Japoniako Fukushimako zentralean gertatu den hondamendi nuklearra sistema kapitalistaren porrotaren adibide garbi bat da. Garbi dago hondamendi nuklearraren azken eragilea Richter eskalan gradu gorena lortu zuen martxoaren 11ko lurrikara eta ondoko tsunamia izan zela. Lurrikarak dena suntsitu du eta milioika japoniarrentzat oso gogorra izaten ari da. 12.000 dira hildakoak.
Inmediatamente después, debido a los fallos en el sistema de refrigeración, empezó el desastre nuclear en la planta de Fukushima, que ha ido empeorando por momentos. La radiación emitida hacia el exterior es altísima. Han sido evacuadas más de 600.000 personas de las inmediaciones de la central. En Tokio, con más de 30 millones de habitantes y a 230 kms de Fukushima, se han detectado niveles de radiación muy superiores a lo normal y se está produciendo un éxodo hacia el sur del país. Varios países han puesto en marcha planes de evacuación de ciudadanos de sus respectivas nacionalidades. Se ha expandido una nube radioactiva, que está cruzando todo el océano Pacífico y que llegará a la costa de EEUU el viernes, según algunos medios. Las consecuencias de esta catástrofe nuclear, como mínimo, afectará en lo inmediato la salud y la vida de decenas de miles de personas durante un largo periodo de tiempo, y eso sin contar los devastadores efectos económicos y sociales derivados del terremoto y la contaminación nuclear. Realmente las consecuencias son imprevisibles dado que la situación todavía no está bajo control y cada uno de los seis reactores podrían emitir una radiación 500 veces superior a la bomba de Hiroshima.
Los beneficios antes que nada
Como decíamos, el terremoto ha sido el desencadenante inmediato, el detonante de la catástrofe nuclear, pero esta no se puede explicar exclusivamente por un accidente natural, por más grave que este haya sido. La primera cuestión que salta a la vista es la siguiente: Japón, está situado sobre una de las fallas sísmicas más activas del planeta, y sufre terremotos continuamente; además, es uno de los países más nuclearizados del mundo, con 54 reactores activos y 2 en construcción; además, las empresas propietarias de las nucleares se rigen, como todas las empresas bajo el capitalismo, por el criterio del máximo beneficio privado. Estas empresas mienten sistemáticamente sobre los accidentes y sus consecuencias, actuando fuera del control de la población; además, tienen vínculos con el aparato estatal cuyas labores de vigilancia y control están mediatizadas por este vínculo y lastradas por la ineficacia y la lentitud inherente a toda burocracia. Obviamente, si todas las condiciones para un accidente nuclear grave existen, lo más probable es que tarde o temprano este finalmente ocurra.
Japón tenía ya antecedentes de accidentes nucleares bastante graves. Uno de los primeros accidentes nucleares ocurrió entre enero y marzo de 1981, cuando unos 40.000 litros de líquidos radioactivos pasaron desde los depósitos de residuos de una central a las cloacas de la ciudad de Tsuruga. El accidente se ocultó a la ciudadanía hasta pasados unos 100 días. A finales de julio de 2007 un terremoto de intensidad 6,8 puso fuera de funcionamiento la gigantesca planta nuclear de Kashiwazaki-Kariwa, una de las más grandes del mundo, con 7 reactores. La planta era propiedad de TEPCO, Tokyo Electric Power Company, la misma que la de Fukushima. Informes sobre aquel accidente señalaron fugas radioactivas, conductos obsoletos, barriles radioactivos rotos. Es probable que la central esté situada justamente sobre una falla sísmica. Por supuesto, como ocurre de forma sistemática con los propietarios de las empresas nucleares en general y TEPCO en particular, se manipuló desde el principio sobre la magnitud y las consecuencias del accidente.
Antes del accidente de Fukushima, según documentos revelados por Wikileaks, un funcionario de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AEIA) ya había advertido a las autoridades japonesas de que sus plantas nucleares no estaban preparadas para hacer frente a poderosos terremotos, que estaban “desactualizadas” y que terremotos de grandes magnitudes podrían presentar “grandes problemas”. Sin embargo el gobierno japonés no hizo nada. También en esta ocasión la actitud del gobierno japonés ha sido vergonzosa ante el accidente, tratando de minimizar sus consecuencias y actuando con lentitud y secretismo.
Detrás de la industria nuclear hay intereses muy poderosos, en el que confluyen grandes empresas monopolísticas del sector energético y armamentístico, el sector financiero y el aparato estatal-militar. Constituyen un pilar fundamental del capitalismo; un entramado inseparable de intereses económicos y políticos en la cúspide del sistema. Tienen un enorme poder de influencia sobre los gobiernos y los medios de comunicación, si no los controlan directamente. Ellos son los interesados en que no se llegue al fondo de la cuestión y su lobby de presión está teniendo un papel muy activo en todo el debate que está suscitando el desastre de Fukushima. En el empeño de defender sus intereses no se cortan en utilizar desde los argumentos más sutiles a las mentiras más burdas.
Un ejemplo de esto último fueron las declaraciones del presidente de Endesa, Borja Prado, publicadas el miércoles 16 de marzo, cuando la gravedad de la catástrofe era ya evidente y la nube radioactiva ya estaba expandiéndose por el Pacífico. Según el máximo responsable de este monopolio energético, propiedad de la italiana Enel, “se ha demostrado que las centrales japonesas han resistido a pesar del mayor terremoto de la historia”, justificando así la continuidad de sus planes de inversión en el sector. Otro ejemplo de desfachatez, lo tuvimos con las declaraciones en rueda de prensa de la presidenta del Foro de la Industria Nuclear (la patronal española del sector), María Teresa Domínguez, quien dijo el 14 de marzo, que “de lo ocurrido debe desprenderse el mensaje de que las centrales poseen una fortaleza de diseño muy importante, capaces de soportar un terremoto de nueve grados, un tsunami y sesenta réplicas”. Evidentemente estos señores no podían ignorar, a aquellas alturas de la situación, la gravedad de lo que estaba sucediendo. Pero la utilización de la mentira más burda, aunque siendo sobre hechos tan graves que afectan a la vida de millones de personas, se justifica para esta gente si de lo que se trata es de defender sus negocios multimillonarios. Esta es la moral de la clase dominante: todo vale con tal de preservar el negocio. Además, este es el tipo de gente que advierte a la población de la “demagogia de la izquierda” y de que sólo se haga caso a los “científicos”, por supuesto a los científicos que están bajo su nómina. La misma Organización Mundial de la Salud, dependiente formalmente de la ONU y en la práctica del entramado de intereses de la industria nuclear, afirmaba también el 16 de marzo que no había “propagación internacional” de la radiación, cuando algunos periódico ya daban cuenta exacta de la evolución de la nube radioactiva.
Entre los argumentos aparentemente “irrebatibles” del lobby nuclear es el de que Japón no tiene otros recursos energéticos y por lo tanto no le quedaba más remedio que basarse en la energía nuclear. Sin embargo esto no es verdad, existen muchas alternativas a la energía nuclear, desarrolladas y por desarrollar, y obviamente sin el peligro mortal para la población que supone la energía nuclear. El absurdo de llenar de nucleares en una de las fallas sísmicas más importantes del planeta poniendo en peligro la vida de millones de personas no es algo “inevitable”, es un absurdo que no se puede desligar de la lógica del sistema capitalista, basado en la ley del máximo beneficio, la competencia destructiva entre diferentes países y el militarismo a ello asociado. Todas las potencias imperialistas han desarrollado y extendido el uso de la energía nuclear, tanto para fines militares como económicos.
La energía nuclear: una amenaza para la población
El problema de las nucleares no es, por supuesto, una cuestión “japonesa” ni su peligro está sólo asociado a los movimientos sísmicos; la esencia del problema está ligado al uso de una tecnología extremadamente peligrosa con criterios capitalistas, es decir, de máximo beneficio privado y la lucha despiadada de los diferentes estados nacionales por los mercados mundiales, incluyendo la utilización de la guerra y la “disuasión nuclear”.
Ha habido accidentes nucleares en todos los países. En Francia, cuyas autoridades se han hecho mucho eco de la gravedad del accidente en Japón, como una forma de decir que eso “aquí no pasa” ha habido también accidentes nucleares. Más de tres cuartas partes del fluido eléctrico francés provienen de sus 59 centrales nucleares; al otro lado de los pirineos hay concentradas más nucleares que en Japón. En verano de 2008 hubo cuatro accidentes, en distintas plantas. En uno hubo una fuga de 74 kilos de uranio al romperse una cañería subterránea, filtrándose por dos ríos aledaños a la central. Como siempre, se ocultó el accidente a la población durante días. En un segundo accidente se registró una fuga de material radioactivo. En otro, 15 trabajadores resultaron contaminados y en el cuarto un centenar de empleados fueron alcanzados por polvo radioactivo en la planta de Tricastin, la misma donde tuvo lugar el primer derrame. Estos accidentes, como denunció la central sindical CGT, estaban vinculados al aumento de la subcontratación en las tareas de mantenimiento de las centrales nucleares, que pasaron, en 15 años, del 20% AL 80%. El 70% de los accidentes de la industria nuclear francesa, incluida la exposición a la radioactividad, son sufridos por subcontratados. Ahí vemos claramente como el continuo empeoramiento de las condiciones de trabajo, que es una tendencia fundamental del capitalismo, es otro de los factores que inciden poderosamente en aumentar el peligro de accidentes nucleares.
También en el estado español ha habido accidentes nucleares y ejemplos del enorme peligro que esta tecnología supone para la humanidad en manos capitalistas. El 26 de noviembre de 2007 hubo un "incidente" en la Central Nuclear de Ascó I (Tarragona). Las barras de combustible radioactivo que se introducen en el reactor nuclear se transportan con un tubo de transferencia. Estos tubos, una vez vaciado el combustible radioactivo de su interior, son lavados para descontaminarlos. El agua empleada para este fin se trata como residuo nuclear. Los bidones que contenían esta agua se vertieron en la piscina del reactor de Ascó I. El vaciado produjo vapores radiactivos que fueron absorbidos por un extractor y emitidos (el 95%) alrededor del recinto de la central (en un radio de 50 metros de la chimenea). Este incidente no se ha dado a conocer ni a la opinión pública, ni a los organismos responsables de la seguridad nuclear, ni a los propios trabajadores hasta principios de abril de 2008. Tan sólo lo conocían una decena de directivos. La dirección de la central ocultó los datos y luego informó a cuentagotas, reconociendo sólo lo que ya no podía ocultar porque otros lo habían sacado a la luz.
Otro ejemplo de descontrol: el 22 de abril se supo que una empresa que gestiona la chatarra supuestamente no contaminada de la nuclear ha detectado en uno de sus camiones partículas radioactivas cuando llegó a la empresa ubicada en Reus, a 62 kilómetros de Ascó. Los trabajadores de la central fueron "tranquilizados" por la dirección con estas vergonzosas palabras: "Si juntas todas las partículas radioactivas en un bocadillo y te lo comes, no sería peligroso para la salud". En 1989 se produjo un accidente en la central de Vandellòs I, cuya gravedad se clasificó a tan sólo un punto por debajo del famoso accidente de Three Mile Island en EEUU, en 1979. Si la temperatura del reactor hubiera alcanzado tan solo tres grados más, las consecuencias hubieran sido de dimensiones imprevisibles.
La actitud del gobierno de Zapatero respecto a la cuestión nuclear ha sido también vergonzosa y como ocurre con toda su política social, económica y exterior, se ha plegado a los intereses de los más poderosos. Cediendo a la presión de las multinacionales eléctricas aprobó el alargamiento de la central de Garoña, la más vieja de las que están ahora en funcionamiento en el Estado español. A raíz del desastre en Fukushima ha declarado que volverá a plantear su cierre en 2013. En todo caso, el peligro de accidentes nucleares persistirá, por todos los factores que hemos apuntado anteriormente.
Nacionalización bajo control obrero de los monopolios energéticos
Uno de los argumentos del lobby nuclear es que los accidentes son en general “inevitables” y que son el “precio” que la sociedad debe pagar por el desarrollo económico y tecnológico. El lobby trata de ridiculizar a todos los que denuncian el uso irresponsable y criminal de los gobiernos y empresas capitalistas con relación a la energía nuclear presentándonos como enemigos de los avances tecnológicos y del desarrollo económico, como si nuestra alternativa fuera volver a la edad de piedra o proclamar una sociedad idílica en la que no se produzcan accidentes de ningún tipo. La realidad es que es precisamente el capitalismo el gran problema para el desarrollo de la sociedad, de la tecnología y de su aplicación en beneficio de la mayoría de la sociedad. A pesar de los tremendos avances tecnológicos de las últimas décadas, en la medida que estos están controlados por un puñado de monopolios capitalistas, el hambre, las enfermedades curables, el desempleo, la precariedad y la incertidumbre sobre el futuro afectan a la inmensa mayoría de la sociedad y se ha incrementado. En manos de los capitalistas, el desarrollo tecnológico es sinónimo de catástrofes, de sobre explotación de los trabajadores, de militarismo y de profundas crisis económicas que arrojan a millones de personas al paro, dilapidando la iniciativa, la fuerza creadora de un porcentaje increíble de seres humanos. Eso no es una teoría, es la pura realidad. Además, los grandes monopolios de la industria nuclear y del petróleo frenan el desarrollo de tecnologías sin peligros para la naturaleza y el ser humano. Por eso, el movimiento obrero y sus organizaciones deben oponerse frontalmente a la utilización de la energía nuclear, impedir la construcción de nuevas centrales y exigir la paralización de las ya existentes, demandando la nacionalización de las empresas del sector energético y el desarrollo de fuentes de energías limpias, bajo control de las organizaciones obreras y de consumidores, y garantizando todos los puestos de trabajo que implica el cierre de las centrales. Hay que arrebatar a una minoría de corporaciones el monopolio de la energía para asegurar energía limpia, respetuosa con el medio ambiente y barata, para disfrute de toda la población. Nuestra alternativa frente a la locura y el caos capitalista no es volver a la edad de piedra ni confiar en la posibilidad de un capitalismo con rostro humano, sino una sociedad socialista, en la que todos los medios productivos y tecnológicos fundamentales estén nacionalizados, permitiendo así que su uso sea planificado y al servicio de la inmensa mayoría de la sociedad.