Istanbuleko mobilizazio txiki eta ustez anekdotikoa zenak erabat aldatu du Turkiako egoera sozial eta politikoa. Urteetan pilatutako haserreari eta errepresioari erantzunez, milioika gazte eta langile turkiar atera dira kalera, eta mugimenduaren epizentroa Istanbul bada ere, herrialde guztira zabaldu da.

Una pequeña y aparentemente anecdótica movilización en Estambul ha transformado radicalmente el panorama social y político en Turquía. El malestar acumulado durante años y la represión contra unas decenas de manifestantes han echado a la calle a millones de jóvenes y trabajadores turcos. Hoy, martes 4 de junio, es el primero de una huelga general de tres días que está paralizando gran parte del país. El movimiento con epicentro en Estambul se ha extendido a todas las ciudades, una enorme ola de participación y simpatía supera prejuicios nacionales, religiosos, y une en la calle a todos los oprimidos, en un movimiento que está dando sus primeros pasos.

Una limitada concentración en la plaza Taksim de Estambul, el martes 28 de febrero, ha sido la mecha para una impresionante explosión social. El Gobierno pretende usurpar una de las pocas zonas verdes que quedan en el barrio histórico de la capital histórica, económica y cultural de Turquía. Pero la protesta no sólo era para exigir una mejora en las condiciones de vida urbanas, sacrificadas, para la gran mayoría, a mayor gloria de especuladores, propietarios de constructoras, inmobiliarias y bancos. Además, el islamista Recep Tayip Erdogan, primer ministro  desde hace diez años, pretendía acabar, en un momento en que se sentía fuerte, con un punto de referencia importante para la izquierda: la plaza Taksim es recordada como el escenario de la masacre del Primero de Mayo de 1977, en que 34 manifestantes fueron asesinados por pistoleros fascistas. Desde entonces todas las manifestaciones del Día Internacional de los Trabajadores han empezado allí (de forma ilegal hasta hace dos años).

La agresiva respuesta policial a la ocupación de Taksim con tiendas de campaña –emulando la de la plaza cairota de Tahrir- creó una bola de nieve. Lejos de amedrentar el movimiento, lo ha estimulado. El miércoles 29 ya eran mil los manifestantes; un día después, decenas de miles;  el viernes, cien mil, sólo alrededor de la plaza (la lucha se extendía a los barrios populares de Estambul, que eran considerados feudos del partido del Gobierno, y al resto de Turquía). El sábado la policía fue expulsada de la plaza Taksim. Cerrando la semana, el domingo 2 de junio una inmensa masa de un millón de personas se echaba a la calle en esta megalópolis de 13 millones, y cientos de miles salían también a la lucha, en Ankara –la capital oficial- y en 67 ciudades. El lunes 3, miles de manifestantes intentaron asaltar las oficinas de Erdogan, incluso con una excavadora.

El Gobierno intenta evitar por todos los medios la extensión de la lucha. A la extrema represión con porras, mangueras de agua, pelotas de goma, botes de humo y gas pimienta se ha añadido, en algún caso, el fuego real. Las cifras más extendidas hablan de dos muertos –uno por un disparo en la cabeza- y dos desaparecidos; otras fuentes elevan las víctimas mortales incluso a doce. 1.700 manifestantes han sido detenidos y 1.500 han recibido asistencia hospitalaria. Las sedes de sindicatos y organizaciones sociales y de izquierda han sido atacadas por la policía. Si bien Erdogan mantiene una actitud despreciativa hacia las masas, ya hay sectores de su entorno –como el presidente Abdulá Gul, también islamista- que le han pedido contención, coincidiendo así con el imperialismo estadounidense. Es la misma tensión interna –tratar de aplastar el movimiento, o aplacarlo con algunas reformas- que corroe a la clase dominante, allá donde el movimiento de los oprimidos se pone en marcha con fuerza.

Huelga general de 72 horas

Muy rápidamente, la lucha ha orientado sus objetivos hacia el cese de la represión, “contra el fascismo” (como expresan muchas consignas), por la retirada de las medidas antipopulares tomadas y por la dimisión del Gobierno islamista. La movilización ha conseguido superar las divisiones entre los oprimidos que desde el Estado y desde el islamismo se han estimulado. La participación de turcos y kurdos, de suníes y alevines, es extremadamente beneficiosa para el futuro de la lucha. Los jóvenes están jugando un papel destacado (como no puede ser de otra forma en un país donde una cuarta parte tiene menos de 15 años), especialmente las jóvenes, que no están dispuestas a soportar los graves ataques a los derechos de la mujer por parte del islamismo.

La determinación de las masas es impresionante. Las manifestaciones se han dirigido hacia la residencia de Erdogan (en Estambul), hacia el Parlamento (en Ankara) y hacia las sedes del AKP, el partido gubernamental (algunas de ellas han sido incendiadas). Los casos que demuestran la simpatía hacia ellas, por parte del resto de la población, son constantes: bocinazos, caceroladas, apertura de viviendas, colegios, restaurantes (¡incluso locales militares!!) para acoger a manifestantes perseguidos o intoxicados por los gases, levantamiento de barricadas en los puntos más dispersos… Médicos voluntarios han organizado hospitales de campaña para atender a los heridos. Un conductor de autobús municipal interpuso el suyo entre la gente y un vehículo policial, para impedirle pasar. Y 150 policías han desobedecido órdenes de represión, pasándose a las manifestaciones.

La incorporación de la clase obrera organizada a la lucha es determinante, y está siendo tremenda, según llegan los datos. Tres sindicatos han convocado el paro, en principio en solidaridad con los trabajadores de la empresa de distribución de tabaco y alcohol Tekel (empresa en proceso de privatización desde 2008 y en donde la conflictividad laboral es constante), pero en el actual contexto es un enorme espaldarazo al movimiento contra Erdogan.

Una ‘década prodigiosa’… para los capitalistas

Los analistas superficiales a los que estamos acostumbrados no dan un gran porvenir a estas movilizaciones. Remarcan una y otra vez la diferencia entre Turquía y los países árabes… En el país euroasiático –dicen- existe bienestar, más allá de diferencias puntuales con “el estilo” de Erdogan. La “década prodigiosa” del Gobierno islamista ha supuesto un crecimiento anual del 5%. Lo que no dicen es cómo se reparten los beneficios de ese crecimiento, ni a costa de qué es. La dependencia turca de la inversión extranjera revela el efecto llamada que ha tenido, para el capital mundial sediento de oportunidades, una oleada de privatizaciones y liberalizaciones llevada adelante en connivencia con el FMI, que está reduciendo drásticamente el grosor del Estado turco. Los datos de crecimiento económico han de relativizarse, como en cualquier otro país de alta natalidad, ya que poder cubrir la demanda de puestos de trabajo implica no bajar de ese 5%. Pese al desarrollo industrial de las últimas décadas (alrededor de una cuarta parte de los trabajadores son del sector industrial, que participa en la misma proporción del PIB; y el 76% de la población es urbana), Turquía ocupa el puesto 63 del Índice de Desarrollo Humano de la ONU, contrastando con su posición 17ª en la lista de países por PIB. El país otomano es superado en desarrollo social por Mongolia, Jordania, Jamaica…  Cuanto más crece la economía, más evidente e insoportable se hace esta desigualdad. Pero no todo es economía; la política islamista ha significado un constante retroceso en los derechos de los trabajadores, la criminalización de las mujeres acosadas, maltratadas y violadas, la utilización masiva de las leyes antiterroristas (se calculan en diez mil los presos políticos, entre ellos 500 periodistas y 100 abogados), una presión constante hacia la islamización del Estado, la continuación de la histórica represión hacia la minoría kurda (bajo la estrategia del palo y la zanahoria), la creciente defensa de posiciones imperialistas en la zona (utilizando el conflicto sirio), una cada vez mayor discriminación de la minoría musulmana alevina, etc.

Los acontecimientos en Turquía son claves. Ocurren en una zona estratégica, en una potencia regional decisiva para la defensa de los intereses imperialistas. El país es, junto a Israel, la base para el despliegue de la intervención estadounidense en Oriente Próximo y Medio. Más allá de la retórica anti-islámica de la Prensa burguesa europea, el Gobierno de Erdogan se ha mostrado como el más fiel aliado de los capitalistas norteamericanos y de la UE (su primer socio comercial es Alemania). Ahora los cimientos se tambalean, haciendo peligrar la cúpula.

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