim, y posteriormente Gezi, a cualquier costa. Los policías atacaron con balas de goma, botes de humo (en estas semanas se han disparado ni más ni menos que 130.000), bombas de sonido y agua a presión, combinada con lo que según el ministro del Interior es ‘una solución médica’ y que, según todos los indicios, es gas pimienta. Al precio de cientos de heridos, el Estado turco reconquistó los lugares emblema de la lucha. Puesto que no era de prever hasta la noche siguiente un ataque policial, en esos momentos la plaza estaba repleta de familias enteras. Los hospitales de campaña, instalados por médicos voluntarios, fueron arrasados, y las cargas policiales se reprodujeron incluso en los hoteles de lujo de la zona, donde se habían refugiado manifestantes. Intentando evitar lo inevitable, esta vez fue la policía la que, barrio tras barrio, cortó las calles, dificultando el acceso de las masas a Taksim, como había ocurrido en otras ocasiones. Los puentes que comunican la parte asiática con la europea de Estambul (la plaza se ubica aquí), por el estrecho del Bósforo, fueron cortados, el servicio de barcos fue suspendido. Pero no pudieron impedir que una enorme masa de millones de manifestantes, de un barrio a otro, de una ciudad a otra (desde la costa del Mar Negro hasta la europea Tracia, desde Anatolia central hasta la costa mediterránea), el sábado, el domingo y el lunes, saliera a defender la lucha. Según la Prensa turca, fueron diez millones de turcos los que gritaron ‘¡Erdogan, dictador, vete ya!’, ‘Revuelta, revolución, libertad’, ‘¡No pasarán!’, y consignas similares. El lunes se desarrolló la masiva huelga general contra la represión del Gobierno. Convocaron la Confederación de Sindicatos Revolucionarios (DISK, vinculada históricamente al Partido Comunista, y con 400.000 afiliados) y la Confederación de Sindicatos de Trabajadores Públicos (KESK, en primera línea en la lucha contra las privatizaciones), apoyadas por tres colectivos: la Asociación de Médicos Turcos (TTB), la Unión de Colegios de Arquitectos e Ingenieros, y la asociación de dentistas. Los islamistas –y los capitalistas, que hacen buenos negocios a su sombra- están dispuestos a ir hasta el final para dar una dura lección a las masas… Pero en estos momentos su aislamiento es mayor que nunca. La salvaje represión no va a parar el tren de la revolución. Los afectados por la policía son miles. La TTB calcula en 7.478 personas las atendidas en centros sanitarios de trece provincias. Sólo las víctimas del impacto de los botes de humo son casi 800. Hay 91 personas con traumatismo craneal, de los cuales cinco en estado crítico. Quince manifestantes han perdido el ojo. En cuanto a los detenidos, pueden ser hasta cuatro mil, incluyendo médicos (acusados de atender a manifestantes), abogados y periodistas. 34 de los detenidos lo han sido por escribir tweets ‘provocadores’. Cuatro televisiones han sido multadas por dar cobertura a las manifestaciones. Y cientos de militantes de izquierda están siendo detenidos en sus domicilios o lugares de trabajo. La presión es tal que seis policías se han suicidado desde el inicio de las protestas, siendo muchos más los que desobedecen las órdenes. Erdogan ha amenazado con utilizar el Ejército, aunque podría costarle caro… Como en Túnez, como en Egipto, como en cualquier país, los islamistas demuestran defender consecuentemente los intereses capitalistas. El movimiento de las masas, y en particular de la clase obrera, debe avanzar en su organización, en la elaboración de un programa concreto que combine las reivindicaciones inmediatas (y en primer lugar la dimisión de Erdogan) con una alternativa revolucionaria, anticapitalista. |