Kapitalismoarekin hautsiko duen alternatiba iraultzailearen alde!
“Presento ante todos ustedes mi dimisión. El pueblo deberá decidir de nuevo quién toma el mando del país y si quiere continuar con valentía las negociaciones con los acreedores”. Así anunció Alexis Tsipras su dimisión y la convocatoria para el 20 de septiembre de elecciones anticipadas.
La rapidez con la que Tsipras está dilapidando el enorme apoyo que cosechó en las elecciones del 25 de enero ha conmocionado a millones de trabajadores en Grecia y en el mundo. Pero sobre todo, la forma de conducirse tras el magnífico triunfo del OXI en el referéndum del 5 de julio ha dejado al descubierto que la dirección de Syriza carece de cualquier estrategia coherente para enfrentarse a la lógica del capitalismo. Capitulando ante la troika, acentuando de manera escandalosa su deriva hacia la derecha, Tsipras y sus colaboradores lejos de liderar el cambio político se han convertido en testaferros de la austeridad.
Como señalamos en anteriores artículos, era obvio que la burguesía europea trataría de revertir el triunfo del OXI con una sonora victoria en la mesa de negociación. Tenían que demostrar que ninguna votación democrática les haría cambiar de curso; que harían pagar a las masas griegas su osadía, aprovechándose precisamente de las debilidades y el oportunismo político del núcleo dirigente de Syriza. A la hora de la verdad, los capitalistas de Europa y de Grecia han actuado de manera decidida y sin ninguna otra consideración que la de defender sus intereses de clase. Han logrado imponer un auténtico diktat, una humillación que recuerda a la pax romana o al Tratado de Versalles.
El desarrollo vertiginoso de estos acontecimientos encierra grandes enseñanzas. El hundimiento político de Tsipras y de la dirección de Syriza representa el fracaso de un modelo reformista que apela al “cambio político” sin alterar las bases del capitalismo. Un fracaso compartido por una amplia corriente de la izquierda europea —con gran proyección pública— que justifica con vehemencia la actuación de Tsipras, argumentando que la “desfavorable correlación de fuerzas” hacía imposible llevar a cabo una política socialista. Si Tsipras se hubiera “aventurado” a romper con el euro y la UE, aducen estos nuevos teóricos reformistas, el experimento habría concluido en un desdichado fracaso.
Estos dirigentes que intentan absolverse de sus responsabilidades históricas escondiéndose tras una supuesta “inmadurez revolucionaria” de las masas, no inventan nada; sólo repiten lo que otros dijeron e hicieron en el pasado. Pero no se puede jugar al gato y al ratón con los hechos. El pasado 5 de julio la movilización de la clase obrera y la juventud hizo posible un histórico triunfo del OXI (más de 22 puntos de diferencia), que causó entusiasmo entre los oprimidos de Europa y el mundo. Es difícil encontrar en la historia reciente de la lucha de clases un ejemplo más claro de la voluntad de los trabajadores para romper con las recetas capitalistas, expresado en decenas de huelgas generales, en manifestaciones de masas y ocupaciones de empresas, en las urnas. Esa es la auténtica correlación de fuerzas de la sociedad. La lección de Grecia demuestra, una vez más, que para enfrentarse al enemigo de clase no valen ni el oportunismo ni la charlatanería, sino la acción contundente de las masas con medidas revolucionarias audaces y una dirección política a la altura.
La crisis se profundiza
Nada indica que con las medidas exigidas por el Memorándum se haya mejorado la situación del pueblo griego. Desde la aprobación parlamentaria de las nuevas leyes de austeridad, el gobierno Tsipras ha desembolsado 3.400 millones de euros al Banco Central Europeo y 7.160 millones por el préstamo puente que recibió de la UE en julio. Estas eran condiciones sine qua non para recibir el primer tramo de “ayudas”: de los 26.000 millones que componen este desembolso, 10.000 han sido transferidos a una cuenta en Luxemburgo para recapitalizar la banca griega; 13.000 al Gobierno, que destinará el 81% de esa cuantía al pago de intereses de la deuda anterior (10.560 millones); y otros 3.000 serán entregados en los próximos meses con fines similares.
El gobierno de Syriza en lugar de suspender el pago de una deuda ilegítima, la engorda con la transferencia de miles de millones para cubrir los abultados intereses de los bancos europeos acreedores. Sigue así la misma política de extorsión al pueblo practicada por Nueva Democracia y el PASOK: aprueba las privatizaciones de empresas públicas, una profunda reforma del sistema de pensiones —ampliando la edad de jubilación a los 67 años y recortando la cuantía de las prestaciones—, y da luz verde a una durísima contrarreforma laboral que limitará el poder sindical en la negociación colectiva, favorecerá los despidos y recortará el derecho de huelga. ¿A cambio de qué? A cambio de profundizar en la catástrofe económica que arrastra al país desde el estallido de la crisis en 2008.
Según un informe del servicio de estadística griego, Elstat, durante el mes de julio se produjo un desplome de la producción industrial y 17.000 trabajadores perdieron el empleo, la peor cifra desde el año 2001. Otros 40.000 trabajadores cambiaron su trabajo a tiempo completo por uno de jornada parcial —como consecuencia de la reforma laboral aprobada—, mientras la tasa de desempleo oficial se mantiene en el 25% y el paro juvenil alcanza el 51,8%.
La lucha de clases en Grecia ha llegado más lejos que en ningún otro país de Europa. Las huelgas y movilizaciones de masas, el fracaso de los gobiernos de unidad nacional, la victoria de Tsipras y el triunfo del OXI en el referéndum, muestran todos los elementos de una crisis revolucionaria en desarrollo. Están en juego los intereses esenciales de la burguesía y de la clase obrera, tanto de Grecia como de Europa. Por eso mismo no se puede jugar con la historia y no se puede engañar a las clases, especialmente a las clases poseedoras, explotadoras, instruidas, con una gran experiencia en los asuntos mundiales y que han ejercido el monopolio del poder durante tanto tiempo.
En Grecia se decide la continuidad o no de la política de austeridad de la burguesía europea. Allí, como en cualquier otro lugar, aumentar los salarios y la inversión pública, acabar con los recortes y las privatizaciones, defender las pensiones, la sanidad y la enseñanza públicas, terminar con la precarización y con la lacra del desempleo solo es posible tomando medidas radicales contra esa minoría de plutócratas, de oligarcas, de banqueros y grandes monopolios que controlan la economía, los gobiernos y los parlamentos. Se puede hablar todo lo que se quiera de revoluciones democráticas, de gobiernos de los de abajo, de empoderamiento del pueblo, pero al final llega el momento decisivo: o se aplica una política auténticamente socialista, basada en la movilización de los trabajadores, en su organización y conciencia, o se va directo hacia la capitulación más vergonzosa ante el enemigo de clase.
Por una alternativa socialista, por el Frente Único de la izquierda que lucha
En los días decisivos de julio, la mayoría parlamentaria de Syriza-ANEL solo se pudo sostener por el apoyo de los diputados de Nueva Democracia, To Potami, y el PASOK. Y una vez que la dirección de Syriza entró por este camino, la burguesía griega y europea le ha exigido continuar hasta sus últimas consecuencias. No es ninguna casualidad que la prensa internacional haya celebrado la decisión de Tsipras y se refieran a él con elogios, después de estar meses vilipendiándole y pintándole como un rojo peligroso: “Resulta positivo que la convocatoria electoral le sirva a Tsipras para deshacerse definitivamente de los elementos más radicales de su entorno, un proceso que ya comenzó cuando se empezó a atisbar que la crisis griega terminaría en un acuerdo con la Unión Europea (…) Es resaltable que en apenas ocho meses Tsipras haya pasado de ser el líder del rupturismo político a ocupar el lugar central de la política griega —que no el centro político— y, como se apuntaba ayer en Atenas, se haya convertido en un líder que podría conducir a Grecia al centro de la estabilidad…”.
La oposición a la capitulación de Tsipras en el seno de Syriza, y en el conjunto de la izquierda política y sindical, no ha hecho más que crecer. En las votaciones parlamentarias sobre el Memorándum, cerca de un tercio de los diputados de Syriza, agrupados mayoritariamente en la Plataforma de Izquierdas, se opusieron a los planes del gobierno; también lo hicieron 109 miembros del comité central (sobre un total de 201) en una declaración contra el acuerdo, y decenas de agrupaciones y comités locales de Syriza. Este desafío interno ha ido acompañado de manifestaciones en las calles contra las leyes de austeridad, organizadas por los sindicatos, el KKE, PAME, la Plataforma de izquierdas y otras organizaciones. Pero las consecuencias de las medidas aprobadas se dejarán sentir sobre todo en este otoño-invierno. Por eso la burguesía necesita que Tsipras acabe con la oposición en las filas de Syriza y en su grupo parlamentario, y convierta la organización en una maquinaria socialdemócrata confiable. Solo así podrá tener las manos libres para nuevos pactos y acuerdos.
La derrota política de Tsipras ha conmocionado a su base social: un colapso semejante necesita de un tiempo para ser asimilado. Lo significativo es que un amplio sector de la militancia de Syriza, y del movimiento obrero y juvenil, no está dispuesto a dejarse vencer por la desmoralización y el escepticismo. Tampoco los acontecimientos van a dar tregua. Es en esta dirección donde hay que situar la creación de Unidad Popular, a partir de los diputados y las fuerzas de la Plataforma de Izquierdas. Panagiotis Lafazanis, exministro de Reconstrucción Productiva, Medio Ambiente y Energía, es la cabeza visible del proyecto, al que también se han sumado el conocido economista Costas Lapavitsas y la expresidenta del parlamento griego Zoé Konstandopulu.
La enseñanza de siete meses de gobierno Tsipras es clara: acabar con la austeridad exige de una política revolucionaria consecuente. Unidad Popular tiene una gran responsabilidad y debe sacar las conclusiones de la experiencia vivida, corrigiendo los errores de los que participaron muchos de sus dirigentes cuando ocupaban cargos ministeriales (como, por ejemplo, su apoyo al primer acuerdo con la troika del 20 de febrero). El programa de Unidad Popular plantea ideas correctas en una serie de cuestiones: rechazo al Memorándum, impago de la deuda ilegítima, nacionalización de la banca y los sectores estratégicos, salida del euro. Lo que no está tan claro es el camino que proponen para hacer realidad estas medidas. Volver al dracma, la vieja moneda nacional griega, o recurrir a las devaluaciones monetarias sin un plan global de ruptura con el capitalismo no es ninguna solución: cargarían igualmente el peso de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores griegos. Tampoco lo es confiar en el apoyo de posibles “aliados” como China y Rusia, cuya agenda imperialista es harto conocida.
Romper con la política de la UE y con el euro es una necesidad, pero el único plan B consecuente es movilizar a las masas del pueblo, a la clase obrera, a la juventud, para expropiar a las grandes multinacionales, la banca y los latifundios —colocando la producción bajo el control democrático de los trabajadores— y combatir la fuga de capitales y la especulación con el monopolio estatal del comercio exterior. En definitiva, es tener una estrategia clara para la toma del poder, convocando al conjunto del movimiento obrero y sus organizaciones a la formación de comités de acción en cada fábrica, en cada sindicato, en cada centro de estudios, para luchar por esta política.
Con ese objetivo hay que defender seriamente, y no sólo sobre el papel, el Frente Único de la izquierda que se reclama revolucionaria. La unidad de acción entre la Plataforma de Izquierdas, el Partido Comunista (KKE) y otras formaciones es una necesidad. Hay que dejar de lado los cálculos electorales cortoplacistas, tan erróneos como la actitud sectaria en la que sigue empecinada la dirección del KKE. Estamos en una guerra de clases, y la clase trabajadora debe presentar un frente unido con un programa revolucionario, socialista e internacionalista.
Los resultados de las elecciones del 20S se presentan inciertos. La probabilidad de que Syriza vuelva a ganar los comicios está abierta, teniendo en cuenta que la alternativa es el regreso a la pesadilla de Nueva Democracia y sus políticas antiobreras. Pero todo indica que Tsipras perderá apoyo en las urnas. Según el sondeo realizado por el instituto demoscópico GPO, un 68,5% juzga negativamente el acuerdo de rescate entre el gobierno de Syriza y los acreedores frente a un 30,3% que lo ve positivo. Otra encuesta realizada por Metron Analysis, el viernes 4 de septiembre, concede una ligera ventaja a Nueva Democracia, con el 24%, frente al 23,4% que obtendría Syriza. Cifras muy alejadas del 36,3% que alcanzó Syriza el 25 de enero.
Según diversos sondeos, el nuevo parlamento estará muy fragmentado: tanto Amanecer Dorado, como el KKE y Unidad Popular rondarían el 5%. To Potami obtendría poco más del 4,5% y los más perjudicados serían los actuales socios de Syriza, la derecha nacionalista de ANEL, con en torno al 3%. Pero hay que insistir en que las proyecciones electorales no son muy confiables.
Si Syriza gana las elecciones con un porcentaje alejado de la mayoría absoluta, Tsipras estaría abocado a nuevos pactos que lo arrojarían a los brazos del PASOK y otras formaciones pro Memorándum. Tampoco se puede descartar que no pudieran alcanzar una mayoría estable, y que fuera Nueva Democracia el eje del nuevo gobierno. En cualquier caso, la burguesía no se va a conformar con buenas palabras, exigirá hechos y todos en la misma dirección. Si la derecha volviese al gobierno sería con una política mucho más dura, con elementos de bonapartismo, eliminando derechos y libertades democráticas y, cómo no, activando a sus perros de presa de Amanecer Dorado para combatir a la vanguardia obrera. Sea cual sea el resultado, la posibilidad de estabilizar el capitalismo griego está descartada a corto plazo. La lucha de clases en Grecia y el proceso revolucionario continuará, con sus flujos y reflujos, hasta una salida definitiva.
La cuestión decisiva no radica en si los oprimidos mostrarán decisión y coraje en los combates que se avecinan, eso está por descontado, sino en construir una dirección revolucionaria a la altura de las circunstancias históricas. Hace falta cuadros, dirigentes y una organización armada con el programa de la revolución socialista y el internacionalismo proletario. Esta es la condición indispensable para alcanzar la victoria.