En estos días, el movimiento obrero peterburgués ha dado verdaderamente pasos gigantescos. Las reivindicaciones económicas son sustituidas por reivindicaciones políticas. La huelga se ha convertido en huelga general y desembocada en una manifestación de envergadura inaudita; el prestigio que envolvía el nombre del zar ha desaparecido para siempre. Ha comenzado la insurrección.
Así describe Lenin en enero de 1905 la revolución. La clase obrera se puso en marcha. Y lo hizo sin pedir permiso a nadie, sin molestarse en obedecer el esquema revolucionario preestablecido por los supuestos teóricos europeos del marxismo.
Las condiciones materiales de crisis profunda de la sociedad zarista la empujaban de forma irresistible por el camino de la insurrección, y no podía esperar a cumplir con todos los requisitos establecidos en libros y despachos. Muy por el contrario, y ya desde sus primeros compases, la experiencia de 1905, aportó valiosas y novedosas lecciones, que genuinos revolucionarios como Lenin y Trotsky estudiaron con especial atención y dedicación. Fue el ensayo sobre el que se construyó el posterior triunfo de 1917.
Huyendo de una visión académica de la revolución
Un análisis superficial y académico, incapaz de penetrar en el auténtico sentimiento que inspira la lucha obrera, no solamente hubiera descartado la perspectiva revolucionaria, sino que hubiera calificado de enormemente atrasado al proletariado ruso. Sin embargo las cosas sucedieron de un modo muy diferente.
El maravilloso movimiento huelguístico iniciado en la fábrica Putílov a finales de 1904 desembocó en una gran manifestación el 9 de enero de 1905 frente al Palacio de Invierno. Aparentemente el movimiento se encontraba en una etapa muy lejana de la lucha revolucionaria: los trabajadores, dirigidos por un cura, el padre Gapón, y organizados en sindicatos promovidos por la policía, se dirigen al Zar en los siguientes términos: “Señor. Nosotros, los trabajadores, nuestros hijos y esposas, los ancianos indefensos que son nuestros padres, hemos venido ante ti. Señor, buscamos protección y justicia”.
La cuestión era que la clase obrera no podía recurrir a un sindicato o partido obrero de masas con un programa revolucionario, porque tal organización no existía. Precisamente los acontecimientos revolucionarios de 1905 fueron una de las bases para el desarrollo del POSDR como una organización de masas. Pero, al inicio del proceso, las organizaciones a las que podían dirigirse los obreros de forma más o menos masiva, eran los sindicatos legales. Dichas organizaciones fueron constituidas a propuesta de Zubátov, jefe de la policía secreta —la Ojrana— con el objetivo de controlar al movimiento obrero y mantenerlo encorsetado dentro de la lucha estrictamente económica y apolítica.
Pero no es menos cierto que en determinados momentos, y bajo la presión de unas condiciones de vida y trabajo insoportables, la clase obrera experimenta saltos en su conciencia y se ve obligada a luchar. La experiencia acumulada durante años cristaliza en pocos días y estalla, arrastrando toda la inercia y el sometimiento del pasado. Así, la represión sangrienta de la manifestación pacífica del 9 enero, cuando más de 4.000 personas fueron asesinadas, causó una profunda impresión en la clase. Después del Domingo sangriento ya no se pedía respetuosa y humildemente protección y justicia al zar. Ahora, los ojos de los trabajadores giraban hacia los revolucionarios, hasta ese momento rechazados y hasta golpeados, exigiendo armas para tomar venganza.
El torbellino de la revolución sacude al partido
Uno de los primeros efectos de la energía revolucionaria desplegada por la clase obrera fue obligar a la dirección menchevique a utilizar una declamación más izquierdista en su propaganda. Al mismo tiempo se desarrollaron fuertes tendencias pro unidad entre ambos sectores del POSDR.
Lenin inmediatamente entiendo que los acontecimientos impulsarían a amplios sectores de la clase a la lucha y a la organización política, lo que exigía del partido una política más flexible a la hora de captar a los nuevos elementos de la clase. Así, el mismo Lenin que dos años antes y en un momento en que el clima social general era hostil a las ideas revolucionarias defendía restringir la entrada al partido, en pleno ascenso revolucionario, defendía vehementemente su apertura: “Yo aconsejaría fusilar en el acto a los que se permiten decir que no hay gente. En Rusia hay multitud de gente, lo que hace falta es reclutar a la juventud con mayor amplitud y audacia, sin recelar de ella... no importa que se equivoquen, los corregiremos suavemente”.
En este pasaje se aprecia el método de Lenin. El partido revolucionario, es un ente vivo, que sufre cambios, avances y retrocesos. No puede ser de otra forma porque no se construye en el vacío, sino en la arena de la lucha de clases, y está sometido de forma permanente a los vaivenes del movimiento, a las alzas y bajas de la lucha, a las presiones ideológicas que provienen del sistema. Preservar en cada momento los principios del marxismo, educar a los cuadros, fortalecer las raíces de la organización entre la clase era lo fundamental. Lenin lo comprendía y sabía en todo momento como adaptar de forma flexible la forma del partido a la realidad de la lucha de clases.
III Congreso del POSDR
En abril de 1905 se celebró en Londres el III Congreso del POSDR, profundamente marcado por los acontecimientos revolucionarios, cuyos efectos llegaron hasta el corazón del partido. Desde entonces, la solución revolucionaria del problema agrario se situó en el centro de la estrategia revolucionaria de los bolcheviques. La política agraria cambió radicalmente para incluir la confiscación de todas las propiedades de los grandes terratenientes y la creación de comités de campesinos.
Otros aspectos como la insurrección armada fueron también centro del debate y la controversia. En este punto las discrepancias con la consideración menchevique sobre la subordinación de la clase obrera a la burguesía liberal fue inevitable. Finalmente las tesis de Lenin acerca del papel dirigente del proletariado en la revolución, la necesidad de una absoluta independencia de clase y la desconfianza hacia los liberales, fueron mayoritarias.
En el terreno de la prensa obrera los acontecimientos también dejaron su huella. El periódico bolchevique Novaya Zhizn, distribuyó entre 50.000 y 80.000 ejemplares hasta su clausura en diciembre. En sus páginas podemos comprobar como la ola revolucionaria arrastró también a escritores, poetas e intelectuales, que si bien no resistieron la posterior resaca contrarrevolucionaria, jugaron en los momentos de alza un papel positivo.
Nacen los órganos de poder obrero
El 13 de octubre surge el soviet de San Petersburgo. A pesar de su corta vida, cincuenta días hasta su disolución el 3 de diciembre, fue capaz de mostrar la otra cara de la clase obrera, que dejó su habitual existencia de sumisión y subordinación, para convertirse en una poderosa fuerza capaz de disputar el poder a la burguesía. A través de los soviets, la clase no sólo era capaz de paralizar la industria a través de las huelgas, sino que también impuso las libertades democráticas y asumió la organización de la vida social: libertad de prensa, milicias obreras, control de las comunicaciones a través del telégrafo, el correo o el ferrocarril, hasta el intento de instaurar la jornada de ocho horas. A pesar de su derrota, el nacimiento y desarrollo de los soviets confirmó no sólo el papel dirigente de la clase obrera en la revolución, sino su capacidad para construir una nueva sociedad.
Desde el exilio, Lenin saludó entusiastamente la formación de los soviets. No obstante la actitud de los dirigentes bolcheviques en el interior de Rusia no era tan clara. Los miembros del Comité Central bolchevique de San Petersburgo consideraban el soviet como un competidor hostil al partido, llegando incluso a organizar una campaña contra él. Tenían una postura formalista y equivocada. Por otro lado, la idea menchevique de crear un congreso obrero tampoco era revolucionaria, veía en el soviet no un órgano de lucha a través del cual los trabajadores podrían tomar el poder, sino el punto de partida para un partido obrero de masas al estilo del laborismo británico.
Lenin consternado por la actitud sectaria de los bolcheviques, intervino desde el exilio ayudando a poner las cosas en orden. Los marxistas debían luchar para ganar a la mayoría del soviet a su programa y tácticas.
Trotsky, presidente del soviet
Imposible hablar de 1905 y su epicentro, San Petersburgo, sin referirnos a Trotsky que, con 26 años, se convirtió en presidente del soviet de la ciudad. En palabras del dirigente bolchevique Lunacharski: “Su popularidad entre el proletariado en el momento de su detención era tremenda (...) Trotsky comprendió mejor que nadie lo que significa dirigir la lucha política contra el Estado... emergió de la revolución y consiguió un enorme grado de popularidad, de la que ni Lenin ni Mártov disfrutaban...”.
Uno de los logros más importantes de Trotsky fue la edición de un periódico revolucionario diario de masas, Nachalo. La línea política de Nachalo no tenía nada en común con el menchevismo y en todas las cuestiones básicas coincidía con los bolcheviques. El impedimento para que Trotsky entrara en las filas bolcheviques desde el primer momento nunca fueron discrepancias políticas de fondo sino su confusa tendencia conciliadora, que le llevaba a defender una y otra vez la unificación de mencheviques y bolcheviques. En cualquier caso, Trotsky supo rectificar lo que él mismo llamaba su pecado conciliacionista y en el momento decisivo dirigió junto a Lenin la Revolución de Octubre.
La revolución de 1905 fue finalmente aplastada después del fracaso de la huelga general en San Petersburgo en el mes de diciembre y de la insurrección proletaria de Moscú. Sin embargo las enseñanzas fueron valiosas. Se confirmó el carácter profundamente contrarrevolucionario de la burguesía rusa y su vinculación orgánica con el régimen zarista. Esto implicaba la necesidad de defender la acción política independiente de la clase obrera y confirmaba brillantemente las tesis de la revolución permanente explicadas por Trotsky: en un país atrasado, las tareas pendientes de la revolución democrática, tales como la reforma agraria, la resolución de la cuestión nacional, el desarrollo económico o la mejora de las condiciones materiales de la población, sólo podrían ser resueltas con la toma del poder por parte del proletariado arrastrando tras de sí al conjunto de la nación oprimida. De esta manera las tareas democráticas sólo encontrarían satisfacción a través de la expropiación de la burguesía nacional y de la propiedad imperialista, es decir, a través de la revolución socialista. Esta perspectiva se trasladó a la arena de los acontecimientos, durante la gran revolución de octubre de 1917.