Fukushiman gertatzen ari den hondamendi nuklearra sistemaren izaera anarkikoaren eta klase kapitalistaren arduragabekeria kriminalaren erakusgarri garbia da. Klase kapitalistak bere etekin maximoari begiratzen dio eta ez dio ardura milioika pertsonen segurtasunak eta bizitzak.

Evidentemente, la causa inmediata de la catástrofe nuclear ha sido el brutal terremoto del viernes 11 de marzo, que alcanzó el grado máximo de la escala Richter, y el posterior tsunami, que han supuesto un trauma desgarrador para millones de japoneses, entre los que ya se contabilizan casi 30.000 muertos. Sin embargo, las causas de fondo del desastre nuclear no se explican por factores naturales ni, por supuesto, por factores sobrenaturales (el gobernador de Tokio atribuía el terremoto a un “castigo divino”).


La catástrofe nuclear de Fukushima se ha producido en un momento en que la mayoría de los gobiernos occidentales estaban apostando, en primer lugar, por la instalación de nuevas centrales nucleares y, en segundo lugar, la ampliación de la moratoria de producción de las ya existentes. Resulta increíble que después de toda la campaña y demagogia de los Obama, Sarkozy y compañía, sobre las armas de destrucción masiva, el peligro de la proliferación de armas nucleares y demás, el auténtico peligro nuclear para la humanidad proceda de la política energética nuclear en sus propios países.

Japón cuenta con un lamentable historial de accidentes nucleares, en los últimos veinte años ha habido cuatro graves. Aún así, el gobierno japonés en estas dos últimas décadas ha incrementado su dependencia de la energía nuclear, actualmente hay en funcionamiento 54 centrales. En 1990 el 9% de la electricidad procedía de la energía nuclear, actualmente es un 32% y la previsión era que en 2030 alcanzara el 50% de la producción eléctrica.


Un ejemplo claro de la mala planificación y desprecio por la vida humana y el medio ambiente es la localización de las centrales nucleares. La mayoría se encuentran situadas sobre fallas geológicas activas, el sismólogo Katuhiko Ishibashi, de la Universidad de Kobe, dimitió en 2005 del Consejo de Seguridad de Reactores Nucleares porque el gobierno ignoraba las advertencias sobre los peligros que esto implicaba: “es como un terrorista suicida con un cinturón atado al pecho lleno de granadas”. Era cuestión de tiempo que esto sucediera. Pero no es un caso aislado de Japón, en EEUU hay dos complejos nucleares construidos sobre la Falla de San Andrés (California).

El escándalo de Fukushima: el negocio nuclear al descubierto

En el ejemplo de Fukushima vemos que incluso en algo tan extremadamente peligroso como es la energía nuclear, los capitalistas subordinan la seguridad al ahorro de costes y el beneficio. Los reactores nucleares de la central son de un modelo diseñado hace cuarenta años por General Electric, pero existen otros seis similares funcionando en Japón, 21 en EEUU y, por ejemplo, uno en el Estado español, en la central nuclear de Garoña (Burgos). Según publicaba The New York Times se eligió el diseño de Fukushima porque “era el más barato y fácil de construir, en parte porque utilizaba una estructura de contención comparativamente más pequeña y más barata” (13/3/11).


Para ahorrar costes las empresas nucleares japonesas entre otras medidas reclutaban a mendigos en los parques de la capital para realizar los trabajos más peligrosos en las centrales. Según una investigación del profesor Yukoo Fujita, de la universidad japonesa de Keio, en los últimos treinta años entre 700 y 1.000 mendigos han muerto de cáncer a causa de la radicación.


En el sector nuclear japonés trabajan 70.000 personas. Un 80% de las plantillas son trabajadores sin preparación y con contratos temporales, seleccionados entre las capas más desfavorecidas de la población. Los mendigos son los que realizan las tareas más arriesgadas, como la limpieza de reactores o la descontaminación en caso de fuga. “El testimonio de varias víctimas confirma que lo normal es que accedan a las zonas de riesgo con medidores de radiactividad, pero que éstos suelen ser manipulados por los capataces. En ocasiones no es extraño que sean los propios mendigos los que, temiendo ser sustituidos por otros si se sabe que han recibido una dosis excesiva de radiaciones, oculten la situación. ‘Si la radiación es alta nadie abre la boca por miedo a que no pueda trabajar más’, reconoce Saito, uno de los vagabundos del parque Ueno de Tokio que admite haber hecho ‘varios trabajos en las plantas nucleares” (El Mundo, 18/3/11).


La central de Fukushima está gestionada por Tokyo Electric Power Company (PETCO), la cuarta empresa más grande del mundo. Su historial es lamentable. En 2003 tuvo que cerrar temporalmente 17 de sus plantas nucleares en el país cuando se supo que había falsificado los informes sobre seguridad de las mismas. En 2006, volvió a suceder y no pasó nada, PETCO ha seguido al frente de la mayoría de las centrales nucleares del país.


Y ahora parece que puede salir indemne de la situación. En Japón existe la Ley de Compensación para Daño Nuclear, pero según informaba la agencia de noticias Kyodo (26/3/11), existe una sección 3 en dicha ley a la que se podría acoger la empresa, en caso de “desastre natural grave de carácter excepcional o insurrección” quedaría libre de responsabilidad. En ese caso, sería el gobierno quien tendría que hacer frente a todo el coste económico de la catástrofe (reparación de las instalaciones nucleares afectadas, gastos medioambientales, indemnizaciones y otro tipo de costes provocados directamente por la catástrofe nuclear), que asciende, por ahora, a 12.300 millones de dólares, según  www.bussinesslive.co.za


Desde el accidente tanto el gobierno como PETCO han dado poca información y siempre intentando minimizar la gravedad real de la situación. Por ahora, todos los intentos de evitar el escape de gases y materiales radioactivos han fracasado, a pesar de los heroicos esfuerzos de los trabajadores de la central y de los bomberos por estabilizar la situación. Las condiciones en las que están trabajando son tremendas. Recientemente se supo que los bomberos de Tokio son obligados a trabajar más horas de las permitidas por las normativas de seguridad bajo amenazas de despido. Trabajan durante 26 horas seguidas sin más protección que máscaras de gas y su traje habitual de bombero. Un electricista contaba al periódico británico Daily Telegraph que ellos trabajaban sin ningún tipo de protección. También se ha sabido que PETCO no ha proporcionado a los otros trabajadores que trabajan directamente en el reactor la protección adecuada para los niveles de radiación. En una muestra de cinismo el responsable de la empresa dijo que todo fue una “lamentable falta de comunicación”.


La magnitud real de la catástrofe nuclear no se conocerá hasta que no pase algún tiempo, incluso años, como sucedió en el caso de Chernobyl. Por ahora hay 200.000 evacuados, pero también está el alcance de la contaminación radioactiva y sus efectos. Según el Ministerio de Ciencia de Japón, a 30 kilómetros de la central ya se superan los niveles naturales de radioactividad. La situación aún no está controlada y la situación empeora cada día que pasa.


Como explicamos en la declaración publicada tras el accidente en Fukushima* el movimiento obrero y sus organizaciones deben oponerse frontalmente a la utilización de la energía nuclear, impedir la construcción de nuevas centrales y exigir la paralización de las ya existentes, demandando la nacionalización de las empresas del sector energético y el desarrollo de fuentes de energías limpias, bajo control de las organizaciones obreras y de consumidores, y garantizando todos los puestos de trabajo que implica el cierre de las centrales.

Las consecuencias del terremoto y la ineficacia del gobierno

Al accidente nuclear se suman las devastadoras consecuencias del terremoto, hasta el momento el más importante de la historia de Japón y el séptimo mundial. Se ha podido constatar que si bien las infraestructuras de Tokio y otras grandes urbes sí estaban preparadas para un seísmo de esta magnitud, en los pequeños pueblos y barrios pobres de las grandes ciudades la situación es radicalmente diferente. Han muerto y desaparecido miles de personas que vivían en casas de madera arrolladas por el tsunami.


Todavía no existe una lista oficial de víctimas. Los últimos datos oficiales hablaban de 10.000 muertos y más de 17.000 desaparecidos, pero es evidente que esa cifra seguirá aumentando. Dos semanas después del terremoto, llegaban aún noticias de cadáveres abandonados por las carreteras en la Prefectura de Fukushima.


La situación de los supervivientes es dramática. Más de 250.000 personas se han quedado sin hogar y ahora malviven en albergues, tiendas de campaña o estadios, sin recibir apenas ayuda del gobierno. Lamentable es también la situación dentro del área de cuarentena impuesta alrededor de la central de Fukushima, recientemente la televisión japonesa mostraba imágenes de hospitales en los que se podían ver a los pacientes y personal sanitario abandonados a su suerte por las autoridades. Los 100.000 soldados de las Fuerzas Especiales movilizados están destinados exclusivamente a rescatar cadáveres.


Durante el terremoto de Kobe de 1995, el gobierno nipón ya mostró su ineficacia cuando las tareas de ayuda a los supervivientes (alimentos, ropa de abrigo, etc.) corrió a cargo de 1,2 millones de voluntarios y tuvieron que ser organizadas por los sindicatos y organizaciones comunitarias. Lo mismo empieza a suceder en esta ocasión. Ante la inoperancia del gobierno, en Kansai se han organizado los sindicatos para empezar a realizar estas tareas y decenas de miles de voluntarios de todo el país ya han mostrado su disposición a ayudar en las mismas.


Más de un millón de hogares se han quedado sin suministro de agua y más de 2 millones sin luz y gas. Para agravar aún más la situación, el suministro eléctrico en el noroeste del país ha quedado interrumpido y tardará un tiempo en recuperarse totalmente, eso incluye “apagones programados” en Tokio, algo que no tiene precedentes. PETCO es la compañía que suministra la electricidad al área metropolitana de Tokio.


En el caso del suministro eléctrico se puede comprobar la anarquía del sistema y falta de planificación del capitalismo. Japón es el único país capitalista desarrollado que tiene dos frecuencias eléctricas distintas, una en el oeste y otra en el este del país. El problema es que existen nueve empresas regionales de electricidad privadas, cada una suministra y distribuye la electricidad según su propio criterio y beneficio. Sólo hay tres plantas que podrían transformar la electricidad para que pueda ser utilizada en las zonas afectadas del país, pero en las circunstancias actuales son insuficientes.

Las consecuencias económicas para Japón y la economía mundial


Según el Banco Mundial los daños del terremoto equivalen a un 4% del PIB japonés y debemos recordar que incidirán sobre una economía que lleva veinte años hundida en una recesión económica de la que todavía no había conseguido salir. Este año las previsiones más optimistas hablaban de un crecimiento del 1,6%. Ahora será imposible, y no sólo se verá afectada la economía japonesa. Sería ridículo pensar que la tercera potencia capitalista mundial sufre un cataclismo de esta magnitud y no va a tener consecuencias para la economía mundial.


La prensa económica lo expresa así: “El terremoto en Japón es uno de esos golpes que descarrilan las predicciones económicas. Hasta que se conozca el alcance de los datos, la incertidumbre es la palabra clave para las perspectivas japonesas y quizá también para las globales” (The Wall Street Journal, 23/3/11). “Las empresas mundiales de todo tipo, desde fabricantes de semiconductores a constructores de barcos, se enfrentan a la interrupción de sus operaciones después de que el terremoto y el tsunami en Japón destrozaran la infraestructura vital y dejara fuera de servicio fábricas que producen desde componentes de alta tecnología hasta acero” (Reuters, 23/3/11).
Desde el inicio del terremoto, el Banco Central de Japón ha inyectado en los mercados financieros 55,6 billones de yenes (más de 600.000 millones de dólares) para evitar el hundimiento de la bolsa y el sostenimiento de los mercados financieros. Aún así, la bolsa de Tokio ha perdido un 14% de su valor. Otro problema para la economía japonesa es la cotización del yen, el 17 de marzo alcanzó su nivel más alto desde el período de la posguerra. Todos los buitres que planean sobre los mercados financieros en busca de una oportunidad ahora la ven en Japón y en su necesidad de capital para hacer frente a la reconstrucción una oportunidad para especular con el yen. Un yen alto dificultará las exportaciones japonesas.


Esta apreciación del yen también tiene efectos en el extranjero, por ejemplo, en sus vecinos asiáticos. Según el Banco Mundial, la mitad de la deuda a largo plazo de la Región del Este del Pacífico está dominada por el yen y por cada 1% que se aprecie el yen, el servicio de la deuda aumenta en 250 millones de dólares. Para un país como China que tiene sólo el 8% de su deuda en yenes puede que no represente mucho, pero para un país como Tailandia que tiene el 60% de su deuda en esa moneda el efecto puede ser devastador.


Otro factor de inestabilidad implícito en la situación es que se desencadene una tendencia a la repatriación del capital nipón en el extranjero. Japón es la mayor nación acreedora del mundo, cuenta con 3 billones de dólares invertidos en activos en el extranjero. Según el FMI es uno de los mayores compradores de bonos del tesoro norteamericano, unos 900.000 millones de dólares, así que juega un papel importante en el sostenimiento del sistema financiero estadounidense.


Los analistas también señalan con temor los efectos que la situación en Japón tendrá en los precios del petróleo ya que su economía es la tercera importadora mundial de crudo. La previsión es que la inutilización de las centrales nucleares accidentadas implicará un aumento del consumo de petróleo y eso puede significar el incremento de la importación en 375.000 barriles diarios. Además, esto se produce en un momento de inestabilidad social y política en el norte de África y Oriente Medio, zonas productoras de petróleo y gas.


Por último, pero no menos importante, está el impacto sobre la producción mundial de mercancías. Japón es un engranaje importante en la cadena de montaje mundial y existen serias preocupaciones sobre las consecuencias en la cadena de suministros. Sony tuvo que cerrar ocho plantas, también cerraron Fuji, Glaxxo, Nestlé, Volvo, Nissan y Honda. Japón es la primera potencia mundial del sector automovilístico, no sólo por construcción de coches sino también por fabricación de componentes. En las dos semanas posteriores al terremoto se habían fabricado 335.000 automóviles menos y la escasez de componentes se dejaba sentir ya en otros países, en el caso del Estado español ha efectado a la planta de Citröen en Vigo y de Opel en Zaragoza. El otro resultado inmediato será la subida de precios de los vehículos. Lo mismo sucederá en otros sectores, como en electrónica y semiconductores. Por ejemplo, Japón produce el 40% de los chips de memoria flash del mundo, según Objective Analysis, “a corto plazo podría sufrirse escasez de unidades y producirse una subida  importante de los precios”. Eso se puede traducir en presiones inflacionarias sobre la economía mundial y al mismo tiempo afectar negativamente al consumo, un factor más que puede anclar la situación económica mundial en una situación de postración.

La reconstrucción, ¿un acicate para el crecimiento económico?


Según los primeros cálculos del gobierno, el coste del terremoto podría superar los 25 billones de yenes (309.000 millones de dólares), sin contar el accidente nuclear y sus consecuencias. Muchos hablan ahora de que el plan de reconstrucción servirá de acicate para el crecimiento económico. Los 38.000 millones de dólares gastados en los planes de reconstrucción durante el terremoto de Kobe, en 1995, no consiguieron cambiar la dinámica de la economía, ya entonces renqueante. Hay que tener en cuenta que a lo largo de las últimas dos décadas se han dedicado cantidades ingentes de dinero público para tratar de animar a la economía japonesa, sin que ninguno de los planes de estímulo económico tuviera éxito. Lo que sí consiguieron los planes anteriores es elevar la deuda pública japonesa al 225% del PIB, la mayor de los países industrializados. La deuda, pública y privada, está siendo un verdadero lastre para la economía nipona y una nueva dosis de gasto público (que en todo caso beneficiará a determinados sectores como las constructoras) ahondará todavía más el problema. Además, la llamada reconstrucción se producirá en un contexto mucho más desfavorable de la economía mundial, inmersa en la mayor crisis capitalista desde 1929.


El gobierno ya ha dejado entrever cómo y quién va a pagar la reconstrucción: los trabajadores. Pocos días después del terremoto duplicó el impuesto al consumo, hasta el 10%, lo que tendrá como consecuencia una pérdida de poder adquisitivo. También se han suspendido, entre otras, las ayudas anunciadas a la infancia. Los sindicatos han denunciado al ministro de Trabajo, que, con la excusa del terremoto, alentó públicamente a los empresarios a no pagar la indemnización a los trabajadores despedidos durante la crisis provocada por el terremoto y la catástrofe nuclear, según la ley tienen derecho a cobrar el 60% de su salario.

¿Resignación ‘a la japonesa’ ante la adversidad?

Estos días muchos artículos de los medios burgueses han hecho referencias  al carácter japonés, y a su supuesta aceptación pasiva de las adversidades y paciencia infinita ante el sufrimiento, minimizando las señales de malestar y crítica hacia la mala gestión y la ineficacia del sistema y sus representantes.
Pero estas ideas son interesadas y la realidad es un poco diferente. Es normal que una catástrofe de esta magnitud provoque una conmoción inicial. Pero, poco a poco, se producían cada vez más síntomas de la acumulación de rabia y creciente descontento entre la población. Los Angeles Times recogía las palabras de Shinichi Tanaka, antiguo trabajador de PETCO, alojado en un estadio desde que perdió su casa: “Hemos intentado mantener la calma y esperar, mantener la confianza en nuestro gobierno, pero ahora nos gustaría coger a los funcionarios del gobierno por el pescuezo y golpearlos”. Comentarios de este tipo cada vez son más habituales en la prensa y en la televisión. También hay noticias de saqueos en las zonas afectadas. El 19 de marzo, en Tokio unos mil estudiantes y trabajadores se manifestaron por el distrito comercial. La agencia de noticias Kiodo publicaba el 27 de marzo una encuensta según la cual, el 58,2% de los japoneses no aprueba la gestión del gobierno en la catástrofe nuclear (Europa Press, 27/3/11).

Crisis política

Hay varios síntomas de la preocupación de la clase dominante a que cuando pase la conmoción inicial la situación social se pueda escapar de su control. El primero es la gigantesca campaña de los medios de comunicación en Japón apelando a la “calma y la tranquilidad”, algo que teóricamente es innecesario en un pueblo “resignado por naturaleza”. El segundo, fue el discurso del Emperador, algo excepcional en la historia del país, el anterior discurso fue pronunciado en 1945, para anunciar la rendición de Japón en la II Guerra Mundial. El contenido del discurso también fue una apelación al “orden y la calma”, además de pedir “sacrificios a todos”. Y, por último, el ofrecimiento del primer ministro a formar un gran gobierno de coalición y de unidad nacional.


Desde 2009, al frente del gobierno está el Partido Democrático Japonés (DPJ), fue un triunfo histórico ya que era la segunda vez desde 1955 que el Partido Liberal (LDP) perdía unas elecciones. El DPJ ganó con un 42% de los votos con la promesa de “cambio”, pero dos años después nada ha cambiado, no ha cumplido ninguna de sus promesas y se ha visto salpicado también por distintos escándalos de corrupción, perdió las elecciones al Senado el pasado mes de julio y su tasa de aprobación está en el 28%. Ahora el primer ministro, Naoto Kan, ha ofrecido al LDP y al Komeito (partido budista) formar una coalición de gobierno. En cuanto al Partido Comunista de Japón, que consiguió un 10% en las elecciones, en lugar de denunciar la mala gestión del gobierno y todo lo relacionado con la catástrofe, está defendiendo el atraso de las elecciones municipales y que no es el momento de críticas, sino de “ayudar al gobierno”.
En 1995, el terremoto de Kobe y la mala gestión por parte del Estado, acabó con el gobierno del Partido Socialdemócrata, desde entonces este partido ha quedado reducido a una presencia minoritaria en el parlamento. Y esa es la perspectiva más probable para el DPJ, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un partido formado de escisiones de distintos partidos que no dudarán en abandonar el barco cuando éste comience a hundirse.
Los ingentes costes económicos de la reconstrucción para los trabajadores japoneses se expresarán en nuevas medidas de austeridad que empeorarán más sus condiciones de vida. Como en el resto del mundo desarrollado, también en Japón los capitalistas durante estos últimos años han conseguido mantener sus beneficios a costa de incrementar la explotación de la clase obrera y reducir sus condiciones de vida. Según datos oficiales del Ministerio de Bienestar en 2009, uno de cada seis japoneses vivía en la pobreza. Ser pobre no significa necesariamente no obtener ningún ingreso. Desde 1997 a 2007 el número de trabajadores pobres se duplicó, de 5 a 10 millones. Los salarios también han caído, por ejemplo, en junio de 2010 cayeron un 3,3% respecto al mismo período del año anterior, y era el tercer año consecutivo de caída. El empleo fijo y el pleno empleo también han pasado a ser reliquias del pasado. La tasa de paro es del 4,9%, más de 3 millones de desempleados. Y un 34,5% de los 55,3 millones de trabajadores son temporales o trabajan a tiempo parcial.


El terremoto y la catástrofe nuclear sólo sirven para añadir más vapor a una olla a presión preparada para estallar. La clase obrera japonesa ha demostrado a lo largo de la historia su capacidad de lucha, ha protagonizado luchas heroicas y ha participado junto con la clase obrera mundial en los grandes períodos de auge de la lucha de clases: en los años 30 y 70. Las ideas comunistas y socialistas tienen una gran tradición. Esas tradiciones las demostraron después del terremoto de Kanto en 1923, cuando la clase dominante japonesa hizo recaer los costes económicos de la reconstrucción sobre la clase obrera, desencadenando un período de gran turbulencia social. Durante los últimos años hemos visto en Japón movilizaciones masivas contra la energía nuclear o contra la base norteamericana de Okinawa. Los acontecimientos que estamos viendo ahora intensificarán las contradicciones de clase e inevitablemente empujarán a una amplia capa de jóvenes y trabajadores a cuestionarse el capitalismo y a involucrarse en la lucha por una transformación profunda de la sociedad.

* Lurrikararen ondoren, hondamendi nuklearra Japonian: kapitalismoa errudun