Apirilaren 25an 40 urte bete dira Krabelinen iraultzatik. 1974ko egun hartan militar aurrerakoiek gidatutako kolpe batek diktadura salazaristari amaiera eman zion. Ziurrenik, Bigarren Mundu Gerraz geroztik ez da inoiz iraultza sozialistaren garaipena hain hurbil egon. Orduko ikasgaiek egun oso baliagarri izaten jarraitzen dute; hori dela eta Federico Engels Fundazioak 2013ko martxoan argitaratu zuen La revolución de los Claveles liburuxka dakargu hona osorik.
40 años de la Revolución de los Claveles
El 25 de abril se conmemora el 40 aniversario de la Revolución de los Claveles. Aquel día de 1974 un golpe encabezado por militares progresistas puso fin a la larga dictadura salazarista. La acción del MFA fue la espoleta que marcaba el inicio de una profunda revolución social. De norte a sur de Portugal se generalizaron los comités de trabajadores en las fábricas y los comités de vecinos en los barrios, se procedió a la depuración de los elementos fascistas en el Estado, en las empresas y en los medios de comunicación. Dentro del ejército, los soldados participaban y discutían abiertamente de política. Se produjo un incremento vertiginoso y masivo de la militancia en las organizaciones políticas de izquierdas. Todos los intentos de la reacción de cortar el proceso revolucionario radicalizaron aún más a los trabajadores, a los campesinos y a la base del ejército. Posiblemente, en ningún otro país europeo tras la Segunda Guerra Mundial el triunfo de la revolución socialista estuvo tan al alcance de la mano.
Introducción - Una oportunidad histórica para acabar con el capitalismo
A las doce y media de la madrugada del 25 de abril de 1974 se emitía por Radio Renascença la canción Grândola, vila morena. Era la señal elegida por los capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) para poner en marcha el golpe militar que pondría fin a la dictadura más vieja de Europa. Aunque ninguno de los jóvenes militares que emprendieron aquella acción era consciente de que estaban abriendo las compuertas de uno de los procesos revolucionarios más profundos de la historia reciente, eso fue lo que sucedió.
La revolución portuguesa de 1974-75 debe englobarse en la oleada revolucionaria internacional de finales de los años sesenta y setenta del siglo XX, que en Europa tuvo su expresión en el Mayo del 68 francés, el otoño caliente italiano de 1969, la caída de la dictadura de los Coroneles griegos en 1974 y la situación prerrevolucionaria que llevó a la caída de la dictadura franquista en el Estado español. De todos estos procesos, el que estuvo más cerca de derribar el sistema capitalista y el Estado burgués fue, sin duda, la revolución de los Claveles.
La caída de la dictadura salazarista dio paso a una explosión de participación de millones de trabajadores, hombres, mujeres y jóvenes, en la vida política y social del país. De norte a sur, se generalizaron los comités de trabajadores en las fábricas y los comités de vecinos en los barrios; se procedió a la depuración de los elementos fascistas vinculados a la represión en las empresas, radios y periódicos; dentro del ejército, los soldados participaban y discutían abiertamente de política y cuestionaban las decisiones del mando militar. Se produce un incremento vertiginoso y masivo de la militancia en las organizaciones políticas de izquierdas. En los meses que siguieron al 25 de Abril, todos los intentos de los capitalistas de cortar ese estado de efervescencia y de participación popular en la vida política, mediante campañas contra la “anarquía”, golpes de Estado reaccionarios, represión y sabotaje económico, radicalizaron aún más a los trabajadores, a los campesinos y a la base del ejército, empujando la revolución hacia delante. En un momento dado, los latifundios fueron tomados por los jornaleros y la banca fue nacionalizada por exigencia de los propios trabajadores bancarios; otros sectores clave también fueron nacionalizados y en todas las empresas se extendió, en mayor o menor medida, el control obrero, en muchos casos mediante la ocupación directa.
Fue la acción de las masas, particularmente de los trabajadores y sus familias, la que convirtió el golpe del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas) contra la dictadura en una verdadera revolución social. Las reivindicaciones democráticas —como la liberación de los presos políticos, legalización de partidos y sindicatos, libertad de expresión, reunión y organización; depuración de los elementos fascistas del aparato del Estado, castigo a los torturadores de la PIDE (la policía política de la dictadura)— estaban completamente ligadas a reivindicaciones laborales y sociales, como la dignificación de las condiciones de trabajo, el acceso a la vivienda y la cultura, la mejora de los barrios, etc. Muy rápidamente, todo se transformó en un cuestionamiento del poder político y económico de los capitalistas. Una estrofa de una canción que se hizo muy popular tras el 25 de Abril decía: “La libertad sólo puede ser algo serio con la paz, el pan, la vivienda, la salud y la educación”. Efectivamente, los trabajadores se tomaron muy en serio la libertad, pero no como una consigna vacía de contenido; por eso tomaron el camino de la transformación socialista de la sociedad.
La burguesía y sus medios de comunicación, al no poder ignorar unos acontecimientos que marcaron tan profundamente la vida de una generación de trabajadores y jóvenes, han hecho un esfuerzo sistemático por consolidar una imagen romántica y burdamente simplificada de la revolución de los Claveles, quitándole todo su contenido de clase, revolucionario y socialista. Esa versión falsa de los hechos limita la revolución a un solo día, el 25 de Abril, cuando aquel día, siendo muy importante, en realidad fue el inicio de una revolución que se prolongó durante 20 meses. Para la burguesía, todo lo que no sea el 25 de Abril y la instauración de un régimen parlamentario hay que borrarlo de la memoria o reducirlo a una serie de “excesos” que no se deben repetir.
Sin embargo, la dinámica real de los acontecimientos tras el 25 de Abril, determinada sobre todo por el empuje de la clase obrera y de la juventud, y por la incapacidad del capitalismo de ofrecer ninguna alternativa a las profundas aspiraciones de cambio social, llevó la revolución a un punto crítico de ruptura con el capitalismo y con el Estado burgués. Las cosas llegaron tan lejos y las condiciones fueron tan favorables para los intereses y aspiraciones de los trabajadores, que el periódico burgués británico The Times llegó a anunciar, en una de sus portadas de marzo de 1975: “El capitalismo ha muerto en Portugal”. Realmente, tras la Segunda Guerra Mundial, en ningún otro país europeo una revolución socialista triunfante estuvo tan al alcance de la mano. La verdad es que el sistema económico capitalista y el Estado burgués estuvieron gravemente heridos en Portugal, pero no muertos. El gran problema de la revolución fue que las direcciones de las organizaciones de masas de la izquierda, tanto políticas como sindicales, no defendieron un programa consecuentemente socialista. La revolución se quedó a medias, no se completó, y esto permitió a los capitalistas, 20 meses después del 25 de Abril, recuperar la iniciativa y afianzar de nuevo su control sobre la situación, aunque tuvieron que pasar muchos años para que pudieran revertir completamente las conquistas sociales y los cambios alcanzados por la revolución de los Claveles.
Hacia una nueva revolución
Ahora, casi cuarenta años después de la revolución de los Claveles y de los turbulentos años setenta del siglo XX, la revolución vuelve a llamar a Europa por la puerta del sur. La burguesía mundial y europea ha declarado la guerra a la clase obrera, emprendiendo un plan sistemático contra todas sus conquistas obtenidas mediante una lucha de décadas. En todos los países europeos en general se está produciendo un ascenso de la lucha de la juventud y de la clase obrera que hará tambalear los cimientos de la sociedad capitalista, abriendo, de nuevo, una oportunidad histórica para la transformación socialista de la sociedad.
Portugal vive una situación de auge de la lucha social contra los recortes salvajes del gobierno de derechas de Passos Coelho y de la troika comunitaria, Portugal se encamina de nuevo hacia una situación revolucionaria. Las tradiciones de la revolución de los Claveles están siendo reivindicadas con fuerza por millones de trabajadores y jóvenes. La canción Grândola, vila morena vuelve a ser cantada en todo tipo de actos y manifestaciones, y se ha convertido en el símbolo de la lucha contra los recortes. El interés por conocer aquellos acontecimientos es cada vez mayor, sobre todo entre la juventud. La importancia de sacar las lecciones de la revolución de los Claveles no es un mero ejercicio de memoria histórica, sino una urgente necesidad práctica para la lucha actual, no sólo Portugal, sino también en el Estado español, en Europa e internacionalmente. Este es precisamente el objetivo de este breve texto: servir de estímulo para profundizar en el conocimiento de la revolución portuguesa y contribuir a sacar el máximo de conclusiones para la lucha presente y futura.
Jordi Rosich
Mayo de 2013
LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES
La agonía del régimen salazarista
La larga dictadura iniciada en 1926 era un suplicio para la inmensa mayoría de la población portuguesa. Una ínfima minoría social privilegiada, compuesta por unas 100 familias, fue la única beneficiaria del negro y largo período de represión y de miseria. Una mano de obra muy barata y las materias primas procedentes de las vastas colonias portuguesas en África y Asia eran los dos pilares fundamentales del débil capitalismo portugués.
En 1973, la economía portuguesa estaba controlada por sólo siete grandes monopolios, en los que el sector industrial y el financiero estaban completamente entrelazados. CUF era el mayor grupo financiero y controlaba muchas ramas industriales. El grupo Champalimaud tenía el monopolio del acero, a través del cual controlaba varios bancos y las actividades ligadas a la construcción civil. En el campo, la desigualdad era igualmente brutal, sobre todo en el sur del país, donde estaban los grandes latifundios.
Había tanta miseria, que una parte sustancial de población tuvo que emigrar en busca de una vida algo mejor. Se estima que, en 1974, uno de cada siete portugueses vivía en otros países europeos; considerando solamente la población activa, la cifra se eleva a un tercio. Portugal fue el único país del mundo que vio disminuir su población entre 1960 y 1970.
Un hecho que exacerbó aún más la desigualdad y la miseria de las masas portuguesas fue la guerra colonial. Portugal era uno de los eslabones más débiles de la cadena capitalista europea, pero al mismo tiempo era el último imperio colonial basado en la dominación militar directa que restaba en el mundo.
El ejército portugués mantenía 120.000 soldados en las colonias. Los jóvenes portugueses tenían un servicio militar de cuatro años, dos de los cuales los tenían que pasar en las colonias. Entre 1961, inicio de la guerra en Angola, y la revolución de abril de 1974, se calcula que murieron 15.000 jóvenes y 30.000 más quedaron inválidos o mutilados. Casi todas las familias portuguesas tenían un miembro en la guerra, pero la dictadura ni siquiera informaba sobre el transcurso de la misma. El único contacto que tenían con la guerra eran los patéticos discursos radiofónicos, paternalistas y chovinistas, que el régimen emitía cada día.
En el último período de la dictadura, la situación se hizo particularmente insoportable para las masas. A los crecientes gastos de la guerra se sumaron los primeros efectos de la crisis capitalista mundial de 1973. En 1961, el 35’6% del presupuesto del país estaba destinado a la guerra; en 1973, rebasó el 45%, una cifra sólo superada, en la época, por Israel y algunos países árabes que estaban en guerra. Quienes pagan las consecuencias económicas de la guerra y de la crisis son los trabajadores, y también las capas medias. De 1970 a 1973, los impuestos indirectos (sobre el consumo) suben un 73%. La inflación es galopante, rebajando mes a mes el poder adquisitivo de los salarios.
Pese a la gran debilidad del capitalismo portugués, el factor clave de la tremenda fuerza que tuvo la revolución fue el desarrollo de una poderosa clase obrera en las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, al calor del crecimiento económico. Durante ese período, Portugal vive una acelerada transformación, incrementándose el peso social de la población urbana y de los trabajadores. Esa clase obrera joven y muy concentrada en torno a Oporto y, sobre todo, Lisboa sería la gran protagonista de todos los acontecimientos claves del proceso revolucionario.
La lucha obrera contra la dictadura
La dictadura en Portugal estaba muy debilitada y no contaba con apoyo social. Se mantenía solamente por la inercia política y por el terror infundido por los miles de miembros de la PIDE, dedicada a la tortura y a la represión. A finales de los años 60, con la muerte del dictador Salazar, el régimen intenta cambiar su imagen y ganar algún apoyo social. Los cambios son secundarios, y muchos meramente cosméticos, como por ejemplo el cambio del nombre de la PIDE por DGS. En todo caso, fueron señales de debilidad, que tuvieron el efecto de animar la lucha contra la dictadura y dar un notable impulso al movimiento obrero. El 1 de abril de 1970 se crea la Intersindical. Entre 1969 y 1971, unos 30 sindicatos fueron tomados por las llamadas “listas B”, opositoras a la dictadura. Uno de los cambios que tendría gran trascendencia para los acontecimientos futuros fue la victoria de la izquierda en las elecciones para la dirección del sindicato de los bancarios, sector que protagoniza una serie de luchas importantes y consigue el primer convenio colectivo. En vísperas del 25 de abril de 1974, ya hay cincuenta sindicatos en manos de las listas promovidas por la izquierda.
La última etapa de la dictadura es de claro ascenso del movimiento huelguístico, particularmente en los doce meses previos a abril de 1974. Entre octubre de 1973 y el 25 de abril de 1974, en un contexto de inflación desbocada y subidas brutales de impuestos indirectos, más de 100.000 trabajadores de los núcleos industriales, sobre todo del cinturón rojo de Lisboa, y decenas de miles de jornaleros del sur del país iniciaron huelgas, que golpearon de forma vigorosa los cimientos de la dictadura. En vísperas de la revolución, y pese a la brutal represión, más de medio millón de trabajadores estaban organizados en sindicatos englobados en la Intersindical, en la que el PCP (Partido Comunista Portugués) tenía una influencia decisiva.
También la juventud tuvo un papel clave en la última etapa de la dictadura, participando en las acciones más arriesgadas y destacando en la lucha de carácter internacionalista, en solidaridad con el pueblo del Vietnam y con los pueblos oprimidos por el colonialismo portugués. Se hacían recogidas de firmas y actos públicos en favor de los derechos democráticos en el servicio militar y otras cuestiones. El movimiento vecinal en los barrios es igualmente creciente. Se organizan protestas contra el precio de la vivienda, contra el deficiente transporte público, por una atención sanitaria adecuada, por el abastecimiento de agua, etc. Incluso entre las capas medias (pequeños propietarios, profesionales liberales, etc.) el malestar era cada vez más evidente. Los profesores de enseñanza secundaria, los médicos, se reunían en multitudinarias asambleas y hacían concentraciones y huelgas, en abierto desafío al régimen.
Así, antes del golpe de abril protagonizado por el MFA, la dictadura ya estaba tocada de muerte, se mantenía por pura inercia y la sociedad portuguesa se encontraba en un avanzado estado de ebullición.
El Movimiento de las Fuerzas Armadas
El MFA tenía arraigo fundamentalmente entre los capitanes y mandos intermedios del ejército. La existencia de un movimiento democrático en el seno del ejército y bajo una dictadura era, desde luego, un hecho político muy significativo, un síntoma de las condiciones enormemente favorables en las que se iba a desarrollar la revolución.
El inicio de conflictos coloniales serios y, finalmente, la guerra declarada a partir de 1961 implicaron un cambio en la composición de clase de la oficialidad del ejército, sobre todo en los niveles medios. Antes del inicio de la guerra colonial, el destino reservado a muchos jóvenes de familias acomodadas era un puesto en el ejército. Pero, con la guerra, la cosa cambió. Entrar en el ejército significaba jugarse la vida y la opción militar perdió todo su atractivo para esos sectores. Los grados bajos de la oficialidad tuvieron que abrirse a las capas medias, para las que, debido a la situación económica portuguesa, ésa era una de las pocas alternativas a la emigración.
Este cambio hizo que las contradicciones y el descontento existentes en la sociedad se expresasen más fácilmente en el seno del ejército. Tras más de una década de guerra, la perspectiva de una victoria militar se alejaba cada vez más. En realidad, los suboficiales y soldados del ejército portugués no se enfrentaban a otro ejército regular, sino a movimientos guerrilleros de liberación nacional con amplio apoyo social (el MPLA en Angola, el FRELIMO en Mozambique, el FRETILIN en Timor Oriental y el PAIGC en Guinea-Bissau). La guerra se prolongaba, los muertos se acumulaban y no se vislumbraba ninguna salida.
Un reflejo del odio que generaba esta guerra entre la juventud y amplios sectores de la sociedad portuguesa es el hecho de que más de cien mil jóvenes habían huido del país para no ingresar en filas. Para un sector creciente de oficiales de graduación media implicados directamente en la guerra colonial, ésta tenía cada vez menos sentido. En las principales colonias, la población autóctona era mucho más numerosa que los colonos blancos portugueses. Para muchos oficiales y soldados, combatir a la guerrilla y maltratar a la población autóctona para defender los intereses de la minoría blanca no era algo que les motivara demasiado.
Además, el ejemplo de la guerra del Vietnam tenía un efecto en la cabeza de los militares portugueses. El ejército más poderoso del mundo, el de EEUU, era incapaz de vencer a una guerrilla infinitamente menos dotada militarmente. ¿Qué perspectiva cabía trazar para el ejército portugués? Bastantes soldados y suboficiales procedían de la Universidad, y las discusiones que allí se suscitaban —sobre la guerra, la dictadura y la recesión económica mundial— acabaron penetrando también en el ejército.
La actitud del régimen hacia el ejército y sus oficiales acentuó aún más sus dudas y su crispación. De un modo completamente suicida, el gobierno los acusaba de ser incapaces de lograr una victoria militar rápida. Así, a la presión desde abajo (de los trabajadores y de la mayoría de la sociedad portuguesa, que rechazaba la guerra) se le sumó la presión desde arriba (por la actitud arrogante y desdeñosa de un gobierno esclerótico e insensible hacia todo lo que pasaba en su entorno).
Todos esos factores sentaron las bases sociales y políticas para el surgimiento del MFA. Curiosamente, las primeras reuniones de oficiales que darían lugar al MFA tuvieron un carácter puramente corporativo. Debido a la necesidad de cubrir puestos de mando exigida por la guerra, el gobierno fomentó el reenganche de los soldados que acababan el servicio militar obligatorio. Tras un breve cursillo, generalmente pasaban al grado de capitán, aunque no podían ejercer como tales hasta que los militares provenientes de la Academia Militar llegaran a su mismo nivel. En el verano de 1973, el gobierno decreta la anulación de esa limitación, con el objetivo de cubrir con más celeridad los puestos de mando. Las primeras reuniones de lo que acabaría por ser el MFA fueron para discutir el agravio comparativo que suponía el decreto y también para reivindicar mejoras salariales. Pero el inicial carácter de las reuniones de los capitanes cambió a velocidad de vértigo. De las cuestiones corporativas se pasó a debatir sobre los motivos de la guerra, los intereses a que obedecía, su relación con el régimen. La conclusión fue que, para poner fin a la guerra, era necesario poner fin al gobierno, y ésta fue la decisión que tomó el MFA en su reunión de diciembre de 1973.
El 25 de Abril y la irrupción arrolladora de la clase obrera
El golpe de Estado del MFA fue incruento. Exceptuando la resistencia de los miembros de la PIDE, que provocaron cuatro muertos y varios heridos al disparar a la muchedumbre que rodeaba su cuartel general en Lisboa, todos los baluartes del gobierno y de la Administración cayeron casi sin resistencia.
En la madrugada del 25 de abril de 1974, el MFA tomó Radio Renascença, para emitir Grândola, vila morena, una canción prohibida por la dictadura que había sido elegida como señal para que los militares salieran a la calle.
A las dos y media de la tarde, el MFA comunicaba que el primer ministro, Marcello Caetano, se encontraba cercado por fuerzas militares en el cuartel de la Guardia Nacional Republicana (GNR) del Carmo, mientras que otros miembros del gobierno estaban en igual situación en el cuartel del regimiento de Lanceros nº 2. Estos dos cuarteles y el de la PIDE, la cárcel de Caxias (donde estaban parte de los presos políticos que los miembros de la PIDE amenazaron con asesinar), algunos locales de la Legión Portuguesa (un grupo ultraderechista afín al régimen) y algunos centros policiales eran los únicos focos de resistencia que restaban, y protagonizaron los momentos más tensos de la jornada.
El MFA envió un ultimátum a los cuarteles en los que se refugiaban miembros del gobierno. A las cuatro de la tarde, Lanceros nº 2 se rendía incondicionalmente. Poco después, a las cinco y media, tras algunos disparos, se rendían la GNR y Marcello Caetano. El presidente de la República, Américo Thomaz, era detenido a esa misma hora en su casa. Era el fin de cuarenta y dos años de dictadura. El último foco de resistencia, el cuartel de la PIDE, se rendía a las 9:45 horas del 26 de abril.
La acción del MFA abrió las compuertas que dieron salida a un torrente revolucionario impresionante. Los trabajadores, las amas de casas, los jóvenes, la población en general salieron de sus casas e inundó la calle, participando con los militares en todos los episodios claves del derrumbamiento de la dictadura. Ese ambiente, esa fuerza, conectó rápidamente con la base del ejército, con los soldados y oficiales de baja graduación. El impacto del encuentro entre la base del ejército (que no eran más que hijos de trabajadores y campesinos en uniforme) y la clase obrera dejaría una huella profunda en todo el período revolucionario posterior. Se conquistó, por la vía de los hechos, un amplio margen de libertades democráticas. El aparato represivo del Estado quedó muy tocado por el torrente revolucionario. La DGS-PIDE fue disuelta a los pocos días y la Policía de Choque, especializada en la represión de manifestaciones, se suprimiría en agosto. Y la propia irrupción del MFA implicó un serio contrapeso a la estructura jerárquica del ejército.
En el relato periodístico Revolución portuguesa, 25 de abril, de Humberto da Cruz y Carmen Espinar, se refleja la situación, explicando que “un aspecto fundamental de los acontecimientos de la jornada fue la progresiva incorporación popular al MFA. El pueblo de Lisboa, después de un primer momento de incertidumbre, comenzó a seguir los pasos del MFA en la calle. El cerco al cuartel del Carmo y, posteriormente, a la DGS-PIDE fueron los principales centros de atención”. Y más adelante: “en la tarde del 26, el movimiento popular, aunque sigue siendo fundamentalmente espontáneo, empieza a expresarse más coherentemente y a tomar un papel más activo y determinante en los acontecimientos, apareciendo así, junto al MFA, como uno de los motores fundamentales de las transformaciones que se irán sucediendo”. El capitán Salgueiro Maia, encargado de tomar los puntos neurálgicos de la capital el día 25, explica cómo “el apoyo popular fue extraordinario y contribuyó bastante a que el cuartel del Carmo abandonase cualquier mínima idea de resistir. El ambiente que se vivió allí no tiene descripción” (El País, 25/4/1999).
En los meses que siguieron al golpe de abril se desató un intenso y amplio movimiento reivindicativo y huelguístico. El 1º de Mayo de 1974, seis días después del 25 de Abril, 600.000 personas se manifiestan en Lisboa y decenas de miles más en otras ciudades del país. En todas las empresas y centros de trabajo se crean las Comisiones de Trabajadores, elegidos por la base. Las Comisiones de Trabajadores se convierten en la forma preponderante de organización de un poderoso movimiento huelguístico y reivindicativo que se expresa intensamente en los meses de mayo y junio, recorriendo Portugal de punta a punta y afectando a absolutamente todos los sectores laborales.
Entre las principales reivindicaciones de esta primera oleada huelguística está el establecimiento de un salario mínimo digno, incrementos salariales y el derecho a vacaciones y la depuración de los elementos fascistas en la dirección de las empresas. Se producen las primeras ocupaciones de fábricas y los primeros elementos de control obrero, tendencias que se acentuarán en los meses posteriores. A mediados de mayo, los trabajadores consiguen un salario mínimo de 3.300 escudos, una cifra mayor que la mitad de los salarios existentes y que en muchos casos incluso los duplica. La media de los incrementos salariales es el 35%. También se consigue un mes de vacaciones pagadas por el empresario. En general, se consiguen avances importantes en las condiciones laborales. En junio, la oleada de movilizaciones empieza a trasladarse al campo, activando la organización y la lucha de los jornaleros de la región meridional del Alentejo.
En los centros urbanos surgen las Comisiones de Vecinos (Comissões de Moradores), organizadas por barrios. Hubo una oleada de ocupaciones de casas vacías, que fueron redistribuidas entre las familias más necesitadas. Se crearon muchas cooperativas de construcción de viviendas y se tomaron iniciativas para crear parques y centros sociales. En muchas localidades, pero sobre todo en la región de Lisboa, se organizaron reuniones conjuntas de las Comisiones de Vecinos y las Comisiones de Trabajadores.
El general Spínola y el Primer Gobierno Provisional
La burguesía, aunque mantenía el control de las empresas y los latifundios, no podía estar satisfecha con la situación abierta tras el 25 de Abril. Su preocupación no era la orientación que la dirección de los dos principales partidos obreros —el Partido Comunista Portugués, (PCP), encabezado por Álvaro Cunhal, y el Partido Socialista (PS), liderado por Mario Soares— estaban dando a la lucha de los trabajadores. De hecho, su única perspectiva, al igual que la del MFA, era instaurar en Portugal una democracia parlamentaria. Lo que resultaba intolerable para la burguesía era que los oprimidos hubieran pasado a la acción, hubieran perdido el miedo y el respeto a los explotadores. Esto era patente en cada fábrica, en cada barrio, y hasta en cada expresión y gesto de los trabajadores. Además, la burguesía no podía reprimirlos. La confraternización de los soldados y la población no fue un episodio pasajero del 25 de Abril, sino que marcó un antes y un después. Este ambiente desafiante hacia el poder, fuera y dentro del ejército, era el que la burguesía sabía que tenía que cortar. El encargado de revertir esa situación fue el general António de Spínola, un general de derechas que había participado en la guerra civil española en el bando franquista y que estaba ligado a la alta burguesía, al régimen salazarista y al colonialismo.
Antes de la caída del régimen ya había un ambiente de crisis en los círculos del poder. La situación en las colonias era tan explosiva, que estaba dificultando alarmantemente la explotación de sus recursos y la importación de materias primas. Se hablaba, en el seno de los comités directivos de los grandes monopolios, de que había que mantener el dominio colonial con otros métodos. En estas circunstancias de impasse y de crisis, pocas semanas antes del 25 de Abril, Spínola publicó su libro Portugal y el futuro. El contenido político del libro es insustancial, plantea la necesidad de una “solución política al conflicto colonial” y poco más. Sin embargo, el régimen se lo tomó como un gesto de desacato y destituyó a Spínola de su cargo, lo que provocó que se ganara una aureola de “disidente” y las simpatías de un sector de los militares.
Sin embargo, Spínola no participó, ni en la práctica ni en el espíritu, en el MFA y en el 25 de Abril. Cuando Marcello Caetano se rinde en el cuartel del Carmo, escribe una carta a Spínola traspasándole el poder y evitando así que el poder “no caiga en la calle”. Spínola, astutamente, antes de aceptarlo llama al puesto de mando del MFA para pedir su apoyo. El MFA acepta. Así, aunque el poder estaba realmente “en la calle” y en manos de los militares rebeldes, éstos entregan el poder formal a Spínola, que se presenta públicamente al día siguiente como presidente de una Junta de Salvación Nacional. Si los dirigentes del MFA cometieron un error al entregar el poder legal a Spínola, un error todavía peor lo cometieron los dirigentes del PCP y del PS, que avalaron ante la clase obrera y el conjunto de las masas a Spínola como un “héroe de la revolución”, cuando este mérito no le correspondía en absoluto. Utilizando su privilegiada posición, Spínola no tardaría muchos meses en poner en marcha planes golpistas contrarrevolucionarios.
Cunhal y Soares entran a formar parte del I Gobierno Provisional, cuyo primer ministro, Adelino da Palma Carlos, es un hombre de confianza de Spínola. En el gobierno también entran elementos de la derecha. La postura del PS y del PCP es moderar las reivindicaciones salariales, insistiendo en la delicada situación económica —el capitalismo portugués acusaba de forma aguda la crisis capitalista mundial iniciada en 1973— y apelando a ejercer “con prudencia” el derecho a huelga.
En agosto se aprueba una ley de huelga tremendamente restrictiva, que es vista como una agresión por los trabajadores, que sin esperar a ningún cambio legal venían ejerciendo ese derecho con entera libertad. Los trabajadores de los astilleros lisboetas de Lisnave, que jugaron un papel destacado en todo el proceso revolucionario, convocan una manifestación de protesta contra la ley. El PCP no puede convencer a la asamblea de trabajadores de que desistan de la convocatoria. El Gobierno Provisional la prohíbe y envía soldados a la puerta de la factoría, pero no sirve de nada. Los soldados acaban simpatizando con la lucha y abriendo el paso a una columna de 20.000 trabajadores. Este episodio plasma muy bien el ambiente creado tras el 25 de Abril.
Pese a los jarros de agua fría de los dirigentes del PCP y del PS, las luchas y el ambiente revolucionario no decrecen, y ya en un discurso pronunciado el 15 de mayo Spínola adelanta la línea propagandística que rodearía su primer plan golpista, de carácter palaciego: “Después de las primeras semanas de natural explosión emotiva, marcadas por algunos excesos perjudiciales para el clima de tranquilidad cívica cuya salvaguardia se impone, el país va a entrar en una fase de meditación reflexiva, para reconocer que la democracia no significa anarquía y que la confusión por medio de acciones desordenadas no contribuye de ninguna manera a la construcción del porvenir al que aspira el pueblo portugués”.
La apelación al “orden” frente a la “anarquía y el caos” económico —obviamente dirigida al movimiento obrero— es una constante en las declaraciones de Spínola. El 20 de mayo hay un acontecimiento que provoca una enorme conmoción en los trabajadores y en los propios militares del MFA: los dos máximos representantes de la dictadura tras la muerte de Salazar, Américo Thomaz, presidente de la República, y Marcello Caetano, primer ministro, “escapan” a Brasil sin el conocimiento de los partidos de la izquierda ni del MFA. Esto causa una enorme indignación popular.
El golpe palaciego del 7 de julio
Confiado por la actitud moderada de los dirigentes de los partidos de izquierda y creyendo poder manipular a su antojo el MFA, el 7 de julio, el primer ministro Da Palma, tras amagar con dimitir, presenta al Consejo de Ministros un plan que prevé la celebración de un referéndum en octubre para confirmar a Spínola como presidente, la ampliación de los poderes del primer ministro, el aplazamiento por dos años de las elecciones a la Asamblea Constituyente y un frenazo en las negociaciones con las colonias. La situación de la burguesía era tan débil que ni siquiera había organizado suficientemente sus propios partidos. Temía, como efectivamente se confirmaría en abril de 1975, que la izquierda barriera en las elecciones a la Asamblea Constituyente.
El plan de Da Palma tenía como objetivo descarrilar el proceso iniciado por el MFA, pero fracasó y obtuvo un resultado completamente contrapuesto al que la derecha deseaba: el MFA —cuya dirección, todavía no institucionalizada, era quien ostentaba realmente el poder y quien marcaba la pauta en el ejército— aumenta su participación directa en el gobierno y Vasco Gonçalves, el militar de mayor graduación del MFA y representante de su ala izquierda, es nombrado primer ministro del II Gobierno Provisional.
Por otro lado, el 8 de julio se crea el Comando Operacional del Continente (COPCON), encabezado por Otelo Saraiva de Carvalho. Sobre el carácter del COPCON son significativas las propias palabras de Otelo: “Constituido por jóvenes oficiales activos, profundamente integrados en el espíritu del Movimiento [de las Fuerzas Armadas], su misión es dinamizar operacionalmente a todas las fuerzas armadas. Una de mis misiones es que las tropas no se confinen a los muros de los cuarteles y que tengan una acción psicosocial cerca de la población”. El COPCON agrupaba a los sectores militares más progresistas e identificados con la izquierda, y cumplía un papel de orden interno, en sustitución de la policía, lo que evidenciaba la pérdida de control de la situación por parte de la burguesía. Bajo la amenaza de la reacción, el MFA había dado un paso hacia la izquierda. Una tendencia que profundizarían los dos intentos de golpe de Estado, esta vez mucho más serios, que Spínola iba a encabezar en los meses siguientes.
A pesar de su implicación evidente en la maniobra de julio, Spínola mantuvo su puesto de presidente, siendo el cabeza de turcoDa Palma, que no era más que un peón suyo. Desde su posición, preparó el terreno para un nuevo golpe el 28 de septiembre.
Segundo intento de la reacción: la ‘mayoría silenciosa’
En su segundo intentona para acabar con la revolución, la reacción quiso dotar de una base de masas al golpe, intentando agrupar lo que llamaba la “mayoría silenciosa”. Spínola seguía apelando a la lucha contra el “caos y la anarquía”. En septiembre, se reparten decenas de miles de panfletos y se pegan miles de carteles en Lisboa convocando a una manifestación en “homenaje al general Spínola” y “contra los extremismos”, en un clásico mensaje bonapartista; en ellos, cínicamente, se pedía “un firme apoyo al cumplimiento del programa de las Fuerzas Armadas”. El cartel no llevaba firma y en él aparecía un rostro en cuya boca está la expresión “mayoría silenciosa”. Desde avionetas particulares se lanzan panfletos sobre Lisboa, Coimbra y otros puntos del país.
Ante la evidencia del carácter reaccionario de la maniobra, los periódicos —fuertemente sometidos a la presión de sus trabajadores y cuya redacciones habían sido limpiadas de elementos fascistas ligados a la dictadura— se negaron a publicar el anuncio de la manifestación.
El 26 de septiembre se celebra una corrida en la plaza de toros lisboeta de Campo Pequeno, que en realidad es un acto organizado por Spínola para darse un baño de masas y reforzar la convocatoria del 28. Tres cuartas partes de las entradas habían sido distribuidas entre sectores reaccionarios, y mientras el presidente es aplaudido calurosamente, el primer ministro Vasco Gonçalves es abucheado. Los gritos en la plaza contra el MFA y el proceso de descolonización van subiendo de tono. Uno de los picadores exhibe en el centro de la plaza un cartel de convocatoria de la manifestación de la “mayoría silenciosa”, lo que enardece a los asistentes, que empiezan a gritar “ultramar”, “ultramar”, en oposición a la independencia de las colonias, así como “muerte a Álvaro Cunhal”.
Las masas sienten el peligro y el carácter reaccionario de la manifestación del 28 de septiembre. La alarma se dispara cuando se conoce que los manifestantes reaccionarios, que vendrían en camiones y autobuses de todos los rincones de Portugal, especialmente del norte, irían armados. La respuesta de los trabajadores lisboetas es realmente heroica e impresionante. En la noche del día 27, los piquetes populares, con una participación significativa de militantes del PCP, la Intersindical y otros grupos de izquierda, empiezan a cortar con barricadas todas las vías de acceso a Lisboa. La consigna que corre de boca en boca es “no pasarán, el fascismo y la reacción no pasarán”. Una de los acontecimientos que estaba muy presente en el ambiente aquellos días era el golpe militar de Pinochet en Chile un año antes. Los trabajadores no querían de ninguna manera que Portugal se convirtiera en el Chile de Europa.
Las masas aplastan a la reacción
La maravillosa respuesta de las masas para frenar a la reacción se dio a pesar de las vacilaciones de la dirección del MFA, que no impulsó las barricadas. Como reconoce el propio Otelo recordando la noche del 27 al 28, “había recibido llamadas insistentes de mucha gente hablándome de las barricadas. Pensé para mí: ‘¡ya está, el pueblo tomando la iniciativa en nuestro lugar!’. Éramos nosotros los que deberíamos estar allí, y allí está nuestro buen pueblo tomando postura” (Manuel Leguineche: La revolución rota).
En Oporto, más de 100.000 trabajadores, soldados y marineros se manifiestan al grito de “Portugal no será el Chile de Europa”.
En el libro de Álvaro Cunhal La revolución portuguesa. El pasado y el futuro se describen así los acontecimientos: “La operación contrarrevolucionaria fue aplastada por las masas populares estrechamente asociadas a los oficiales, sargentos, soldados y marineros fieles al 25 de Abril y a la causa de la libertad.
“De norte a sur del país, el pueblo se levantó con firmeza, con coraje y confianza. A la llamada del PCP y de otras organizaciones políticas de izquierdas (...), de los sindicatos, de las organizaciones unitarias (...) y juveniles (...), las masas populares protagonizaron poderosas acciones de vigilancia, establecieron barricadas por todas partes, controlaron la circulación e impidieron, literalmente, la realización de la ‘marcha sobre Lisboa’.
“La clase obrera jugó un papel decisivo en la derrota de la reacción (...) En los medios de transporte, los trabajadores establecieron una estrecha vigilancia. Los ferroviarios estaban preparados para parar los trenes que transportaban manifestantes y los conductores de autobús se negaron a conducir los autobuses.
“De los 550 autobuses que, desde el norte, debían llevar gratuitamente manifestantes hasta Lisboa, solamente dos se atrevieron a pasar las barricadas.
“Cuando el COPCON declaró la anulación de la manifestación, ésta ya no tenía la más mínima posibilidad de realizarse (...).
“Las barricadas, las concentraciones, las manifestaciones del 27 y el 28 de septiembre constituyeron un verdadero levantamiento popular de masas contra la reacción, que se saldó con una rotunda victoria que, consolidando las libertades, imprimió un ritmo aún más veloz al proceso revolucionario”.
De nada había servido el llamamiento radiofónico, a las 3 de la madrugada, de Sanches Osório, militar del MFA y ministro spinolista del I Gobierno Provisional, diciendo que “con el fin de salvaguardar la paz y la tranquilidad entre los portugueses, esas barricadas deben ser levantadas inmediatamente, permitiendo así el tránsito de vehículos”. Como diría al día siguiente la prensa, en reconocimiento del papel que jugaron las barricadas, “felizmente, la orden no se cumplió”. Es más, las fuerzas militares que se acercaron a los piquetes, en vez de disolverlos, colaboraron con ellos, les entregaron armas...; el nexo entre la base del ejército y la clase obrera establecido el 25 de Abril era muy fuerte. Las barricadas no se disuelven hasta bastante después, cuando ya es muy palpable que el golpe ha fracasado, y tras reiterados llamamientos del MFA y de Otelo.
Desde luego que el golpe no era ninguna broma. Los golpistas utilizaron las fuerzas menos fieles a la Revolución, como la Guardia Nacional Republicana y la Policía de Seguridad Pública (PSP), para tomar las radios la noche del 27 al 28; había planes para asesinar a Vasco Gonçalves con un rifle con mira telescópica desde una ventana frente a su casa; los piquetes requisaron muchas armas (636 escopetas de caza, 88 pistolas...). En un intento de descabezar y neutralizar al COPCON, Spínola le tendió una trampa a Otelo, que, en la práctica, estuvo retenido buena parte de la noche.
Si el golpe hubiera triunfado, la reacción no habría dudado en ahogar la revolución en un baño de sangre, asesinando a los principales cabecillas del MFA y a los dirigentes obreros.
Pero, una vez más, la reacción fracasó. Y también, una vez más, el látigo de la reacción impulsó la revolución hacia delante. La derecha destapó por primera vez con claridad sus planes y la clase obrera los derrotó, lo que hace que se sienta más fuerte y con más confianza en sí misma. ¡A cada intento de la burguesía de retomar el control de su ejército, éste se le escapaba todavía más de las manos! Tal era el ambiente en la sociedad y en la base del ejército.
En las fábricas, la lucha estaba adquiriendo un carácter más radical. Por lo general, los empresarios habían respondido a la primera oleada huelguística inmediatamente posterior al 25 de abril haciendo concesiones. Pero después, en paralelo a la ofensiva política de Spínola contra la “anarquía”, endurecieron sus posturas, con despidos, cierres patronales, represalias y sabotaje económico. A esta ofensiva patronal, enmarcada en un agravamiento de la crisis económica, los trabajadores responden a partir de septiembre con una nueva oleada de huelgas, en la que el control obrero y las ocupaciones de fábricas adquieren un mayor protagonismo.
El 3 de enero de 1975, la asamblea general del sindicato de los bancarios, reunida en Lisboa, aprueba una moción proponiéndole al gobierno nacionalizar la banca para “defender los intereses del pueblo portugués contra el imperialismo, los monopolios y los latifundistas”. En enero también se produce una multitudinaria manifestación a favor de la unidad sindical, impulsada por la Intersindical. El 7 de febrero, otra multitudinaria manifestación, impulsada por las Comisiones de Trabajadores, recorre Lisboa contra el desempleo y las amenazadoras maniobras navales de la OTAN frente a las costas portuguesas. La dirección del Partido Socialista defiende su ilegalización, pero las tropas que se envían para impedir su celebración acaban confraternizando con los trabajadores. También en febrero es el momento álgido del movimiento de ocupaciones de tierras, sobre todo en el Alentejo. En este mes se celebra la I Conferencia de los Trabajadores Agrarios del Sur, bajo el eslogan: “Liquidación de los latifundios, la tierra para quien la trabaja”.
El fracaso del golpe de marzo. La revolución entra en el momento álgido
En este contexto de radicalización creciente de la clase obrera, el imperialismo y la burguesía portuguesa apuestan por un nuevo intento de cortar violentamente la revolución, esta vez con un golpe militar reaccionario de estilo clásico el 11 de marzo de 1975. Otra vez, Spínola está al frente, como cabecilla militar.
El primer blanco elegido por los golpistas fue el Regimiento de Artillería nº 1 de Lisboa (RAL 1). Se trataba de un cuartel situado en un punto estratégico y que concentraba una enorme potencia de fuego, pero la razón fundamental de su elección fue que era un bastión de la izquierda militar, uno de los puntos de apoyo más firmes del COPCON y del espíritu revolucionario del 25 de Abril.
En la mañana del 11 de marzo, el cuartel es bombardeado en varias ocasiones, lo que causa un muerto y varios heridos. Más tarde, paracaidistas de la base de Tancos son transportados por vía aérea y sitian el cuartel. Tienen órdenes de atacar el RAL 1 porque allí se están produciendo, supuestamente, movimientos contrarios al programa y a los intereses del MFA. Al igual que en la convocatoria de la manifestación de la “mayoría silenciosa” en septiembre, la reacción invocaba los intereses del MFA para encubrir sus auténticos planes.
Durante el cerco al RAL 1 se producen escenas verdaderamente impresionantes. Por un lado, se van concentrando trabajadores de las fábricas de las inmediaciones, así como vecinos del barrio, que empiezan a hablar con los soldados sitiadores. Algunos de los civiles intervienen directamente en la conversación que se produce entre el capitán de los paracaidistas y el de los artilleros, donde éste desmiente enfáticamente que en el RAL 1 esté habiendo ningún tipo de movimiento contrario a la revolución. Por otro lado, los soldados del RAL 1 y los paracaidistas empiezan a hablar entre ellos. En un momento dado, los sitiadores y los sitiados confraternizan y se abrazan, creando una situación en la que se hace imposible cualquier intento de ocupación del RAL 1. Otro de los puntos calientes del golpe fue el cuartel de la Guardia Nacional Republicana del Carmo, en el centro de Lisboa. Militares golpistas, en activo y retirados, detuvieron al comandante general de la GNR. Como ya había ocurrido el 25 de Abril, cuando el dictador Marcello Caetano se refugió en este cuartel, las masas lo rodearon e impidieron la salida de los golpistas. Sólo algunos lograron escapar, en carros blindados, pidiendo asilo político en la embajada alemana.
Los golpistas tenían previsto hacerse fuertes en el RAL 1 y en el cuartel de la GNR, haciendo una pinza sobre Lisboa, pero el plan fracasó. Como en el intento de golpe de septiembre, todas las principales carreteras de Lisboa, Oporto, Santarém, etc. vuelven a estar sembradas de piquetes (con bastante participación de militantes del PCP), que registran todos los vehículos en busca de armas. A última hora de la tarde se produce una gran manifestación antigolpista en Lisboa. Tres días después hay una inmensa manifestación de duelo popular por el soldado asesinado en el ataque al RAL 1.
La sombra del 25 de Abril era alargada. Probablemente los golpistas habían confundido el ambiente entre un sector del mando militar, inquieto por la inestabilidad política, la profunda crisis económica y la sensación de caos que les provocaba la revolución, con el ambiente que se respiraba entre los soldados y la clase obrera, cada vez más radicalizados. Respondiendo a una pregunta acerca de la torpeza del golpe, un militar opinó: “Spínola es un militar chapado a la antigua. Cree que, tomando militarmente un cuartel y apresando a los oficiales fieles, ya cuenta con los soldados de este cuartel para embarcarlos en cualquier aventura. Cree que el soldado es un mero peón de ajedrez, sin ninguna opinión propia. Y eso ya no es así. Los soldados ahora charlan con nosotros, cuestionan nuestros puntos de vista y dialogamos abiertamente con ellos sobre problemas sociales, económicos y políticos. Nunca seguirían a un hombre con las ideas de Spínola” (Manuel Leguineche: La revolución rota). Un informe oficial sobre la trama del 11 de marzo concluía así: “De todos los errores de cálculo que cometieron las fuerzas reaccionarias, estamos convencidos de que el fundamental fue que no comprendieron que el pueblo es de nuevo sujeto activo de su propia historia, participando en masa en los grandes acontecimientos de la vida nacional, lo que se comprobó por su pronta, decidida y muy importante actuación en defensa del proceso revolucionario”.
El MFA y el socialismo
Desde el 25 de Abril se había producido en las fábricas, la administración pública y los medios de comunicación una depuración de los directivos ligados a la dictadura. También se dan situaciones de control obrero, en las que los trabajadores vigilan los movimientos de dinero y mercancías que entran y salen de sus empresas.
En el caso de los trabajadores de la banca, ese control les permitió seguir paso a paso los movimientos de los grandes grupos financieros, detectar la fuga de capitales, los trucos contables, el papel de la banca en la desestabilización de la economía e incluso el desvío de fondos con fines reaccionarios. De esa manera se detectó claramente la relación existente entre el golpe del 11 de marzo y los poderes económicos. El 11 de marzo ayudó a los trabajadores a comprender rápidamente que la manera más consecuente de defender las conquistas de la revolución, incluyendo los derechos democráticos más elementales, era cortando de raíz el poder económico de la burguesía, la verdadera promotora de las intentonas golpistas.
Como señala Cunhal, el máximo dirigente del PCP, en su libro antes citado, uno de los errores de los capitalistas tras la revolución fue “seguir actuando en la vida como siempre (...) Como si nada hubiese ocurrido, como si los trabajadores no tuviesen ahora la posibilidad de conocer sus desfalcos”. La clase obrera tuvo un papel decisivo en el proceso de nacionalizaciones que se da inmediatamente después del 11 de marzo. Como relata Cunhal, los trabajadores “desenmascararon las exportaciones ilegales de capital, las discriminaciones en la política de créditos, los desvíos de fondos, las ayudas financieras a partidos reaccionarios y fascistas. Después del 28 de septiembre [de 1974, día del intento de golpe de la ‘mayoría silenciosa’], los trabajadores instituyeron un efectivo control de la banca. El 3 de enero de 1975, cuatro mil de ellos reunidos en una asamblea general decidieron pedir al Gobierno Provisional medidas en el sentido de la nacionalización de la banca. El 14 de enero, en la manifestación de 300.000 trabajadores por la unidad sindical, es reclamada nuevamente la nacionalización”. Y continúa: “Derrotada la reacción el 11 de marzo, probada la implicación de la banca privada, los trabajadores bancarios, orientados por el sindicato, prohíben a los ejecutivos entrar en las instalaciones. Los delegados sindicales se hacen con las llaves de las cajas fuertes. Los trabajadores forman piquetes de vigilancia en todo el país y cierran los bancos. El día 13 entregan a la Asamblea del MFA pruebas del sabotaje económico de las administraciones. El mismo día 13, el Consejo de la Revolución toma la decisión histórica de nacionalizar la banca”.
Debido a la enorme concentración de la economía portuguesa a través de la nacionalización de los sectores claves, el sector público se convirtió en la palanca decisiva de la economía. La nacionalización alcanzó el 96% en el sector eléctrico, el 93’5% en el financiero, el 80% en los de cemento, transportes marítimos, radio y televisión, el 60% en los de seguros, transportes aéreos y papel, y más del 30% en el químico y en el de construcción de material de transportes.
En el campo, la derrota de la reacción da un enorme impulso a las ocupaciones de tierras e intensifica la lucha de los jornaleros, verdaderos motores de la reforma agraria. Cuando, a finales de julio de 1975, se publica la ley de Reforma Agraria, gran parte de los latifundios ya habían desaparecido por la vía de los hechos consumados.
Es después del 11 de marzo de 1975 cuando en el MFA se empieza a hablar por primera vez de la necesidad del socialismo. Pocas horas después del fracasado golpe de la reacción, el mayor Ernesto Melo Antunes, en sintonía con el pensamiento de buena parte de los dirigentes del MFA, explicó la necesidad de construir “una sociedad socialista, un tipo de socialismo portugués, con características propias y dirigido por el MFA, ya institucionalizado”. Precisamente, otra de las medidas importantes tras el 11 de marzo es la institucionalización del MFA, mediante la creación del Consejo Superior de la Revolución y el establecimiento de un pacto entre el MFA y los partidos políticos, mediante el cual segarantizaba un papel muy importante de los militares en la futura Constitución y en el poder político del país. Teniendo en cuenta que el MFA estaba muy escorado hacia la izquierda, este pacto fue interpretado por muchos trabajadores como una garantía de la “irreversibilidad” de la revolución, suscitando un gran apoyo y entusiasmo.
El giro a la izquierda del MFA no fue premeditado, sino que tuvo su explicación en la dinámica de los acontecimientos políticos internos y en el contexto general de crisis capitalista de los años setenta del siglo XX. Si el golpe del 11 de marzo hubiese triunfado, la represión también habría actuado contra los militares más destacados del MFA. Los intentos de golpe no sólo empujaron a los trabajadores a acciones más decididas hacia la izquierda, sino también a los militares más vinculados al ambiente que se respiraba en la sociedad. Combatir a la reacción era una cuestión de supervivencia, y su lógica les llevaba a la destitución de mandos reaccionarios y también a apoyarse, aunque de forma indirecta, en la clase obrera, cuyas iniciativas habían sido la clave en los momentos decisivos.
Por otro lado, en Portugal no había ninguna burguesía progresista, ni real ni supuesta, en la que basarse para construir una democracia burguesa o un capitalismo “civilizado”. En el terreno político, la burguesía había apostado unánimemente a la carta del golpe, y en el económico, a la carta del boicot, el cierre de empresas y la fuga de capitales. En un contexto de profunda crisis económica en Portugal, el eslabón más débil de un capitalismo europeo también en crisis, la “vía portuguesa al socialismo” se apoderaba de las mentes de los sectores más radicalizados del MFA.
La socialdemocracia actúa como punta de lanza de la reacción
Los intentos de golpe habían conseguido el objetivo contrario al que perseguían: el COPCON, con Otelo Saraiva de Carvalho al frente, sale reforzado; los militares golpistas de derechas más destacados, hasta ahora intocables, son encarcelados; el gobierno de Vasco Gonçalves nacionaliza sectores fundamentales de la economía y, lo más relevante, el movimiento obrero se siente más fuerte que nunca.
La revolución vivía su momento de máximo apogeo, con la reacción completamente paralizada. La correlación de fuerzas era tan favorable, que hubiera sido perfectamente posible el triunfo de una revolución socialista de forma pacífica. Había una situación de auténtica descomposición del Estado capitalista. El COPCON se negaba a actuar contra el movimiento obrero, las ocupaciones de fábricas o las ocupaciones de tierras. Otros organismos del Estado, como la PSP y la GNR, desautorizadas por el COPCON por sospechas de su implicación en el fallido golpe de Estado, no estaban en condiciones de reprimir nada. La burguesía tenía incluso dificultades para controlar sus propios medios de comunicación.
Los estrategas del imperialismo y de la burguesía tomaron nota de la enorme radicalización social producida por el intento de golpe del 11 de marzo y de sus efectos en el aparato del Estado. Perseverar en esa línea era una temeridad. Por otro lado, los partidos de derechas eran muy débiles y sus dirigentes carecían totalmente de autoridad ante las masas para servir de contención de la marea revolucionaria. Esto se puso en evidencia en las elecciones a la Asamblea Constituyente, celebradas el 25 de abril de 1975, en las que, con una participación del 91’6%, la izquierda obtuvo el 56’6% de los votos (PS 37’87%, PCP 12’46%, MDP 4’14%, FSP 1’16% y MES 1’02%) y la derecha, el 31% (PPD 26’39% y CDS 7’61%).
Así, después del fracaso del golpe reaccionario de marzo, la baza fundamental del imperialismo y de la burguesía para descarrilar la revolución es la dirección socialdemócrata del PS, con Mario Soares a la cabeza. Por supuesto que el PS, en aquel contexto de efervescencia revolucionaria, se declaraba a favor del socialismo. Efectivamente, su apoyo social se debía a que una parte importante de los trabajadores portugueses creían que la dirección del PS defendía realmente la transformación socialista de la sociedad. Sin embargo, en la práctica, los dirigentes socialdemócratas utilizaron su autoridad entre el movimiento para dividirlo, frenar la revolución y hacerle el caldo gordo a la derecha y a la contrarrevolución. Aun así, no hubieran tenido éxito sin los errores de la dirección del PCP y del ala izquierda del MFA. El error fundamental fue no tener un programa para llevar el proceso revolucionario hasta el final, ni una táctica para disminuir la influencia de la dirección socialdemócrata sobre su base social. Si el PCP hubiera propuesto públicamente a la dirección y a la base del PS un frente único para establecer el socialismo en Portugal, con un programa basado en la participación democrática de los trabajadores a través de los centenares de comités formados en las fábricas y en los barrios y la planificación de la economía para crear empleo y salir de la crisis, sin duda alguna el PCP hubiera abortado todas las maniobras de la dirección PS, desenmascarándola ante su propia base. Sin embargo, la orientación fundamental del PCP era influir en el MFA y ganar posiciones en las estructuras del Estado, subordinando el movimiento obrero a la consecución de estos objetivos.
El primer ministro Vasco Gonçalves era un militar simpatizante del PCP. Las conquistas de la revolución parecían garantizadas por el peso de la izquierda militar en el MFA, en el propio gobierno y en el pacto MFA-partidos. Sin embargo, la situación se iría complicando en los meses posteriores.
La dirección socialdemócrata del PS, al mismo tiempo que explotaba cada error cometido por el PCP y la izquierda militar, confluía cada vez más hacia un frente común con la derecha política, con sus constantes apelaciones contra el “caos” y los “excesos” de la revolución. Uno de los incidentes que permitieron a la dirección del PS aparecer como víctima de una confabulación entre el PCP y Vasco Gonçalves fue la ocupación del periódico República por parte de sus trabajadores, el 19 de mayo de 1975. Este hecho tenía un carácter totalmente diferente a las conocidas depuraciones de fascistas, puesto que todo el mundo sabía que República era el órgano de expresión oficioso más importante del PS. En la práctica, se estaba impidiendo que el partido de izquierdas más votado tuviese su propio órgano de expresión, lo que era visto como una maniobra antidemocrática por parte de muchos trabajadores socialistas. Otro incidente de cierta importancia fue el mitin final en la manifestación del 1º de Mayo de 1975, en la que no dejaron hablar al líder del PS, Mario Soares, mientras sí hablaron Cunhal y Gonçalves.
El 16 de julio, utilizando el caso del periódico República y la aprobación de un documento programático de marcado carácter de izquierdas por la asamblea del MFA, el PS abandona el gobierno. Poco después también lo abandona el derechista PPD. A partir de ahí, la ofensiva de la socialdemocracia contra la izquierda se intensifica. Para justificar su salida del gobierno, el PS publica un documento (“Vencer la crisis, salvar la revolución”), donde defiende la formación de un gobierno de salvación nacional, que debería tener como objetivo inmediato la creación en el país de “un clima de confianza, trabajo y disciplina”. Dicho gobierno debería “reafirmar el principio de que las Comisiones de Vecinos y de Trabajadores son las formas de poder popular, [pero] es necesario que no pretendan convertirse en un poder paralelo al aparato estatal”. El PS convoca mítines para exigir la dimisión de Vasco Gonçalves, en los que se gritan consignas anticomunistas por parte de los asistentes. Paralelamente, la reacción, amparándose en el discurso del PS, organiza atentados contra sedes del PCP y de otras organizaciones sindicales y políticas de izquierdas. En julio y agosto, se registraron respectivamente 86 y 153 atentados terroristas de este tipo, fundamentalmente en el norte de Portugal, donde la derecha tenía más apoyo.
En este contexto de extrema tensión, el 8 de agosto se forma el V Gobierno Provisional, también encabezado por Vasco Gonçalves y que sólo obtiene apoyo del PCP. Están en contra el PS, la derecha y una fracción significativa del MFA. La polarización es tan grande, que en el MFA se produce una ruptura abierta y un sector presenta un documento firmado por nueve militares. “Los Nueve”, como fueron conocidos, representaban un frente común de la socialdemocracia y la derecha en el ámbito militar, encabezado por la primera y enfrentado a la izquierda del MFA. En la misma línea que el documento del PS mencionado anteriormente, el documento de “Los Nueve” critica la “progresiva descomposición de las estructuras del Estado”, denuncia el “anarquismo y el populismo” y critica, aunque indirectamente, las nacionalizaciones. En respuesta a estas posturas, los militares más radicalizados del COPCON publicaron otro documento, titulado Autocrítica Revolucionaria del COPCON y propuesta de trabajo para un programa político. Este texto tenía muchas deficiencias, pero también muchas propuestas realmente positivas y correctas, como que las comisiones de trabajadores y de vecinos debían ser los instrumentos para solucionar los problemas económicos y los auténticos órganos del poder político. El debate sobre estos documentos animó el debate en los cuarteles, llevando la politización y radicalización de los soldados a un nivel no alcanzado anteriormente.
Aunque la posición del PCP es de apoyo a Vasco Gonçalves, una vez constituido el V Gobierno Provisional la dirección del partido pone el énfasis en la necesidad de un acercamiento entre la izquierda militar y la fracción liderada por “Los Nueve”. A finales de agosto, el PCP hace un llamamiento público al entendimiento entre los dos sectores fundamentales en que se había dividido el MFA. Pero la tensión entre Los Nueve y la izquierda militar gonçalvista reflejaba una profunda y creciente polarización en el seno del MFA que, a su vez, era reflejo de la creciente polarización en la sociedad. Finalmente, el 30 de agosto Vasco Gonçalves dimite.
Aunque en la base del ejército se estaba produciendo un claro giro a la izquierda, por el contrario, la masa de oficiales estaba girando a la derecha. Tras el fallido golpe spinolista del 11 de marzo, la izquierda militar y los oficiales más radicalizados quedaron en mayoría en la Asamblea del MFA y en el Consejo de la Revolución, pero la falta de solución a la profunda crisis económica y la incertidumbre e inestabilidad social y política propias de la vorágine revolucionaria fueron empujando a un sector cada vez mayor de los oficiales hacia la derecha. En una asamblea celebrada el 5 de septiembre, la izquierda militar es desbancada y las posiciones de Los Nueve se convierten en mayoritarias entre los oficiales del MFA.
Esta nueva correlación de fuerzas determinó la composición y la línea de actuación del VI Gobierno Provisional, encabezado por el almirante Pinheiro de Azevedo y dominado por el PS y la derecha. Su toma de posesión, el 19 de septiembre, abre un período extraordinariamente turbulento y una nueva oleada huelguística de los trabajadores.
Entre los sectores más avanzados de la clase obrera, la juventud y la base del ejército, había una clara sensación de que la revolución estaba en peligro. Frente a la recomposición de la derecha en el mando militar, entre los soldados se crea y empieza a desarrollarse la organización semiclandestina Soldados Unidos Vencerán (SUV), que organiza importantes manifestaciones en Oporto, Lisboa y Coimbra, en la que soldados armados y trabajadores desfilan juntos. Las manifestaciones y los conflictos se suceden. En la segunda quincena de septiembre, los militares heridos en la guerra colonial organizaron una masiva protesta contra el gobierno, exigiendo el reconocimiento de su situación y apoyo económico. El 12 de noviembre, 50.000 trabajadores de la construcción organizan una multitudinaria manifestación en Lisboa para exigir al gobierno el reconocimiento de un convenio colectivo digno. La actitud despectiva del primer ministro y del ministro de Trabajo radicaliza la protesta. Los trabajadores cercan la sede del Gobierno durante tres días. Como los ministros estaban reunidos en el mismo recinto (el palacio de São Bento) que la Asamblea Constituyente, los trabajadores también impiden la entrada y salida de los diputados. Una delegación de obreros entra en el Congreso y monta un sistema de megafonía para hacer oír sus reivindicaciones. El gobierno no cuenta con ninguna fuerza, ni social ni militar, para romper el cerco. Los trabajadores sólo levantaron la protesta después de que Azevedo aceptara una serie de reivindicaciones.
La reacción toma la iniciativa
Desde el primer momento, el gobierno de Pinheiro de Azevedo organiza continuas provocaciones contra la izquierda. El 25 de septiembre crea, como contraposición al COPCON, el Agrupamiento Militar de Intervención (AMI). Al día siguiente, retira al COPCON “los poderes de intervención para el restablecimiento del orden público”. El 7 de noviembre, tras un intento fallido de impedir las emisiones de Radio Renascença, propiedad de la Iglesia pero ocupada por sus trabajadores y utilizada por la izquierda, el AMI la bombardea. En el ámbito rural, en la región central de Rio Maior, la derecha, a través de su organización afín, la Confederación de Agricultores Portugueses, organiza actos violentos contra las cooperativas agrícolas surgidas al calor de la revolución.
Mientras tanto se produce una rebelión de los paracaidistas en la base de Tancos, proclive a la izquierda. Los soldados estaban muy irritados con el gobierno porque se sentían utilizados en el bombardeo de Radio Renascença. El 8 de noviembre, reunidos en asamblea, un general trata de convencerles de la justeza de la medida, pero los soldados lo dejan con la palabra en la boca y abandonan la reunión después de que uno de ellos lo acusara públicamente de estar del lado de la burguesía. Unos cien altos mandos de la unidad, afines al gobierno, abandonan el cuartel, que queda en manos de oficiales de izquierdas. Como represalia por la actitud de los paracaidistas, el gobierno pasa a la reserva a mil de ellos, lo equivalía, en la práctica, a la disolución de la unidad, claramente posicionada con la revolución. El 10 de noviembre, reunidos en asamblea, los soldados de Tancos aprueban una resolución de repudio al bombardeo de Radio Renascença. Al día siguiente se ponen en contacto con Saraiva de Carvalho, para pedirle apoyo y ponerse a su disposición en la confrontación cada vez más abierta que se estaba produciendo entre la revolución y la contrarrevolución, tanto dentro como fuera de los cuarteles. Otelo Saraiva expresa públicamente su apoyo a los paracaidistas de Tancos.
Nunca como en aquellas semanas de noviembre se habló tan abiertamente de guerra civil. El 14 de noviembre, los líderes del PS y de la derecha huyen a Oporto para acudir a una manifestación que acaba con el asalto a la sede regional de los sindicatos. Los oficiales más importantes de la derecha y de la fracción de “Los Nueve” barajan seriamente organizar una contrarrevolución armada en el norte del país e iniciar desde allí, quizás calculando contar con la dictadura de Franco, el asedio a la “Comuna de Lisboa”. Pero ése era un juego muy peligroso. A pesar de las oportunidades perdidas por los dirigentes de la izquierda y de la actitud de la dirección del PCP, que seguía en una línea conciliadora, no estaba nada claro que la burguesía pudiera salir victoriosa de una confrontación militar y civil abierta.
Es el general Ramalho Eanes quien convence a los militares de derechas y de la fracción de Los Nueve de que permanezcan en Lisboa, e impulsa una maniobra para descabezar a la izquierda militar de sus posiciones. Los contrarrevolucionarios sabían que uno de sus puntos débiles era la posición de Otelo Saraiva, jefe del COPCON y de la Región Militar de Lisboa. Poseía un enorme prestigio dentro y fuera de los cuarteles, y una gran capacidad de fuego bajo sus órdenes. Era en la región de Lisboa donde estaban situados la mayoría de los cuarteles rojos y donde la clase obrera era más fuerte. El plan que urden los contrarrevolucionarios, el fin de semana del 15 y 16 de noviembre, es apartar a Otelo al frente de la Región Militar de Lisboa y sustituirlo por Vasco Lourenço, uno de los líderes de “Los Nueve”; el siguiente paso sería apartarlo del COPCON y, finalmente, disolver éste. Todo esto se haría a través de una decisión formal del Consejo de la Revolución, donde los militares hostiles a la izquierda eran mayoría desde principios de septiembre. Para dar una cobertura política a las destituciones previstas, acuerdan una maniobra de impacto: que el primer ministro Azevedo, partícipe activo en la conspiración, declarara al gobierno en “huelga” argumentando que las continuas huelgas, los “secuestros” de los trabajadores y la “anarquía” reinante en el país no le dejaban gobernar. Mario Soares fue informado de la maniobra y estuvo de acuerdo.
Así, después de que el gobierno declarara públicamente su “huelga” ante la prensa, en una reunión del Consejo de la Revolución celebrada el 20 de noviembre, tal como estaba previsto, se decide sustituir a Otelo al frente de la Región Militar de Lisboa. Otelo protesta, pero finalmente acepta. La aceptación de la medida por parte de Otelo era la condición que ponía Vasco Lourenço para sustituirle. Sabía que, si Otelo no aceptaba su destitución, las cosas se podrían complicar mucho. Aun así, cuando Otelo informa a los mandos del COPCON de la decisión del Consejo de la Revolución de destituirle y su acatamiento de la misma, estos se oponen tajantemente a aceptarlo y obligan a Otelo a pedir una nueva reunión del Consejo. Otelo da marcha atrás, pero después de haber dado una clara señal de debilidad. El lunes 24 de noviembre, el Consejo de la Revolución vuelve a reunirse. Mientras tanto, los propietarios rurales de derechas cortan las carreteras de acceso a Lisboa en Rio Maior, exigiendo que el Consejo de la Revolución “acabe con la anarquía en Lisboa”. Como era previsible, vuelve a aprobarse la destitución de Otelo.
En la madrugada del 24 al 25, los paracaidistas de Tancos ocupan varias bases aéreas, en una clara acción de confrontación con el gobierno y la derecha militar. A la provocación del gobierno de disolver el cuerpo de paracaidistas se sumaba ahora la destitución del líder militar más carismático y representativo de la revolución de Abril. Si en aquellos momentos Otelo y la dirección del PCP hubieran llamado a los trabajadores, los jornaleros, los soldados y los mandos vinculados a la izquierda a movilizarse en defensa de las conquistas de la revolución y para acabar con las conspiraciones golpistas de la derecha y del gobierno, es muy probable que la maniobra de Ramalho Eanes hubiera fracasado.
Sin embargo, la rebelión de los paracaidistas de Tancos no estuvo coordinada con otras unidades afines a la izquierda ni con el movimiento obrero, al que pilló por sorpresa. La derecha militar, que ya tenía pruebas suficientes de que la izquierda militar y política no estaba dispuesta a oponerse seriamente a la destitución de Otelo, ni siquiera el propio Otelo, aprovechó la parálisis para destituir a todos los mandos militares más identificados con la izquierda. Posteriormente se produce una profunda remodelación del ejército, que incluso aparta a muchos militares afines a “Los Nueve” que habían sido muy útiles para los planes de la burguesía. La derrota de la rebelión de Tancos y el descabezamiento de la izquierda militar marcan también un punto de inflexión en el movimiento obrero, que, tras meses de intensa participación en la vida política, de organización y de lucha, entra en un período de reflujo. El 25 de noviembre simboliza el fin de la revolución de los Claveles.
¿Por qué Otelo cedió a las presiones de Los Nueve y no llamó a la rebelión ante su destitución como jefe de la Región Militar de Lisboa y los evidentes planes de disolver el COPCON? Probablemente, por la falta de confianza en la clase obrera y por la angustia que le provocaba entrar en una fase de la revolución en la que tener un programa socialista y una perspectiva revolucionaria internacional era fundamental. Él no la tenía, ni se había preparado para esa situación tan extrema, de naturaleza muy distinta a la de la audaz acción del 25 de abril de 1974. Sin embargo, todo proceso revolucionario llega, de una forma u otra, a un momento clave donde las decisiones rápidas y la preparación previa juegan un papel decisivo.
¿Por qué no triunfó la revolución?
A pesar de las contundentes muestras de fuerza y de disposición a la lucha de la clase obrera hasta el último momento, dejando en evidencia la tremenda debilidad del gobierno de Pinheiro de Azevedo, una parte significativa de los trabajadores se encontraban ya exhaustos. La derecha no se impuso gracias a su fuerza, sino a que la ausencia de una dirección revolucionaria acabó por dilapidar el impresionante caudal de energía liberada por la clase obrera.
Sólo llamando a las comisiones de trabajadores y de vecinos urbanos, a los jornaleros agrícolas y a los incipientes comités de soldados en los cuarteles a tomar el poder era posible completar la revolución y acabar con el peligro de una involución reaccionaria, salvaguardando así las conquistas democráticas de la clase obrera y sentando las bases para una economía socialista planificada que pusiera fin a las desastrosas consecuencias sociales de la crisis capitalista. Ni el 25 de noviembre ni los meses inmediatamente anteriores, cuando las acciones de la contrarrevolución empezaron a ser cada vez más audaces, ni en los momentos más favorables para la izquierda, cuando la derecha y la reacción estaban semidescompuestas y el movimiento obrero estaba en su apogeo, hubo planes serios y concretos para completar la revolución, para acabar con el capitalismo, para instaurar de forma efectiva el poder de los trabajadores y de los campesinos pobres, que constituían la mayoría de la población portuguesa. La principal lección de la revolución de los Claveles es que, para llevar la revolución hasta el final, es necesario un partido revolucionario dotado de un programa marxista y una autoridad moral y política entre los sectores más avanzados de la clase obrera, como los bolcheviques en la revolución rusa de octubre de 1917.
En la medida que la revolución no se completó, la reacción tuvo margen para organizarse, intrigar, reagrupar fuerzas y, en el momento más oportuno, atacar. Tras fracasar en sus intentos de acabar con la revolución frontalmente (golpes de septiembre de 1974 y marzo de 1975), la contrarrevolución empezó actuar de forma agazapada, disfrazada de revolucionaria, en nombre del “socialismo”. Es verdad que el apartado del Estado burgués, y significativamente el ejército, estaba completamente conmocionado por la gigantesca oleada revolucionaria. Es verdad que la burguesía, en cierto sentido, había perdido el control sobre su propio ejército. Es cierto, incluso, que no sólo la base del ejército estaba masivamente con la revolución, sino que una parte importante de los oficiales habían girado a la izquierda, y no pocos muy a la izquierda, simpatizando abiertamente con las ideas socialistas. Pero todo eso, que era un exponente de las condiciones tremendamente favorables para la revolución, no era suficiente para evitar el peligro de la contrarrevolución y de que la burguesía retomara el control. Para evitar esa perspectiva era necesario entregar todo el poder a las comisiones de trabajadores, de vecinos y de soldados, que constituirían los pilares de un nuevo Estado, socialista y genuinamente democrático. Ese Estado obrero, basado en la participación de los trabajadores, en su capacidad creativa y en su voluntad revolucionaria, pondría en marcha la transformación socialista de la sociedad y estaría en las mejores condiciones para sofocar cualquier intento contrarrevolucionario de restablecer el poder de las 100 familias que históricamente habían dominado Portugal y subyugado a su población. Sin embargo, mientras la revolución se quedara a medias, mientras se conservara, aunque con dificultades, la cadena de mando del ejército burgués y la dinámica del Estado burgués, la contrarrevolución seguía teniendo un excelente caldo de cultivo para actuar y un amplio terreno donde conspirar y sabotear la revolución, como demostraron los hechos.
En el plano económico, las nacionalizaciones fueron también un exponente de la profundidad de la crisis capitalista y de la fuerza de los trabajadores, pero por sí mismas no eran suficientes para sustituir la dinámica del mercado capitalista y sus efectos destructivos en las condiciones de vida de la clase obrera portuguesa, significativamente el paro y la inflación. La falta de solución a la crisis actuaba con un factor desmoralizador entre la clase obrera, socavando las bases sociales de la revolución. Para completar la revolución en el plano económico, era necesario utilizar todos los bancos y empresas nacionalizadas mediante la planificación de la economía bajo el control de los trabajadores.
Ningún proceso revolucionario en Europa llegó tan lejos, después de la Segunda Guerra Mundial, como la revolución portuguesa de 1974-75. La clase obrera estaba dispuesta a ir hasta el final y su grado de conciencia, en base a una intensa y rica experiencia, había alcanzado un altísimo nivel. La contrarrevolución fue aplastada una y otra vez. La burguesía perdió, en un grado muy importante, el control sobre su propio Estado y su poder económico quedó muy mermado. ¡No mandaban ni en sus propia empresas, muchas de las cuales acabaron siendo ocupadas y nacionalizadas! La posibilidad de una intervención militar externa contra la revolución era extraordinariamente complicada; un eventual intento de aplastar la revolución portuguesa por parte de la dictadura franquista habría precipitado sin ninguna duda su propia caída. Incluso sin ese intento, el triunfo de la revolución portuguesa habría barrido el franquismo y extendido la revolución al Estado español, cuya clase obrera ya vivía en un estado de efervescencia, como muy poco después demostraría la Transición. La llama de la revolución se habría extendido a toda Europa, empezando por el sur. Son escasos los casos en la historia en que las condiciones se mostraran tan favorables al socialismo como las que se revelaron en la revolución de los Claveles. Precisamente por este hecho objetivo, verificable e incuestionable, la experiencia de Portugal demuestra que el factor de la dirección se torna completamente decisivo en un momento dado de todo proceso revolucionario.
En la dirección del Partido Comunista Portugués recaía la principal responsabilidad en la orientación estratégica y táctica de la revolución. Era el partido con más raíces en el movimiento obrero, echadas mediante el ejemplo y el sacrificio de decenas de miles de militantes y un trabajo paciente en las fábricas durante la larga noche de piedra de la dictadura. Sin embargo, precisamente cuando el golpe del MFA hace estallar la revolución, la dirección del PCP pone el énfasis en contener el movimiento de la clase obrera y evitar “excesos” que pusieran en peligro la alianza con la supuesta burguesía progresista. La lucha por el socialismo quedó relegada a un futuro indeterminado y completamente desligada de la lucha por las derechos democráticos; sólo cuando el MFA, como respuesta al látigo de la contrarrevolución y bajo el irresistible empuje de los trabajadores, declara el objetivo del socialismo y acelera la política de nacionalizaciones, la dirección del PCP establece también el objetivo del socialismo y apoya las nacionalizaciones. Pero no se adopta una orientación práctica acorde con este objetivo declarado. La línea del PCP se basó fundamentalmente en seguir los pasos del MFA, que, a su vez, tampoco tenía una estrategia real de transformación socialista de la sociedad. Cuando el MFA se rompió por la tremenda polarización política de la revolución, el objetivo del PCP fue recomponer la unidad del MFA. Y mientras el PCP estaba enzarzado en una lucha por una unidad imposible, la derecha y la socialdemocracia prepararon la contrarrevolución impunemente y a ojos de todo el mundo.
Era absolutamente inevitable que, en un momento dado, se produjera un proceso de diferenciación dentro del MFA, así como un choque entre los revolucionarios y la socialdemocracia que dirigía el PS. Sin embargo, esta división no tenía necesariamente que provocar un efecto desmoralizador en el movimiento obrero. De hecho, la ruptura por arriba podía haber llevado a un fortalecimiento de las fuerzas revolucionarias por abajo si el PCP hubiese preparado el terreno para ello. Como se señaló, la base del ejército estaba formando los comités de soldados y la organización SUV. Esto podría haber significado un salto adelante en el fortalecimiento del campo revolucionario, si ese proceso de organización y radicalización política entre los soldados se hubiese insertado en una estrategia general de toma del poder. Respecto al Partido Socialista, era necesario aplicar la táctica del frente único, haciendo llamamientos a la dirección y a la base del PS a la unidad para llevar la revolución hasta el final y para que los dirigentes socialdemócratas rompieran su alianza cada vez más evidente con la burguesía y la derecha. En su primer congreso legal tras la caída de la dictadura, celebrado en diciembre de 1974, el ala izquierda del PS, crítica con la dirección de su partido, recibió el apoyo del 40% de los delegados. El método y el programa con que desenmascarar a la dirección socialdemócrata y su verdadero papel contrarrevolucionario era una de las tareas centrales de la revolución. Habría sido necesario que la dirección del PCP hubiese combinase un método compañero, no sectario, con un programa decidido para llevar la revolución hasta al final, pero la dirección del PCP no tenía ni una cosa ni la otra. La falta de un programa para completar la revolución se combinaba con métodos sectarios, y muchas veces burocráticos, en el movimiento, que se sucedían con constantes proclamas a la unidad sin ningún contenido ni principio, permitiendo que la demagogia de los socialdemócratas tuviera un efecto mayor.
Después del 25 de noviembre de 1975, la clase dominante pudo ir restableciendo la normalidad burguesa. Aun así, los capitalistas portugueses y el imperialismo anduvieron con pies de plomo, temerosos de que una precipitación en la recuperación de sus posiciones pudiese provocar una reacción indeseable de la clase obrera, encendiendo de nuevo la llama de la revolución. Aunque barajó la carta de la guerra civil y de un golpe sangriento, la burguesía tuvo que conformarse con una contrarrevolución con formas democráticas. Las grandes conquistas de la revolución, incluidas las nacionalizaciones, se mantuvieron durante largo tiempo. Las colectivizaciones agrarias, por ejemplo, se mantuvieron prácticamente intactas hasta 1986, cuando el ingreso de Portugal en la Unión Europea propició su progresivo desmantelamiento.
Aunque la revolución de los Claveles fue una oportunidad perdida, sería completamente desequilibrado no señalar, como ya hicimos al principio de este texto, que las tradiciones de aquellos años no se han perdido y que aquella rica e intensa experiencia no ocurrió en vano. En la revolución portuguesa, la clase obrera tocó el cielo con las manos, sintió con toda intensidad el poder de su fuerza, la posibilidad de su liberación. Esto no se borra tan fácilmente de la memoria, por mucho que la burguesía lo intente; y menos aún, cuando capas cada vez más amplias de la juventud y de la nueva generación de trabajadores perciben que están llamados de nuevo, como sus padres y abuelos, a una nueva y decisiva lucha en los próximos años. Ahora bien, el conocimiento a fondo y en toda su dimensión histórica de aquel proceso revolucionario, y la extracción de sus lecciones para la lucha presente y futura sólo pueden venir del estudio y de la voluntad activa de aprender. Si con esta breve presentación de la revolución portuguesa de 1974-75 animamos a ese estudio, objetivo cumplido. Aprender de experiencias revolucionarias como la revolución de los Claveles, profundizar en la teoría, intervenir en los acontecimientos y organizar una fuerte corriente marxista revolucionaria en el movimiento es la mejor manera de contribuir a que el próximo Abril sea aún más poderoso y que, esta vez, venga para quedarse.