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La neutralidad del Estado español en la I Guerra Mundial, de 1914 a 1918, trajo un cierto desarrollo económico, pues los productos salidos especialmente de las industrias del textil de Catalunya y de la siderurgia de Euskal Herria eran enormemente apreciados por las potencias en conflicto. Pero la carnicería que significó la guerra llevó a una gran inestabilidad: crisis económica, aumento del paro y estallidos sociales (como la huelga revolucionaria de 1917) que marcaron el período previo a la revolución de los años 30.

La década de los 30 trajo bajo el brazo la mayor crisis económica vivida nunca antes. El crack de 1929 en EEUU afectó duramente en los siguientes años al mundo entero y el Estado español, con su débil economía, sufrió de forma especial esta convulsión. La pobreza, el hambre, la miseria más absoluta recorrían pueblo tras pueblo, ciudad tras ciudad y tan sólo se detenía enfrente de los muros de las catedrales y de los palacios. Mientras los campesinos y obreros se desesperaban por poder llevarse algo a la boca, la Corona, la Iglesia, los mandos del ejército, los aristócratas y los capitalistas vivían a todo trapo.

Y entonces todo estalló. La proclamación de la República significaba para millones de mujeres y hombres la esperanza de una vida mejor, de la dignificación de su trabajo, del fin de la pobreza. Para millones de oprimidos la monarquía y la dictadura de Primo de Rivera eran los responsables directos de que el pueblo trabajador y los campesinos pobres vivieran en condiciones semifeudales. Pero la experiencia de cinco años de República burguesa hizo sacar a las masas conclusiones muy avanzadas, comprendiendo que el verdadero responsable de su opresión era el sistema capitalista, incapaz de solucionar ni uno sólo de sus problemas.

No podemos entrar profundamente en este documento a explicar el proceso que se vivió durante esos años. La Fundación Federico Engels ha dedicado libros y documentos muy importantes que animamos a leer. Pero sí es necesario, aunque sea brevemente, señalar el contexto político en el que se dieron las luchas de las mujeres en esa época. En los años 1931-1933 de gobierno republicano-socialista apenas si se llevó a cabo ninguna de las tareas importantes destinadas a mejorar radicalmente las condiciones de vida de la clase obrera y el campesinado pobre y, por tanto, ninguna de las necesidades de la mayoría de las mujeres: no hubo depuración de los elementos fascistas que dirigían el ejército, quedando éstos en sus mismos puestos que durante la dictadura de Primo de Rivera; en cuanto a la situación del campo, el gobierno evitó por todos los medios enfrentarse a los terratenientes y, en lugar de expropiar las tierras para ponerlas a producir bajo el control de los jornaleros y acabar con el hambre, la reforma agraria fue todo menos eso, como se demuestra en unas pocas cifras: "a fecha del 31 de diciembre de 1933 el Instituto de Reforma Agraria había distribuido sólo 110.956 hectáreas. Si comparamos este dato con las 11.168 fincas de más de 250 hectáreas, que ocupaban una extensión de más de 6.892.000 hectáreas, se puede afirmar que los terratenientes seguían controlando el campo a su antojo." (Juan Ignacio Ramos Las lecciones de la revolución española. Prefacio a la selección de escritos de La Revolución Española de León Trotsky).

En lo referente a los derechos de las nacionalidades históricas tan sólo se le otorgó a Catalunya una autonomía muy restringida, pero para el País Vasco ni eso, pues se negaron a concederle el estatuto de autonomía. El deseado derecho de autodeterminación nunca llegaría, levantando una gran decepción que debilitaría el apoyo a la República. Igual ocurrió en las colonias, las cuales en lugar de recibir la independencia siguieron siendo gobernadas con mano dura, llegándose a enfrentar con el movimiento independentista de Marruecos. En cuanto a "las promesas de poner fin a todo el entramado de leyes reaccionarias heredadas del régimen monárquico, y garantizar la libertad de expresión, de reunión y de huelga... el gobierno republicano-socialista no estaba dispuesto a llevar adelante... ninguna política audaz. Ante el incremento del número de huelgas y ocupaciones de fincas, el gobierno aprobó el 21 de octubre de 1931, la Ley de Defensa de la República que incluía la prohibición de difundir noticias que perturbaran el orden público y la buena reputación, denigrar las instituciones públicas, rehusar "irracionalmente" a trabajar y promover huelgas que no hubieran seguido el procedimiento del arbitraje. En la práctica se convirtió en un arma de choque contra las huelgas políticas. Bajo el paraguas de esta ley, los mandos de la Guardia Civil se emplearon a fondo en la represión." (Ibíd.) .

El motivo de todos estos ataques era que el gobierno republicano-socialista estaba defendiendo una república burguesa que seguía basándose en la propiedad privada de los medios de producción, incluida la tierra y, por lo tanto, debía proteger a los terratenientes e industriales de aquellos a los que se les ocurriera tomar sus tierras y empresas, colectivizarlas y ponerlas bajo el control de los trabajadores. Pero el pueblo trabajador no había luchado por una república para vivir igual que durante la monarquía: los campesinos pobres y los jornaleros exigieron tierras y los obreros y obreras, trabajo. En la medida en que iban pasando los meses y los años y no se solucionaban los graves problemas de la gente, fue el pueblo el que decidió tomar la iniciativa, y es entonces cuando la república burguesa demostró a qué clase estaba dispuesta a defender aunque fuera por la fuerza bruta: en Castilblanco, Arnedo, Castellar de Santiago, Casas Viejas, Espera, Yeste... el gobierno envió a la Guardia Civil para proteger la propiedad de los terratenientes acabando con la vida de decenas de hombres y mujeres.

En Casas Viejas en 1933, uno de los acontecimientos sangrientos más conocidos, las fuerzas del orden republicano burgués quemaron una chabola con casi una decena de personas que se encontraban dentro. La joven María Silva "La Libertaria", consiguió escapar, pero vio cómo quemaban vivos a varios miembros de su familia, militantes y simpatizantes de la CNT. Ella fue apresada y tuvo que pagar con meses de cárcel por ser militante anarquista. María fue un símbolo de la lucha contra la opresión y tuvieron que liberarla por la campaña de protesta que estaba generando. Pero igual que su familia, María sería asesinada después de ser secuestrada en 1936 por los fascistas cuando entraron en el pueblo. La poetisa anarquista Lucía Sánchez Saornil le dedicó un romance:

Puños de gigante baten

La puerta del aposento,

Y la noche entra de pronto,

Negra de horror y misterio.

-Ráfagas de fuego arrancan

Desgarrones de silencio-.

¡Ay, María Silva Cruz,

Carne dolida del pueblo!

Rugió brutal el destino.

¡Al fin, María Silva! ¡Fuego! ...

¡Ay! María Silva Cruz

("Libertaria", por tu abuelo)

¡Carne de tu misma carne,

Te vengará el pueblo íbero!

 ¿LA REPÚBLICA TRANFORMÓ LOS DERECHOS DE LAS MUJERES?

 Lo más doloroso para miles de hombres y mujeres era que esa política y esa represión estaban amparadas por la dirección del PSOE, que formaba un gobierno interclasista con los republicanos, y por lo tanto sin margen para poder legislar a favor de la clase obrera. Es por esto que los derechos de las mujeres proletarias tampoco alcanzaron grandes conquistas si exceptuamos el derecho al voto. Incluso éste no fue sencillo arrancarlo. Hasta en las organizaciones de izquierdas, socialistas y anarquistas, había dudas de si era oportuno conceder este derecho a las mujeres por miedo a que su voto ayudara especialmente a la derecha, pues según algunos dirigentes estaban demasiado influenciadas por la Iglesia. Esto revelaba que las direcciones de las organizaciones obreras más importantes estaban muy lejos de entender el verdadero papel de las mujeres de la clase obrera, de sus sentimientos de opresión y de sus esperanzas en un futuro digno. La realidad fue que la mujer pobre recogió la conquista del derecho al voto y lo puso a disposición de la lucha contra los privilegios de la Iglesia y de los burgueses, votando junto al resto de su clase masivamente a la izquierda en las primeras elecciones, demostrando un enorme nivel de conciencia.

Aunque las leyes de la República garantizaron los mismos derechos políticos a las mujeres que a los hombres (algo que cambió durante la guerra no sólo en las zonas tomadas por los fascistas sino también en el lado republicano), no lo hicieron en el terreno jurídico. Prueba de ello será la Ley de Contratos Laborales de noviembre de 1931 donde los sueldos de las mujeres casadas siguieron estando bajo el control del marido, y aunque se preveía la posibilidad de que ellas administraran sus salarios si se separaban, si no lo hacían necesitaban una autorización marital. Sólo en Catalunya se consiguió la igualdad jurídica, pero hubo que esperar hasta 1934. Esto contrasta con la Revolución Rusa, la cual concedió la igualdad completa en toda la legislación pocos meses después de que los bolcheviques tomaran el poder.

La República trajo algunos derechos que beneficiaban a las mujeres con respecto al pasado, como la Ley de Divorcio que se consideró como una de las más avanzadas de su época, al igual que la Ley de Matrimonio Civil por la que tanto el matrimonio como el divorcio se convertían en trámites rápidos de conseguir. Hubo algunas medidas más que favorecieron a las mujeres de la pequeña burguesía, como el acceso a estudios universitarios y su posterior ejercicio público. Pero la realidad en el día a día para las obreras y campesinas apenas cambió. La legislación laboral de la República llegó a prohibir el trabajo de las mujeres casadas si había hombres en paro. Las jornaleras estaban especialmente afectadas por estas medidas, pues la durísima crisis económica que se vivía en aquellos años disparó el paro en el campo, condenando así a las mujeres.

Como señala María Gloria Núñez Pérez en su obra Trabajadoras en la II República "...casi una tercera parte de las mujeres activas censadas en 1930, casi unas cuatrocientas mil, no pudieron apenas beneficiarse de la copiosa legislación social del gobierno republicano socialista porque estaban empleadas en el servicio doméstico..., quedando excluido [el servicio doméstico] de las leyes sobre jornada máxima y jurados mixtos. Tampoco las empleadas del hogar tenían derecho al seguro de maternidad, subsidio de paro, accidentes de trabajo, descanso dominical y retiro obrero. Por otra parte, casi ninguna trabajadora pudo acceder al subsidio de paro establecido por el decreto de mayo de 1931. La memoria del Instituto Nacional de Previsión de 1933 señala que mientras cerca de veinte mil obreros lo recibieron, sólo había llegado a cien trabajadoras."

En cuanto a los salarios las cosas tampoco cambiaron mucho como demuestra el siguiente cuadro (las cifras están en pesetas):

"Remuneraciones para mujeres y varones en el mismo oficio o categoría profesional"

Grupo de industrias

Territorio

Oficio o categoría y tipo de industria

Mujeres

Varones

Textiles

Crevillente (Alicante)

Obreros destajistas de industria de tejidos (en vacaciones)

20 (semana)

42 (semana)

 

Baleares

Jornales mínimos de obreros textiles de 18 años

3,50 (jornada)

5,50 (jornada)

 

Barcelona

Obreros oficiales persianeros

9 (jornada)

13 (jornada)

Confección

Oviedo

Oficial de sastrería

4,50 (jornada)

10 (jornada)

 

Granada

Oficial de taller de sastrería

3,50 (jornada)

8 (jornada)

Comercio

Burgos

Dependientes de comercio a los 18 años

80,50 (mes)

115 (mes)

 

La Coruña

Dependientes de comercio

82,50 (mes)

110 (mes)

 

Madrid

Dependientes de comercio de alimentación a los 18 años

144 (mes)

180 (mes)


Fuente: Datos de bases de trabajo reproducidas en González-Rothvoss, Mariano. Anuario español de política social, 1934-1935, Madrid, 1935, p 407-1611.

En cuanto a la ley del aborto tan sólo se aprobó en Catalunya y en 1936. De esta forma los republicanos y socialistas creían no entrar en guerra con la Iglesia Católica, y un derecho que podía salvar la vida de miles de mujeres, ya que el aborto existía de forma clandestina y en condiciones lamentables para las mujeres pobres, se obvió. Si en Catalunya se aprobó fue porque el proceso revolucionario fue especialmente profundo, convirtiéndose en la punta de lanza de muchos de los derechos de las mujeres obreras. Lo que venía a poner encima de la mesa la experiencia de las mujeres en Catalunya era que los derechos podían llegar muy lejos si la lucha por alcanzarlos iba unida a la lucha por transformar la sociedad. En las zonas donde las tierras y las fábricas se tomaron y se pusieron bajo el control de las masas, las relaciones sociales se revolucionaban y las mujeres adquirían derechos nunca antes soñados. No fueron las leyes de la República las que concedieron los pocos derechos que las mujeres disfrutaron aquellos años, sino que fue la enorme fuerza del movimiento revolucionario la que rompió muchas cadenas que ataban a las mujeres con el pasado.

LA DECEPCIÓN

Todos los intentos de los dirigentes socialistas en el gobierno de no tomar medidas serias en la economía y en la política para no asustar a la Iglesia, al ejército ni a los terratenientes y burgueses, chocó con las necesidades de las masas y también con su estado de ánimo. La enorme decepción entre las masas llevó a una gran abstención en las elecciones de diciembre de 1933, abstención defendida erróneamente por la CNT. Este hecho permitió la victoria de las derechas empezando un bienio conocido como el Bienio Negro por la oscuridad en la que sumergieron a la clase obrera y a sus derechos. La derecha aniquiló lo poco conseguido durante los dos años anteriores, pero los revolucionarios no se lo iban a poner fácil y en 1934 las mujeres de Andalucía y Euskal Herria comenzaron a organizar manifestaciones, produciéndose motines por la apropiación de pan. La presión obligó a los dirigentes obreros a llamar a una Huelga General en la que las mujeres revolucionarias jugaron un papel esencial. La huelga fracasó en todo el Estado menos en Asturias, que se convirtió en la histórica Comuna Asturiana, quedando como un ejemplo de lucha para todo el Estado y demostrando lo lejos que estaba dispuesta a llegar la clase obrera. La Comuna fue aplastada, pero el heroísmo de aquella lucha, que quedó concentrado en la imagen de la joven Aida de la Fuente, evitó que los fascistas pudieran instaurarse en el poder cómodamente como habían conseguido en Alemania y, en cambio, preparó a todos los sectores de la clase obrera para el levantamiento contra el golpe de Estado en 1936.

El Bienio Negro llenó las cárceles de hombres y mujeres, más de 10.000 sólo en Asturias. La clase obrera, si bien comprobó las limitaciones de una República burguesa, también deseaba desalojar inmediatamente del poder a la rancia derecha represora y en cuanto se recuperó del primer golpe recibido, volvió a la lucha. El gobierno de derechas entró en crisis y en las nuevas elecciones de febrero de 1936 las masas pobres se volcaron en votar al Frente Popular, de nuevo un frente de partidos obreros junto a partidos republicanos burgueses. La diferencia con 1931 es que las obreras y los obreros, las jornaleras y los campesinos pobres no iban a esperar a las leyes del nuevo gobierno, sino que las iban a imponer: al día siguiente de la victoria del Frente Popular liberaron a todos los presos políticos de las cárceles, ocuparon tierras y empresas y dieron un nuevo impulso al proceso revolucionario que había empezado en 1931.

Pero fue meses después, cuando se alzaron las tropas fascistas apoyadas y financiadas por la burguesía que temía perder sus propiedades, que temía que la revolución pudiera llegar a instaurar el Socialismo, cuando el proceso adquirió un calado sólo comparable con la revolución rusa de 1917. En estos nuevos acontecimientos otra vez la mujer trabajadora vuelve a poner su sello y lo hará con la potencia y la profundidad directamente proporcional a su opresión, sufrida durante generaciones.

LA REVOLUCIÓN

Los franquistas pensaban que el golpe sería un éxito sin paliativos y que, como si de un "paseíllo" se tratara, tomarían sin dificultad todas las ciudades importantes. Esta mentalidad partía del hecho de que el gobierno republicano del Frente Popular, con Azaña a la cabeza, lejos de hacer frente a los peligros golpistas que se avecinaban insistía una y otra vez en que el levantamiento tan sólo se circunscribía a un pequeño núcleo de militares y que no sería secundado por el ejército, el cual era leal a la República. Se negaron a armar a los obreros porque en realidad estos representantes burgueses temían más a la revolución proletaria que al levantamiento militar.

Pero la clase obrera sí era consciente del peligro que para ella se avecinaba y utilizó lo poco que tenía en sus manos para defenderse. Con las armas que pudo conseguir se enfrentó a los fascistas derrotándolos en la mayor parte del Estado. A partir de aquí comenzó un proceso de una gran profundidad y calado históricos para la lucha de la clase obrera internacional. El fascismo que había avanzado por toda Europa era derrotado por una revolución proletaria, siendo las mujeres parte inseparable de ella. Como la prensa anarquista Mujeres Libres hizo sentir en sus páginas: "Las maestras pelaban patatas, las enfermeras fregaban los suelos, las chicas del servicio doméstico acudían en avalancha a las clases preparatorias que se improvisaban, las feministas cien por cien cuidaban a los niños y atendían hospitales, las modistas cogían el fusil... había sonado una palabra: ¡revolución! y la chica del servicio doméstico corría a liberarse de su ignorancia y la modista dejaba la tiranía de la aguja... no vaciló y decidida se lanzó a la calle a luchar al lado del obrero... y ofreció su vida joven, pletórica de ilusiones juveniles, en las primeras jornadas de la lucha heroica, en que cada hombre era un héroe y cada mujer equivalía a un hombre". (Citado en Mary Nash. Rojas, Las mujeres republicanas en la Guerra Civil).

Para la mujer trabajadora la revolución trajo consigo una explosión de participación nunca antes vivida. Miles de jóvenes, de mujeres solteras y casadas, con o sin hijos, por primera vez sentían la necesidad y la obligación de sumarse a las filas de las organizaciones revolucionarias. Pero, de nuevo, la incomprensión por parte de las direcciones obreras del importantísimo papel que la mujer tenía que jugar en los procesos sociales que se estaban dando, llevó a muchas de ellas a buscar formas organizativas separadas del resto de la clase, buscando poder participar con mayor libertad.

MUJERES LIBRES

Mujeres Libres fue la organización femenina anarquista que, aunque con vinculaciones con el resto del movimiento libertario, era autónoma. El objetivo por el que fue creada fue para "liberar de la triple esclavitud a la que habían sido sometidas: esclavitud a la ignorancia, esclavitud como mujeres, esclavitud como trabajadoras". No se declaraban feministas pues afirmaban que este término estaba ligado a la trayectoria política pequeñoburguesa y que, por lo tanto, tenía enormes limitaciones sociales.

Se convirtió en una organización con más de 20.000 afiliadas, con 170 agrupaciones locales en ciudades y pueblos de todo el Estado, pero especialmente en Catalunya, Madrid, Aragón, Valencia y Andalucía. Su dirección estaba compuesta mayoritariamente por obreras anarquistas, grandes luchadoras y autodidactas.

Mujeres Libres empezó siendo sólo una revista, una publicación más encaminada a hacer conscientes a los militantes anarquistas masculinos de los prejuicios sexistas que mantenían y a la vez un órgano de expresión independiente sólo para mujeres. Fue en abril de 1936, meses antes de la guerra civil, cuando se creó la organización exclusivamente femenina, con el fin de atraer mujeres hacia el anarquismo, educarlas cultural y políticamente y así poder acabar con la hegemonía masculina en el seno del movimiento anarquista.

Suceso Portales, modista y dirigente de Mujeres Libres, en un artículo titulado Necesitamos una moral para los dos sexos se quejaba de que: "oímos diariamente hablar demasiado de la libertad de los oprimidos y de la noble causa de la justicia social. Pero no oímos nunca, salvo contadas ocasiones, que estos libertadores se refieran a la necesidad de declarar íntegramente libres a las mujeres" (Ibíd.).

Incluso más claro y contundente fue otro artículo en el periódico anarquista "Tierra y Libertad" en diciembre del 36: "El ejemplo está ahora vivo en todas partes; en la mayoría de los sindicatos de los pueblos ocurre que mientras los compañeros discuten o resuelven un asunto las mujeres siguen ejerciendo en el propio sindicato y con el mismo espíritu servil que lo hacían antes en sus hogares, los trabajos "femeninos" de guisar, lavar, etcétera. Desde que comenzó la lucha hemos recorrido muchos pueblos de la España antifascista y salvo en algunos sindicatos que han aceptado burguesitas más o menos guapas, más o menos mecanógrafas, sólo hemos visto mujeres humilladas en la misma esclavitud de siempre". (Ibíd.)

Uno de los motivos fundamentales para que esto siguiera ocurriendo era responsabilidad de los dirigentes de la CNT, los cuales maleducaban políticamente a su base. Federica Montseny, líder anarquista con gran influencia y autoridad, negaba la existencia de la opresión de género, lo cual les llevó a despreciar en la práctica no sólo a la organización Mujeres Libres, sino a aquellos que combatían contra la desigualdad de la mujer, incluso entre sus propias filas. Y como ella pensaban la mayoría de los dirigentes de la CNT-FAI. Aunque Montseny denunciaba la discriminación de las mujeres dentro del movimiento libertario y en la sociedad, partía de que ésta se daba por la falta de entendimiento entre el hombre y la mujer, por el hecho de que ambos eran un "enigma" entre ellos. Por tanto, la solución era desarrollar una nueva personalidad humana, una nueva mentalidad de "autosuperación" y "personalidad equilibrada". Este punto de vista individualista y pequeñoburgués chocó con un sector de mujeres anarquistas que defendían que la opresión de la mujer era doble y que por eso había que llevar una doble lucha, paralela, por acabar con la opresión de clase y de género. Entre estas últimas había también diferencias, pues mientras que algunas ponían el énfasis en culpar a los hombres de esta situación de opresión, otras entendían que el responsable era el sistema capitalista, acercándose a una postura marxista.

Desde el punto de vista del marxismo, una organización revolucionaria que no tenga un programa y una táctica correcta ante la cuestión de la mujer será incapaz de ser un instrumento para la transformación socialista de la sociedad. Contrariamente a los anarquistas, el marxismo siempre ha explicado que la opresión de género existe, y que las mujeres obreras, bajo el capitalismo, están doblemente oprimidas, por el hecho de ser obreras y por ser mujeres.

En una sociedad dividida en clases sociales, donde una clase, la dominante, detenta la propiedad privada de la tierra y la industria, es fundamental que la estructura familiar se adecúe. La esclavitud de la mujer en la familia se da mucho antes de que exista el capitalismo, de hecho nace junto con la propiedad privada de los medios de producción. Esto es así porque la descendencia que tiene que heredar dicha propiedad privada ha de estar asegurada para que las posesiones se mantengan en el interior de la familia. Para ello la mujer tenía que estar controlada y vigilada para que no hubiera dudas de que sus hijos fueran con toda seguridad los hijos de los propietarios. Y es así como la mujer fue degradada a un simple instrumento para el cuidado de los hijos. Más adelante trataremos detenidamente este tema que fue explicado científicamente y brillantemente por Engels en su obra El origen de la familia, la propiedad privada, y el Estado.

Si bien antes del capitalismo las mujeres campesinas trabajaban además de en el hogar en el campo, esto era en la práctica una extensión del trabajo doméstico, tanto porque vivían en las mismas tierras que trabajaban, como porque a la familia le pertenecía una parte de las cosechas o de los animales que cuidaban (aunque fuera muy poco). Bajo el sistema capitalista la familia burguesa se encontró con una gran contradicción: mientras defendía la tradición familiar de que las mujeres debían estar en casa cuidando de sus hijos, la revolución de la producción presionaba para encontrar más mano de obra para las fábricas, viéndose obligados a introducir a la mujer. La llegada de las mujeres a la producción las convertirá en obreras y, por tanto, en explotadas. Y así es como la mujer trabajadora se torna en doblemente oprimida, en el trabajo y en el interior de la familia, en palabras de Engels, en la "la esclava del esclavo". Por eso, sólo uniendo el problema de género al de clase en una lucha inseparable y transformando la sociedad capitalista en una sociedad sin clases, una sociedad socialista, existirá la base para acabar con la opresión de género, así como con la opresión nacional, racial, etc.

¿ORGANIZACIONES SEPARADAS DE MUJERES?

La falta de una postura de clase por parte de la dirección anarquista mantuvo divididas y separadas a miles de mujeres en el seno del movimiento libertario. Montseny criticó la existencia de la organización Mujeres Libres, por establecerse al margen de las organizaciones anarquistas oficiales, ya que decía que de esta forma se debilitaba al movimiento libertario. En una entrevista que le hicieron siendo ya Ministra de Sanidad y Asistencia Social en el gobierno de Largo Caballero sostuvo que "los dos sexos están oprimidos, no sólo las mujeres. Por consiguiente, únicamente hay una liberación por la que tienen que luchar tanto los hombres como las mujeres. Esa es la razón por la que no tenemos ninguna organización exclusivamente femenina". (Ibid)

Montseny habría tenido razón defendiendo esta postura si, tanto ella como en el interior de la CNT-FAI se hubiera combatido duramente contra la opresión a las mujeres y hubieran tenido un programa dirigido a las obreras que las uniera al resto de la clase. Pero muchas mujeres revolucionarias que se declaraban anarquistas, tuvieron que buscar fuera de sus organizaciones este programa.

Dos décadas antes el Partido Bolchevique había organizado a las mujeres rusas evitando la división con sus hermanos de clase. Lenin había defendido que la organización que quisiera liderar la lucha contra la sociedad capitalista y que llevara a la clase obrera al poder, tenía que ser un instrumento especial, capaz de soportar las difíciles circunstancias que se encontraría por el camino. Por eso, el partido, debía estar integrado por los mejores luchadores revolucionarios, hombres y mujeres, negándose a dividirlo en compartimentos estancos, bien entre mujeres y hombres o entre miembros de diferentes nacionalidades. Ahora bien, el partido debía tener una política revolucionaria tanto en el aspecto de clase, como en el de género, como en el nacional. Gracias a esto consiguieron forjar una herramienta poderosa, el Partido Bolchevique, capaz de unir a los sectores más avanzados de entre los oprimidos de la sociedad rusa, permitiéndoles tomar el poder en sus manos en 1917.

Pero a la vez Lenin defendió que el partido debería desarrollar y promover organizaciones de mujeres trabajadoras y campesinas que facilitaran su acercamiento al movimiento obrero y comunista. En una conversación de Clara Zetkin, destacada militante comunista alemana, con Lenin en 1920, ésta le pidió orientación para el trabajo entre las mujeres a lo que él contestó: "podemos enorgullecernos de que la flor y nata de las mujeres revolucionarias militan en nuestro partido, en la Internacional Comunista. Pero esto no tiene todavía una importancia decisiva. Debemos de atraer a millones de trabajadoras en la ciudad y en el campo a la participación en nuestra lucha y en particular a la reestructuración comunista de la sociedad. Sin las mujeres no puede existir un verdadero movimiento de masas. De nuestra concepción ideológica se desprenden asimismo medidas de organización ¡Nada de organizaciones especiales de mujeres comunistas! La comunista es tan militante del partido como lo es el comunista, con las mismas obligaciones y derechos. En esto no puede haber ninguna divergencia. Sin embargo, no debemos cerrar los ojos ante los hechos. El partido debe contar con organismos, grupos de trabajo, comisiones, comités, secciones o como se decida denominarlas, cuya tarea especial sirva para despertar a las amplias masas femeninas, vincularlas al partido y mantenerlas bajo la influencia de éste. Para ello, naturalmente, es necesario que desarrollemos plenamente una labor sistemática entre estas masas femeninas... Necesitamos nuestros propios organismos para trabajar entre ellas, necesitamos métodos especiales de agitación y formas especiales de organización".  Esto no eran meras palabras para satisfacer a Clara Zetkin. En el III Congreso de la Internacional Comunista celebrado ese mismo año, 1920, se dedicó una parte importante del Congreso a mejorar y desarrollar más profundamente el programa y el trabajo entre las mujeres. En el terreno de la organización se demostró la enorme importancia que le dieron al trabajo entre las mujeres con la aprobación de tesis como la siguiente: "Esos organismos dedicados al trabajo entre las mujeres deben ser secciones o comisiones que funcionen junto a todos los comités del partido, comenzando por el Comité Central y hasta en los comités de barrio o de distrito. Esta decisión es obligatoria para todos los partidos de la Internacional Comunista" (Fundación Federico Engels La Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos 1919-1922).

Esta posición táctica tan flexible junto a unos principios ideológicos y políticos firmes fue lo que hizo posible ganar a las mujeres obreras y campesinas de Rusia a la Revolución, algo que no consiguieron las diferentes direcciones obreras en los años 30.

Partiendo de la táctica defendida por Lenin, la existencia de Mujeres Libres podría haber sido utilizada por los dirigentes anarquistas como una forma de llegar a miles de luchadoras y ganarlas para su organización y sus objetivos. El problema es que los líderes anarquistas no sólo fueron incapaces de orientar políticamente a las masas femeninas, sino que el ideario anarquista dejó clara su incapacidad para ser una alternativa real al sistema capitalista y, por tanto, a todas sus formas de opresión.

ASOCIACIÓN DE MUJERES ANTIFASCISTAS, LA AMA

Si bien los dirigentes del PCE se jactaban de ser los seguidores de Lenin, su programa y método estalinista nada tenían que ver con el bolchevismo y la prueba estuvo también en cómo actuaron ante la cuestión de la mujer.

Desde 1935 los estalinistas, siguiendo las directrices de Moscú, pasaron a desarrollar la táctica de los frentes populares, es decir, la unidad no de clase sino interclasista, apoyando a los partidos republicanos burgueses y defendiendo una república democrática burguesa, oponiéndose radicalmente a luchar por el socialismo y persiguiendo a todo aquel, dentro o fuera del PCE, que combatiera por un cambio revolucionario. Esto tuvo una repercusión directa en la organización femenina que el PCE había creado en 1933, la Agrupación de Mujeres Antifascistas, más conocida como la AMA.

La AMA sufrió diferentes cambios desde su creación, pero nada más empezar la guerra civil y el impacto que ésta tuvo entre las mujeres trabajadoras, hizo que la AMA se convirtiera en una organización de masas, con más de 50.000 afiliadas, creando incluso un segundo comité estatal con sede en Bilbao. Llegaron a tener más de 250 agrupaciones locales. Fueron también las precursoras de la Unió de Dones de Catalunya (UDC) que al final de la guerra también agrupó a miles de mujeres. El objetivo de la AMA fue la lucha contra el fascismo y también ganar a mujeres para el PCE, pero incluso este último objetivo no fue satisfecho, pues en 1938 tan sólo lograron que hubiera 4.203 mujeres militando en sus filas.

La composición política de la AMA era de socialistas, comunistas, republicanas, republicanas católicas y afiliadas a diferentes partidos que formaban parte del frente popular, pero la dirección siempre estuvo férreamente dirigida por dirigentes del PCE y de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), la organización comunista juvenil. Dolores Ibárruri, la Pasionaria, fue la presidenta del Comité Nacional.

A pesar de que la composición de clase de la AMA era obrera, su dirección desactivó los intentos de giro político a la izquierda, evitando unir la lucha de la mujer a la revolución que se estaba extendiendo por toda la sociedad. Una y otra vez repetían que su único objetivo era la lucha antifascista y no revolucionaria. Esta conducta fue lo que hizo que el Gobierno de colaboración de clases del Frente Popular viera en la AMA a la organización femenina ideal, en la que podía confiar. La convirtió en la única organización de mujeres respaldada oficialmente por el gobierno, encargándole tareas como la creación de una Comisión de Auxilio Femenino que se encargara de organizar a las mujeres para los suministros que el frente necesitaba, así como de la asistencia a los combatientes. Pero en realidad, lo que el gobierno quería era tener bien atada a la AMA, pues en la práctica ninguna de las tareas encomendadas fue posible llevarlas a cabo, porque la mayoría de las veces su labor era boicoteada por los burócratas del estado burgués que el propio PCE y la AMA defendían. Por tanto, cada objetivo se convirtió en un fracaso y sólo el maravilloso esfuerzo de miles de obreras con su fervor y arrojo revolucionario hizo posible que muchas ayudas llegaran a los combatientes.

Incluso en la lucha antifascista que la AMA decía defender, sus proclamas para atraer a las mujeres eran enormemente conservadoras como lo demuestra una parte del texto del carnet de la AMA: "la característica de la mujer, es su espíritu de construcción y su amor maternal; y la guerra y el fascismo, suponen la destrucción y el odio. La guerra le destruye el hogar que creó con tanto cariño, le asesina su compañero, a su hijo." (Mary Nash. Rojas, Las mujeres republicanas en la Guerra Civil).

¡Qué contraste con el Partido Bolchevique y los primeros años de la Internacional comunista! Mientras la dirección estalinista desanimaba a las mujeres con estas proclamas a participar en una guerra civil que era una guerra entre las clases, una guerra en la que se tenía la oportunidad de acabar con el fascismo y con su artífice, el capitalismo, en 1920, en plena guerra civil rusa, se aprobaba la siguiente resolución: "El III Congreso de la Internacional Comunista indica las tareas a realizar por los partidos comunistas a través de las secciones dedicadas al trabajo con las mujeres: ... c) afirmar la voluntad de la obrera haciéndola participar de la guerra civil en todas sus formas y aspectos, movilizarla en las acciones de masas, en la lucha contra la explotación capitalista en los países burgueses...". (Fundación Federico Engels "La Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos 1919-1922).

La antifascista vasca Astrea Barrios, criticó duramente a la AMA denunciando que el "feminismo auténtico que proponía la AMA era el que estimulaba a una chica a coser ropa para los milicianos, elevar la moral de los heridos o sustituir en el trabajo a sus camaradas varones para que pudieran ir al frente". (Mary Nash. Rojas, Las mujeres republicanas en la Guerra Civil).

Estas posiciones conservadoras llevaron a enfrentamientos en el interior de la AMA ya que la revolución que se estaba desarrollando, pese a los dirigentes estalinistas, empujaba a sectores de la asociación hacia una mayor radicalización. Pero el cansancio después de años de guerra y revolución, con las direcciones obreras obstaculizando los deseos de las masas, hizo mella, debilitando a los sectores más a la izquierda que sentían cómo la lucha se perdía.

EL SECRETARIADO FEMENINO DEL POUM

Si bien el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) no llegó a ser un partido de masas, su desarrollo, especialmente a partir de los acontecimientos revolucionarios de julio del 36 le convirtió en un referente para los sectores más conscientes y combativos de la clase obrera, sobre todo la catalana. Su participación en el movimiento le hizo sentir la necesidad de dedicar atención a los temas específicos de las mujeres trabajadoras, orientando parte de su trabajo a ganar a las mejores revolucionarias. A diferencia de los anarquistas y estalinistas, el POUM no creó ninguna organización separada, en parte porque sus pequeñas fuerzas se lo impedían. En septiembre de 1936 crearon el Secretariado Femenino del POUM (SFPOUM) que, aunque en el programa se definía como "la organización femenina de masas y a partir de ahí se pueden atraer numerosas militantes al Partido", en realidad era más un comité interno, cuyas dirigentes eran elegidas desde los órganos del partido y cuyo cometido era hacer propaganda política entre las obreras para "educarlas en los principios marxistas, los únicos que pueden conducir al triunfo del proletariado". El SFPOUM contribuyó e impulsó programas de alfabetización, formación, labores de auxilio, etc. Fue un gran defensor de los derechos relacionados con la sexualidad, entre ellos el derecho al aborto. Gracias a la presión del POUM, con el apoyo de la CNT, se consiguió su despenalización en Catalunya, siendo algo inédito en aquellos años en Europa. Tan sólo los bolcheviques lo habían llevado a cabo en 1920, aunque este derecho fue liquidado por Stalin en 1936.

El SFPOUM publicó como órgano de expresión el periódico quincenal Emancipación, así como panfletos en los que llamaban a la lucha unitaria de obreros y obreras para acabar con el verdadero responsable de la opresión femenina: "la verdadera emancipación de la mujer sólo es posible en la sociedad comunista" (Ibíd.). Si bien el SFPOUM vinculaba en sus materiales la lucha antifascista a la lucha por el Socialismo, en la práctica cometió errores tremendos, como entrar en el gobierno interclasista del Frente Popular. Como Trotsky ya les adelantó esa política sólo les podía llevar a debilitarse y a aislarse y, eso mismo, fue lo que les sucedió. Su debilidad fue lo que le dio la oportunidad a los dirigentes estalinistas del PCE y PSUC de realizar una caza de brujas sin precedentes contra ellos, pero también contra anarquistas, socialistas y comunistas críticos, hasta el punto de su eliminación física.

MILICIANAS, PRIMERO GLORIFICADAS, LUEGO VILIPENDIADAS

Rosario, dinamitera,

sobre tu mano bonita

celaba la dinamita

sus atributos de fiera...

...Rosario, dinamitera,

puedes ser varón y eres

la nata de las mujeres,

la espuma de la trinchera.

Digna como una bandera

de triunfos y resplandores,

dinamiteros pastores,

vedla agitando su aliento

y dad las bombas al viento

del alma de los traidores.

Esta poesía de Miguel Hernández fue dedicada a la joven comunista y miliciana Rosario, de 17 años, la cual perdió su mano derecha mientras preparaba una bomba. Rosario, la Dinamitera como en adelante se la conoció, fue una de las tantas jóvenes comunistas, socialistas, anarquistas, revolucionarias, que sin pensarlo un momento el día después del alzamiento fascista se pusieron al servicio de la lucha. La gran mayoría de las mujeres que participaron con las armas en la mano en las primeras barricadas y en los frentes de combate eran militantes de organizaciones políticas y sindicales. La mayoría eran jóvenes solteras, pero también hubo muchas madres que acompañaron a sus maridos o hijos al frente.

En los primeros días de la guerra, cuando el proceso revolucionario estaba en uno de sus momentos álgidos, el papel de la miliciana era visto por todos como el de las heroínas, las valientes mujeres que luchan codo con codo con sus hermanos proletarios. Se les dedicaban poesías, elogios, se las enaltecía y glorificaba. En julio del 36 todas las organizaciones, incluido el conservador PCE y la AMA estaban de acuerdo en que las mujeres participaran en el frente y hacían llamamientos a que se alistaran. El Diario del Quinto Regimiento de Milicias Populares llegó a organizar una guardería para los hijos de los milicianos ese verano.

Pero las milicias de las diferentes organizaciones tenían formas también diferentes de organizar el trabajo en el frente. Como explica Mika Etchebéhère, capitana de una columna del POUM, dos milicianas que pertenecieron a la Columna Pasionaria decidieron abandonarla para ir a la de Mika porque según decía una de ellas, Manuela, "soy de la columna ‘Pasionaria' pero prefiero quedarme con vosotros. Aquellos nunca quisieron dar fusiles a las muchachas. Sólo servíamos para lavar los platos y la ropa. He oído decir que en vuestra columna las milicianas tenían los mismos derechos que los hombres, que no lavaban ropa ni platos. Yo no he venido al frente a morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano." (Ibíd.)

Estas mujeres milicianas lucharon en los frentes de Aragón, Guadalajara, en los montes de Euskal Herria, de Andalucía, Madrid y Mallorca. "Mi corazón no puede permanecer impasible viendo la lucha que están llevando mis hermanos... Y si alguien os dice que la lucha no es cosa de mujeres, decidle que el desempeño del deber revolucionario es obligación de todos los que no son cobardes" decía una joven miliciana en una carta a su familia. (Ibíd.)

Pero todo cambió en unas cuantas semanas. En octubre de 1936, Largo Caballero aprobó una serie de decretos militares que ordenaban a las mujeres dejar el frente; en diciembre del 36 se enviaron mensajes a los centros de reclutamiento de combatientes en el extranjero para que no dejaran alistarse a mujeres. Los estalinistas, ya desde el mes de septiembre desarrollaron una campaña a fondo con la consigna "los hombres en los frentes de combate, las mujeres a la retaguardia" justificándolo de este modo: "Debemos reconocer el mérito de estas valientes muchachas...; pero no debemos olvidar que hay que tener un cierto grado de conocimientos y preparación para ayudar a un cirujano que está tratando de salvar una vida en grave peligro. Desgraciadamente no todas las mujeres tienen tales conocimientos. Y esa es la razón por la que, a pesar del entusiasmo de estas bellas milicianas, muchas veces son de poca utilidad en los cuarteles o en los hospitales". (Ibíd.)

En pocos meses, las alabanzas a las milicianas se transformaron en lo contrario. Se las ridiculizaba hasta el punto en que estas campañas sistemáticas fueron una presión para muchas de ellas, obligándolas a dejar el frente. Pero otras muchas se resistieron todo lo que pudieron. El PCE utilizó todas sus fuerzas para que los decretos militares se cumplieran, hasta el punto de enviar a los frentes a sus mejores "negociadores" como explica María Solana, miembro de la JSU "Dolores Ibárruri, Pasionaria, vino al frente a decirles a las mujeres que su sitio estaba en la retaguardia, donde podían ser más útiles para el esfuerzo bélico. Llegaron camiones para llevarse a las mujeres, pero una amiga mía de la infancia, y algunas otras, no se marcharon". (R. Fraser. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros).

Muchas mujeres se levantaron contra esto, y en el periódico Mujeres de Bilbao Astrea Barrios criticó tanto al gobierno central como al vasco: "por tanto, la mujer reclama hoy con más insistencia que nunca, porque los momentos son también más críticos que nunca, su puesto en la lucha contra la barbarie. No sirva la disculpa de la no preparación femenina para ciertos menesteres; la mujer como el hombre que es antifascista, no ve, no puede ver obstáculos de profesión cuando estos obstáculos sirven para abrir el paso a su enemigo común: el fascismo. ¿Es que el 19 de julio nuestros compañeros conocían el manejo de las armas? No; y, sin embargo, fueron al frente; el tiempo ha puesto en ellos la práctica... de la misma forma lo hará la mujer...". (Mary Nash. Rojas, Las mujeres republicanas en la Guerra Civil).

Lo que había detrás de estos decretos reaccionarios era que por parte del gobierno del Frente Popular se querían desmantelar las milicias obreras, que fueron verdaderos órganos políticos y militares democráticos, en los que se luchaba en su interior por la igualdad de derechos. En esas milicias se elegían a los mandos y estos cobraban todos lo mismo que los milicianos sin graduación. Junto al decreto de prohibición del armamento entre las mujeres, se decretó el de la militarización de las milicias, o sea, pasar a un ejército de tipo burgués, con sus diferencias de clase y, por tanto, también de sexo. Si bien las bases de las organizaciones se resistieron a estas barbaridades, sus direcciones, incluidas las de la CNT y del POUM participaron de ellas por su implicación directa en el gobierno. Vale la pena citar un párrafo del periódico anarquista Mujeres Libres en julio de 1937 para quedarnos petrificados: "La mujer... comprendió que las escaramuzas callejeras distan mucho de parecerse a la lucha metódica regular y desesperante de la guerra de trincheras. Comprendiéndolo así y reconociendo su propio valor como mujer, prefirió cambiar el fusil por la máquina industrial y la energía guerrera por la dulzura de su alma de MUJER... ha sabido imprimir al grosero ambiente de la guerra la delicada suavidad de su psicología femenina....". (Ibíd.).

No podemos esperar nada mejor de la dirección del POUM, la cual, a pesar de haber sido la única en organizar un Batallón Femenino que preparó a muchas mujeres para defender Barcelona con las armas, claudicó declarando que las responsabilidades masculinas y femeninas en la guerra debían ser distintas y que el lugar adecuado para las mujeres no estaba en el frente de combate.

En mayo de 1937, con Negrín en el gobierno, la expulsión de la mujer ya fue absoluta. El nuevo Ejército Popular no lo era tanto, pues las mujeres lo tenían prohibido. Esto contrasta sobremanera con la actitud de los bolcheviques. Por ejemplo, en su Decreto sobre la Instrucción Militar Obligatoria para el Ejército Rojo del 22 de abril de 1918, defendían que " (...) Las ciudadanas se instruirán, si lo desean, en las mismas condiciones que los hombres (...)". (Trotsky. Escritos Militares). O que los Partidos Comunistas debían defender entre las mujeres un trabajo sobre la base de "Tomar conciencia de la importancia de la participación activa de las mujeres de todos los sectores de la lucha del proletariado (inclusive su defensa militar)...". (Fundación Federico Engels "La Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos 1919-1922). Sólo prohibieron la participación en el ejército a aquellos que estuvieran explotando mano de obra ajena, pues era un ejército de la clase obrera y del campesinado pobre cuyo objetivo era luchar contra la invasión capitalista extranjera a la vez que defendían el socialismo. Los bolcheviques tuvieron una política correcta, la trasladaron al terreno militar y así ganaron la guerra. Esta fue otra de las grandes diferencias con los aquellos que se llamaron comunistas, socialistas o marxistas y que en la guerra civil dirigieron la revolución a su derrota.

Al final las milicianas fueron señaladas y comparadas con las prostitutas, haciéndolas responsables de la transmisión de enfermedades venéreas debido a las relaciones sexuales sin prevención en los frentes. Estas difamaciones sólo consiguieron desgastar a un sector fundamental de las fuerzas obreras para la causa revolucionaria, además de rebajar el nivel de conciencia entre los hombres.

TRABAJADORAS SÍ, PERO MIENTRAS ELLOS ESTÉN EN EL FRENTE

El trabajo voluntario en la zona republicana fue crucial en los primeros momentos para ayudar a una economía en guerra y fue la energía inagotable de las mujeres la que lo hizo posible. Su participación en la asistencia médica y sanitaria cubrió una necesidad vital; su participación en organismos de servicios sociales fue crucial para organizar jardines de infancia que permitieran a las mujeres participar en la industria masivamente y también en el frente. Crearon además comedores colectivos y asistencia para los refugiados.

A pesar de la importancia de la participación de la mujer en todos estos campos, en el que jugaron un papel de primer orden fue en la industria. Miles de hombres habían marchado a luchar al frente y la revolución necesitaba que el funcionamiento de las industrias fuera el mejor, pues de ello dependía también el curso de la guerra. Gran parte de las empresas industriales, igual que sucedió con la tierra, se colectivizaron y pasaron al control de los trabajadores. Esta fue una experiencia sin igual para las mujeres, pues de repente, después de toda una vida sin poder acceder a los puestos laborales que estaban asignados a los hombres, se encontraban en ellos produciendo igual que sus compañeros. En 1930 las mujeres representaban un 12% de la fuerza de trabajo y de ellas el 70% eran solteras. La revolución cambió radicalmente esta situación.

No sólo la revolución necesitaba la participación industrial de la mujer, también las propias familias que se habían quedado sin la presencia del "cabeza", y ello significaba que el trabajo de la mujer no podía ser sólo voluntario, sino remunerado. Este hecho creó no pocas fricciones en las organizaciones obreras y en el debate de esta cuestión podemos ver lo alejados que estaban de nuevo los dirigentes obreros de una postura revolucionaria y socialista. Estos dirigentes en lugar de educar contra los prejuicios que existían entre los trabajadores respecto a que la mujer tuviera las mismas condiciones laborales que los hombres, se plegaron a ellos. Como explica la historiadora Mary Nash "hasta la AMA se apresuró a indicar que el empleo femenino no debía concebirse como una amenaza al empleo de los hombres, ya que no tenían la intención de sustituirles de un modo definitivo. En sus reuniones políticas, la dirigente comunista Pasionaria se refería a menudo a esta cuestión tratando de convencer a los trabajadores de que las mujeres no suponían una amenaza a sus puestos de trabajo ni durante ni después de la guerra. Según ella tal insinuación era innoble y un insulto hacia las activistas militantes entregadas al antifascismo". (Mary Nash. Rojas, Las mujeres republicanas en la Guerra Civil)

Aunque algunas dirigentes del Partido Comunista, sobre todo entre las más jóvenes creían que la mano de obra femenina sería necesaria, igual que la de los hombres, después de la guerra, la dirección acabó enseguida con este debate, pues no querían "asustar" a los hombres. La estalinista catalana Carme Julià, en la primera Conferencia Nacional de Mujeres del PSUC manifestó que "los hombres no han de ver en la sustitución hechos de dualismo y competencia, por tratarse de una cosa puramente transitoria y que cesaría una vez ellos hubieran vuelto del frente". (Ibíd.).

Las anarquistas y poumistas se negaban a esto y defendían el derecho de las mujeres a mantener el trabajo remunerado, pero según avanzaba la guerra y las posiciones más revolucionarias se debilitaban, las mujeres también veían más lejos su aspiración de conservar su trabajo. Este fue otro duro golpe político, decepcionante, pues ¿de qué le servía la revolución a la mujer trabajadora si con ella no podía liberarse de su opresión? Los dirigentes justificaban la falta de derechos por la guerra, pero la realidad es que estaban conduciendo la revolución a un callejón sin salida.

Las direcciones de las organizaciones obreras tuvieron infinidad de ocasiones para hacer triunfar la revolución, pero fueron incapaces de orientar correctamente, desde un punto de vista marxista, el proceso revolucionario y después de tres años de guerra, llevaron al proletariado a la derrota. Esta derrota, que es la derrota política del reformismo, del estalinismo y del anarquismo le costó a la clase obrera cuarenta largos, oscuros, tenebrosos y dolorosos años de dictadura.


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