Ezker iraultzailearen fronte bateratuaren alde! Kapitalismopean ez dago irtenbiderik!
Las elecciones del 20S en Grecia han abierto una nueva etapa de la lucha de clases después de meses turbulentos. El triunfo de Syriza en enero de este año y el entusiasmo que desató entre las masas griegas y europeas se vio confirmado con la gran victoria del OXI en el referéndum —una lección de dignidad y conciencia de los oprimidos frente al chantaje de la UE y la oligarquía griega—. Pero justamente en el momento en que la voluntad de cambio político y de desafío a la dictadura de la Troika había alcanzado un punto álgido, Tsipras se negó a utilizar el mandato del pueblo y capituló vergonzosamente aceptando un nuevo Memorándum.
En semanas, el núcleo dirigente de Syriza se echó en los brazos del PASOK y ND para aprobar leyes antiobreras en el Parlamento, esgrimiendo como argumento que la alternativa a los dictados de Bruselas y los grandes poderes económicos eran el caos y la ruina. El mazazo que los trabajadores y la juventud griega recibieron con este giro de los acontecimientos, después de tantos sacrificios, de tanto esfuerzo en la lucha, de tantas ilusiones, se ha reflejado en las urnas. Tsipras se ha alzado con el triunfo, pero se ha dejado 325.000 votos en tan sólo 8 meses, mientras la abstención se ha situado en un nivel histórico alcanzando el 43,3%. Un amplio sector de la clase obrera ha cerrado el paso a la derecha optando por el mal menor y apretando los dientes. Pero quien crea que este es un cheque en blanco a Tsipras se equivoca de cabo a rabo.
La lectura de los resultados
Syriza consiguió una victoria indiscutible frente a su principal oponente: obtiene el 35,47% (1.921.379 votos) mientras que Nueva Democracia se queda en el 28% (1.526.000 votos); pero Tsipras pierde casi 325.000 votos —el 14,5% de sus electores— y es especialmente castigado por la juventud que se movilizó masivamente durante el referéndum (el 85% de los universitarios votaron OXI).
Por supuesto, Tsipras y la dirección de Syriza están utilizando este resultado —que refleja la enorme polarización a izquierda y derecha de la sociedad— como una legitimación de su claudicación política y de su renuncia a enfrentarse a los capitalistas. Pero interpretar esta victoria como un respaldo a abandonar el programa de Salónica, con el que Tsipras ganó las elecciones de enero, o a la capitulación tras el referéndum del 5 de julio, donde más del 62% de los griegos dijeron NO a un tercer “rescate”, poco tiene que ver con la realidad. Syriza ha ganado a pesar de esta traición histórica, no gracias a ella.
Un dato muy relevante ha sido la altísima abstención, en torno al 44%, que no tiene precedentes. Una caída de casi 8 puntos en la participación respecto a las elecciones del 25 de enero, alejando a 780.000 griegos de las urnas. A diferencia del triunfo obtenido hace nueves meses, festejado con entusiasmo dentro y fuera de Grecia como una victoria de los oprimidos frente a las políticas de austeridad y recortes capitalistas, el 20 de septiembre ha predominado una atmósfera de desencanto. Un amplio sector de la clase trabajadora ha optado por el mal menor, en unas circunstancias críticas en las que no ha visualizado una alternativa mejor.
Si estos resultados distan mucho de ser un respaldo al giro a la derecha de Tsipras, de los obtenidos por Unidad Popular (la escisión de Syriza encabezada por la Plataforma de Izquierdas), que con el 2,68% (154.691 votos) se queda fuera del parlamento, tampoco se puede concluir que no exista una mayoría dispuesta a romper con el capitalismo. Todos los acontecimientos de los últimos seis años, con la intensa movilización de la clase obrera en más de treinta huelgas generales con un altísimo grado de participación y organización, son la prueba más contundente de la voluntad de las masas de propiciar un cambio social y político profundo. Muchas de las medidas propuestas por los dirigentes de Unidad Popular eran positivas (no al Memorándum, no al pago de la deuda ilegítima...) pero estaban desligadas de una estrategia clara de ruptura con el capitalismo, de una alternativa socialista para Grecia y para Europa, y de un plan de organización y movilización que lo acompañara. Además, los principales dirigentes han formado parte del gobierno hasta agosto, cuando el giro a la derecha era evidente, sin diferenciarse con la nitidez y contundencia necesaria y sin apelar en ningún caso a la movilización de los trabajadores con un plan concreto de lucha. Estas carencias les han restado coherencia y credibilidad, además de contar sólo con tres semanas de campaña para una formación nueva.
Por su parte, el KKE, mantiene sus resultados anteriores con un 5,5% (300.583 votos), pero la dirección del Partido Comunista sigue siendo incapaz de atraer a centenares de miles de desencantados con Tsipras. ¿Por qué no avanzan en unas circunstancias objetivamente favorables? Porque confunden lo que es una política leninista, basada en el Frente Único de la izquierda que lucha, con un planteamiento extremadamente sectario hacia la base de Syriza y de las organizaciones a su izquierda. No sólo es importante tener una posición formalmente correcta, llamar a la lucha por el socialismo, a un gobierno revolucionario, a la ruptura con el euro y la OTAN, hay que ganar a las masas de la población a ese programa, sin ultimatismos, con tácticas que permitan penetrar en sus filas, levantando organismos de lucha que sólo podrán tener un carácter de masas si son lo más unitarios posibles. Es obvio que el KKE sigue agrupando a un sector fundamental de la vanguardia obrera y podría jugar un papel crucial en el futuro, pero eso requiere de un cambio fundamental en las políticas de su dirección.
Sólo si partimos de un punto de vista marxista podremos entender el rumbo que están tomando los acontecimientos griegos. A los sectarios que empiezan ya con la letanía del bajo nivel de conciencia de las masas para explicar el resultado electoral, les decimos: actuáis exactamente igual que los dirigentes de Syriza, cuando se esconden detrás de ese mismo argumento para justificar su capitulación. Las masas griegas no pueden improvisar sus dirigentes, no saltan fácilmente de una organización a otra. Tienen que probar las herramientas que han creado, mucho más si las consideran el medio de lograr sus aspiraciones más profundas, antes de concluir que son inservibles. Las masas griegas han hecho una gran experiencia en estos años, pero han recibido un mazazo que tardará un tiempo en ser superado. De estas lecciones se desprende una por encima de todas: aún en las mejores condiciones objetivas para transformar la sociedad, la existencia de un partido revolucionario con un programa probado, que haya demostrado en la práctica que se puede confiar en su política, en sus métodos y en su audacia para enfrentarse al enemigo de clase, es el factor decisivo de la ecuación.
¿Qué demuestra la experiencia histórica de las revoluciones? Que estas pasan por diferentes estadios, con avances y retrocesos, fases de ascenso, de repliegue o incluso de depresión, para volver a resurgir con más fuerza. En ese proceso contradictorio y vivo, la fracción más avanzada y consecuentemente revolucionaria no es la que cosecha la mayoría en las primeras etapas, mucho menos en la arena del parlamentarismo burgués. Ocurrió en la revolución rusa, durante la cual los bolcheviques permanecieron en minoría durante bastante tiempo, en los soviets, en los sindicatos, por no decir en las dumas municipales y otras instituciones burguesas. Todas estas adversidades no fueron obstáculo para que los bolcheviques trazaran el camino hacia las masas, acompañaran la experiencia de los trabajadores, de los soldados y de los campesinos mostrando en cada momento una alternativa coherente frente a los engaños y fraudes de los partidos conciliadores. Nunca se resignaron, nunca cedieron en las cuestiones de principio, pero siempre se mostraron flexibles en las tácticas y perseverantes a la hora de conquistar posiciones en el corazón del movimiento, en los consejos de fábrica y en las filas de la juventud trabajadora. El proceso revolucionario griego paga un alto precio por la inexistencia de un partido bolchevique, lo que implica todo tipo de distorsiones y desarrollos prolongados.
Más exigencias, más inestabilidad
Tsipras dice que va a utilizar esta “segunda oportunidad” para “poder librarnos del viejo sistema”, para trabajar por los “más pobres y en favor de la justicia social”. Pero cuando recurrió al adelanto electoral, en un momento en que los efectos más perversos de los recortes todavía no eran visibles, perseguía un doble objetivo: laminar al ala izquierda de Syriza, garantizando un grupo parlamentario homogéneo capaz de apoyar sin fisuras las medidas de austeridad, y “legitimar democráticamente” el giro a la derecha.
Efectivamente, la dirección de Syriza y su equipo de gobierno se preparan para implantar una nueva ronda de recortes sociales, reformas laborales y de pensiones, aumento de impuestos indirectos y privatizaciones, entre otras cosas. Para ello contará con un Parlamento que no pondrá grandes objeciones. No hay que olvidar que los partidos de la derecha pro Memorándum también han sido castigados en las urnas. Nueva Democracia cae en torno a los 200.000 votos respecto a enero, To Potami pierde 150.000, y Griegos Independientes (ANEL) cae casi 100.000, un tercio del electorado de enero (3,69%). El PASOK se presentaba en alianza con DIMAR y juntos logran 341.390 votos, el 6,28%, mientras que en enero el PASOK en solitario obtuvo 289.482 votos, el 4,68%.
La hoja de ruta de la dirección de Syriza, una vez ha dejado claro que no piensa salirse de la lógica del capitalismo y los márgenes que impone la burguesía griega y europea, apenas se diferencia de la de otros partidos socialdemócratas. En la misma noche electoral, nada más conocerse los resultados, Tsipras anunció la renovación del pacto de gobierno con el derechista ANEL, escenificada con un fuerte abrazo y un agradecimiento público a su líder, Panos Kamenos. Una señal más, y muy evidente, de la disposición de profundizar su giro a la derecha.
Tsipras se muestra muy confiado de su estrategia, pero esta solo puede llevar al desastre a su partido y perjudicar gravemente los intereses de su base social. La frustración de la perspectiva de un cambio social profundo, que es el verdadero motor que llevó a Syriza a convertirse en la fuerza decisiva de la izquierda y a ganar las elecciones en enero, está favoreciendo las condiciones políticas para que en el medio plazo la derecha y la ultraderecha aumenten su apoyo. El hecho de que los neonazis de Amanecer Dorado se afiancen como tercera fuerza política con 379.581votos, el 7%, es una seria advertencia. Si el fraude del parlamentarismo burgués se descompone aún más con el hundimiento de la economía, el crecimiento del desempleo y la miseria; si las clases medias empobrecidas que han apoyado a Syriza viven la frustración de sus expectativas, y la crisis de los refugiados continúa sin solución en una sociedad duramente golpeada, los viejos demonios resurgirán con fuerza.
La actitud de la burguesía europea y de los capitalistas no va a cambiar ni un ápice por la moderación y la “entrada en razón” de Syriza. Nada más conocerse los resultados, Schulz, presidente de la Eurocámara, empezó a marcar la agenda de Atenas: “Ahora se necesita rápidamente un gobierno sólido preparado para generar resultados”. Juncker, presidente de la Comisión Europea, amenazaba: “Si lo que hemos acordado no se respeta esta vez, la reacción de la UE y de la eurozona será bien distinta”. Lejos de moderarse en sus exigencias, las claudicaciones de Syriza les animan a seguir adelante. A finales de octubre o principios de noviembre habrá una evaluación de cómo van las reformas. Sólo si “aprueban los deberes”, se desembolsará un nuevo tramo del rescate por un valor de 3.000 millones de euros, que sólo servirá para pagar una deuda ilegítima y engordar los beneficios de los bancos acreedores. Todas las expectativas de Tsipras se centran en que, después de estas muestras de “realismo”, la Troika acceda a una reestructuración de la deuda. Pero eso es una música ya conocida y el resultado lo sabemos. La reestructuración, una demanda que en diferentes variantes podría ser incluso aceptada en un momento dado, no significaría un cambio, ni siquiera un alivio, para la dramática situación que vive la población griega.
Por más que los dirigentes de Syriza traten de evitarlo, la única salida a la situación de crisis y de empobrecimiento social generalizado pasa por romper con el capitalismo y defender una alternativa socialista. Las fuerzas para llevarla adelante existen y se desarrollan en toda Europa. Como señalamos en la anterior declaración “...la posibilidad de estabilizar el capitalismo griego está descartado a corto plazo. La lucha de clases en Grecia y el proceso revolucionario continuará, con sus flujos y reflujos inevitables, hasta una salida definitiva. La cuestión decisiva no radica en si los oprimidos mostrarán decisión y coraje en los combates que se avecinan, eso está por descontado, sino en construir una dirección revolucionaria a la altura de las circunstancias históricas. Hace falta cuadros, dirigentes y una organización armada con el programa de la revolución socialista y el internacionalismo proletario. Esta es la condición indispensable para alcanzar la victoria”.