La Segunda Internacional y la degeneración reformista Tras la derrota de la Comuna de París la Primera Internacional quedó hecha trizas. Los años siguientes fueron años de reacción política en toda Europa. La formación de los Estados nacionales y el poderoso avance de los medios de producción, en una época de boom económico, dio alas a la burguesía e intimidó, en un primer momento, a la clase obrera. Pero a su vez, el desarrollo industrial creaba las bases para su fortalecimiento y su organización. Tras la victoria en la guerra franco-prusiana de 1871, Alemania entró en una era de expansión industrial parecida a la que vivió Inglaterra veinte años antes. A medida que avanzaba la economía, el movimiento obrero crecía y se organizaba para luchar por mejorar sus condiciones de vida. El Partido Socialdemócrata Alemán tuvo un gran crecimiento y ganó mucha influencia. De esta manera, Alemania se convirtió en la punta de lanza de la Segunda Internacional. Mientras esto ocurría en Alemania, en el resto de Europa no se daban las mismas condiciones. Este contraste en la situación hacía presagiar que no era el mejor momento para la creación de una nueva internacional. De hecho, los intentos de revivir la internacional que hicieron los socialistas belgas y alemanes quedaron en nada. Pero esta situación cambió a finales de la década de 1880, provocado por el fortalecimiento del movimiento socialista y los sindicatos en Europa y la crisis en Inglaterra, que agitó la conciencia de la clase obrera inglesa. Las condiciones objetivas para la creación de una nueva internacional ya estaban dadas, y la ocasión específica fue el centenario de la Revolución Francesa en 1889. Ese año en París se fundaba la Segunda Internacional. Hubo dos congresos obreros. Uno organizado por los socialistas alemanes y otro por los sindicalistas ingleses y los reformistas franceses. Fue el organizado por los alemanes el que llegó a tener mayor fortaleza y logró una unidad duradera. Éste fue el primer congreso de la Segunda Internacional. La lucha ideológica en los primeros años En los primeros años la lucha ideológica se mantuvo contra las ideas anarquistas que perduraban de la Primera Internacional. Los anarquistas rechazaban el trabajo parlamentario y la acción política, cometían actos de terrorismo individual y hacían un fetiche de la huelga general. Estas acciones servían para que la burguesía justificara la represión convirtiéndose así en lo contrario de lo que perseguían. Pensaban que con acciones heroicas de un pequeño grupo podrían sustituir el movimiento de masas de la clase trabajadora. En el congreso de Londres en 1896 se excluyó definitivamente a los anarquistas que, salvo en España, se convierten en pequeños grupos aislados y sin influencia real entre los trabajadores. Durante la década siguiente los debates se centraron contra las posturas reformistas y las oportunistas. Los reformistas encabezados por Bernstein intentaban contraponer las reformas a la revolución social, mientras que los sectarios contraponían la mera abstracción de la revolución con la lucha por las reformas, es decir, no daban ninguna importancia a las luchas por las mejoras inmediatas en nombre de la revolución, convirtiendo la lucha por la transformación de la sociedad en frases huecas. En el congreso de Amsterdam en 1904 ganaron las ideas revolucionarias, que un año después se verían corroboradas con el estallido de la primera revolución rusa. Bernstein y el reformismo La principal diferencia que planteaban los reformistas era el modelo del desarrollo capitalista. Bernstein defendía que debido a la gran capacidad de adaptación del capitalismo (1) y la diversificación de la producción, era poco probable que el sistema capitalista entrara en una crisis orgánica. Esto se manifestaba, según él, en la desaparición de las crisis económicas, la conversión cada vez más amplia de la clase trabajadora en clase media y un mayor nivel de vida de la clase obrera debido al desarrollo económico y las luchas sindicales. Todas estas ideas hundían sus raíces en la situación objetiva, es decir, en el largo boom económico que vivió Alemania en las últimas décadas del siglo XIX y los inicios del XX. Las ideas reformistas ya fueron contestadas por Rosa Luxemburgo en su libro Reforma o revolución en 1899. Los medios de adaptación no pueden evitar que la anarquía del modo de producción capitalista provoque crisis económicas. El crédito, por ejemplo, por un lado expande la producción por encima de las fronteras naturales de la economía y facilita el intercambio, pero por otro, en la medida en que expande la producción, también provoca que aparezca antes la contradicción entre la ilimitada capacidad de producción y la limitada capacidad de consumo (que es la base de las crisis de sobreproducción capitalistas). Por lo que se convierte en un factor más a añadir en la propia crisis. El problema fundamental si se acepta la doctrina de Bernstein, es que se niega toda la teoría del desarrollo capitalista formulada por Marx, y por lo tanto, en la práctica supone la aceptación del sistema capitalista y la renuncia a la lucha por la revolución social. En palabras de Rosa Luxemburgo: "O el revisionismo tiene razón en lo relativo al desarrollo capitalista, y por tanto la transformación socialista de la sociedad es una utopía, o el socialismo no es una utopía, y entonces la teoría de los ‘medios de adaptación' es falsa. En resumidas cuentas esta es la cuestión" (2) El ala reformista gana terreno La revolución rusa de 1905 fue derrotada y el triunfo de la contrarrevolución abrió un periodo de reacción no sólo en Rusia, sino en toda Europa. El ala reformista de la Segunda Internacional ganó terreno como consecuencia directa de esta derrota. Seguían manteniendo que, como en el último siglo, el capitalismo se seguiría expandiendo por un tiempo indefinido. Planteaban que fruto de esto, fortaleciendo las organizaciones obreras y presionando a los gobiernos burgueses se podría conseguir mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora en el marco de cada uno de los estados nacionales. De esta manera, los reformistas abandonaron, por un lado, la lucha por la transformación socialista de la sociedad y, por el otro, el internacionalismo proletario. Este proceso era el anticipo de lo que ocurriría en 1914 ante el estallido de la Primera Guerra Mundial. Aunque su programa, sobre el papel, seguía defendiendo el socialismo, lo cierto era que la actividad práctica de la Internacional no estaba en sintonía con el mismo. La bancarrota de la Segunda Internacional Todas las posturas reformistas combatidas durante 25 años por el ala revolucionaria, salieron a la superficie una vez más con el estallido de la Primera Guerra Mundial. A pesar del manifiesto de Basilea, aprobado por la Internacional en 1912 (3), casi todos los partidos socialistas de cada uno de los estados nacionales, encabezados por el ala de la derecha de la internacional, votaron a favor de los créditos de guerra, en nombre de la "defensa de la patria". Esto fue un duro golpe para el conjunto de la Internacional y para los revolucionarios en particular. Trotsky, en su autobiografía explica: "Cuando recibimos en Suiza el número de Vorwärts en que se daba cuenta de la sesión celebrada en el Reichstag el día 4 de agosto, Lenin estaba firmemente convencido de que era un número falsificado, redactado por el estado mayor alemán para engañar y atemorizar al enemigo", y continúa: "la votación del día 4 de agosto en el Reichstag, fue una de las decepciones más trágicas de mi vida" (4). Las tendencias que se gestaron en el periodo anterior aparecieron dividiendo a la Internacional en tres partes: el ala derecha, el centro y el ala izquierda. El ala de la derecha se fusionó con la burguesía ante el estallido de la guerra. Las tendencias centristas, oscilaban entre las ideas revolucionarias y las oportunistas, pero a la hora de la verdad se colocaron en su gran mayoría al lado de los traidores socialchovinistas, como el caso de Haase en Alemania (5). Igualmente algunos dirigentes como Kautsky, que habían sido revolucionarios, al menos de palabra, claudicaron ante la burguesía. Mientras que el 18 de marzo de 1915, Kautsky reconocía que las masas eran revolucionarias, ocho meses y medio después proponía que se tranquilizara a las masas revolucionarias con discursos izquierdistas. Así los socialchovinistas y oportunistas, se quitaron la máscara dejando al descubierto su verdadero rostro, se convirtieron en lacayos de las burguesías nacionales. La Primera Guerra Mundial fue una guerra imperialista por el dominio del mundo y por la conquista de nuevos mercados. En este contexto justificar la "defensa de la patria", suponía en la práctica abandonar las ideas revolucionarias para unirse a las burguesías nacionales en contra de la clase trabajadora. Sólo hubo dos partidos que se opusieron a la guerra de una forma consecuente, fueron los socialdemócratas rusos y los serbios. Estos acontecimientos supusieron el hundimiento de la Segunda Internacional. Como escribió Trotsky en su diario: "Es evidente que ya no estamos ante tales o cuales errores, ante éste o el otro traspiés oportunista, ante una serie de discursos torpes pronunciados desde la tribuna del parlamento, ni los votos emitidos a favor del presupuesto de guerra por los socialistas del gran duque de Baden, ni ante el ministerialismo francés, ni ante una deserción de unos cuantos caudillos: estamos presenciando la bancarrota de la Internacional, en el momento más crítico y de mayor responsabilidad, de que todos los trabajos anteriores no eran más que una preparación" (6). En muchas ocasiones el hilo conductor de la historia del movimiento revolucionario ha sido cortado por los agentes de la burguesía dentro del movimiento obrero. Con la idea de reatar este nudo, un grupo de cuarenta y dos revolucionarios se reunieron en septiembre de 1915 en la aldea suiza de Zimmerwald. Éste sería el embrión de la Tercera Internacional creada en 1919, dos años después de que la clase obrera rusa tomara el cielo por asalto. NOTAS 1. Según Bernstein, los principales medios de adaptación del capitalismo eran el crédito, los avanzados medios de transporte y comunicación y los cárteles empresariales. 2. Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución, Fundación Federico Engels, p. 31. 3. El Manifiesto de Basilea fue aprobado en 1912 por un congreso extraordinario de la Internacional convocado ante la declaración de guerra de Montenegro a Turquía. Este manifiesto reconocía claramente el carácter imperialista de la guerra y hacía un llamamiento a todos los partidos socialdemócratas para que lucharan en contra de ella. En primer lugar para que no estallara y en segundo lugar, si la guerra estallaba, para poner al descubierto que la crisis económica provocada por la guerra era por los intereses de un puñado de burgueses y no por los intereses de la clase trabajadora de cada uno de los países. 4. Trotsky, Mi Vida, Ed. Akal, p. 248. 5. Haase fue uno de los dirigentes de la tendencia centrista. En la reunión de la fracción parlamentaria de la socialdemocracia alemana realizada la noche antes de la votación en el Reichstag, fue uno de los 14 miembros que votaron en contra de apoyar los créditos de guerra. Sin embargo, en la reunión del Reichstag del 4 de agosto, Haase leyó una declaración aceptando el "horrendo hecho de la guerra" y "negándose a dejar la patria a merced del peligro ruso y de los horrores de una invasión hostil". Fue un claro ejemplo de que los centristas a la hora de la verdad marcharon de la mano junto a los socialchovinistas. 6. Trotsky, Op. Cit., p. 249. |