Urriaren 16ean milaka langile italiarrek Erromako kaleak hartu zituzten Berlusconiren gobernuaren erasoei aurre egiteko. Europako beste herrialdeetan bezala Italian ere langile klasea erakusten ari da bere disposizioa borrokarako.

Alrededor de 500.000 personas convocadas por la Federación del Metal (FIOM) del principal sindicato del país, la CGIL, y a la que se sumaron otros sectores como estudiantes, profesores, parados, inmigrantes, jubilados, etc., mostraron el enorme malestar social existente entre la clase obrera y la juventud italiana. El discurso de Maurizio Landini, secretario general de la FIOM: "debemos continuar la lucha (...) hay que empezar a planificar una huelga general" fue respondido de forma unánime al grito de "huelga, huelga, huelga" por los manifestantes.

El momento en que se produce esta movilización puede marcar un punto de inflexión en la situación política italiana. Gobierno y patronal (Confindustria) han lanzado un órdago al movimiento obrero, que tiene dos ejes. Por un lado, el plan de ajuste aprobado el 25 de mayo por el gobierno por el que se recortarán 24.000 millones de euros de los presupuestos en los próximos dos años. Por el otro, una batalla a muerte contra el movimiento sindical y, especialmente, contra uno de sus batallones decisivos, el sector del Metal.

No es casualidad que la convocatoria de la manifestación del 16 de octubre se haya producido justamente después de que el 7 de septiembre la patronal del Metal, Federmeccanica, decidiera derogar el convenio colectivo en vigor desde enero de 2008 (evidentemente para echar a la baja las condiciones ahí acordadas), firmado con la FIOM, y que afecta alrededor de millón y medio de trabajadores. Un ataque a la línea de flotación de la negociación colectiva, que debilita la fuerza de los trabajadores y que busca imponer condiciones laborales empresa a empresa y, si puede ser, contratos individuales. Esta actuación tampoco puede desvincularse de la amenaza, el pasado verano, del director general de Fiat, Sergio Marchionne, de salirse de Confindustria si no se le permitía descolgarse del convenio colectivo e imponer sus "propias normas laborales".

La ofensiva patronal está marcada por el azote de la crisis económica. La burguesía italiana necesita recuperar competitividad en el mercado mundial, y la única manera para intentar conseguirlo es cargar todo el peso de la misma sobre las espaldas de los trabajadores. Con la misma claridad, Marchionne, amenazaba: "Fiat no puede seguir gestionando con pérdidas sus propias fábricas para siempre", según él "ni siquiera un euro de los 2.000 millones de beneficio operativo previsto para 2010" viene de Italia. (...) Si elimináramos la parte italiana de nuestros resultados, Fiat lograría más". Efectivamente, a Fiat le iría mucho mejor sin sindicatos. Esa es la batalla.

El conflicto de Fiat

El conflicto con los trabajadores de Fiat, especialmente de la planta de Pomigliano en la provincia de Nápoles, está siendo la cabeza de puente de un ataque más general. Ante el anuncio de parar la producción de sus siete plantas italianas durante un par semanas y el cierre de la planta de Términe (Sicilia) en 2012, los trabajadores secundaron una huelga a principios de febrero.

Posteriormente el chantaje patronal fue in crescendo: a cambio de no llevarse la producción a Polonia o a Serbia, los trabajadores de Pomigliano debían aceptar menos salarios y menos derechos. Finalmente, y en un clima de máxima presión hacia los trabajadores (en una zona del país, especialmente golpeada por el desempleo), el 22 de junio se celebraba un referéndum en dicha fábrica. La empresa había llegado previamente a un acuerdo con todos los sindicatos de la planta, excepto la FIOM, en el que éstos aceptaban peores condiciones laborales1 a cambio de producir el modelo Panda y una inversión de unos 700 millones de euros. El referéndum sería, en sus previsiones, un simple trámite para legitimar la política de la empresa, a la vez que desmoralizar y paralizar a los trabajadores. Incluso, la dirección de la CGIL, en lugar de negarse rotundamente y dar una alternativa de lucha, vinculándola a la huelga general que estaba convocada esa misma semana, el 25 de junio, recomendó el voto "sí" en una vergonzosa posición pro-patronal que le enfrentaba a la FIOM e incidía en tratar de aislar del conjunto del movimiento a uno de los sectores decisivos, en un momento clave de la lucha. Sin embargo, a pesar de tener todo en contra, casi el 40% de los trabajadores que participaron en el referéndum (votó el 95% de los 5.000 obreros de la planta) dijeron "no".

A pesar de esta derrota, no se ha producido una parálisis de la lucha de los trabajadores del Metal, como se ha demostrado con la masiva y combativa movilización del 16 de octubre. Al contrario, la ofensiva patronal contra los trabajadores de la FIAT y los duros ataques a la negociación colectiva, han alertado al conjunto de los trabajadores, que se dan cuenta de la gravedad de la situación y están dispuestos a dar la batalla. Los trabajadores que se manifestaron el 16 de octubre, lo hicieron también para lanzar un mensaje claro a sus direcciones sindicales: es necesario organizar seriamente la lucha y el primer paso tiene que ser la huelga general. Este fue el grito de guerra que tuvo que escuchar el secretario general de la CGIL, Epifani, quien anunció una nueva "jornada de acción" el 27 de noviembre, y tímidamente, bajo esa presión, señaló que "si no hay cambios" para entonces pondrían fecha a la huelga general.

‘Il Cavaliere' empieza a ser un cartucho gastado

Tras la victoria electoral de Berlusconi en 2008, la burguesía italiana se frotaba las manos: el gobierno de Prodi había frustrado cualquier expectativa de cambio para los trabajadores y fue castigado en las urnas, volvían a tener un gobierno "fuerte", en condiciones de llevar adelante todas las contrarreformas que necesitaban. Sin embargo, el cuento no ha sido tan sencillo, y el grueso de esas medidas está por aplicarse. La burguesía va a tratar de imponerlas justo cuando la crisis económica ha agudizado el ambiente de descontento social y polarización política que se vive en Italia y el gobierno de Berlusconi está más debilitado. Ahora, la burguesía teme un escenario en el que la salida de Berlusconi se produzca paralelamente a un movimiento ascendente de la clase obrera, y en parte producto de él, y con amplios sectores de la misma y de la juventud cada vez más radicalizados.

Así, en octubre de 2008 Berlusconi gozaba del 68% popularidad, en febrero de 2010 caía al 46% y actualmente, según una encuesta de IPR para La Repubblica (19/10/10), sólo un 37% de los italianos confía en él, y menos aún, un 29% en su partido, el Pueblo de la Libertad (PdL). Y es cuando las cosas se ponen serias (es decir, mal), cuando las ratas abandonan el barco.

En esta situación los incontables e ininterrumpidos escándalos y abusos de poder de Berlusconi, que no hacen más que ahondar en la deslegitimación de la democracia burguesa, ya no son respondidos con palmaditas en la espalda o sonrisitas cómplices por sus colegas. Eso es lo que está detrás de las divisiones que se están dando por arriba en la sociedad italiana. Il Cavaliere empieza a ser un cartucho gastado.

El problema no es que la burguesía y Confindustria no compartan su programa político, al contrario, mientras le ha sido útil le ha apoyado. Pero Berlusconi, tiene también sus propios intereses, y se aferra al poder por todos los medios. Su forma de actuar lejos de ayudar a justificar la política económica del gobierno ante el conjunto de la sociedad, le crea muchos problemas, incluso puede provocar respuestas incontroladas.

Por eso, en los últimos meses hemos visto más de un tirón de orejas de la presidenta de Confindustria, Emma Marcegaglia, al primer ministro. El 30 de octubre, ante un auditorio de jóvenes empresarios, su discurso fue todo menos complaciente con el gobierno: "...le dije [a Berlusconi] que nuestra paciencia se estaba acabando (...), pero ahora ya estamos otra vez, una nueva ola de lodo fluye alrededor de la credibilidad de las instituciones y el gobierno". 

El otro elemento que refleja claramente estas fisuras en los representas políticos de la clase dominante ha sido la ruptura de la coalición de gobierno, tras la expulsión de Fini del PdL, ejecutada por Berlusconi ante las críticas públicas recibidas por el primero, que trata de desmarcarse cada vez más y postularse como candidato de la derecha en el futuro. El escenario resultante ha sido la pérdida de mayoría absoluta en el parlamento y una inestabilidad política desesperante para la burguesía italiana. La posibilidad de elecciones anticipadas es más que real, aunque todos coinciden en que ese sería el peor escenario.

Ni la continuidad de Berlusconi ni una salida electoral -que equivaldría a introducir un grado mayor de incertidumbre, un paréntesis en la toma de decisiones hasta la formación de un nuevo gobierno, cuya estabilidad tampoco estaría garantizada- son satisfactorias para la burguesía, ni podrán evitar expresiones cada vez más claras de descontento social. Por eso, incluso, sectores importantes de la burguesía están barajando muy seriamente la articulación de una alternativa posberlusconi, sin pasar por el riesgo de las urnas. Llegar a una gran coalición de gobierno, el llamado "tercer polo", en la que se incluiría a Fini, a más disidentes del PdL, a la democracia cristiana (UDC) e incorporar al Partido Democrático, punto central para tratar de dar mayor estabilidad a la burguesía y poder llevar adelante los planes contra la clase obrera italiana. En todo caso tampoco resolvería el problema de fondo: que la crisis brutal del capitalismo italiano y de su clase dominante se agudizará, abriéndose la puerta a un periodo de mayor enfrentamiento entre las clases y de búsqueda de una alternativa revolucionaria por parte del movimiento obrero.

1. Tres turnos de 8 horas de lunes a sábado, suprimir  la comida en horario de trabajo, disminución de descansos e intensificación de los ritmos de trabajo, aumento de las horas extras, no cobrar por baja por enfermedad si el absentismo rebasa un cierto límite, contrato individual por el que cada trabajador se compromete a no cuestionar el convenio y aceptación de los sindicatos de no hacer huelgas. Todo ello cuando la empresa ha ganado 113 millones de euros en el segundo trimestre de este año.

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