La revolución venezolana vive sus momentos más difíciles. Tras la victoria de Macri en Argentina y la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, la ofensiva de la derecha y el imperialismo norteamericano en América Latina se profundiza. Ahora, el cerco se está estrechando contra Venezuela donde el proceso revolucionario había llegado más lejos en todo el continente. La caída del gobierno bolivariano está en la agenda de Washington que está movilizando todos sus medios (económicos, mediáticos y militares) para conseguirlo.

Para lograr la derrota de la revolución, el imperialismo y sus aliados —a la cabeza de los cuales se sitúa la derecha y la socialdemocracia española— se apoyan en una ofensiva mediática salvaje, que recuerda a la desatada contra el gobierno de Salvador Allende en 1973, y sobre todo en la situación desastrosa que vive la economía venezolana. Alentada por el sabotaje de los capitalistas, y por la actitud colaboracionista de un sector de la burocracia del Estado que está haciendo grandes negocios con ella, el desabastecimiento, el acaparamiento y la especulación, unido al robo de la propiedad del Estado (mediante el jugoso negocio del cambio de divisas), están llevando al país al borde de una explosión. Para combatir la catástrofe que se cierne sobre el país, es absolutamente imprescindible que los sectores revolucionarios y consecuentes del movimiento chavista impulsen un giro radical en la política de la revolución bolivariana. Hay que cumplir con el legado de Chavez ¡Revolución dentro de la revolución!

Chile 1973, Venezuela 2016

El decreto de excepción firmado por el Presidente Nicolás Maduro el pasado 17 de mayo muestra lo agudo de los antagonismos. La situación de deterioro de la economía ha llegado al límite: la caída del PIB, según algunas fuentes como CEPAL, podría alcanzar el 7% a fin de año. Si a esto se suma una inflación que en 2015 llegó al 180% y que ya alcanza el 280% (cabe señalar que el FMI auguró un 720% a final de año), es fácil imaginar el terreno abonado que se proporciona al imperialismo y la burguesía para una ofensiva que podría ser victoriosa.

Cada día que pasa la situación política en Venezuela se asemeja más a la de Chile en 1973. Un gobierno puesto contra las cuerdas por el sabotaje económico de la burguesía y la caída de los ingresos petroleros, pero que lejos de tomar medidas revolucionarias que pongan fin a la anarquía y la falta de ingresos del Estado, hace concesiones en el terreno económico a los capitalistas, y se enajena de este modo el apoyo de las masas empujadas a la lucha por la supervivencia cotidiana.

Venezuela es el eslabón más débil de capitalismo latinoamericano, con una burguesía parasita y dependiente del imperialismo mundial —especialmente del norteamericano— y que ha demostrado su histórica incapacidad para desarrollar el país. El gobierno bolivariano con Chávez, aupado por el movimiento revolucionario de las masas a partir de 1998, llevó a cabo toda una serie de medidas progresistas que le granjearon un amplio apoyo popular con el que pudo sortear las embestidas contrarrevolucionarias de la derecha. Sobre la base de esta irrupción de la clase trabajadora en la escena política, aunado con el auge del precio de las materias primas, especialmente del petróleo, el gobierno bolivariano pudo acometer toda una serie de reformas sociales de gran alcance y hacer frente al sabotaje económico de la burguesía. Empujado por estos avances, y por la hostilidad de la oligarquía local y del imperialismo que protagonizaron un golpe de Estado el 11 de abril de 2002 derrotado por el pueblo, Chavez declaró la orientación socialista de la revolución. De esta manera, el movimiento bolivariano se convirtió en la referencia para los oprimidos en Latinoamérica y en muchas partes del mundo.

¿Socialismo petrolero o expropiación de la burguesía?

Este bienestar temporal creó ilusiones en el círculo dirigente de que a partir de la renta petrolera se podría construir una economía “socialista” (socialismo petrolero se llegó a calificar). Sin embargo, un modelo semejante hacía aún más dependiente a Venezuela de los altibajos en los precios de esta mercancía. Como se ha puesto de manifiesto, la fuerte caída del precio de las materias primas como consecuencia de la prolongación de la recesión mundial y, especialmente de la desaceleración económica en China, ha generado contradicciones brutales y un descenso pavoroso de los ingresos en divisas. Las ilusiones en conseguir “socialismo” manteniendo intactas las bases del capitalismo se han venido abajo. Sin haber expropiado el capital financiero y los monopolios nacionales y extranjeros bajo el control efectivo, real y democrático, de la clase trabajadora; sin imponer la planificación socialista y democrática de la economía para desarrollar las fuerzas productivas del país; sin establecer el monopolio del comercio exterior para impedir a los capitalistas obtener miles de millones de dólares para comprar mercancías en el exterior, y especular con los precios de las mismas en el interior… es decir, sin haber realizado una completa y radical transformación de las relaciones de producción capitalistas por otras socialistas, la idea de que es posible un “socialismo” de mercado, tal como han estado insistiendo numerosos “compañeros de viaje” e intelectuales de izquierda venezolanos siguiendo la partitura que se tocaba en Beijin o La Habana, se ha concretado en una situación muy grave para las masas. La realidad ha vuelto a demostrar que la cuadratura del círculo no es posible.

El desplome del precio del petróleo, de 120 a 34 dólares, ha asestado un golpe tremendo a los ingresos del Estado, causando una inflación descontrolada (pues la mayoría de las mercancías se importan del mercado mundial y hay que pagarlas en divisas). Por supuesto, este es el caldo de cultivo más idóneo para que florezca la especulación, el mercado negro, y consecuentemente, el desabastecimiento más generalizado. Los efectos de esta dinámica son evidentes: continuas subidas de precios, largas colas que desesperan a una población que cada día tiene menos acceso a los productos de primera necesidad… Una situación agobiante que ha experimentado un salto cualitativo en este último mes al extenderse la escasez a productos como el pan de trigo y otros productos fundamentales en el día a día como leche, harina de maíz, arroz, pasta, etc. Mientras, los capitalistas manipulan y se benefician de la profunda irritación y descontento que esta situación provoca. El hecho de que en estas últimas semanas se hayan producido saqueos de comercios, son indicativo fiel del grado de deterioro social.

Por si todo esto no fuera suficiente, la decisión de realizar cortes de luz en las últimas semanas, fruto de la caída del suministro eléctrico en las represas del sur del país por el efecto climático del Niño y que ha empeorado una crisis eléctrica que se viene arrastrando desde hace años pese a los ingentes recursos que se han destinado, no hace más que añadir más leña al fuego. Otros síntomas, como el crecimiento del hampa y el paramilitarismo, utilizados para matar activistas y dirigentes bolivarianos, muestra que las fuerzas de la reacción se sienten fuertes.

Estas circunstancias alimentan el descontento y la furia, y explican por en apenas un par de días la derecha recogiera más de un millón de firmas para lanzar el revocatorio contra el Presidente Maduro. Ante la falta de una alternativa socialista coherente para salir de la crisis, la política por la que ha optado el gobierno es la de ganar tiempo (esperando inútilmente que los precios del petróleo vuelvan a subir o a obtener algún tipo de préstamo internacional). Por ello ha presionado para que el referéndum revocatorio no se haga en este año 2016, si no en 2017. Con ello, en caso de victoria de la derecha en el mismo, el gobierno no tendría que convocar elecciones como regula la ley, si no que pasaría a gobernar el vicepresidente del gobierno hasta el fin de la legislatura. Pero la victoria de la revolución no se logrará sobre la base de recursos legales o decisiones del tribunal constitucional, por importantes que estos sean. La victoria de la revolución es una cuestión de correlación de fuerzas, de lucha entre clases sociales con intereses contrapuestos. Y ahora, la correlación de fuerzas se está moviendo peligrosamente hacia la derecha.

Ya no valen las palabras ¡Hay que tomar medidas socialistas enérgicas para derrotar a la contrarrevolución!

El deterioro económico ha ido en paralelo, inevitablemente, con una caída en el apoyo popular al gobierno bolivariano, que alcanzó su grado máximo en las elecciones a la asamblea nacional del pasado 6 de diciembre. La reacción, agrupada en torno a la MUD, ganó una amplia mayoría de los escaños y ha lanzado toda una serie de leyes contrarrevolucionarias, como la Ley de Amnistía (una ley de impunidad en la cual se exoneran todos los delitos y atentados de la derecha cometidos en estos años de gobierno bolivariano contra el pueblo), y que muestran la pesadilla que para las masas seria un gobierno directo de la MUD.

Frente a esta situación crítica, el gobierno de Nicolás Maduro ha insistido en una retórica revolucionaria que no se ha traducido, por el momento, en medidas socialistas enérgicas. Las decisiones en materia económica, por ejemplo en el terreno del ajuste de precios, están haciendo recaer la crisis sobre las espaldas de las masas cercenando el apoyo social que ha sido hasta ahora la base de su sostén político. El hecho de que el actual Ministro de Finanzas declare como objetivo prioritario el pago de la deuda externa, o que no se adopten decisiones para tomar el control de las empresas privadas que sabotean el comercio de mercancías básicas y promueven la especulación y el mercado negro, van en dirección contraria a la orientación que se necesita. Si se confía en que la reanimación de la economía mundial, el aumento de la demanda petrolera o la inversión de capitales extranjeros son la solución para la actual encrucijada, sólo se estarán poniendo las bases para una derrota cruel.

Las concesiones a los empresarios, lejos de amilanarlos los ha envalentonado en su ofensiva contra la revolución. Cada vez que los trabajadores han tomado la iniciativa en la lucha contra el sabotaje patronal, han sido golpeados por una burocracia que día a día se está ligando más estrechamente con la burguesía contrarrevolucionaria y que actúa como quinta columna en el movimiento chavista. Y este factor, el poder descontrolado de una casta de funcionarios que tienen intereses y privilegios que defienden con uñas y dientes, y que utilizan su posición en el movimiento bolivariano como coartada para su labor, constituye otro factor de capital importancia que está incrementando el descontento, especialmente en el seno de los trabajadores. Por primera vez a lo largo de este proceso revolucionario, la quinta columna burocrática se siente lo suficientemente audaz para tomar decisiones como amenazar de despido e incluso despedir a trabajadores en empresas públicas: es el caso del Banco Industrial de Venezuela, centrales azucareras, SIDOR o la Red de Abastos Bicentenario (RABSA). En esta última empresa pública, 3.000 de los 9.000 trabajadores han recibido cartas de despido en el último mes, vulnerando los derechos laborales consagrados por la propia revolución. Con estas medidas antiobreras, además de debilitar la lucha contra el desabastecimiento (al cerrar un tercio de las tiendas de esta red pública de supermercados que se encarga de la distribución del 40% de los productos a precios regulados), se ha provocado un shock entre sectores significativos de la base social del chavismo, al golpear a miles de trabajadores de un sector clave en un momento en el que lo que se necesita es fortalecer la moral de las masas y sumar fuerzas para defender la revolución.

Junto a la clase capitalista han surgido hombres de negocios y burócratas ligados al aparato del Estado, a las instituciones, a altos funcionarios, y que se han beneficiado de su posición saqueando las arcas del Estado, que asfixian la economía nacional y consumen una parte importantísima de la plusvalía que producen los trabajadores y el pueblo. Como señaló Chavez parafraseando a Lenin, hay que acabar con la burocracia, ese cáncer que carcome la revolución desde dentro.

Las revoluciones que fueron derrotadas en la historia lo fueron por que no llegaron hasta el final, por que se quedaron a medias. Como marxistas revolucionarios comprometidos con el proceso bolivariano es nuestro deber alertar de estas amenazas, y señalar que la retórica sin hechos fomenta la indiferencia y la pasividad de las masas, harta de palabras. El mayor peligro para la revolución es la desmoralización de la clase trabajadora.

Todos los elementos van fraguando para un choque decisivo. La forma que va a tomar se verá en las próximas semanas o meses. Maduro ha anunciado la posibilidad de un golpe de estado instigado desde el extranjero por sectores ligados a Uribe y la derecha española. Y no le falta razón. La posibilidad de que este tipo de salida se pueda acelerar apoyándose en un estallido social azuzado por la derecha, está a la orden del día.

El tiempo se está acabando, y por eso es necesario reaccionar y basarse en lo único que puede salvar a la revolución: la movilización consciente de la clase trabajadora, de los campesinos, de la juventud, a los que debe pasar todo el poder económico y político de una vez por todas. Esa es la única salida para vencer la derecha contrarrevolucionaria y al imperialismo.