Boltxebismoaren historiaren saioarekin amaitzeko, hemen azken atala.
El 23 de febrero de 1917, las obreras del textil de Petrogrado inician un movimiento huelguístico que, transformándose en una insurrección, acabaría con el zarismo. La temible autocracia que durante siglos había oprimido a los campesinos y trabajadores rusos con mano de hierro se derrumbó como un castillo de naipes. Nadie corrió en su auxilio; la policía se mostró impotente, los cosacos se negaron a reprimir a las masas y el ejército, hastiado de la guerra imperialista, se insubordino en todas partes. Retomando la tradición de 1905 se constituyeron sóviets de diputados obreros, campesinos y soldados, un nuevo poder empezaba a alumbrarse.
La Revolución de Febrero aparentó ser un movimiento espontáneo de las masas, ninguno de los Comités Centrales de los partidos revolucionarios llamó a la insurrección. Sin embargo, tal y como señaló más tarde Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa, los líderes naturales de este movimiento no eran otros que los obreros de vanguardia que en el periodo de auge revolucionario de 1912 a 1914 se habían unido al bolchevismo y habían sido educados en su tradiciones revolucionarías, tradiciones que ahora ponían en práctica sin esperar ninguna consigna de su dirigentes.
Paradójicamente, los bolcheviques no eran sino una pequeña minoría en los nuevos soviets surgidos tras la revolución de febrero. La mayoría correspondía a los conciliadores: mencheviques y socialrevolucionarios. Estos partidos no sólo habían sufrido mucho menos que los bolcheviques la represión de los años de la guerra, sino que las masas de obreros y campesinos, que en su mayor parte se incorporaban por vez primera a la vida política, les apoyaron buscando en ellos la vía de menor resistencia, el camino más fácil para conseguir sus reivindicaciones de Paz, Pan y Tierra.
Los conciliadores, que no sabían qué hacer con el poder que se les había concedido, permitieron la formación de un gobierno provisional burgués, pretendiendo con esto mantener a la revolución dentro de los límites del capitalismo. De este modo se habría un periodo de doble poder entre los soviets de obreros y campesinos y el gobierno provisional de capitalistas y terratenientes.
Vacilaciones en la dirección bolchevique
Incluso la dirección de los bolcheviques en Rusia capituló ante este ambiente de conciliación. Desde las páginas de Pravda, y a instancias de Kámenev y Stalin, se daba un apoyo crítico al gobierno provisional. Lenin condenó duramente esta política oportunista en sus Cartas desde lejos escritas en el exilio y, en cuanto llegó a Petrogrado en los primeros días de abril, comenzó una campaña de agitación entre las bases bolcheviques para cambiar radicalmente la política del partido. En sus célebres Tesis de abril, Lenin planteaba que no podía haber ninguna confianza en el gobierno provisional y que sólo la dictadura del proletariado podría llevar a la práctica las demandas democráticas del momento: paz sin anexiones ni indemnizaciones, reparto de la tierra entre el campesinado, convocatoria de la asamblea constituyente… De este modo Lenin asumía tácitamente las ideas de la revolución permanente planteadas por Trotsky tras la experiencia de 1905; que sólo la clase trabajadora, arrastrando tras de si al campesinado pobre y uniendo las tareas democráticas a las socialistas, podría consumar la revolución en un país atrasado como la Rusia zarista.
Tras triunfar la postura de Lenin en la conferencia del partido de abril, los bolcheviques empezaron a prepararse para la toma del poder. El principal obstáculo en el camino del bolchevismo es la mayoría conciliadora en los soviets; ya que mencheviques y socialrevolucionarios pretenden usar el control que tenían sobre estos órganos para aplacar a las masas y traspasar todo el poder a la burguesía. Sin embargo, los bolcheviques no buscaron ningún atajo para ganarse a las masas, ni cayeron en el sectarismo histérico hacia los conciliadores, su política fue la de explicar pacientemente su programa en los soviets, los comités de fábrica… allá donde las masas estuvieran organizadas, ganando de este modo una creciente autoridad entre los sectores de vanguardia que empezaban a ver las limitaciones de la política de colaboración de clases practicada por mencheviques y socialrevolucionarios.
De hecho durante este periodo la consigna central de los bolcheviques era Todo el poder a los Soviets, que en esas circunstancias significaba ni más ni menos que entregar el poder a los líderes conciliadores. De este modo los Kerenskys, Dan o Tseretelis, demostrarían su incapacidad para traer la paz el pan o la tierra debido a sus vínculos con los industriales, terratenientes e imperialistas. Los bolcheviques construirían sobre la bancarrota de la política conciliadora. Aquí vemos el gran genio revolucionario de Lenin, que sabía tomar el pulso al ambiente entre las masas y plantear la consigna adecuada en cada momento.
Trotsky y los bolcheviques
Gracias a esta táctica los bolcheviques pudieron agrupar en torno suyo a los mejores elementos revolucionarios, entre ellos a Trotsky, que aunque siempre había mantenido una línea política similar a la de Lenin, no comprendía suficientemente la necesidad de una organización fuerte y centralizada como la de los bolcheviques, y mantenía ilusiones en una conciliación con los mencheviques. Todas estas ilusiones se desvanecieron al calor de la nueva revolución y, desde el momento en que Trotsky llegó a Rusia desde el exilio, trabajó en estrecho contacto con Lenin y los bolcheviques. Si no se unió formalmente al partido hasta julio fue sólo para garantizar la incorporación en bloque del Comité Interdistritos de Petrogrado, un grupo revolucionario que había destacado por su actitud internacionalista durante los años de la guerra.
En toda gran revolución el protagonista son las masas, pero las masas no son un todo homogéneo sino que se componen de diversas capas que sacan diferentes conclusiones en diferente momento. En julio, la vanguardia de los obreros y soldados peterburgueses empezó a impacientarse ante la falta de soluciones que ofrecía el gobierno provisional y organizaron una manifestación armada en su contra. Los bolcheviques, viendo en este movimiento una temeridad, ya que se corría el riesgo de que la capital quedase aislada del resto del país permitiendo que los elementos más revolucionarios fuesen aplastados por la reacción, trataron de impedirlo. Pero una vez en marcha, los bolcheviques se mantuvieron al lado de las masas y encabezaron la manifestación intentando así reducir la magnitud de la catástrofe.
El movimiento de julio fracasó y se abrió un periodo de represión feroz por parte del gobierno provisional del socialrevolucinario Kerensky contra los revolucionarios. Muchos bolcheviques fueron detenidos bajo la calumnia de ser agentes del estado mayor alemán, el propio Lenin tuvo que exiliarse en la vecina Finlandia. El desenfreno de la reacción fue tal que en agosto un sector de oficiales, encabezados por el general Kornílov, quiso dar un golpe de estado y establecer un directorio militar. Esto dio a los bolcheviques la oportunidad de demostrar que ellos eran los más decididos defensores de las conquistas de la revolución. Los bolcheviques plantearon la unidad de acción con los conciliadores y con Kerensky en su lucha contra la reacción korniloviana, de este modo ponían en evidencia la debilidad de los líderes reformistas y ganaban crecientes simpatías entre su base social. Bajo estas premisas se organizó la defensa de Petrogrado, tan poderosa fue la movilización de los obreros, que la temible “División Salvaje” que avanzaba hacia la capital se disolvió antes de presentar batalla y Kornílov quedo sin tropas con las que llevar a cabo su intentona.
Hacia la toma del poder
A finales de septiembre los bolcheviques habían ganado ya la influencia necesaria entre los trabajadores, campesinos y soldados rusos como para plantearse el derrocamiento del gobierno provisional. Se decidió aplazar la insurrección al segundo congreso panruso de los soviets, que debía celebrarse el 25 de octubre. Según se acercaba el momento decisivo la presión sobre los dirigentes bolcheviques iba en aumento, ¿podrían los bolcheviques mantenerse solos en el poder? ¿Acudirían los trabajadores de Occidente en ayuda de la Rusia Soviética? Un sector de la dirección, liderados por Kámenev y Zinóviev, dos de los más fieles colaboradores de Lenin, sucumbieron a las presiones de clases ajenas y se opusieron denodadamente a la toma del poder por parte de los bolcheviques, hasta el punto de publicar los planes de la insurrección en los periódicos burgueses. Pese a todo, los preparativos para la insurrección siguieron adelante, en ellos jugo un papel clave Trotsky que, como en 1905, volvía a ocupar la presidencia del soviet de Petrogrado.
La historiografía burguesa plantea la falsa idea de que la Revolución de Octubre no fue más que un golpe de Estado perpetrado por una pequeña minoría de revolucionarios profesionales. En realidad el comité militar revolucionario contaba con el pleno apoyo de la guarnición y de los obreros de Petrogrado. Es por eso que el gobierno provisional no pudo organizar una resistencia seria ni siquiera en el Palacio de Invierno. La efusión de sangre fue mínima. Vencidas las últimas resistencias, el II congreso de los Soviets, con mayoría bolchevique, publicaba los decretos de la paz y del reparto de tierras a los campesinos, se instituía un gobierno soviético. Los trabajadores y campesinos eran ya el único poder en toda Rusia, comenzaba la obra de edificación socialista.
De este modo culminaban más de treinta años de lucha bolchevique. Sus tradiciones, sus sacrificios, el legado de la Revolución de Octubre formarán para siempre el más preciado tesoro de la clase obrera mundial.