La noche electoral del 26J ha dejado un sabor amargo a decenas de miles de activistas de la izquierda. Cuando todas las encuestas auguraban un crecimiento importante del voto a Unidos Podemos —dando como seguro el sorpasso al PSOE— y una enconada lucha por la primera plaza con el PP, la sorpresa ha sido mayúscula. Sorpresa que se hizo aún más dura después de que los sondeos a pie de urna confirmasen estas previsiones, algo percibido como una posibilidad más que real ante el entusiasmo que se palpaba entre cientos de miles de trabajadores y jóvenes, y en la asistencia de los mítines de Unidos Podemos, mucho más concurridos que los de ninguna otra fuerza política.
Y, sin embargo, los pronósticos globales, y los que también realizamos los marxistas, han errado el tiro claramente: el PP se fortalece; el PSOE, aunque cosecha el peor resultado de su historia, resiste el envite por su izquierda, y la confluencia Unidos Podemos pierde 1,2 millones de votos. ¿Cómo se explican estos datos? ¿Qué tendencias están reflejando? ¿Qué hacer a partir de ahora? Necesitamos responder a estas peguntas de la manera más honesta, y más correcta posible, para reagrupar nuestras fuerzas y prepararnos ante una nueva etapa de la lucha de clases.
Los resultados: desplazamiento hacia la derecha
Los datos finales han sido claros a la hora de mostrar el estado de ánimo de las diferentes clases sociales, e incluso, en el caso de la clase obrera, de la existencia de tendencias contradictorias. El PP se ha alzado con el triunfo, aumentando el número de escaños de 123 a 137, y logrando 7.906.185 votos (33,03%), lo que significa un aumento de casi 700.000 papeletas respecto al 20D y de 4,3 puntos porcentuales. En el caso del PSOE, pasa de 90 diputados a 85, y pierde 125.000 votos (pasa de 5.545.315 a 5.424.709, y del 22% al 22,6%). Unidos Podemos mantiene la suma de escaños que lograron Podemos e Izquierda Unida por separado el 20D, 71 diputados, pero experimenta un fuerte retroceso en votos: pierde 1,06 millones (pasa de 6.112.438 a 5.049.734 votos) y se queda en el 21,1%. Ciudadanos también sufre un descenso acusado en escaños, de los 40 que obtuvo el 20D a 32 diputados el 26J, y de 3.514.528 a 3.123.769 votos (una caída de 390.759 votos y 0,85 puntos)
Una aproximación a estos datos generales señala una primera consecuencia: el bloque de la derecha (PP + Cs) mejora sus resultados del 20D: 11.029.954 votos frente a 10.750.493, con un trasvase evidente de votos a favor de Rajoy. Si en diciembre sacaron un 42,65 % de los votos, ahora es un 46,08 %, 3,43 puntos más, y pasan de 163 diputados a 169. El bloque PSOE-Unidos Podemos ha sacado 10.474.443 votos frente a los 11.657.753 del 20D, es decir pierde 1.183.310 votos. Si en diciembre sacaron un porcentaje de 46,34%, ahora ha sido del 43,73%, 2,58 puntos menos, y pasan de 161 escaños a 156.
Cuando todas las encuestas y sondeos indicaban un resultado manifiestamente diferente, el desplazamiento a la derecha de las urnas exige una explicación a fondo, huyendo de las consabidas letanías del derrotismo y el escepticismo de la que hacen gala los burócratas más cínicos, pero también de lo que pretenden conseguir los grandes medios de comunicación de la derecha que no es más que desmovilizar, desmoralizar y extender el desánimo entra las filas del movimiento obrero y juvenil que ha librado una batalla colosal en las calles y en las urnas. Se impone por tanto una reflexión partiendo de aspectos que importan decisivamente, para reagrupar nuestras fuerzas y tejer una estrategia que sirva para enfrentar los desafíos de esta nueva fase en la lucha de clases. Aunque sea de manera urgente y sintética, señalaremos algunos de los aspectos más relevantes que nos permiten explicarnos lo ocurrido.
El peso de la desmovilización social en los resultados del 26J.Como hemos señalado en numerosas ocasiones, la fuerte irrupción de Podemos y el golpe asestado al bipartidismo, tanto en lo que se refiere al PP como al aparato de la socialdemocracia, no ha sido el producto de ningún plan maquiavélico urdido en una conocida cadena de televisión. La crisis del régimen del 78 y de los partidos que lo han sostenido durante cuarenta años casi, es el resultado de la mayor oleada de movilizaciones de masas desde los años setenta, en el periodo conocido popularmente como la Transición. Desde el estallido del 15M —que llenó las calles y plazas de indignación y furia contra la crisis capitalista y las políticas del PP— pasando por las huelgas generales contra la reforma laboral, las movilizaciones mineras, el levantamiento de Gamonal, la explosión de la Marea Verde y la Marea Blanca en defensa de la educación y la sanidad pública, las grandes huelgas de la juventud estudiantil contra la LOMCE y el 3+2, la impresionante Marcha de la Dignidad del 22M de 2014, o las manifestaciones por el derecho a decidir en Catalunya, por poner sólo algunos ejemplos…la fuerza de la clase obrera y la juventud se dejó sentir con una intensidad sin parangón.
Este factor político de primer orden, que ha sido ninguneado por muchos, es lo que ha propulsado la aparición de formaciones como Podemos, que son consecuencia directa de la gran rebelión social que hemos vivido De hecho, una de las características de estas movilizaciones han sido su carácter desafiante contra la burocracia corrupta y acomodada de la socialdemocracia y los grandes aparatos sindicales, que han mantenido su estrategia de paz social otorgando balones de oxigeno al PP cuando el gobierno de Rajoy pasaba por sus momentos más complicados. Esta experiencia de lucha ha puesto en guardia a estos sectores burocráticos y reformistas, que actúan como correa de transmisión de los intereses de la clase dominante dentro de la izquierda. Por eso su actitud de sabotear y boicotear cualquier iniciativa que pudiera acabar con el status quo que tanto les ha beneficiado.
Una vez que Podemos cosecha un resultado espectacular en las elecciones europeas de 2014, y que lo amplifica en las municipales de mayo de 2015, la dirección de la formación morada escora todas sus energías al terreno institucional y abandona descaradamente la calle, con la única excepción de la Marcha del Cambio de enero de 2015. Esta estrategia, auspiciada por los elementos más derechistas de Podemos, como Iñigo Errejón, se ha mantenido a toda costa, de tal manera que desde hace dos años, las grandes movilizaciones de masas han estado completamente ausentes del escenario político. Este hecho tiene una gran trascendencia, pues igual que la lucha en las calles, masiva y sostenida, ha sido decisiva en la creación de Podemos y la crisis del bipartidismo, su ausencia lo debilita y tiende a abrir un hueco para que los prejuicios políticos y el discurso de nuestros adversarios (tanto del PP como de la dirección del PSOE) se pueda colar y hacer su tarea.
También se puede señalar la decepcionante gestión de muchos gobiernos del “cambio” en grandes Ayuntamientos. Por supuesto que la autoridad de Ada Colau y Manuela Carmena sigue siendo grande, pero la vida en los barrios obreros de estas grandes urbes no ha cambiado en lo sustancial, los equipamientos siguen siendo muy defectuosos, las becas, comedores y vivienda social, las mejoras en la limpieza o el transporte público, siguen brillando por su ausencia; y se han abandonado muchas reivindicaciones fundamentales como la remunicipalización de los servicios públicos. Esta realidad, no nos engañemos, también favorece a la derecha, pues los discursos y las buenas palabras no convencen tanto como los hechos a la hora de movilizar el voto para la izquierda.
El terreno electoral es siempre el más difícil y el más complicado para aquellos que luchamos por transformar la sociedad. En las elecciones no ocurre como en las huelgas, en las movilizaciones de masas, en los grandes conflictos sociales, donde el peso lo llevan los sectores más conscientes arrastrando a los más indecisos, y con su decisión de luchar pueden abrir crisis políticas de envergadura. Baste recordar que el triunfo en 2004 de Rodríguez Zapatero estuvo directamente relacionado con la movilización masiva contra la guerra imperialista.
Para las fuerzas de la izquierda que aspiramos a romper con las políticas de austeridad, con la lógica implacable del capitalismo, con la casta que nos oprime, es fundamental entender que la lucha parlamentaria debe estar indisolublemente unida a la lucha extraparlamentaria, a la movilización en las calles, en las empresas, en los centros de estudio. Ahí es donde podemos modificar la correlación de fuerzas a nuestro favor y que esto también pueda reflejarse en las urnas. Como la experiencia histórica demuestra, no es posible el cambio al que los trabajadores y los jóvenes aspiramos, a través sólo de la aritmética parlamentaria. Los capitalistas encontrarán mil formas de sabotear a cualquier gobierno que intente desafiar sus intereses, como ha quedado claro en Grecia. Sólo con la lucha de clases, con la organización consciente, con el programa del socialismo se puede romper este cerco.
Constreñir la oposición al PP y al aparato socialdemócrata al terreno parlamentario es completamente insuficiente. La negativa a movilizar en las calles durante los meses en que se ha estado negociando tras las elecciones del 20D, y no colocar la presión de la lucha de masas sobre Pedro Sánchez, responsable del infame pacto con Cs, y sobre Rajoy, ha dejado, y ahora se ve mucho más claro, gran parte de la iniciativa a nuestros enemigos de clase.
La ofensiva de la derecha y la socialdemocracia alertando de que el avance de Unidos Podemos podría sumirnos en el caos.Desde que Pablo Iglesias se negó correctamente a ceder ante la maniobra organizada por la dirección del PSOE de apoyar el pacto con Cs, la ofensiva de la derecha en todas sus variantes, y aquí también incluimos al aparato socialdemócrata, no ha tenido un solo día de respiro. Toda la escuadra mediática ha vomitado su odio contra Podemos, y contra Alberto Garzón una vez que la confluencia de la izquierda se ha materializado. Y tenemos que decir que la campaña ha tenido un efecto, sobre todo en el contexto de desmovilización social que hemos señalado en el apartado anterior. La histeria contra la revolución venezolana, en un momento es que atraviesa su periodo más difícil por el sabotaje capitalista y la corrupción de sectores de la burocracia estatal, ha calado entre las clases medias y sectores más atrasados de los trabajadores.
En este sentido hay que señalar el papel nefasto del aparato del PSOE, alineándose con los golpistas venezolanos de ultraderecha, y haciendo el caldo gordo al imperialismo y al PP. También la falta de decisión y arrojo para contestar las calumnias desde la dirección de Podemos, ha sido percibido como una incoherencia y una debilidad. En cualquier caso, la brutal campaña del miedo al “comunismo” ha movilizado las reservas de la reacción, ha galvanizado el voto de importantes sectores de las capas medias hacia la derecha e, incluso, a tocado a sectores más atrasados de los trabajadores y la juventud que han acusado esta ofensiva ideológica y en los que ha hecho mella la confusión. Capas de estos sectores han cambiado su voto del 20D, optado por el PSOE y la abstención.
El discurso “socialdemócrata” de la dirección de Podemos.La decisión de Pablo Iglesias de hacer frente a los sectores más derechistas de su formación, y mantenerse firme sin dar apoyo al pacto PSOE-Cs, ha sido compensado en la campaña por un acentuado lenguaje socialdemócrata, con guiños permanentes a la dirección del PSOE y una moderación que no ha servido de nada. De hecho, en los mítines y en las declaraciones públicas se ha percibido a Alberto Garzón con una dimensión muy diferente, mucho más combativo y decidido a la hora de proponer una alternativa de izquierdas frente a la crisis del capitalismo y al PP. Lo cierto es que si hay una competición a ser socialdemócrata, también se está mandando un mensaje que permite a Pedro Sánchez y el aparato del PSOE fortalecer su discurso. Apoyándose en los prejuicios, y en las reservas que el PSOE sigue manteniendo entre capas más conservadoras de los trabajadores, han convencido a una parte importante de su menguada base social de que era decisivo mantener prietas las filas. Si, al fin y al cabo, de lo que se trata es de respetar el “pragmatismo” socialdemócrata, y la aceptación de las reglas del juego del capitalismo, estas capas han optado por el modelo original, espoleadas por la campaña mediática que responsabiliza a Iglesias de oponerse al “cambio”, de ser un arrogante y un presuntuoso.
También es probable que decenas de miles de votos de sectores de capas medias que podían apoyar al PSOE ante la atmósfera insufrible de corrupción que envolvía al PP, ahora hayan votado a Rajoy temerosas por el discurso imperante, y los supuestos “peligros” que un avance de Unidos Podemos podría suponer para su estabilidad económica.
También los sectores más derechistas del aparato de Izquierda Unida han hecho el juego a la socialdemocracia. Estos elementos, con estrechos vínculos con la burocracia de CCOO de la que reciben prebendas y empleos, que han vivido de la sopa boba de las instituciones, y de sus apaños constantes con el aparato socialista para conservar puestos de diputados autonómicos y concejales, estos sectores casposos, sectarios y anquilosados, le han declarado la guerra a Alberto Garzón por tierra, mar y aire y han diseminado toda su bilis contra la confluencia Unidos Podemos. De esta manera también han sembrado dudas, y han empujado a sectores que el 20D votaron a Izquierda Unida a hacerlo ahora por el PSOE o decidirse por la abstención.
¿Y ahora qué?
Las perspectivas que abre este resultado electoral son negativas a corto plazo. La derecha, el aparato socialdemócrata, la prensa capitalista, van a utilizar la victoria del PP y el retroceso de Unidos Podemos para golpear todo lo posible a la vanguardia de la clase trabajadora y la juventud que ha estado al frente de las luchas de estos últimos cuatro años. La sorpresa de estos resultados ha sido tan grande, precisamente, porque esta vanguardia, estos sectores avanzados de la izquierda militante, se ha ampliado mucho y estaba especialmente motivada y animada. Las encuestas reflejaban muy bien este sentimiento: cientos de miles no sólo no nos escondíamos, sino que manifestábamos orgullo a la hora de decir públicamente a quién íbamos a votar, cosa que no ocurría con muchos votantes del PP o del PSOE, que tenían una actitud mucho más vergonzante.
La próxima formación de gobierno está mucho más clara que hace meses. Probablemente para septiembre tengamos un ejecutivo del PP sostenido por el apoyo parlamentario de Cs, que podría llegar a integrarse en el mismo, y contando con la aquiescencia del aparato del PSOE. Pedro Sánchez ha cosechado el peor resultado de la historia del PSOE, realmente malo, pero la debacle que esperaban era mucho mayor sin duda. A pesar de la apariencia de haber salvado los muebles, la crisis de la socialdemocracia continuará y el futuro de Pedro Sánchez está en entredicho. Si se abstienen en la investidura del candidato de PP, cosa muy probable, les hará perder aún más autoridad entre los sectores avanzados de la clase obrera y la juventud.
La clave ahora está en la reacción de los dirigentes de Podemos, especialmente de Pablo Iglesias, y de Izquierda Unida y más concretamente de Alberto Garzón, que ha tenido una actitud valiente y generosa apostando decididamente por la confluencia de la izquierda. Los resultados han provocado perplejidad y desmoralización entre miles de activistas que han peleado por Unidos Podemos en esta campaña. Y es comprensible. Los obtenido no colma ni de lejos las expectativas creadas: se retrocede en Madrid, Galicia, Asturias y en el País Valencià; apenas se avanza en Andalucía (Comunidad donde el PP es el que sorpassa al PSOE), y en Catalunya los resultados están muy lejos de lo que vaticinaban los sondeos. Lo peor es cuando recibes un golpe que no esperas, que ha pillado por sorpresa a los sectores más combativos.
Dicho esto, lo que está claro es que por primera vez en la historia, formaciones a la izquierda de la socialdemocracia tradicional tienen un apoyo de masas. Cinco millones de votos son muchos votos, y este aspecto se realza mucho más si esa fuerza social se utiliza para emprender una política enérgica, de oposición parlamentaria y movilización en las calles, contra los planes que el PP nos tiene reservados. Los marxistas, en Unidos Podemos, en los sindicatos, en el movimiento obrero, entre la juventud y los activistas sociales tenemos una tarea: combatir el derrotismo y el escepticismo, abanderar la lucha por una política socialista consecuente, llamar a la organización de una manera más rotunda aún si cabe.
Vamos a ver muchos lamentos de los de siempre, de los que manifiestan una desconfianza orgánica en la clase obrera y en su potencial revolucionario, de los que nunca han creído en que cambiar la sociedad sea posible. A todos ellos les decimos: nos tendréis frente a vosotros, luchando contra vuestros prejuicios desmoralizantes por que vuestra voz no favorece la liberación de los trabajadores, sino que nos llena de cadenas y sumisión. No, no vamos a ceder ni un ápice en la tarea que hemos emprendido. Y es en las adversidades —que pronto remontarán pues la crisis del capitalismo prepara nuevas explosiones de la lucha de clases en el Estado español y en todo el mundo—cuando se prueba de que pasta están hechos los revolucionarios.
¡Prepararnos para las luchas futuras!
¡Es el momento de la organización: Únete a Izquierda Revolucionaria!