Hugo Chavezek orain dela gutxi bahituak askatzea eta borroka gerrilleroa uztea eskatu dio FARC gerrillari. Honek eztabaida sortu ezkertiarren artean.

Un debate que ya habían abierto la muerte de Manuel Marulanda (máximo líder y fundador de las FARC), los asesinatos de Raúl Reyes e Iván Ríos (miembros de su secretariado) y la intensificación del cerco militar y político contra la guerrilla por parte del estado colombiano a lo largo de los últimos meses.

 

Como hemos explicado en anteriores artículos, los medios de comunicación burgueses presentan una visión absolutamente falsa e interesada del conflicto armado que desangra desde hace décadas al pueblo colombiano. Según esta versión, la violencia vendría provocada por los guerrilleros, quienes son presentados una y otra vez como asesinos sedientos de sangre, delincuentes, terroristas, etc. La realidad, como veremos en detalle más adelante, es que el conflicto armado hunde sus raíces en el carácter extremadamente injusto y atrasado del capitalismo colombiano y no tiene otro responsable que la cruel, violenta y parásita oligarquía que ha dominado con mano de hierro el país desde hace siglos.

 

La burguesía colombiana y el imperialismo utilizan desde hace décadas la lucha contra las guerrillas campesinas para criminalizar, reprimir y exterminar a los militantes de izquierda  e intentar frenar y distorsionar la lucha de clases.  Particularmente durante los últimos años, la prolongación de la guerra (junto a la supuesta lucha contra el narcotráfico) han servido de justificación para reforzar la presencia militar estadounidense en el país y armar hasta los dientes al propio ejército colombiano. El imperialismo intenta convertir a Colombia en el campamento base desde el que atacar cualquier proceso revolucionario en el continente que amenace los intereses de los capitalistas y del imperialismo, y en primer lugar contra la revolución venezolana. Las agresiones y provocaciones por parte de la oligarquía colombiana y el imperialismo, como explicábamos los marxistas que ocurriría -por muchos supuestos compromisos, disculpas, sonrisas y abrazos que Uribe esté dispuesto a ofrecer en las cumbres de Presidentes y demás encuentros diplomáticos- se han intensificado durante las últimas semanas y lo harán aún más en el futuro.

 

 "Calumnia, que algo queda..."

 

El 16 de Mayo Ronald Noble, Director de la Interpol, avalaba la versión del gobierno colombiano según la cual el computador atribuido a Raúl Reyes contendría pruebas de que Venezuela y Ecuador apoyan con armas y dinero a las FARC. Los medios de comunicación al servicio de los capitalistas en todo el mundo no han dudado en divulgar estas declaraciones y acusar al Gobierno venezolano de "apoyar a los terroristas". Esto venía muy bien para reforzar la campaña contra la revolución venezolana y contra Chávez  en la que llevan  años embarcados. El pequeño detalle de que las declaraciones de Mr. Noble contradijesen abiertamente varias partes del informe elaborado por los  propios investigadores de Interpol ha sido convenientemente olvidado. ¡Que la verdad no estropee una buena historia¡

 

Los medios de comunicación de la burguesía -tan objetivos, imparciales e independientes como siempre- no han dudado en ocultar  que, según el citado informe, varios miles de archivos encontrados en el computador supuestamente perteneciente a Raúl Reyes fueron alterados entre el día 1 de Marzo (cuando, según nos cuentan, aquel fue encontrado) y el 3 de marzo, fecha en que se hizo público su contenido. Además, el informe deja claro que el estado colombiano no cumplió las normas establecidas para garantizar la fiabilidad de la investigación y también afirma que resulta absolutamente imposible determinar si la máquina perteneció efectivamente a Reyes o tiene otro origen. Todo ello por no hablar del absurdo que supone que uno de los guerrilleros más perseguidos del mundo vaya por ahí con una computadora repleta de mails y archivos en los que se ofrecen los datos más secretos y se cita con todo lujo de detalles a quienes supuestamente le apoyan y cómo lo hacen.

 

Como era de esperar, las calumnias contra Venezuela y Ecuador no han sido retiradas a pesar de las  declaraciones del Presidente Chávez ofreciendo diálogo y reconciliación a Uribe. Al contrario, la burguesía -como no puede ser de otro modo- intenta utilizar esas declaraciones de Chávez para confundir y desorientar a los activistas obreros, campesinos y estudiantiles que apoyan la revolución en Colombia y Venezuela; mientras sigue organizando desde sus medios comunicacionales las habituales "sesiones de odio" contra el presidente venezolano, acusándolo de "terrorista", "jefe de las FARC", etc.

 

El carácter del gobierno colombiano

 

Poco después del estrambótico montaje de la computadora, el 19 de mayo, un avión militar estadounidense incursionaba ("por error", según la versión oficial de la Casa Blanca) en  espacio aéreo venezolano. Paralelamente (otro error), tropas del ejército colombiano atravesaban la frontera del Río Arauca. Todas estas provocaciones forman parte de una escalada de amenazas, calumnias y agresiones contra la revolución venezolana que, orquestada desde Washington, tiene su peón más destacado en Bogotá.

 

Los medios de comunicación burgueses de Colombia, Venezuela y el resto del mundo culpan de la creciente tensión en la frontera colombo-venezolana a Chávez mientras callan convenientemente todos estos ataques y ocultan el carácter ultraderechista y pro-imperialista del gobierno Uribe, así como su estrecha relación con los paramilitares fascistas y narcotraficantes.

 

Hace unos meses la justicia colombiana hacía público el contenido del llamado Pacto de Ralito. Este documento, firmado en septiembre de 2001 por un grupo de políticos colombianos pertenecientes a los partidos que sostienen a Uribe y varios jefes de los principales grupos paramilitares fascistas colombianos, consagraba un acuerdo entre ambos para "refundar la patria" sobre la base de concentrar cada vez más poder en sus manos y eliminar a la oposición de izquierdas de cualquier parcela de poder. Decenas de diputados, alcaldes y gobernadores de los partidos que apoyan a Uribe están siendo investigados, y varios ya han sido encarcelados, por planificar junto a jefes del narco-paramilitarismo el asesinato de miles de activistas obreros y campesinos.

 

El escándalo de la llamada "parapolítica" ha puesto de manifiesto lo que era un secreto a voces: la vinculación cada vez más estrecha de sectores del aparato del estado burgués colombiano (y la estructura de los principales partidos políticos de la clase dominante, empezando por el de Uribe) con los paramilitares fascistas y el narcotráfico. Ante la gravedad de los hechos, y su creciente repercusión pública, la burguesía colombiana se ha sacado ahora de la chistera el conejo de la "FARC-política"  e intenta desviar la atención acusando a diputados del Polo Democrático Alternativo y del Partido Liberal (como la senadora Piedad Córdoba, el ex candidato presidencial Álvaro Leyva y otros) de nexos con la guerrilla. Las pruebas...¡cómo no¡ se encuentran en el "supercomputador" mágico de Raúl Reyes, que cada día que pasa recuerda más a la lámpara de Aladino. Basta que Uribe lo frote un poco y las más delirantes fantasías de él mismo, su jefe Bush y la extrema derecha internacional se convierten en realidad.

 

El (nada extraño) caso del "Doctor Varito" y Mr. Uribe

 

La justicia burguesa colombiana ha condenado a algunos de los implicados en la trama de la "para-política" mientras hace todo lo posible por esconder la  responsabilidad en la misma del propio Uribe, la cúpula militar y sectores decisivos de la clase dominante. Recientemente, Colombia extraditaba a 14 jefes paramilitares a Estados Unidos para juzgarles por narcotráfico. Lo que la prensa internacional presenta como prueba inequívoca de la voluntad del Presidente colombiano de luchar contra la droga busca en realidad  impedir que estos criminales sean juzgados en Colombia por el asesinato de luchadores obreros y populares, algo que salpicaría al propio Uribe y a sectores de la burguesía. Misteriosamente, los ordenadores de estos jefes paramilitares (en poder de la policía y el ejército hace meses, aunque por lo visto no tan bien cuidados como el atribuido a Reyes) han desaparecido.

 

Pero no se puede tapar el sol con un dedo. Las denuncias vinculando al actual Presidente de Colombia y varios de sus colaboradores con el narco-paramilitarismo vienen de lejos. Destacados miembros del Gobierno colombiano como la ex ministra de asuntos exteriores Araujo han debido dimitir a lo largo de los últimos tiempos a causa de esas conexiones. Tanto el padre de la excanciller como su hermano están encarcelados por participar en las redes narco-paramilitares. Álvaro García Romero y Miguel De la Espriella, elegidos para el Senado en el segundo y tercer puestos de la lista del partido de Uribe, están en prisión por haberse probado así mismo su vinculación a estos grupos. El propio primo de Uribe, Mario Uribe, y fundador junto a él del partido Colombia Democrática, ha tenido que dimitir recientemente y está siendo investigado.

 

Uribe, hijo él mismo de un oligarca vinculado al narcotráfico, empezó su carrera política como Alcalde de Medellín, colaborando estrechamente con uno de los más famosos narcotraficantes de esta ciudad: Pablo Escobar. Muchos de quienes han investigado los oscuros recovecos del negocio del tráfico de drogas en Colombia no dudan que el siniestro personaje del dirigente político, estrechamente vinculado a Pablo Escobar y sus negocios, que aparece citado en el best seller "Amando a Pablo, odiando a Escobar" con el nombre de "Doctor Varito" y el actual inquilino de la Casa de Nariño puedan ser la misma persona. Lo que no es deducción ni sospecha sino un hecho perfectamente comprobable es que Uribe aparece en un informe elaborado por la agencia policial estadounidense CIA en 1991 acerca de 115 delincuentes colombianos implicados en el negocio del narcotráfico en Colombia. El delincuente nº 82, Álvaro Uribe Vélez, era entonces un prometedor político bien relacionado con las altas finanzas y mejor relacionado aún con el cártel de Medellín.

 

Bajo la gestión de Uribe como director de Aviación Civil consiguieron Escobar y otros narcotraficantes las licencias para vuelos que les permitieron transportar grandes cantidades de droga entre distintas regiones de Colombia y al resto del mundo. Las licencias otorgadas por Aviación Civil entre 1952 y 1981 ascendieron a 2.339, en los 28 meses durante los cuales Uribe dirigió este departamento se otorgaron 2.242, 200 de ellas a personas cuya pertenencia al cártel de Medellín fue posteriormente comprobada.

 

Otro hecho público y notorio en el currículum vitae "democrático" de Álvaro Uribe Vélez es que durante su gestión como Gobernador de Antioquia, creó las llamadas CONVIVIR: unas supuestas cooperativas de seguridad privada financiadas y armadas por su Gobierno regional que, según denuncian varios organismos de derechos humanos, fueron la cobertura para organizar y legalizar un grupo paramilitar fascista. Las CONVIVIR han sido denunciadas por intimidar y asesinar a miles de sindicalistas y luchadores campesinos del estado de Antioquia y desempeñaron un papel fundamental en la creación de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), el grupo que intentaba unificar bajo un mismo mando a todas las bandas paramilitares fascistas.

 

El dirigente de las AUC, Salvatore Mancuso, hoy procesado en Estados Unidos por narcotráfico, declaraba, ufano, hace pocos años que más del 30% de los diputados de la Asamblea Nacional que apoyó a Uribe como presidente estaban controlados por los paramilitares. "Podemos afirmar con los datos a la mano, que la meta original del 30% ha sido largamente superada y constituye un hito en la historia de las  AUC (...) Es motivo de inmensa satisfacción que los candidatos de nuestras preferencias, surgidos en su mayoría de nuestras bases sociales y políticas, y como tales, fruto de un vasto y firme esfuerzo formativo por parte de las Autodefensas, hayan alcanzado un masivo respaldo de los electores."

 

Para comprender cómo se ha ido tejiendo esta complicada madeja que vincula los intereses de sectores decisivos de la oligarquía, los narcotraficantes y paramilitares, el aparato del estado y el propio imperialismo, debemos analizar el surgimiento y desarrollo del conflicto armado que desangra al pueblo de Colombia desde hace casi 60 años. También debemos partir de ese análisis para entender el desarrollo de la lucha de clases en el país hermano y, lo más importante de todo, para encontrar el programa y los métodos que puedan acabar con la espiral de opresión, muerte y violencia que sufren los jóvenes y trabajadores colombianos y transformar la sociedad tanto en Colombia, como en Venezuela y el resto de América Latina.

 

Los orígenes del conflicto armado

 

La primera causa de la guerra en Colombia es la estructura económica y social del país, profundamente injusta. De 10 millones de hectáreas del territorio colombiano consideradas adecuadas para la agricultura sólo se cultivan 4 millones, el resto se mantienen improductivas en manos de los grandes ganaderos y terratenientes. En todo el país existen 30 millones de hectáreas dedicadas a la ganadería extensiva o a los llamados narcolatifundios. Un 1,5 % de latifundistas y grandes narcotraficantes posee el 80 % de la tierra mientras el 85% de la población rural vive en la pobreza. Si incluimos también la población urbana la pobreza castiga a más del 50% de la población.

 

El parasitismo y crueldad extremos de la oligarquía colombiana se refleja en la resistencia del llamado establecimiento nacional, formado por la fusión de intereses entre los grandes propietarios agrícolas y ganaderos del campo y la burguesía financiera e industrial de las ciudades, a ceder siquiera una mínima parte de sus  privilegios y poder. Este sigue siendo hoy el factor decisivo que explica el conflicto armado e impide la paz. Cualquier movimiento político, sindical o campesino susceptible de cuestionar el derecho de esta oligarquía a seguir dirigiendo Colombia como su hacienda privada es brutalmente reprimido.

 

La escisión por la izquierda del Partido Liberal liderada por Jorge Eliézer Gaitán en los años 40 fue contestada por la clase dominante con el asesinato, el 9 de Abril de 1948, de este líder revolucionario apoyado entusiastamente por la clase obrera y los campesinos. Gaitán proponía una reforma agraria profunda, e incluso se declaró a favor de la nacionalización de sectores decisivos de la economía como los bancos y algunas empresas. Su asesinato provocó una insurrección popular (el "Bogotazo") que fue ahogada en sangre por la burguesía. En distintas regiones estallaron insurrecciones campesinas de masas y fueron proclamadas las llamadas "repúblicas independientes", zonas bajo el control de cada guerrilla campesina donde el ejército no osaba entrar.

 

La ausencia de un partido obrero revolucionario enraizado en las masas que pusiese a la clase obrera al frente de todo este movimiento revolucionario y unificase al mismo entorno a un programa consciente para transformar la sociedad impidió tomar el poder. La dispersión del movimiento y su falta de objetivos nacionales, característica de los movimientos insurreccionales campesinos cuando no encuentran la dirección de la clase obrera organizada, facilitó a la oligarquía su labor represiva. Entre 1949 y 1958 se calcula que fueron asesinadas unas 180.000 personas,  el 65% de las cuales eran campesinos. El actual conflicto armado tiene su origen histórico en esta insurrección campesina de masas y la brutal represión desatada por la burguesía para aplastarla.

 

La lucha contra las guerrillas era utilizada, antes incluso del nacimiento de las FARC y el ELN, por los terratenientes y ganaderos para imponer un régimen de terror en el campo y expulsar en masa a los pequeños propietarios campesinos de sus tierras. De este modo ampliaron (y en algunos casos forjaron) sus latifundios; adquiriendo a bajo precio, o incluso sin pagar un peso, los bienes de los campesinos asesinados o que, amenazados de muerte, se veían obligados a abandonar sus tierras. Aquellos que se quedaban eran obligados mediante el terror a trabajar en condiciones de semiesclavitud. Esta práctica no sólo no ha sido abandonada sino que se ha ido adaptando y perfeccionando durante las últimas décadas. Actualmente existen en Colombia 4 millones de desplazados y cada año son asesinadas miles de personas. Solamente entre 1966 y 1988 hubo 29.000 asesinados, entre 1999 y 2001 la cifra de muertes alcanzó la escalofriante cifra de 5.800. Es esta situación de expoliación y represión despiadada por parte de la oligarquía la que ha alimentado el surgimiento y mantenimiento durante décadas de distintos grupos guerrilleros.

 

 "En 1952 la guerrilla operaba en 12 frentes regionales (entre 35 mil y 40 mil guerrilleros). Tras la amnistía de Rojas Pinilla en septiembre de 1953 los liberales abandonan la lucha y pactan con el gobierno. Un grupo reducido permanece ofreciendo resistencia a la Contrarreforma agraria impulsada por los latifundistas, en ese contexto histórico surge la figura de Pedro Antonio Marín, "Manuel Marulanda", alias Tirofijo, que había combatido en la guerrilla liberal y había establecido su centro de operaciones en la región de Marquetalia. En 1964, bajo la presidencia del conservador León Valencia, el ejército lanzó un ofensiva masiva con 16 mil soldados con apoyo aéreo contra Marquetalia. 5 000 campesinos alzados, opusieron una resistencia tenaz y fueron posteriormente obligados a replegarse. Se calcula que producto de los ataques aéreos perecieron cerca de 15 mil campesinos. En ese mismo año surgen las FARC, un año después en 1965 se funda el ELN, inspirados por Camilo Torres y en 1968 se funda el EPL y los tres forman posteriormente la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar." Tras el fraude electoral organizado por la clase dominante en las elecciones de 1970 a estos movimientos guerrilleros se unió el Movimiento 19 de Abril (M-19).

 

¿Revolución "por etapas" o revolución permanente?

 

El heroísmo con que la juventud colombiana ha respondido durante décadas a la represión organizada por la clase dominante (ya sea utilizando directamente a sus cuerpos represivos  ya sea mediante la subcontratación de la represión a través de las bandas paramilitares fascistas) es un ejemplo para todos los revolucionarios del mundo. Pero la única política que puede garantizar el éxito es la de orientar esta abnegación y heroísmo hacia el trabajo paciente en el seno de la clase obrera con el objetivo de construir una organización revolucionaria con un programa socialista, desarrollar sindicatos clasistas, formar cuadros, etc. Sólo este camino permite a los activistas revolucionarios ponerse al frente de la clase obrera y desde ahí ofrecer también  una dirección revolucionaria a la insurrección en el campo.

 

Sin embargo, el programa que ofrecían las organizaciones que en los años 50 y 60 aparecían como puntos de referencia a nivel internacional para la lucha contra el capitalismo: los partidos comunistas estalinistas o maoístas, estaba basado en la llamada "teoría de las dos etapas". Dicha teoría separa totalmente la lucha por los objetivos democráticos y antiimperialistas de la lucha por el socialismo. El objetivo de la revolución no puede ser, según sus defensores, expropiar a los capitalistas y construir el socialismo sino formar una alianza con los sectores progresistas o patrióticos de la burguesía. Sólo en un futuro indeterminado, cuando se haya completado la fase democrática y antiimperialista de la revolución y se haya desarrollado el capitalismo plenamente, es posible plantear los objetivos socialistas.

 

Trotsky demostró con su teoría de la revolución permanente como esta concepción es absolutamente falsa y sólo puede llevar a una trágica derrota de la revolución. El desarrollo del capitalismo a escala mundial, que caracteriza la fase imperialista del sistema, tiende a  fusionar los intereses de los distintos sectores de la clase dominante (capital financiero, burguesía industrial, terratenientes...) así como a incrementar la dependencia y sometimiento de las distintas burguesías nacionales al imperialismo. Eso significa que no existe ningún sector progresista ni patriótico en las filas de la burguesía. Incluso los objetivos más básicos de las masas obreras y campesinas: la reforma agraria, unas condiciones de vida y trabajo dignas, la lucha por la democracia, la soberanía nacional y la justicia social chocan con la oposición despiadada del conjunto de la clase de los capitalistas, que no dudan en aliarse con el imperialismo y con los sectores más reaccionarios de los terratenientes para aplastar la revolución. La historia de los distintos países latinoamericanos (y de otras muchas zonas del planeta) a lo largo de los siglos XIX, XX y lo que va del  XXI lo confirma.

 

Las políticas estalinistas y reformistas de buscar pactos con la supuesta burguesía nacional progresista eran incapaces de poner al movimiento obrero organizado al frente de la insurrección que incendiaba los campos y haciendas colombianas. Pero la incapacidad del capitalismo para ofrecer condiciones de vida dignas a la inmensa mayoría de la población y la represión del estado empujaba a las masas y los sectores más activos de la vanguardia a la lucha.

 

Auge y crisis del guerrillerismo

 

La victoria de la revolución cubana animaba, además, a los activistas revolucionarios más combativos de toda Latinoamérica, hartos de la represión del estado burgués y de la ausencia de un programa y métodos revolucionarios que les mostrasen como se podía ganar la dirección del movimiento obrero, a intentar la vía del enfrentamiento armado directo con el estado al margen de las masas o ,como mucho, concibiendo la movilización de aquellas como un elemento auxiliar de las acciones guerrilleras, que eran vistas como el método fundamental de lucha.

 

Sin embargo, las victorias de diversas organizaciones guerrilleras en Cuba, antes en China o Vietnam, y posteriormente en Nicaragua, fueron la excepción más que la regla. En el caso de China un elemento fundamental que favoreció la victoria guerrillera fue la descomposición causada por la propia guerra mundial. El estado burgués se había hundido y la clase dominante, implicada hasta el cuello con los ocupantes, huyó despavorida a medida que el ejército guerrillero campesino dirigido por el PCCh avanzaba de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Además, las expropiaciones de tierras que este acometía le daban el apoyo entusiasta de los campesinos pobres y aumentaban el pánico de los grandes propietarios. Aunque Mao predicaba 100 años de capitalismo no le quedó más remedio que llevar a cabo, aunque de un modo distorsionado, la expropiación política y económica de los capitalistas. Eso garantizó el triunfo de la revolución.

 

En  Cuba la lucha guerrillera dirigida por Fidel y el Che no se prolongó durante décadas al margen de las masas sino que tomó por sorpresa al imperialismo y la burguesía y coincidió con un movimiento explosivo de la clase obrera que impidió toda respuesta de la oligarquía. La dictadura de Batista y el aparato del estado burgués estaban absolutamente podridos. La huelga general en la Habana, protagonizada por el proletariado, o las luchas obreras en Guantánamo y otras ciudades, paralizaron el aparato represivo de la clase dominante y provocaron el colapso del estado burgués. Ello permitió a los dirigentes guerrilleros tomar el poder sin resistencia.

 

En Vietnam la lucha tampoco consistía en el enfrentamiento de un grupo guerrillero al margen de sectores decisivos del pueblo contra los ejércitos de la burguesía y el imperialismo sino en una insurrección armada de masas. Lo mismo se podría decir de Nicaragua. En 1975, tras  casi 15 años de lucha -"guerra popular prolongada"- en las montañas de Nicaragua, el FSLN estaba aislado de las masas, en crisis y dividido en varios sectores. Fue la insurrección de las masas proletarias y semiproletarias de las ciudades, y en menor medida en el campo, a lo largo de 1978 y la primera mitad de 1979 la que tumbó la dictadura de Somoza y paralizó a la clase dominante. En ese contexto, los sandinistas -que aparecían como los únicos que se habían mantenido firmes durante años luchando contra la dictadura- fueron vistos tanto por los trabajadores como los campesinos como su dirección. Las masas intentaron transformar la sociedad a través de ellos.

 

Pero, en los demás casos (que son la inmensa mayoría), la lucha heroica de miles de jóvenes que abandonaron el trabajo paciente en los liceos y universidades, o en el seno de la clase obrera, y se fueron a la selva o la montaña a luchar en la guerrilla no terminó en la victoria de la revolución y la toma del poder sino en el aislamiento de los guerrilleros con respecto a sectores decisivos de las masas, la derrota y en muchos casos la cárcel o la muerte. Lo vimos en Perú, Guatemala, El Salvador, la propia Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay... y, desgraciadamente,  muchos países más.

 

La lucha por el poder y el engaño de la negociación con la burguesía

 

En distintos momentos de la historia de Colombia la prolongación del clima de violencia, que hemos descrito anteriormente, unido a las miserables condiciones de vida a que somete a las masas el dominio de la oligarquía,  ha provocado movilizaciones masivas por parte de los trabajadores en las ciudades, los campesinos y la juventud. Estas movilizaciones iban acompañadas de un cuestionamiento creciente hacia el sistema capitalista. Ya hemos explicado como la situación revolucionaria que abrió el asesinato de Gaitán fue desaprovechada por la ausencia de una organización obrera revolucionaria de masas y se dispersó en estallidos campesinos y focos guerrilleros que, pese a su extraordinario heroísmo, no pueden derrotar el poder centralizado del aparato represivo construido por la clase dominante.

 

Durante los años 70 y la primera mitad de la década de los 80 la crisis del capitalismo colombiano y el  descontento de las masas con sus condiciones de vida crearon una correlación de fuerzas muy favorable para los grupos revolucionarios. Los dirigentes guerrilleros, como ocurriera en Nicaragua, eran vistos como el principal punto de referencia a la hora de luchar contra el sistema y su apoyo entre las masas aumentaba. Esto obligó a un sector de la burguesía encabezado por el entonces presidente Belisario Betancur a abrir un proceso de negociación con ellos. Sin embargo, la burguesía colombiana no estaba dispuesta a ceder en nada fundamental. Su objetivo era ganar tiempo, evitar que el creciente descontento y movilización social encontrase una dirección revolucionaria que pudiese amenazar su control del estado y de la economía y, en cuanto la situación social lo permitiese, poder recuperar la iniciativa y pasar a la ofensiva contra la izquierda revolucionaria.

 

Si los dirigentes de las FARC y el M-19 (en aquel momento las dos guerrillas más activas y poderosas) se hubiesen basado en la lucha de las masas, y en primer lugar en la organización y movilización de la clase obrera, ofreciendo a ésta un programa socialista que partiendo de la lucha por resolver sus problemas más inmediatos (reforma agraria, pobreza, desempleo, etc.) vinculase los mismos a la lucha por la paz y explicase que ésta sólo se podía alcanzar expropiando a la oligarquía y sustituyendo el estado creado por ésta por un estado de los trabajadores, hubiesen podido agrupar a la inmensa mayoría de la sociedad y tomar el poder.

 

Lamentablemente, estos dirigentes -aunque habían mostrado un gran heroísmo y capacidad de sacrificio- seguían influidos por la concepción estalinista de las dos etapas antes comentada. Esto les impidió aprovechar el contexto favorable. Al mismo tiempo su método fundamental, especialmente (en ese momento) por parte del M-19, era el de planificar acciones espectaculares de guerrilla urbana (el robo de la espada de Bolívar, la toma de la Embajada dominicana o el Asalto a la Corte Suprema) en lugar de organizar una huelga general revolucionaria que, en aquel contexto de la lucha de clases, habría podido paralizar a la burguesía y colapsar al estado burgués. Como explicaba Engels, si una oportunidad revolucionaria es desaprovechada la contrarrevolución pasa al ataque y puede tardar años -incluso décadas- en presentarse una nueva ocasión igual de favorable.

 

El exterminio de la Unión Patriótica

 

La declaración de un cese el fuego por parte de los dirigentes guerrilleros de las FARC en 1985 y el abandono definitivo de las armas por parte del M-19 más tarde, en 1990, no para basarse en la lucha revolucionaria de las masas entorno a un programa marxista, sino para intentar negociar con el sector supuestamente progresista (o menos reaccionario) de la burguesía tuvo un desenlace trágico.

 

"En 1984 bajo el gobierno de Belisario Betancur, se inician diálogos serios entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, para desarrollar un plan estratégico y darle fin a la guerra. En ese proceso surge la UP (Unión Patriótica). Este movimiento aglutinó a todo un conjunto de organizaciones sedientas de paz y que apostaban por la paz, incluyendo a algunos dirigentes guerrilleros, que habían depuesto las armas y abrazado la vida política. Solo en el período comprendido entre 1985 y 1990 son asesinados miles de militantes de la UP, a cualquier hora y en cualquier lugar, familias enteras fueron arrasadas. Entre ellos tres candidatos presidenciales son asesinados en menos de ocho meses, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal. (...) El resultado: Miles de exiliados y un grupo no menos importante retomó las armas y regresó a las FARC, entre ellos Ricardo Palmera "Simón Trinidad" , un ex-banquero, hoy preso en los Estados Unidos. Diferentes planes fueron ideados para eliminar físicamente a la Unión Patriótica. La operación "Cóndor", el plan "Baile Rojo", el plan "Esmeralda", el plan "Retorno" y el último "El Plan Golpe de Gracia". En 2002 la UP ya agonizante pierde su personería jurídica."

 

La misma  suerte correrá el "eme" tras entregar las armas en 1990. Luego de obtener 100.000 votos en las elecciones municipales, el máximo dirigente del grupo, Carlos Pizarro Leóngómez, varios dirigentes nacionales y locales y decenas de activistas fueron igualmente asesinados. En las presidenciales de 1990 Antonio Navarro Wolf (que sustituía a Pizarro una vez asesinado éste) consiguió más de 700.000 votos, fue el tercer candidato más apoyado. Esto demostraba la fuerza y voluntad de lucha que, a pesar del terror sembrado por la clase dominante y los errores de los dirigentes guerrilleros, seguía presente en las bases revolucionarias. Pero también evidenció la falta de confianza en las masas y de un programa claro y concreto para movilizarlas y luchar por el poder por parte de los dirigentes guerrilleros.

 

Si los dirigentes de la Unión Patriótica, de las FARC, del ELN o del M-19, en cuanto comenzó la represión, hubiesen convocado una huelga general para luchar por el programa antes mencionado habrían puesto en jaque a la burguesía. Si al mismo tiempo hubiesen utilizado las armas que todavía tenían, y su experiencia militar, no para volver a la lucha al margen de las masas sino para organizar piquetes armados de autodefensa en cada centro de trabajo, en cada barrio obrero y en cada pueblo, entre los obreros y campesinos, habrían podido aplastar en su mismo origen a los grupos paramilitares fascistas y dividir en líneas de clase y paralizar al ejército.

 

Pero en ausencia de ese programa y métodos, la política de insistir (a pesar de los constantes asesinatos de militantes y dirigentes) en llamados al gobierno burgués para que castigase a los culpables, mientras se seguía planteando como objetivo central de la lucha  un acuerdo con el (absolutamente inexistente) sector patriótico de la burguesía, sólo podía generar antes o después la paulatina desmoralización de sectores significativos de las bases revolucionarias. Estas recibían golpe tras golpe y no encontraban otra alternativa que constantes marchas de protesta, campañas de denuncia internacional y en la prensa, etc. La idea de que "nosotros tenemos la razón pero ellos tienen la fuerza", como plantean varios  activistas de la UP en el documental "El Baile Rojo"-  se extendía. Esta idea es particularmente desmoralizadora. El terror ganaba espacio y sectores crecientes de las masas veían cada vez más difícil poder detener la espiral de represión y muerte. En ausencia de una política que demuestre que sólo el camino de la lucha colectiva de masas puede cambiar las cosas, lo que tiende a imponerse es la lucha individual por sobrevivir. Una  parte de los activistas (sobre todo en el caso de las FARC) decidió que el único camino para resistir la brutal campaña de asesinatos de la burguesía era volver a la selva y las montañas.

 

Esto representa una lección grabada en sangre para el movimiento revolucionario en Colombia y en todo el mundo. También es una respuesta a los cínicos burgueses, y a los apóstatas sin principios que declarándose de izquierdas tachan a los guerrilleros colombianos de "simples asesinos" o "delincuentes". Si la guerrilla no tuviese ninguna base social no habría podido resistir durante tiempo los embates de las bandas mercenarias financiadas por los terratenientes y el ejército burgués con el apoyo del imperialismo yanqui. Miles de jóvenes, obreros y campesinos, enfrentados a la crisis del capitalismo y la represión de la oligarquía, han engrosado durante décadas las filas de la guerrilla. Esto demuestra la capacidad de lucha y heroísmo que anida en el corazón de las masas pero también confirma que si estas cualidades no encuentran un programa y unos métodos que sepan vincular a los activistas de vanguardia al conjunto de la clase obrera y los explotados, y ganar su apoyo, consiguen lo contrario de lo que pretenden.

 

De la negociación de 1998 al uribismo

 

Como explicábamos anteriormente, la guerra -además de suponer una pesadilla para los trabajadores y campesinos- también tiene un coste político, social y económico para la clase dominante. El cansancio y el miedo se transforman en diferentes momentos en movilizaciones masivas de sectores de la población pidiendo paz y un creciente malestar social. La inestabilidad política y el conflicto militar afectan al comercio y las inversiones. Por no hablar de la propia seguridad personal de determinados miembros de la clase dominante.

 

Todas estas razones han empujado en distintos momentos históricos a sectores de la oligarquía a abrir negociaciones con los dirigentes guerrilleros. El último (hasta el momento) de estos procesos de negociación que despertó ilusión y expectativas entre las masas colombianas fue el abierto en 1998. Sin embargo, el desarrollo de aquella negociación y su posterior ruptura evidenciaron, una vez más, que ningún sector de la burguesía  colombiana -más allá de los discursos cara a la galería- está dispuesto a negociar otra cosa que no sea la rendición de los guerrilleros.  Ahora  que se empieza a hablar nuevamente de negociación, puede ser útil recordar quien hizo fracasar el "diálogo" abierto en 1998 y porqué.

 

A diferencia de otras negociaciones con grupos guerrilleros, en 1998 el estado burgués incluso concedió a las FARC una extensa zona  de 42.000 Km. bajo su control (la zona de distensión) en la cual se desarrollaría el diálogo. Esto revelaba el equilibrio de fuerzas existente. Sin embargo, desde el primer momento, la burguesía -consciente del peligro que representa la existencia de una guerrilla poderosa que controla una parte del país- al tiempo que mantenía las reuniones con los líderes guerrilleros en el Caguán para cubrir las apariencias, se dedicaba a reforzar su poder militar (con ayuda del Plan Colombia implementado por el imperialismo estadounidense y el consiguiente incremento del gasto militar) e intentaba debilitar por todos los medios a su alcance el de las FARC.

 

A principios de 2002, la oligarquía colombiana decidió que no había nada que seguir discutiendo con los guerrilleros. El imperialismo estadounidense -en plena euforia belicista posterior a los atentados del 11-S - acababa de incluir a las FARC y el ELN en su lista de grupos terroristas y presionaba para una política de guerra abierta contra ellos. Además, un cierto grado de conflicto armado -al menos mientras éste no se les escape de las manos- les podía ser de utilidad para reprimir y distorsionar la lucha de clases en la propia Colombia y fortalecer su ofensiva contra la revolución bolivariana.

 

Parafraseando a Vito Corleone, el Gobierno conservador de Pastrana hizo a las FARC una oferta que sólo podían rechazar. Exigió una tregua incondicional y la aceptación de controles militares en la zona de distensión para seguir negociando. De este modo el ejército burgués ganaría tiempo para fortalecer su posición militar sobre el terreno y utilizaría los controles para debilitar y cercar militarmente de forma paulatina a las FARC. Los dirigentes guerrilleros -con la experiencia de la Unión Patriótica fresca en la memoria y una posición militar que no les obligaba en ese momento en absoluto a rendirse- difícilmente podían aceptar estas condiciones, máxime cuando el vínculo entre la burguesía, el aparato estatal y los jefes narco-paramilitares lejos de deshacerse persistía e incluso se fortalecía. La negativa de las FARC a aceptar las draconianas condiciones impuestas por el gobierno fue utilizada para responsabilizar a los guerrilleros del fracaso de la negociación (y de la enorme frustración que ello generó en la sociedad). Sobre esa base, la burguesía colombiana y el imperialismo estadounidense han lanzado una ofensiva militar sin precedentes que, iniciada bajo el Gobierno Pastrana, se ha mantenido e intensificado con Uribe.

 

Una vez más, los dirigentes guerrilleros se vieron entre la espada y la pared. Lo único que les habría permitido romper el cerco mediático, político y militar organizado por la clase dominante era basarse en la organización y movilización revolucionaria de las masas entorno a un programa marxista de transición al socialismo. En Venezuela estaba en pleno desarrollo la revolución bolivariana y en Bolivia y Ecuador la lucha de clases llamaba con  insistencia a la puerta. Sin basarse en los métodos de la clase obrera y la lucha de masas, las FARC y el ELN se ven obligados a luchar en unas condiciones cada vez más difíciles tanto desde el punto de vista social y político como militar.

 

El crecimiento del presupuesto militar por parte del estado colombiano, con la excusa de que había que obligar a la guerrilla a abandonar las armas, ha sido exponencial desde principios de este siglo.  Colombia está entre los 10 países del mundo que más gastan en armamento. "En Colombia el gasto militar es superior al 5% del PIB, muy superior al promedio latinoamericano de 1.6% del PIB, y solo superado en el mundo por Israel y Burundi. Inclusive otros países con conflicto interno como Etiopía, Angola, Pakistán o Filipinas, dedican menos recursos al gasto militar".

 

 "Con relación al PIB este ascenderá a 4,7% en el 2008 frente a un promedio de 2% entre 1950 y 1989 y de 2,8% entre 1990-98; si se incluye el gasto de entidades departamentales y municipales y de entidades como defensoría y otras ya mencionadas así como el Plan Colombia, estos gastos ascenderán al 6,3% del PIB en 2008 (...) en conjunto con el servicio de la deuda absorbieron el 49,1 del presupuesto nacional en 2007 y en el 2008 será aún mayor.(...) El 81,2% del total de empleos públicos con cargo al presupuesto del gobierno central en el 2008 corresponde a defensa, seguridad y policía, y 58,4% de los sueldos y salarios del Presupuesto central al Ministerio de Defensa"

 

El Plan Colombia y sus sucesores (Patriota, etc) ha significado, además, la más absoluta supeditación por parte del gobierno y la cúpula militar colombiana a las estrategias militares, económicas y polìticas que dicta el imperialismo estadounidense.

 

La intervención del imperialismo

 

El objetivo más inmediato del Plan Colombia era debilitar y arrinconar a las FARC y el ELN. Desde un punto de vista más general este plan y sus sucesores bajo distintos nombres (Patriota, etc) obedece a la necesidad del imperialismo estadounidense de intensificar su presencia militar en su patio trasero (paralelamente a la económica) e intervenir contra cualquier amenaza a sus intereses. El resultado ha sido la creciente militarización de Colombia y el fortalecimiento tanto del propio ejército colombiano como de la presencia militar directa de los EE.UU.

 

En un contexto de crisis económica aguda, desigualdades sociales y descontento popular creciente en toda Latinoamérica (y en los propios EE.UU.), con la revolución venezolana derrotando las acometidas imperialistas y proyectándose como un cada vez más poderoso punto de referencia a escala internacional, el imperialismo estadounidense decidió apoyarse en la oligarquía colombiana para intentar convertir a Colombia en el Israel de América Latina, una base desde la que intentar aplastar cualquier movimiento revolucionario en el continente y en primer lugar la revolución bolivariana.

 

Como explicábamos entonces, en un artículo escrito tras la llegada al poder de Uribe en mayo de 2002: "EE.UU., además de la presencia militar en aumento en Colombia, ya ha establecido bases militares en Ecuador y otros países y ha organizado maniobras conjuntas de varios ejércitos latinoamericanos como el "ejercicio Cabañas 2001" y otros ensayos más recientes en Chile. Es significativo que, según distintos expertos militares que han estudiado estas maniobras, las mismas se han centrado en cómo derrotar a un hipotético enemigo interno y no en un supuesto conflicto militar entre países.

 

En realidad esta ofensiva militar no es un síntoma de fortaleza del sistema sino un reflejo de su crisis profunda, cada vez tienen más problemas para mantener la estabilidad y su dominio por medios normales, "pacíficos", mediante el engaño de la democracia burguesa y se preparan para la posibilidad de tener que recurrir al dominio por medios militares. En caso de que cualquiera de estos focos de inestabilidad revolucionaria se les escapase de control se verían obligados a intervenir (incluso militarmente).

 

"Mientras puedan -debido a que la experiencia de Vietnam aún está fresca en la memoria de millones de jóvenes y trabajadores estadounidenses- utilizarán a los ejércitos burgueses de la zona con "apoyo logístico" de EEUU (como ya están haciendo con el ejército colombiano en la lucha contra la guerrilla). Pero esto tiene su propia dinámica y la imposibilidad de estabilizar definitivamente la situación por esos medios podría obligarles a tener que intervenir cada vez más directamente. Una situación semejante, como también ocurriera en Vietnam, sería un callejón sin salida y tendría efectos revolucionarios en todo el continente y también en los propios Estados Unidos"

 

El imperialismo estadounidense utiliza a la oligarquía colombiana para intentar abortar el actual ascenso de la lucha revolucionaria de las masas en Suramérica, y en primer lugar -obviamente- para amenazar, hostigar y si lo considerase necesario agredir a la vecina revolución venezolana. Sin embargo, como hemos explicado en otros materiales: "La correlación de fuerzas actual en Venezuela, en la propia Colombia y en el resto de América Latina, hace que si el imperialismo opta por buscar una confrontación directa entre ambos países (ya sea con la excusa de la lucha contra la guerrilla, ya con una hipotética desestabilización de los estados fronterizos, especialmente Táchira y Zulia) como medio para poder intervenir contra la revolución venezolana, podría conseguir lo contrario de lo que busca. En Venezuela viven, según algunos datos, 5 millones de personas de origen colombiano. La mayoría de ellas apoyan la revolución. En la propia Colombia, como hemos dicho, a pesar de todos los crímenes de la oligarquía, el movimiento obrero y campesino mantienen la cabeza bien alta y se acumula un enorme malestar en el seno de las masas. El intento de utilizar al régimen contrarrevolucionario colombiano para aplastar la revolución en Venezuela podría tener el efecto de abrir la puerta a la revolución en Colombia y en toda Latinoamérica. Pero para ello, como en todo lo demás, el punto clave es qué política defiende la dirigencia de la revolución venezolana, así como la propia izquierda colombiana".

 

Por el momento, con el imperialismo empantanado en Irak y Afganistán y enfrentado a un ascenso revolucionario en América Latina, su estrategia fundamental es intentar sabotear y destruir la revolución venezolana desde dentro, utilizando el saboteo económico para minar la moral de las masas y apoyándose en la "quinta columna" de la burocracia y el refomismo  para erosionar el apoyo social a la revolución. No obstante, combinan todas las formas de lucha y -como hemos dicho- están reforzando también el frente militar con la connivencia de la burguesía colombiana. Por el momento, éste es utilizado fundamentalmente para amenazar, atemorizar y desprestigiar. Pero si mañana la situación lo permitiese y les empujase a ello harían todo lo posible para intentar intervenir contra la revolución apoyándose en la oligarquía colombiana.

 

Esto significa que el desarrollo de la lucha de clases en los dos países hermanos está cada vez más interrelacionado. El imperialismo lo comprende desde hace tiempo y por eso intenta fortalecer la contrarrevolución en Colombia para utilizarla como un ariete contra la revolución venezolana. La dirección del movimiento bolivariano en Venezuela debe desarrollar una política que tenga por objetivo no la búsqueda de acuerdos diplomáticos con el gobierno contrarrevolucionario colombiano para mantener el status quo sino un programa que gane el apoyo entusiasta de las masas obreras y campesinas del país vecino, las movilice y sirva para extender la revolución a la otra patria de Bolívar. Más adelante entraremos en detalle en la política que se ha aplicado hasta ahora y en cuál se debería aplicar, a nuestro juicio, para lograr este objetivo.

 

Militarismo y paramilitarismo: dos caras de la misma barbarie

 

La guerrilla colombiana, en particular las FARC, llegó a conquistar un poder militar e influencia social bastante más fuerte que otros grupos guerrilleros. Según distintos cálculos,  han llegado a agrupar entre 15.000 y 20.000 combatientes y a controlar aproximadamente un 40% del territorio nacional (aunque el porcentaje de población que habita esos territorios es muy inferior). No obstante, tras décadas de conflicto armado, ese apoyo ha sufrido un desgaste significativo. Los asesinatos de Raúl Reyes, Iván Ríos y otros comandantes guerrilleros, la entrega de Karina y otros dirigentes, son un reflejo de esto.

 

La burguesía, apoyándose en su poderosa maquinaria propagandística, utiliza el hartazgo de las masas con la violencia (que, como hemos visto, ella misma generó)  para separar a sectores crecientes de la población de los guerrilleros y presentar a estos como los responsables de la misma. Esta táctica le ha permitido crearse una base social entre la clase media e incluso entre una parte de los sectores más atrasados y desesperados de las masas.

 

Uribe llegó al poder abanderando precisamente el fortalecimiento de la lucha militar "para conseguir la paz". Al tiempo, lanzaba cínica y demagógicamente todo tipo de promesas, juraba luchar contra la corrupción y la pobreza e incluso criticaba a la desprestigiada casta política oficial burguesa (a la que él mismo siempre ha pertenecido). "Mano firme, corazón grande" fue su slogan.

 

Utilizando de manera hábil el enorme desprestigio y rechazo hacia los partidos burgueses tradicionales, marcó distancias respecto a los mismos y se presentó como un hombre fuerte, dispuesto a "unir" y "salvar" al país por encima de las clases y los partidos. Su primer sostén evidentemente fueron los terratenientes y paramilitares. Como llegó a decir su rival, el candidato liberal Horacio Serpa, "no todos los uribistas son paramilitares pero prácticamente todos los paramilitares son uribistas". Los votos que mediante el miedo y las redes clientelares controlan los terratenientes y narco-paramilitares en muchas zonas de Colombia fueron a parar a Uribe. Además, su demagogia y la táctica de suavizar su imagen, marcando mayores distancias en público con los paramilitares hacia el final de la campaña le permitió también captar votos entre capas atrasadas de las masas, muy confusas y hartas de violencia e inseguridad.

 

Muchos burgueses, que inicialmente no habían apostado por un político tan vinculado al narco-paramilitarismo como Uribe, a medida que éste desbancaba en las encuestas a los candidatos de los partidos tradicionales, veían en él al líder capaz de llevar a cabo la ofensiva contra la guerrilla (y también contra las condiciones de vida de los trabajadores) que necesitaban. Por eso siguen haciendo todo lo posible por lavar su imagen y mantenerlo en el poder: modificación de la Constitución -que impedía dos mandatos consecutivos- para que pudiese presentarse por segunda y ahora por tercera vez, compra de votos para poder lograr esa modificación constitucional luego de que la misma fuese derrotada en varias ocasiones,...

 

Uribe ganó sus primeras elecciones en marzo de 2002 con el 53% de los votos pero más del 50% de la población se abstuvo. Esto  reflejaba el rechazo de la inmensa mayoría de la sociedad hacia la política oficial burguesa. Por otro lado, esa abstención masiva también evidenciaba la dramática ausencia de una alternativa por la izquierda que diese la sensación de poder cambiar las cosas en ese mismo momento.

 

Guerrilleros en la encrucijada

 

Uribe utiliza la lucha contra la guerrilla y la desmoralización que introduce entre sectores de las masas el clima de violencia política e inseguridad. Sin embargo, esta táctica sólo ha podido tener cierto éxito a causa de la ausencia de una organización revolucionaria que presente una alternativa capaz de hacer conscientes a las masas y en primer lugar a la clase obrera de su fuerza y le muestre un camino para poder transformar radicalmente la situación. Una conclusión que se desprende del desarrollo del conflicto interno colombiano durante los últimos tiempos es que los métodos y programa que defienden los dirigentes de las FARC y el ELN lejos de servir para derrotar la estrategia de los contrarrevolucionarios la están facilitando al aislarles de sectores decisivos de las masas.

 

En parte por los desplazamientos ocasionados por la guerra y en parte debido a la industrialización, el 70% de la población colombiana vive en grandes núcleos urbanos. Como siempre ha explicado el marxismo, los métodos guerrilleros pueden obtener en el mejor de los casos la simpatía y el apoyo pasivo de los trabajadores (al menos durante un tiempo) pero tienden a convertir a estos en un apéndice de la guerrilla y no en la dirección de la lucha por transformar la sociedad, en lugar de hacerlos conscientes de su fuerza pone esta en un segundo plano. Sin embargo, la clase obrera es la única clase que por su papel en la producción puede encabezar la transformación socialista de la sociedad.

 

Como explicábamos cuando analizamos el fracaso del proceso de negociación de 1984, si  los dirigentes de las FARC, el M-19 o el ELN hubiesen adoptado un programa genuinamente marxista y se hubiesen basado en la lucha de masas, encabezada por la clase obrera, podrían haber tomado hace tiempo el poder. En lugar de esto, la prolongación de la guerra de guerrillas durante décadas sin conseguir derrotar al estado burgués provoca inevitablemente la sensación de estancamiento y tiene un efecto desmoralizador sobre sectores de las masas y sobre muchos de los propios miembros de la guerrilla. Esta mantiene un apoyo entre sectores de los explotados en el campo pero la ausencia de un programa y métodos marxistas facilita la campaña militar y política de la burguesía (fortalecimiento del ejercito mediante los Planes Colombia, Patriota, Balboa; extensión del paramilitarismo, utilización demagógica de los atentados de la guerrilla,...).

 

La dinámica de una lucha militar desigual contra la acción combinada del ejército, los paramilitares y el propio imperialismo ha llevado, además, a los dirigentes guerrilleros a recurrir cada vez más a métodos desesperados como secuestros masivos e indiscriminados, atentados a instalaciones de multinacionales o infraestructuras publicas. La burguesía utiliza estas acciones de manera  propagandística con el fin de erosionar el apoyo a los guerrilleros y desprestigiarles. El propio ejército y los paramilitares fascistas han organizado masacres que son atribuidas a la guerrilla para reforzar esta campaña de manipulación.

 

Apoyándose en todos estos elementos, la burguesía -especialmente durante los últimos años- ha logrado presentar ante amplios sectores de las masas el conflicto armado como una lucha entre bandas de extrema derecha y de extrema izquierda en la que el ejército y el aparato del estado (que, como hemos visto, en realidad han apoyado y organizado las bandas paramilitares fascistas) se presentan a si mismos como garantes de la paz y la seguridad interna.

 

Con la llamada "doctrina de seguridad democrática" Uribe intenta ocultar sus verdaderos objetivos: la militarización del estado y la sociedad colombiana, la introducción de toda una serie de medidas  bonapartistas, la represión contra la izquierda, etc. bajo el disfraz de la lucha "por la paz", "contra los terroristas"... Para sorpresa y desesperación de muchos jóvenes y trabajadores, ha contado con la colaboración de varios ex guerrilleros y ex intelectuales izquierdistas que -como en otros países- se pasaron sin ningún rubor a las filas de la contrarrevolución tras el colapso del estalinismo. Destacados ex dirigentes del M-19 como Rosemberg Pabón (el llamado Comandante Uno) o Ever Bustamante han llegado al extremo de apoyar públicamente a Uribe, contribuyendo de este modo a la ceremonia de la confusión organizada por la oligarquía colombiana.

 

No obstante, el aspecto clave que ha impedido a los dirigentes de las FARC y el ELN contrarrestar esta ofensiva propagandística de la burguesía, además de los métodos guerrilleros, es que siguen sin desembarazarse de la concepción teórica etapista y gradualista que antes criticamos. El eje central de su programa sigue siendo forzar a la clase dominante (mediante el enfrentamiento militar directo con el estado por parte de los guerrilleros) a abandonar la represión y abrir un proceso de negociación. Pero esto es más difícil que luchar directamente por el poder. Una vez se garantizasen por parte de la burguesía condiciones para llevar a cabo una lucha por vías legales, el objetivo sería conseguir un gobierno genuinamente democrático y soberano, en esa situación habría condiciones para empezar a plantear la lucha por el socialismo. La realidad es que cada vez que los grupos guerrilleros han intentado este camino la respuesta de la oligarquía ha sido el exterminio físico de los militantes de izquierda y el mantenimiento de los ataques  a los derechos y condiciones de vida de las masas obreras y campesinas.

 

¿Divisiones en el seno de la burguesía?

 

Como explicábamos anteriormente, el coste económico, social y político del conflicto armado provoca inevitablemente contradicciones internas en el seno de la clase dominante. Esta es seguramente una de las razones fundamentales por las que ha estallado el escándalo de la "para-política". Los sectores decisivos de la burguesía, probablemente, intentan disciplinar a otras capas de la clase dominante (los propios jefes paramilitares y algunos -no todos- de los empresarios, terratenientes políticos burgueses y burócratas del estado más vinculados a ellos) y deshacerse de una capa de que había ido demasiado lejos y empezaba a representar una amenaza a sus propios privilegios e intereses.

 

Los jefes paramilitares son necesarios para la clase dominante para hacer el trabajo sucio. Pero al cabo de un tiempo (y máxime en un conflicto tan prolongado y con tanto dinero del narcotráfico vinculado al mismo circulando) tienden a desarrollar intereses propios.  Muchos de ellos escapan del control de los sectores determinantes de la oligarquía e incluso, endiosados por el papel de salvadores y garantes del orden capitalista que la propia burguesía les ha encomendado, osan disputarles privilegios y espacios de poder. Al mismo tiempo, una vez destapado el escándalo, la burguesía intenta utilizarlo propagandísticamente para hacer aparecer a Uribe por encima del bien y el mal y vender la idea de que aunque hay corrupción y vínculos de la "clase política" con el narco-paramilitarismo, el estado lucha contra ello.

 

Estos conflictos internos en el seno de la clase dominante ya los vimos también en los años 90 cuando el jefe del cartel de Medellín,  Pablo Escobar, se enfrentó a sectores decisivos de la oligarquía y al propio imperialismo. Escobar, nacido en una familia muy pobre, se había convertido en uno de ellos principales latifundistas colombianos y según la revista Forbes era la séptima persona más rica del planeta. Según distintas investigaciones, llegó a barajar planes para hacerse con el control del estado (eliminando incluso a otros miembros de la clase dominante que impedían o dificultaban sus objetivos). Especialmente cuando el imperialismo estadounidense pidió su cabeza, Escobar desafió abiertamente a la oligarquía. Eso le costó la vida. Sin embargo, un aspecto decisivo a comprender por los militantes revolucionarios es que, tanto entonces como ahora, estas disputas internas tácticas y por el reparto del botín no impiden que haya total unanimidad a la hora de atacar a la clase obrera y asesinar impunemente a los guerrilleros o a los activistas de izquierda.

 

Mancuso, los actuales jefes de las AUC e incluso una parte de los políticos burgueses, terratenientes y capitalistas que les acompañaron en Ralito, han acumulado poder y privilegios durante los últimos años y se mostraban cada vez más arrogantes. Declaraciones como la de que el 35%  de los diputados respondían a sus órdenes no  ayudan a esconder a los ojos de las masas la auténtica cara del sistema y confirmaron a los sectores decisivos de la oligarquía que muchos de los jefes narco-paramilitares, además de un problema de imagen y legitimidad, empezaban a  representar un peligroso competidor. Pero una cosa es que haya contradicciones internas en el seno de la burguesía y otra muy distinta que exista un sector con el que se pueda negociar y llegar a un acuerdo de paz justo y duradero.

 

¿Una nueva negociación?

 

Hace un par de años la burguesía colombiana  inició el llamado proceso de desmovilización de los paramilitares. El mismo ha sido presentado propagandísticamente de cara a las masas como un paso hacia la paz y la reinserción civil de los paracos. En la práctica, significa legalizar a más de 12.000  mercenarios pertenecientes a las AUC e integrarlos en distintas instancias del aparato estatal para que actúen como soplones y sicarios bajo el mando de la burguesía cuando sea necesario. Mientras, otros grupos irregulares de paramilitares fascistas como las Águilas Negras y otros toman el relevo y siguen asesinando a los activistas obreros y populares. En lo que va de año, mientras algunos burgueses hablan de paz e incluso de una nueva negociación, ya han sido asesinados 43 sindicalistas.

 

Ahora, tras la intensificación del cerco militar y mediático contra las FARC, distintos sectores de la burguesía colombiana han arreciado en sus declaraciones proponiendo abrir un nuevo proceso de negociación. Lo primero que hay que tener claro es que, como demostraron en el pasado, no están dispuestos a renunciar a uno sólo de sus privilegios ni a alterar en nada decisivo sus políticas de ataque contra la clase obrera, los campesinos y la juventud.  En el mejor de los casos estarán dispuestos únicamente  a negociar la rendición de los guerrilleros. En el peor, sobre todo si los dirigentes guerrilleros no cediesen en todos los puntos fundamentales, se limitarán a utilizar demagógicamente la negociación mientras les convenga para romperla cuando les venga mejor.

 

El debate acerca de una nueva negociación ha llegado al seno de la propia guerrilla y de la izquierda colombiana y latinoamericana. Algunos sectores, incluidos el Presidente Chávez y  el Presidente ecuatoriano Correa, han planteado la necesidad de que las FARC liberen a los rehenes en su poder de manera incondicional y abandonen la lucha armada para, con vigilancia internacional, abrir un nuevo proceso de diálogo entre los guerrilleros y el estado burgués. Esto ha generado expectativas entre algunos sectores pero choca con varios obstáculos. El primero y más importante es el que ya hemos dicho: la burguesía no cederá en nada fundamental. Además, el fantasma de lo ocurrido con la Unión Patriótica sigue presente en la mente de muchos guerrilleros y activistas de izquierda.

 

Tanto en el seno de la guerrilla como fuera de ella, muchos activistas de izquierda piensan -y la experiencia de 60 años les da la razón- que si las FARC entregasen las armas se repetiría la historia de los "procesos de paz" anteriores y serian masacrados sin piedad por el aparato del estado y los paramilitares. El problema es que tanto unos como otros consideran estas dos alternativas como las únicas: o continuar con los métodos de lucha guerrillera y el programa  aplicados hasta ahora, o entregar las armas y buscar un acuerdo con la burguesía.

 

Sólo la lucha de la clase obrera por un programa socialista puede lograr la paz

 

Plantear la lucha por la paz en abstracto y separada del combate por transformar las condiciones de vida de las masas, y por agrupar y movilizar a estas para derrotar los planes contrarrevolucionarios, lleva inevitablemente a un callejón sin salida. Si se mantiene la situación actual, el enfrentamiento militar directo entre los guerrilleros y el estado seguirá siendo utilizado para frenar y reprimir el desarrollo de la lucha de clases y los guerrilleros se enfrentarán a una situación militar y social cada vez más difícil. No obstante, si  los dirigentes de la guerrilla entregasen las armas a cambio de la promesa por parte de la burguesía de una nueva negociación estarían perdidos. En el caso de que tanto ellos como los dirigentes de la CUT (los sindicatos) o del Polo Democrático, en lugar de movilizar a las masas con el programa socialista que hemos explicado para transformar la sociedad, se dediquen a fomentar las ilusiones en que el camino para la paz pasa por  un acuerdo en la mesa de negociación con  un supuesto sector progresista de la burguesía, el resultado será, más pronto que tarde,  una nueva  frustración para las masas  y nuevas agresiones fascistas y crímenes contra los militantes de izquierda.

 

En una situación de represión brutal por parte de la clase dominante y resistencia heroica de las masas obreras y campesinas como la de Colombia, la lucha de guerrillas puede ser un método auxiliar de lucha, pero debe estar sometido a la organización y movilización de las masas y supeditado en todo momento a la dirección y los objetivos de clase del proletariado. Tomada como método fundamental de lucha -como en la práctica han hecho los dirigentes de las FARC- sólo puede llevar al aislamiento. Al mismo tiempo, la lucha de masas debe ir unida inseparablemente a la defensa de un programa genuinamente socialista que vincule la lucha por la paz a la organización y movilización de los propios trabajadores y campesinos en cada barrio, pueblo, centro de trabajo por mejorar sus condiciones de vida (reforma agraria, lucha contra el desempleo y la privatizaciones, etc.) y responder a los ataques que el gobierno ultraderechista de Uribe y la reaccionaria oligarquía colombiana están aplicando.

 

Contrarrevolución en la economía

 

Apoyándose en todos los factores políticos que hemos analizado, los distintos gobiernos colombianos y en especial el de Uribe, han aplicado una auténtica contrarrevolución en el terreno de las condiciones de vida de las masas, salarios y derechos sociales. Privatizaciones, despido de miles de empleados públicos, desalojo de centenares de miles de inquilinos incapaces de hacer frente al pago de las hipotecas, ...Las medidas impuestas por el FMI (apertura y desregulación del mercado interno, recortes de los gastos sociales, precarización laboral,...) han agravado hasta extremos intolerables la situación de los campesinos, los trabajadores asalariados y las masas semiproletarias llegadas a los barrios más pobres de las ciudades colombianas huyendo de la guerra en el campo y la pobreza.

 

En un país con una agricultura rica las importaciones de alimentos crecieron en la segunda mitad de los años 90 un 700%. El resultado de este sometimiento del mercado interno colombiano a los intereses imperialistas ha sido que la superficie de tierra sembrada en los latifundios se redujese un 77% y en el caso de las pequeñas explotaciones agrícolas lo haya hecho en un 35%. Esto, no hace falta decirlo, condena a millares de campesinos y trabajadores colombianos a la ruina y la miseria. La introducción de avances tecnológicos en la producción agroindustrial, en este contexto, lejos de traducirse en una reducción de las horas de trabajo o en unas mejores condiciones para los trabajadores está suponiendo reducción de empleo y más pobreza para obreros y campesinos. "Las cadenas agroindustriales de caña papelera producen con el trabajo de 11 asalariados durante una semana lo que tradicionalmente con trapiches caseros producían 700 familias campesinas durante un año".

 

El nuevo boom especulativo internacional de los biocombustibles está agravando aún más esta situación y añadiendo más expoliación, miseria y hambre a las ya intolerables condiciones de vida de las masas. La presión de las grandes multinacionales imperialistas para sustituir cultivos tradicionales (y necesarios para el consumo de los sectores más pobres de la sociedad) por plantaciones destinadas a hacer beneficios rápidamente ha sido extrema en todos los países. Colombia, donde la burguesía nacional aplica con particular sumisión todas y cada una de las medidas que exige el imperialismo, es uno de los ejemplos más sangrantes de las consecuencias dramáticas que puede tener esta dinámica.

 

 "En 2002 apenas se estaba produciendo el 7% de la cebada, el 36% del trigo y el 98% del maíz de 1990. Esto es, no sólo no se ha satisfecho por igual el consumo nacional de hace doce años, sino que puede afirmarse que a todos los colombianos nacidos en este periodo se les ha atendido con alimentos foráneos. Al respecto, un perfil alimenticio de Colombia, de la FAO, en 2002 concluyó que el país ya compraba afuera el 51% de las proteínas y calorías vegetales y el 33% de las grasas, contrario a 1990 cuando el 90% de la demanda nacional se cubría con producción autóctona."Esta situación lejos de mejorar bajo el mandato de un Presidente títere del imperialismo como Uribe se ha intensificado, especialmente en los últimos años con el boom de los agrocombustibles. "El Estatuto Rural y la Ley Forestal, abandonaron la seguridad alimentaria para promover enclaves empresariales de materias primas para agro-combustibles y madera -al estilo del fallido proyecto Carimagua- y el programa-bandera, "Agro, Ingreso Seguro", para el primer año destina sólo el 35% de los recursos para cultivos como cereales y oleaginosas y en cinco años los desmantela del todo.

 

 "Las importaciones han crecido en volumen y en costo. Es grave que las compras externas del país de productos agropecuarios y agroindustriales pasaran entre 2002 y 2007 de 6'106.564 toneladas a 8'126.637, pero es peor la curva ascendente de los precios a los que se están trayendo. Una tonelada de maíz amarillo ingresó al mercado nacional en agosto de 2002 a 96 dólares y en marzo de 2008 lo hizo en 249; la de trigo ha pasado, en igual periodo, de 172 a 485; la de arroz de 242 a 524; la de cebada de 133 a 485; la de maíz blanco de 148 a 259. Cada vez importamos más y más caro.

 

Los neoliberales insisten en esas importaciones, eliminando los aranceles. Parecen desconocer que en casi todos los productos ya llegaron a cero desde hace un rato. Por ejemplo, el del maíz amarillo desde diciembre de 2006, el de la cebada desde septiembre de 2007, el de aceite de palma desde enero de 2007, el de trigo desde julio de 2007, el de la soya desde octubre de 2007 y el del sorgo desde diciembre de 2006. Tampoco pueden aducir que la tasa de cambio frente al dólar sea desfavorable para "traer comida", si precisamente estamos en el nivel más bajo desde marzo de 2003, descendió de $2.960 a $1.790 y desde enero la revaluación es del 12%. Aún así ya no hay pan ni de $100 ni de $200 (18)

 

La pobreza en Colombia alcanza un 50%. El desempleo es el más alto de América Latina: 12%. Y esa es la cifra oficial. Como en todos los países, está manipulada; en realidad el porcentaje de desempleados es mucho mayor.  Los precios de los servicios básicos son insostenibles y las privatizaciones han precarizado hasta el extremo las condiciones de vida de la población. La economía colombiana -además del narcotráfico- se basa en la inversión extranjera, las exportaciones a EE.UU. y la propia Venezuela, y las remesas de los emigrantes. La  recesión en EE. UU y la economía mundial ya ha empezado a golpear todos estos factores y lo hará aún más en el futuro. Las ventas del sector textil bajaron un 25% los primeros meses de 2008, las licencias de construcción un 17%,  las ventas de alimentos se desplomaron y la previsión de crecimiento ha sido sustancialmente rebajada (19).

 

La burguesía colombiana sólo tiene un camino: atacar una y otra vez a las masas. Esto se agravará con la entrada en vigor del TLC e incrementará aún más el malestar social, provocando una respuesta masiva más pronto que tarde.

 

La resistencia heroica de la clase obrera

 

El factor fundamental que ha permitido a Uribe mantenerse en el poder hasta ahora y a la burguesía lanzar los ataques contra la clase obrera antes referidos ha sido la ausencia de una organización obrera de masas con un programa revolucionario que haga consciente al movimiento obrero y al conjunto de los explotados de su fuerza y les ofrezca un cauce y un plan de acción para que ésta se ponga en marcha y pueda transformar la sociedad. Pero esta situación en que la inercia, el miedo y la lucha individual por sobrevivir mantienen a sectores de las masas al margen de la lucha política no puede durar eternamente, y ya muestra síntomas de cambio.

 

El "partido más votado" en todos los procesos electorales en Colombia es la abstención. En la reelección de Uribe, hace un par de años, ésta alcanzó una nueva cifra récord: 60%. La emigración también ha actuado como válvula de escape y contribuido a aplazar una explosión social. Pero bajo la superficie de la sociedad colombiana se acumula un enorme malestar que sólo necesita una chispa que lo haga estallar.

 

El dato más destacable de la situación actual de la lucha de clases en Colombia es que, a pesar de su estrategia criminal, los capitalistas no han conseguido aplastar la resistencia de las masas, en particular de la clase obrera. La lucha heroica del proletariado y el conjunto de los explotados de Colombia se expresa en importantes, y cada vez más audaces y numerosas, luchas obreras y campesinas; varias huelgas generales a lo largo de los últimos años; las crecientes movilizaciones en la calle protestando contra el paramilitarismo (la última de ellas el pasado 6 de Marzo); o el avance electoral del Polo Democrático Alternativo, que pese a las contradicciones tanto en su composición como en su programa, alcanzó el 22% de los votos en las últimas presidenciales (convirtiéndose en segunda fuerza tras la coalición que apoyó a Uribe) y ha ganado por segunda vez la Alcaldía de Bogotá, así como las de otras ciudades importantes.

 

La lucha está en pleno desarrollo y la clase obrera colombiana tiene tiempo y oportunidades suficientes para poder ganarla, pero esto exige de sus dirigentes un programa capaz de unificar, entusiasmar y movilizar a todos los sectores que sufren las políticas económicas y sociales reaccionarias del imperialismo y la burguesía. Esto, en la situación concreta de Colombia, significa que la lucha por la paz está necesariamente vinculada a la lucha por resolver los acuciantes problemas que sufren las masas (desempleo, pobreza, etc) y ambas a la expropiación política y económica de la oligarquía. Plantear la lucha por la paz en abstracto deja una puerta abierta para que la burguesía colombiana siga utilizando su demagogia entre los sectores más atrasados de las masas, justificando sus políticas militaristas y represivas como necesarias "para forzar a la guerrilla a dejar las armas".

 

Si los dirigentes de la CUT (los sindicatos) y del Polo Democràtico alternativo defendiesen un programa socialista y se basasen en la lucha de masas, y en primer lugar en la organización y movilización de la clase obrera, harían tambalearse el poder del imperialismo y la oligarquía. Esto mismo es válido para la dirección de la revolución venezolana.  Completar la revolución en Venezuela expropiando a la burguesía y construyendo un genuino estado revolucionario es la única garantía contra el ansia intervencionista de la Casa Blanca.

 

¿Qué política debe defender la revolución bolivariana respecto a Colombia?

 

Lamentablemente, la política exterior del Gobierno bolivariano hasta el momento prioriza la búsqueda de acuerdos diplomáticos con los gobiernos burgueses latinoamericanos y de otros países, en la creencia equivocada de que eso blinda a Venezuela contra los ataques y maniobras imperialistas, a la lucha por completar la revolución en Venezuela y extenderla a otros países.

 

Como explicábamos en un artículo escrito poco después del conflicto entre Chávez y Uribe a raíz de la invasión de territorio ecuatoriano y el asesinato de Raúl Reyes: "Respecto a Colombia, la política de mantener el status quo suponía que el Gobierno venezolano no se pronunciase sobre las violaciones de los derechos humanos, que no denunciase el terrorismo de estado aplicado por la oligarquía colombiana y que en las cumbres entre ambos países incluso se calificase a Uribe como amigo o se le hiciesen llamados a trabajar por la paz. ¡Pero esto es como llamar a un zorro a cuidar de las gallinas! Una conclusión del reciente conflicto con el gobierno colombiano es clara: estas políticas no han servido para impedir que en cuanto el imperialismo ha tocado el silbato su lacayo Uribe haya sido el primero en salir de su cloaca y ponerse a la orden del amo Bush.

 

Si la postura de la dirigencia bolivariana oscila entre el apoyo acrítico a las FARC cuando hay conflicto con el gobierno colombiano y los acuerdos diplomáticos igualmente acríticos con Uribe, los abrazos o los llamados abstractos a mantener la paz, sólo conseguirá confundir y desmovilizar a las masas y dejar una puerta abierta para que la oligarquía colombiana pueda seguir manipulando los deseos de paz del pueblo colombiano en un sentido demagógico y reaccionario. La única garantía real de defensa de la revolución bolivariana frente al imperialismo está, en primer lugar, en completar la revolución en la propia Venezuela.

 

Como explicaba Trotsky la revolución es permanente en dos sentidos: el primero, que empezando como revolución democrática y antiimperialista sólo puede seguir avanzando y cumplir sus objetivos si se transforma en socialista, la clase obrera se pone al frente y expropia a los capitalistas. El otro aspecto de la revolución permanente es que tras iniciarse en un país, sólo pude triunfar de manera definitiva extendiéndose a otros países y en particular a los más avanzados. Si la revolución permanece aislada será asfixiada antes o después por el cerco capitalista. O bien derrotándola de forma directa e inmediata mediante el saboteo económico y una contrarrevolución triunfante, o bien degenerando en líneas burocráticas, como ocurrió en la URSS, lo que antes o después también supone el peligro de contrarrevolución capitalista.

 

La expropiación de la burguesía y la instauración de una economía planificada que resolviese los problemas de las masas en Venezuela servirían de ejemplo a las masas del resto de América y del mundo. Junto a ello, es imprescindible explicar a las masas que la lucha por la paz en Colombia -como decíamos anteriormente- va indisolublemente unida a la lucha por la transformación socialista de la sociedad. Si Venezuela acabase con el dominio de los capitalistas y resolviese problemas como el desempleo, desabastecimiento, vivienda, etc se convertiría inmediatamente en un imán para los pueblos de América, empezando por el propio pueblo hermano de Colombia. Eso, combinado con un llamado a las masas de los demás pueblos latinoamericanos a organizarse para luchar por el socialismo sería el mejor impulso al sueño de Bolívar de la Unidad latinoamericana. La Federación Socialista de los pueblos latinoamericanos sería no ya una consigna sino una posibilidad real.

 

Por un frente único antifascista y anticapitalista de la izquierda con un programa socialista

 

El primer paso que debe acometer la izquierda en Colombia es organizar un frente único revolucionario y antifascista de los sindicatos, organizaciones campesinas revolucionarias, partidos y movimientos de izquierda que frente a los ataques a las vidas, los derechos democráticos y las condiciones de los trabajadores y campesinos levante un programa de transición al socialismo y combine la lucha de masas en el campo contra los ataques brutales de los terratenientes y paramilitares (incluida la lucha armada) con la organización y movilización consciente de los trabajadores en las ciudades para convocar una huelga general contra las políticas antisociales, reaccionarias y terroristas que están aplicando Uribe y la burguesía contra las masas.

 

El programa de la izquierda en Colombia debe empezar por ofrecer solución a las necesidades más básicas de todos los sectores populares: derogación de las reformas laboral, tributaria y pensional; reforma agraria que expropie los latifundios para dárselos a quienes los trabajan, los campesinos; reparto del empleo mediante la reducción de la jornada de trabajo para combatir el desempleo; plan de inversiones y obras que mejore las infraestructuras y servicios sociales y genere puestos de trabajo; subsidio de desempleo indefinido a cada desempleado hasta encontrar empleo; nacionalización de todas las empresas en crisis, las multinacionales y la banca bajo control de los trabajadores para conceder créditos baratos a los pequeños propietarios. ¡Que la crisis la paguen los ricos y no los trabajadores con los despidos, las reducciones salariales o la reforma laboral, ni la clase media con sus impuestos! Desconocimiento del pago de la deuda externa, responsabilidad de los capitalistas y no del pueblo.

 

Los dirigentes sindicales y campesinos deberían llamar a realizar asambleas y formar comités de lucha por la paz y en defensa de estas reivindicaciones sociales en todos los barrios, pueblos y centros de trabajo. Además de coordinar la lucha por condiciones de vida dignas, mejores salarios, etc. una tarea de los sindicatos, organizaciones campesinas y colectivos de izquierda es organizar piquetes y comités de autodefensa contra la represión de los paramilitares fascistas y el estado. Las manifestaciones masivas contra la violencia son un primer paso pero no pueden limitarse a reclamar investigación y castigo a los culpables por parte de unas autoridades que a menudo son cómplices de esos crímenes. Es preciso formar comités en las fábricas, barrios y pueblos y milicias armadas sometidas al control de asambleas obreras y campesinas para fortalecer la confianza de las masas trabajadoras en sus propias fuerzas y defenderse de los ataques de los paramilitares y del propio aparato represivo del estado burgués. Un frente único de todas las organizaciones de la izquierda para luchar por un programa en estas líneas aislaría y derrotaría a la reacción.

 

Armados con esta alternativa, los trabajadores colombianos podrían ganar el apoyo masivo de todos los oprimidos, incluidos los que hoy permanecen inactivos, aterrorizados y desmoralizados, y crear una corriente de ilusión y esperanza en todo el país. Las masas de las capas medias y los sectores más atrasados del semiproletariado,  ante un movimiento fuerte y masivo en la calle de los trabajadores y los campesinos pobres, perderían  cualquier confianza que puedan tener todavía en Uribe y en la burguesía. Muchos incluso girarían hacia la izquierda.

 

El pueblo colombiano necesita ver que existe una alternativa política a Uribe y al dominio del capital que ha llevado al país a la barbarie, el militarismo y la pobreza, y que esa alternativa puede vencer.  La inmensa mayoría de los activistas de las propias FARC o del ELN simpatizarían con estas ideas y se verían atraídos por ellas.

 

Las masas se han puesto en marcha en toda Latinoamérica y la revolución vuelve a estar en el orden del día, la suerte de los trabajadores y campesinos colombianos no se puede separar de la de sus compañeros del resto del continente y en particular de la de los venezolanos. La victoria del movimiento revolucionario de las masas en cualquiera de estos países servirá de estímulo y de ejemplo a todos los demás, la victoria definitiva de la revolución socialista sólo será posible extendiéndose a toda América Latina y a todo el mundo.

 

La clase obrera ha demostrado muchas veces su fuerza, es la única clase que puede paralizar la producción, desorganizar a la clase dominante, ponerla en jaque y encabezar a los campesinos y todos los sectores explotados oponiendo al futuro de guerra, sangre y represión que preparan los capitalistas un futuro socialista. ¡Por una Venezuela y una Colombia socialista en una federación socialista de América Latina!
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