Duela bi urte eta erdi hasi zen iraultza Egipton eta Mubarak diktadorearekin amaitu zuten. Geroztik, langile klaseak eta gazteriak borrokarako gaitasun paregabea erakutsi dute. Orain, beste behin, NDFaren eta inperialismoaren errezeten aurkako mugimenduak Anaia Musulmanen gobernuarekin amaitu dute.

El ejército utiliza el golpe de estado para apropiarse de la victoria revolucionaria

¡Ninguna confianza en los militares, llevar la revolución hasta la victoria!

Hace dos años y medio del inicio de la revolución egipcia que derrocó al dictador Mubarak. Desde entonces, la clase obrera y la juventud han demostrado una combatividad sin igual: contra el intento de los militares de prolongar el régimen de Mubarak sin Mubarak; en defensa de las libertades democráticas, del derecho de expresión, de huelga, manifestación y organización; de mejoras salariales y laborales, contra el desempleo masivo y la pobreza en que el capitalismo egipcio ha sumido a la mayoría de la población. Y, ahora, nuevamente, encabezando un movimiento revolucionario contra las recetas económicas del FMI y del imperialismo occidental que el gobierno de los Hermanos Musulmanes ha aplicado sumisamente y su pretensión de convertir el país en una pesadilla fundamentalista.

La fuerza irresistible de las masas en acción

El domingo 30 de junio la revolución escribió un gran capítulo cuando un océano  de hombres y mujeres inundo las calles de todo el país, y especialmente del Cairo, decidido a derribar al gobierno Mursi. Aunque se preveía que las manifestaciones iban a ser grandes, su magnitud pilló por sorpresa a todos aquellos que habían dado por finiquitado el proceso revolucionario. Según reconocían fuentes del ejército citadas por el periódico Al-Shorouk, entre 14 y 17 millones de personas se manifestaron en decenas de ciudades. En el Cairo más de un millón abarrotaron la Plaza de Tahrir; en Mahalla, centro del proletariado industrial egipcio, cientos de miles se concentraron en la Plaza Al-Shoun, al tiempo que se anunciaba que el 90% de la plantilla de la empresa textil estatal de Mahalla iba a la huelga (se trata de la fábrica más grande del país con más de 25.000 trabajadores). En la ciudad de Damietta miles de personas ocuparon la sede de la gobernación y otros edificios públicos para impedir que el gobernador y otros cargos entraran en sus despachos. Escenas similares se sucedieron en otras ciudades del país. El Palacio Presidencial en El Cairo estuvo rodeado desde el domingo por miles de personas que bloquearon con cadenas sus puertas y desplegaron una pancarta en la que se podía leer: “El palacio está cerrado por orden de los revolucionarios hasta que llegue el nuevo presidente”. (Al Masryalyoum. 2/7/13)

El periódico británico The Guardian describía así la situación: “En Alejandría, la segunda ciudad de Egipto, 100.000 personas se congregaron en el centro de la ciudad, hubo protestas similares en docenas de ciudades (…) En palabras de Michael Hanna, del Century Foundation y un experimentado analista político egipcio: ‘Estas protestas no tienen precedente en cuanto a magnitud y alcance, sobrepasaron las celebradas durante los 18 días de insurrección que derribaron a Mubarak’. Según Hanna, la escala de las protestas es aún más destacable porque se organizaron ‘de abajo a arriba, fue un esfuerzo de la base no dirigido por los líderes de la oposición política. En cierto sentido, lo que han hecho éstos es saltar sobre una corriente ya en expansión. Aunque los organizadores fueran diligentes y creativos, carecían de organización y financiación, por esa razón, la magnitud de esta movilización de masas no habría sido tan grande si el movimiento de protesta no tuviera su origen en una frustración profunda y creciente, en el desencanto que existe con el rumbo actual del país y con su dirección’”. (The Guardian. 30/6/13)

Estos son sólo algunos de ejemplos que revelan la existencia de un ambiente insurreccional. Las masas no sólo se limitaron a salir a las calles a manifestar su indignación, mostraron su decisión de no abandonarlas hasta cumplir su objetivo de derribar al gobierno. Sectores importantes de la clase obrera y la juventud, tras dos años y medio de revolución, han llegado a la conclusión de que la única forma de conseguir sus aspiraciones es a través de la acción directa y lanzaron un ultimátum al gobierno: o dimitía Mursi y sus compinches, o  estaban dispuestas a continuar con una campaña de desobediencia civil que podría haber llevado a una huelga general. En la crónica de El Mundo podemos leer: “Se avecinan nuevas protestas y una escalada que podría conducir al país hacia una huelga general. El Frente 30 de junio, que reúne a políticos y activistas, marcó anoche la senda para rectificar el paso de dos años y medio de calamitosa transición hacia la democracia (…) la oposición planea iniciar una huelga general. Ayer ya hubo voces que solicitaban inaugurar el parón entre los funcionarios públicos”. (El Mundo. 1/7/13)

Los Hermanos Musulmanes intentaron contrarrestar este movimiento revolucionario de las masas movilizando sus propias fuerzas. El 21 de junio consiguió congregar en El Cairo unas 100.000 personas; el 30 de junio los líderes islamistas convocaron a sus seguidores en la Ciudad Nasser para contrarrestar la manifestación anti Mursi y sólo consiguieron reunir a unas 25.000 personas. Este hecho demuestra la pérdida de base social que han sufrido los Hermanos Musulmanes en este último año, sobre todo en las zonas rurales que han sido de las más afectadas por las medidas económicas del gobierno Mursi.

El frente Tamarod (Rebelión)

El frente político Tamarod (Rebelión) que se creó el pasado mes de abril, ha canalizado parte de las demandas del movimiento. Formado por una variopinta gama de grupos y organizaciones que van desde el Frente de Salvación Nacional liderado por Mohamed ElBaradei, el islamista Partido por un Egipto Fuerte, el Movimiento 6 de Abril, los llamados “Socialistas Revolucionarios” hasta incluso Ahmed Shafiq, el último primer ministro bajo el régimen de Mubarak,  los dirigentes de Tamarod se han opuesto a los Hermanos Musulmanes pero su programa no cuestiona el régimen capitalista ni a la cúpula militar, que tanta responsabilidad tiene en la prolongación de la dictadura de Mubarak por cerca de cuarenta años.

El Tamarod inició una campaña de recogida de firmas para exigir la dimisión de Mursi y consiguió veintidós millones, una cuarta parte de la población y mucho más que los 13,2 millones de personas que votaron a Mursi en la segunda ronda de las presidenciales. Aunque en el texto de la petición de firmas prometieran “mantener los objetivos de la revolución, trabajar para conseguirlos” y lograr “una sociedad de dignidad, justicia y libertad”, como se ha podido ver estos días en las declaraciones de sus dirigentes, su prioridad era sustituir a Mursi por un gabinete “encabezado por un tecnócrata cuya principal misión sea llevar a la práctica un plan económico que salve la economía egipcia y extienda la política de justicia social”. Cuando hablan de “salvar la economía”, quieren decir salvar la economía “capitalista” que, sobre todo en condiciones de crisis económica como la actual, sólo puede significar más ataques a los trabajadores, nuevos recortes de subsidios básicos, más privatizaciones y medidas similares exigidas por el FMI.

La experiencia de un año de gobierno Mursi

Un año de gobierno ha servido para desenmascarar el auténtico carácter reaccionario de Mursi y los Hermandos Musulmanes, un ejemplo de la bancarrota absoluta del fundamentalismo islámico, tanto de su ala moderada como del sector más integrista. La clase obrera y la juventud egipcias han comprobado que con Mursi no ha variado la naturaleza antidemocrática y represiva del régimen, el viejo aparato del Estado se mantiene firme en su lugar, y los responsables de miles de muertos, torturados y heridos durante la revolución aún no han sido llevados ante los tribunales. El nepotismo y la corrupción lejos de desaparecer se han extendido con los Hermanos Musulmanes.

Miles de activistas de izquierda, sindicalistas y periodistas detenidos durante estos dos años y medio siguen aún en prisión. Las manifestaciones y huelgas son reprimidas diariamente por la policía y el ejército, los ataques religiosos sectarios se han incrementado azuzados por la clase dominante con la intención de introducir una cuña en líneas religiosas entre el proletariado egipcio. En cuanto a la situación económica, las condiciones de vida de la población lejos de mejorar han empeorado aún más: la tasa de desempleo oficial supera el 13%, cuando en 2009 era del 9%, pero en realidad es mucho mayor. En un informe publicado en mayo, la ONU afirmaba que “la pobreza y la inseguridad alimentaria en Egipto habían aumentado significativamente durante los últimos tres años”. (The Status of Poverty and Food Security in Egypt: Analysis and Policy Recommendations)

La libra egipcia se ha devaluado un 20% con efectos terribles sobre los precios, que aumentaron en casi todos los productos, sobre todos los básicos como los alimentos que han subido más rápido que la inflación, ahora situada en el 8,2% anual. La situación se agrava por el recorte de subsidios al gas o las panaderías, y que han provocado numerosas protestas estos últimos meses, como en el Delta del Nilo, la zona industrial del país, con numerosos bloqueos de carreteras y ferrocarriles. Incluso desde algunos sectores se habla del peligro de una “revuelta del pan” ya que según los rumores su precio podría pasar de 5 a 25 piastras. La corrupción que caracterizaba al régimen de Mubarak ha continuado con el gobierno Mursi. Decenas de miles de seguidores de la Hermandad Musulmana han ocupado empleos y cargos en el sector público, y las empresas de sus dirigentes han conseguido lucrativos contratos de la administración.

La consecuencia de esta situación política, social y económica ha sido el incremento de la resistencia de la clase obrera durante este último año. Según un informe publicado por el Centro de Desarrollo Internacional, durante el último año de Mubarak hubo una media de 176 protestas mensuales; en lo que va de año la media ha sido de 1.140 al mes. En total, en el año de gobierno Mursi hubo 9.427 protestas, la mitad fueron protestas obreras, incluidas 1.013 huelgas y 811 ocupaciones.

El golpe de estado del ejército: una maniobra bonapartista para salvar a la burguesía de la revolución

Los acontecimientos protagonizados por las masas egipcias entre el 30 de junio y el 3 de julio provocaron una ola de terror no sólo entre la clase dominante egipcia, sino también entre los representantes del imperialismo. Obama y sus aliados en Europa e Israel pensaban que después de las elecciones del año pasado habían logrado estabilizar la situación en uno de los países claves para el imperialismo en la región. Ahram Online, recogía las declaraciones de un diplomático europeo en la capital egipcia que resumían la confusión y la conmoción provocadas en las capitales occidentales por estas protestas: “Es mucho mayor de lo que habíamos anticipado. Incluso mayores de lo que anticipábamos ayer, cuando quedaba claro que las manifestaciones serían más grandes de lo esperado”.

Tras cuatro días de protestas masivas en las calles, la amenaza de una huelga general y el peligro de una insurrección revolucionaria, el ejército entró en escena intentando presentarse como un elemento neutral, primero con un ultimátum para que ambas partes dialogaran y amenazando con una intervención para evitar que el país se “deslice hacia el oscuro túnel de la criminalidad, la traición, la violencia sectaria o al colapso de las instituciones del Estado”. Y un día después, dada la correlación de fuerzas favorable a las masas, lanzó un ultimátum de 48 horas a Mursi: “si las reivindicaciones del pueblo no son satisfechas en ese plazo (las fuerzas armadas) anunciarán una hoja de ruta y medidas para supervisar su implementación”.

La destitución de Mursi tras el golpe militar ha provocado júbilo entre la población, y el ejército ha aprovechado este sentimiento para ocupar un lugar de mando, que nunca había abandonado por otra parte, y evitar así que sean las masas revolucionarias las que lleguen al poder barriendo al capitalismo egipcio. No es casualidad que rápidamente la cúpula militar haya pedido al pueblo egipcio que “renuncie a la venganza”. Ninguna de las reivindicaciones que han provocado estas protestas o que dieron origen a la revolución puede ser satisfecha por el régimen militar. Todo lo contrario. La primera medida ha sido el nombramiento en sus propias palabras de un gobierno “tecnócrata” que incluye a figuras destacadas del régimen de Mubarak, islamistas, altos cargos militares y políticos con estrechos vínculos con el imperialismo norteamericano. El hasta ahora presidente del Tribunal Supremo Constitucional, Adli Mansour, ha sido nombrado presidente del país, y Mohamed ElBaradei es el nuevo primer ministro. El primero colaboró durante años con el régimen de Mubarak y el segundo mantiene fuertes lazos con el imperialismo estadounidense.

Además el Ejército tiene enormes intereses económicos que no desea perder, posee sectores claves de la economía egipcia y algunos de sus oficiales han hecho auténticas fortunas a la sombra del régimen de Mubarak: “La contribución exacta de los militares al mercado de consumo local se desconoce pero las estimaciones señalan que podrían controlar hasta el 40 por ciento de la economía. En algunos sectores como el de las bombonas de gas, son los únicos proveedores (…)  La receta de este imperio económico sujeto a silencio castrense posee una lista interminable de ingredientes: hoteles y complejos turísticos, inmobiliarias, servicios de limpieza, carpinterías o fábricas de electrodomésticos, productos químicos y automóviles”. (El Mundo. 18/6/12)

El Ejército ha aprovechado la ausencia de una dirección a la altura de las circunstancias para usurpar a las masas revolucionarias su triunfo, y lo ha hecho no para defender la “democracia” y “fraternidad entre los egipcios”, sino para salvar a la burguesía y preservar el sistema de la revolución en marcha. De hecho, la correlación de fuerzas para la cúpula militar es tan desfavorable, que tienen que disfrazar su intervención apelando demagógicamente a la “revolución” egipcia. No es posible utilizar ahora a las tropas contra las masas en la calle; un baño de sangre, una masacre, provocarían una insurrección imposible de parar, y el ejército se rompería en líneas de clase con secciones enteras pasándose al lado de las masas revolucionarias. Por eso la cúpula militar actuando como los árbitros de la situación, al estilo Bonaparte, intentan buscar una salida que apacigüe la situación y de margen de maniobra a la burguesía.

¡Ninguna confianza en el Ejército, ninguna confianza en los lacayos de la burguesía egipcia y sus maestros imperialistas! Es un completo error  pensar que el Ejército o cualquier gobierno “civil” resultado del golpe de estado puede ser la solución a los problemas de las masas egipcias. Este es el mismo Ejército que hace dieciocho meses estuvo al frente de un gobierno militar que masacró a manifestantes en El Cairo y que durante décadas sustentó la dictadura de Mubarak. Pero además, en la medida que han tomado el poder apoyándose en un movimiento de masas de carácter insurreccional que ha aprendido de su experiencia, su margen de maniobra será menor que hace dieciocho meses.

Los últimos acontecimientos revelan con claridad el fraude de la llamada “transición democrática”, ésta sólo ha sido una fachada para la burguesía egipcia y sus aliados imperialistas utilizada para sofocar el movimiento de masas y mantener su dominio de clase en Egipto. La experiencia de estos últimos dos años y medio de revolución demuestra que los jóvenes y trabajadores egipcios no pueden basarse en ninguna de las instituciones “democráticas” burguesas creadas desde 2011, ninguna puede colmar sus aspiraciones sociales, económicas y democráticas.

Las lecciones de estos años de lucha revolucionaria son críticas. La clase obrera no puede confiar en ninguno de los sectores de la burguesía ni en el ejército. Para defender y ampliar sus derechos democráticos y sociales sólo puede basarse en la lucha revolucionaria socialista con el objetivo de tomar el poder y establecer un régimen de auténtica democracia. Una vez más la revolución egipcia confirma la teoría de la revolución permanente desarrollada por Trotsky: sólo la clase trabajadora, aliada con los campesinos pobres y los pobres urbanos, puede resolver los problemas de la sociedad tomando el poder en sus propias manos, expropiando a los terratenientes, a los banqueros, a los capitalistas egipcios y sus amos imperialistas, y comenzando así las tareas de la transformación de la sociedad en líneas socialistas.

La clase obrera y la juventud egipcia han conseguido derribar tres gobiernos en estos dos años y medio de revolución. La caída de Mursi y su gobierno servirán para que las masas reafirmen la confianza en sus propias fuerzas y lleven la revolución hasta la victoria final.

Cookiek erraztuko digute gure zerbitzuak eskaintzea. Gure zerbitzuak erabiltzerakoan cookiak erabiltzea baimentzen diguzu.