Azterketa marxista Asiako herrialde gako bateko maniobra inperialistak ulertzeko
2022a Kazakhstanen herri altxamendu batekin hasi da. Matxinadak Gobernua dimititzera behartu du, eta Vladimir Putin Errusiako presidenteak indar militar zabala bidali behar izan du, Kazakhstango Gobernuari errepresio basatian laguntzeko.
En el momento de escribir este artículo el presidente Kassim-Jomart Tokayev ha dado órdenes a las fuerzas de seguridad de que se dispare a matar sin previo aviso y todo indica que esas órdenes se están cumpliendo. Hay ya decenas de muertos y cientos de heridos, mientras entre los manifestantes han surgido grupos armados que hostigan a la policía y al ejército y que han causado un número indeterminado de bajas entre sus filas.
Como ya ocurrió en anteriores ocasiones, las protestas sociales han agudizado los conflictos internos de la camarilla capitalista que ejerce su dictadura en Kazajistán. Todo indica que la dimisión del Gobierno fue una imposición del presidente Tokayev, que también aprovechó las circunstancias para cesar al antes todopoderoso Nursultán Nazarbáyev como presidente vitalicio del Consejo Nacional de Seguridad.
Nazarbáyev fue el presidente-dictador de Kazajistán desde 1990, cuando el país aún formaba parte de la Unión Soviética, hasta 2019, año en que se vio empujado por su entorno más cercano a abandonar la presidencia, aunque conservó en sus manos las riendas del aparato de seguridad y la jefatura del partido gobernante Nur Otan.
El cese y detención bajo acusación de alta traición del jefe del Consejo Nacional de Seguridad, Karim Masimov, antiguo primer ministro y estrecho colaborador de Nazarbáyev, unidos al ceso de familiares de este último que ocupaban posiciones claves en el aparato de seguridad, parecen indicar que estaba fraguándose un golpe palaciego que el presidente Tokayev, con la ayuda de las tropas rusas, está intentando desarticular.
Aprovechando el caos, también han vuelto a la escena algunos integrantes del reducido círculo de antiguos altos cargos estalinistas que aprovecharon la restauración del capitalismo para saquear el país y convertirse en multimillonarios hombres de negocios. Como ya ocurrió antes en Rusia o Ucrania, elementos de esa élite criminal caídos en desgracia a causa de la disputa del botín intentan aprovecharse de la situación presentándose como apóstoles de la “democracia” o, como hace el banquero corrupto Mukhtar Ablyazov, ejercer de portavoces de una “revolución” que ellos no han provocado.
Las protestas obreras no son una novedad en Kazajistán, y su brutal represión tampoco. El motivo inmediato de este levantamiento fue la decisión del Gobierno de duplicar el precio del gas licuado del petróleo, ampliamente utilizado como combustible para los vehículos. Fue la gota que colmó el vaso del amplio malestar de la clase trabajadora y los sectores más empobrecidos de la población ante sus duras condiciones de vida.
El incendio de la casa presidencial y el saqueo a los comercios de lujo sacan a la luz la rabia acumulada durante más de una década. No es la primera vez que los trabajadores kazajos realizan duras acciones de protesta. Las ilusiones provocadas por la declaración de la independencia de la URSS en 1991 se disiparon poco a poco, a medida que una reducidísima élite, agrupada en torno al clan familiar del ahora expresidente Nazarbáyev, se apropiaba de forma escandalosa de una gran parte de las abundantes riquezas del país.
La clase obrera kazaja es relativamente nueva. La inmensa mayoría de la población del país fueron pastores nómadas hasta que a raíz de la Segunda Guerra Mundial se inició la industrialización, que recibió un fuerte avance a partir del programa “Tierras Vírgenes” impulsado por el Gobierno de la URSS desde 1954, que desarrolló una agricultura a gran escala y sentó las bases para acelerar la industrialización y la urbanización.
Tras la disolución de la Unión Soviética hace treinta años y la declaración de independencia, el Gobierno kazajo promovió una amplia explotación de los recursos minerales y desarrolló un ambicioso programa de modernización de la industria, en colaboración, principalmente, con empresas capitalistas occidentales. Estos proyectos fueron un éxito y permitieron que Kazajistán viviese una notable prosperidad económica y una importante transformación social.
La mayor parte de la población se instaló en las ciudades y el peso de las actividades agrícolas y ganaderas se redujo hasta proveer solo el 10% del PIB. Pero la prosperidad económica no benefició a todos por igual, sino que se concentró en una pequeña minoría de capitalistas vinculados a la camarilla política que controlaba, y controla, el aparato del Estado. El descontento entre la clase obrera fue creciendo poco a poco y las movilizaciones empezaron a multiplicarse.
En 2011 una huelga de siete meses de los trabajadores del petróleo en la región occidental de Kazajistán fue ahogada en sangre por la policía, con un saldo de 12 trabajadores muertos y cientos de heridos. A partir de ese momento, la represión contra la clase obrera organizada fue en aumento. El gobierno y los tribunales iniciaron una campaña de hostigamiento a los sindicatos de clase, que culminó con su completa ilegalización en 2017 y con la detención y condena a largas penas de prisión para sus principales dirigentes y activistas.
Divisiones en la camarilla dirigente
Pero las medidas represivas, a pesar de su dureza, no consiguieron aplastar completamente al movimiento obrero. El malestar social continuó extendiéndose y agudizándose, y desde diciembre de 2020 se ha venido desarrollando una oleada de huelgas. En ese mes, los trabajadores de la construcción de Nur-Sultán, la capital del país, iniciaron una huelga contra la falta de medidas de seguridad en su trabajo. En marzo, los trabajadores de los campos petrolíferos empezaron sus movilizaciones, y poco después los riders de las diferentes apps de comida a domicilio también se pusieron en huelga demandando mejoras salariales y estabilidad en su empleo.
La ausencia de fuertes organizaciones sindicales de clase, capaces de unir a toda la clase trabajadora en la lucha por sus derechos ha tenido consecuencias muy negativas. En varias ocasiones las protestas obreras han derivado hacia conflictos étnicos, debido a que los salarios y, en general, las condiciones de trabajo (alojamiento, comida, asistencia médica…) de los trabajadores inmigrantes en los sectores minero y petrolero son considerablemente mejores que los de la población nativa.
A pesar del brutal aplastamiento de las huelgas de los trabajadores del petróleo, un sector de la élite kazaja se mostraba intranquilo ante el volcán dormido que sentían bajo sus pies. Como ya ocurrió en otras ocasiones a lo largo de la Historia, una línea divisoria surgió entre la clase dominante: un sector confiaba ciegamente en la represión, mientras otro sector veía la necesidad de hacer concesiones que apaciguaran a la clase obrera y evitaran un estallido revolucionario.
El presidente Nazarbáyev se alineó con el sector conciliador e intentó reforzar las posiciones de su clan familiar en el aparato estatal. En la mañana del 21 de febrero de 2019 anunció oficialmente la necesidad del cese del Gobierno debido a su fracaso en la consecución de los objetivos de mejora de los niveles de vida de la población y en la tarde de ese mismo día nombró un nuevo Ejecutivo y anunció un colosal programa social de gasto de miles de millones de tengues (moneda del país).
Pero la mayoría de la clase dominante no estaban dispuestos a permitir ni la más mínima reducción de sus beneficios en aras del programa de “reformas sociales” del presidente Nazarbáyev, ni veían con buenos ojos el reforzamiento de su camarilla familiar. El conflicto interno entre la clase dominante transcurrió entre bambalinas y el 19 de marzo de 2019 Nazarbayev anunció por sorpresa su renuncia a la jefatura del Estado siendo sustituido por el actual presidente Tokayev.
A pesar de su cese como presidente, Nazarbáyev consiguió mantener en sus manos las riendas del aparato de seguridad del Estado. Todo indica, como explicábamos más arriba, que los últimos acontecimientos van a servir para despojarlo de los restos de poder que mantenía.
Un país en el corazón de los conflictos interimperialistas
Kazajistán no es un país cualquiera. Por su posición estratégica en el corazón de Asia Central juega un papel clave en las comunicaciones y el transporte de mercancías y energía, y por ello China lo considera clave para su nueva Ruta de la Seda. Precisamente fue en la capital kazaja donde Xi Jingping anunció ese gran proyecto en 2013.
Sus riquezas minerales son inmensas: es el primer productor mundial de uranio, el tercer productor de cromo y ocupa lugares de cabeza en la producción de plata, oro, cobre, aluminio, zinc, antimonio, hierro, titanio, manganeso y otros muchos minerales básicos para la industria. Además, es el duodécimo productor mundial de petróleo, y también produce y exporta gas natural y carbón.
Este desarrollo en la minería y el sector de la energía se debe en gran parte a masivas inversiones de empresas occidentales. A diferencia de otros países de la extinta URSS, Kazajistán se abrió desde sus primeros meses de vida independiente a las inversiones europeas y norteamericanas, de forma que Holanda, Estados Unidos y Suiza son los principales inversores en el país, seguidos de lejos por Rusia y China.
Es significativo que ya en 1993 Nazarbáyev escogiese a la multinacional norteamericana Chevron para el desarrollo de la explotación del petróleo, y muy pronto siguieran acuerdos con Exxon Mobil, Texaco (ambas también norteamericanas) y la británica British Petroleum. La rusa Lukoil y la China National Petroleum Corporation también han obtenido concesiones, pero su peso es considerablemente menor. En el terreno industrial, las compañías occidentales también juegan un papel fundamental. General Electric ha logrado importantes contratos en los ferrocarriles y en las energías alternativas. Fluor Corporation, el gigante norteamericano de la ingeniería y la construcción, es dominante en los proyectos de infraestructura, y en bienes de consumo las también norteamericanas PepsiCo y Procter & Gamble ocupan posiciones de cabeza.
Continuando en esa línea de apertura al capital occidental, el pasado 3 de diciembre el presidente Tokayev mantuvo una reunión con los representantes de algunos de los gigantes de las finanzas mundiales, entre ellos BlackRock (la mayor gestora de capitales del mundo), Capital Group y Aberdeen Asset Management. En esa reunión se trazaron planes para incrementar de manera significativa los flujos de inversión de esas firmas en Kazajistán, y el presidente Tokayev asumió compromisos para facilitar aún más la inversión extranjera.
Para compensar la penetración económica y financiera europea y norteamericana, la dictadura de Kazajistán se ha cuidado de mantener buenas relaciones con Rusia, a pesar de que las demandas de un sector del nacionalismo ruso de anexionar la región norte de Kazajstán - que en 2014 fueron apoyadas públicamente por Putin - han creado cierta tensión latente entre ambos países.
Kazajistán formó parte desde su fundación de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva, el organismo de colaboración militar y política promovido por Rusia en 1992, y del que también forman parte Armenia, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Ha sido precisamente la integración en este tratado lo que ha permitido dar legalidad formal a la entrada de tropas rusas en el país. Las relaciones con China, a pesar del gran interés del Gobierno de Pekín, atraviesan algunas dificultades en los últimos tiempos.
La necesidad de masivas cantidades de agua para el desarrollo intensivo de la república autónoma de Xinjiang, que Pekín considera imprescindible para neutralizar el separatismo uigur, han provocado una grave desecación del lago Balkash, la mayor reserva de agua dulce de Kazajistán. Probablemente como medida de presión, las exportaciones de alimentos de Kazajistán a China cayeron en un 78% entre enero y septiembre de 2021. La respuesta china ha sido un bloqueo de facto de la entrada del resto de mercancías kazajas, causando serios perjuicios a los exportadores de ese país.
A todo ello se une que, tras la reciente prohibición de la minería de bitcoins en China debido a su desmesurado consumo de energía eléctrica, las empresas que realizaban esta actividad se han trasladado en masa a Kazajistán, provocando graves problemas de suministro eléctrico a la industria y a la población. La última pieza en el delicado equilibrio en el que se mueve el Gobierno kazajo es la alianza con Turquía, país con el que Kazajistán comparte origen étnico y grupo lingüístico.
Aprovechando las raíces comunes de varios países de Asia Central y Turquía, en 2006 el entonces presidente Nazabáyev propuso la creación una alianza de todos los países de origen túrquico. El Gobierno de Turquía, ansioso por fortalecer su papel como potencia imperialista regional más allá de Oriente Medio, recogió encantado esa propuesta y finalmente la Organización de Estados Túrquicos se fundó tres años más tarde con la participación, además de Kazajistán y Turquía, de Azerbaiyán, Kirguistán y Uzbekistan, y con Hungría y Turkmenistán como estados observadores.
Es revelador del papel que ese Consejo intenta jugar en el equilibrio interimperialista, que en 2020 el Gobierno de Ucrania, en pleno conflicto con Rusia, solicitase su entrada como observador, alegando el origen túrquico de la población tártara de Crimea.
¡Ninguna confianza en los imperialistas! ¡Solo un programa socialista puede dar la victoria al pueblo kazajo!
El carácter de genuina protesta popular de las manifestaciones de Kazajistán está fuera de toda duda. La campaña de la diplomacia rusa y del Gobierno kazajo alegando que “provocadores extranjeros” o “terroristas infiltrados” son los responsables de este levantamiento, no es más que propaganda interesada y responde a fines muy concretos.
Los precedentes de luchas obreras en Kazajistán son, como hemos explicado, una explicación más que suficiente de la furia que se ha expresado estos días en las calles de Almaty y otras urbes de Kazajistán, sin necesidad de recurrir a ningún tipo de “agente extranjero”. Precisamente la acumulación de rabia ante el constante empeoramiento de las condiciones de vida después de años de crecimiento, y ante la durísima represión ejercida de forma constante contra la clase obrera por la dictadura, unidas a la frustración ante las maniobras de una élite palaciegas extremadamente corrupta, han hecho inútiles los intentos del Gobierno de acallar la protesta revirtiendo la subida del gas, e incluso bajándolo respecto a su precio previo.
Pero la delicada posición que ocupa Kazajistán en el juego de las potencias imperialistas no nos permite ignorar que todo tipo de injerencias se han producido y seguirán produciéndose en el transcurso de la lucha de los trabajadores kazajos. Rusia ha actuado abiertamente enviando tropas para sostener al Gobierno y fortalecer su posición, y es completamente seguro que ni Estados Unidos y otros países occidentales con grandes inversiones en el país, ni China con su necesidad de contar con Kazajistán para su Nueva Ruta de la Seda, asistirán pasivos al desarrollo de los acontecimientos.
Además, los complicados equilibrios internos y los conflictos de intereses entre diferentes sectores de su clase dominante también jugarán un papel decisivo en el desenlace de esta crisis. Por estos motivos, la clase obrera kazaja debe mantener a toda costa su independencia política, sin prestar oídos a los cantos de sirena lanzados desde cualquiera de las potencias imperialistas o desde sectores de la clase dominante, incluidos los que ahora viven exiliados en Occidente y se proclaman “amigos del pueblo” y “defensores de la democracia y la revolución”.
Hay un riesgo real de que los brotes xenófobos y los enfrentamientos entre comunidades que se produjeron en el pasado reciente sean reactivados y utilizados en su beneficio por cualquiera de los sectores que se disputan las grandes riquezas minerales de Kazajistán.
Para neutralizar este riesgo, para evitar que el pueblo insurrecto sea utilizado en la lucha de las diferentes potencias imperialistas, el único camino es que la clase obrera de Kazajistán se base en un programa socialista para derrocar el régimen dictatorial, tome el poder, y levante como un eje central la nacionalización de los recursos minerales, la industria y el sistema financiero, para ponerlos al servicio de las necesidades de la mayoría de la población.
Combatiendo por el socialismo y la auténtica democracia obrera, la clase obrera será capaz de construir sus órganos de autodefensa y armarse frente a esta represión salvaje, y unir a todos los oprimidos por encima de barreras étnicas, lingüísticas o religiosas, despertando la solidaridad activa de los trabajadores y trabajadoras de los países imperialistas con su lucha.