Irakurri hemen Federico Engels Fundazioak faxismoaren gorakadaz eta horri aurre egiteko moduez atera duen Marxismo Hoy aldizkariko artikulu indartsua

El capitalismo no sólo no puede dar a los trabajadores nuevas reformas sociales, ni siquiera pequeñas limosnas: se ve obligado a quitarle las que les dio antes. Toda Europa ha entrado en una época de contrarreformas económicas y políticas. Es precisamente por eso que los partidos reformistas democráticos se descomponen y pierden fuerza, uno tras otro, en toda Europa. (…) Los grandes fenómenos políticos tienen, siempre, profundas causas sociales.

León Trotsky, ¿Adónde va Francia? (9 de noviembre de 1934)

¿Cuál es la explicación del auge de las formaciones populistas, xenófobas y de extrema derecha? ¿Qué consecuencias tiene en la situación política mundial? ¿Qué programa y qué estrategia necesitamos para combatirlas? Millones de personas en el mundo se hacen estas preguntas impactadas tras el triunfo de Donald Trump en EEUU, la reciente victoria de Bolsonaro en Brasil y, sobre todo, por el contagio de esta onda expansiva a países decisivos de la Unión Europea, con la formación de gobiernos extremadamente nacionalistas y reaccionarios en Hungría, Polonia, Austria e Italia, y el avance de estas formaciones en Francia, Suecia, Dinamarca o Alemania.

Crisis económica, polarización y auge de la lucha de clases

Para comprender este proceso y su alcance es importante situarlo en el periodo histórico que abrió la gran recesión de 2008 y los profundos cambios sociales y políticos que se han derivado de ella. Es imposible disociar el crecimiento del populismo de derechas del nacionalismo económico. A diferencia de los periodos de expansión económica que pueden atenuar las contradicciones entre las diferentes potencias imperialistas, el estallido de la recesión provocó una escalada de los conflictos diplomáticos, económicos y militares, ayudando a germinar el chovinismo nacional. El hecho de que Trump haya recurrido a una política proteccionista y fomente la ¬guerra comercial contra China, Alemania y sus competidores más directos en el mercado mundial, refuerza una tendencia de fondo que ya venía expresándose antes de que el republicano llegara a la Casa Blanca.

A su vez, la estrategia de la burguesía mundial aplicando una dura política de recortes y austeridad, dinamitó las bases del “estado del bienestar” y eliminó numerosas conquistas sociales que parecían consolidadas en los países capitalistas más desarrollados. Estas medidas provocaron un crecimiento exponencial del desempleo y del empobrecimiento entre amplias capas de la sociedad, trayendo consigo una enorme polarización social y un recrudecimiento de la lucha de clases. La credibilidad de las instituciones parlamentarias cayó en picado, igual que la de las formaciones políticas tradicionales, tanto de la derecha conservadora como de la socialdemocracia. En paralelo, y para contener el auge de la movilización social, las tendencias bonapartistas crecieron entre la clase dominante y se acentuó del perfil autoritario y represivo del Estado.

Amplios sectores de los trabajadores y la juventud respondieron a esta ofensiva en Europa con luchas de un calado histórico, protagonizaron enormes rebeliones sociales como la Primavera árabe, o grandes movimientos en América Latina que cristalizaron en la llamada revolución bolivariana y en el triunfo de gobiernos reformistas en Argentina, Ecuador o Bolivia.

Por poner el ejemplo de Grecia, la única explicación real de por qué toda la fuerza desplegada por los trabajadores no culminó en una victoria contra la troika, y en un derrocamiento del capitalismo, fue la cobardía y la brutal traición de Tsipras y de los dirigentes reformistas de Syriza. El triunfo de la clase obrera griega habría tenido consecuencias internacionales colosales, empezando por el Estado español, donde la irrupción de Podemos tras el 15-M era parte del mismo proceso de participación y de radicalización política de una parte decisiva de la juventud, los trabajadores y sectores de la pequeña burguesía muy golpeados por la crisis.

El surgimiento y avance de formaciones populistas extremadamente reaccionarias, y de otras organizaciones de ultraderecha, son un producto inevitable de la crisis general del capitalismo, de la polarización política y de las enormes tensiones entre las clases, pero ha sido alimentada por las políticas antiobreras de la socialdemocracia tradicional —fusionada en todas partes con el Estado burgués— y también por las vacilaciones y traiciones de organizaciones que, como Syriza, el PT o el PSUV en Venezuela, tuvieron en sus manos la posibilidad de culminar la transformación socialista de la sociedad y lo que hicieron fue apuntalar al sistema frustrando las grandes expectativas de cambio que existían entre la población.

Las capas medias y la extrema derecha

Cuando la clase obrera pone su sello en la situación política con métodos de ¬lucha clasista —la huelga general, las ocupaciones de fábricas, las movilizaciones de -masas…— las tendencias reaccionarias, sin dejar de manifestare, quedan en muchos casos contenidas. Pero este enorme potencial para transformar la sociedad necesita del factor subjetivo, de una dirección revolucionaria consecuente. La victoria de la revolución es una tarea estratégica. En periodos socialmente convulsos si la movilización de los trabajadores retrocede y sus organizaciones se pliegan a la colaboración de clases y la búsqueda de la paz social con la clase dominante, la reacción ideológica encuentra más espacio para expandirse. Como la experiencia histórica demuestra, las épocas de crisis aguda marcan la pérdida de la estabilidad interna de las capas medias, y su virulenta oscilación entre la izquierda y la derecha.

Las formaciones populistas y de ultraderecha no hacen más que aprovecharse de todos los prejuicios y planteamientos reaccionarios que anteriormente ha inoculado y normalizado la derecha “democrática”, con la connivencia y complicidad de la socialdemocracia. El racismo, la opresión nacional, la violencia contra la mujer está en la base de la ideología burguesa, de sus partidos y organizaciones tradicionales. Necesitan buscar un chivo expiatorio para desviar la atención de su responsabilidad en la crisis y, dependiendo de las circunstancias, ponen el foco y culpabilizan a la actitud intransigente de los obreros que no quieren “apretarse el cinturón”, a los inmigrantes y los refugiados que esquilman los escasos recursos de que dispone el país y disuelven la identidad nacional, a las nacionalidades oprimidas que pretenden romper la patria, o a las potencias que les hacen la competencia en el mercado mundial.

El populismo reaccionario y la ultraderecha, como ocurría en los años treinta con las formaciones fascistas, recurren a la demagogia para disfrazarse de una opción “antisistema” y conectar con la rabia, la frustración y la desmoralización de amplias capas de la población, actuando de forma mucho más decidida que la derecha tradicional. Trotsky lo señalaba así analizando la situación francesa en los años treinta: “(...) Es precisamente esta desilusión de la pequeña burguesía, su impaciencia, su desesperación, lo que explota el fascismo. Sus agitadores estigmatizan y maldicen a la democracia parlamentaria (…). Estos demagogos blanden el puño en dirección a los banqueros, los grandes comerciantes, los capitalistas. Esas palabras y gestos responden plenamente a los sentimientos de los pequeños propietarios, caídos en una situación sin salida. Los fascistas muestran audacia, salen a la calle, enfrentan a la policía, intentan barrer el parlamento por la fuerza. Esto impresiona al pequeño burgués sumido en la desesperación (…) La democracia no es más que una forma política. La pequeña burguesía no se preocupa por la cáscara de la nuez sino por su fruto. Busca salvarse de la miseria y la ruina. ¿Que la democracia se muestra impotente? ¡Al diablo con la democracia! Así razona o siente todo pequeñoburgués”1.

La respuesta a esta ofensiva por parte de las nuevas formaciones de la izquierda reformista es igual de impotente que el viejo discurso socialdemócrata. Para los dirigentes de Podemos, Syriza, Die Linke y muchos otros, la mejor forma de cerrar el paso a la reacción es confiar en el buen funcionamiento de la democracia y las instituciones parlamentarias. Pero es precisamente la incapacidad de la “democracia” capitalista para resolver la crisis, esa misma “democracia” que rescata a los grandes bancos y legisla los recortes y la austeridad contra la población, la que crea las condiciones objetivas para una vuelta al nacionalismo reaccionario.

Amenaza autoritaria en Brasil

La contundente victoria de Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas, y la posibilidad de que se alce con el triunfo definitivo en la segunda, es una muestra de este fenómeno global, del giro a la derecha de amplios sectores de las clases medias y de capas atrasadas de los trabajadores, y de las tendencias al autoritarismo entre la clase dominante.

¿Cómo es posible que un defensor de la dictadura y la tortura sistemática, que un misógino enfermizo que se despacha públicamente con frases como “no te violo porque no te lo mereces”, que un elemento que agita un discurso contra los sectores sociales más oprimidos, alentando la violencia contra negros, mujeres y población LGTBI, haya obtenido casi 50 millones de votos y sea, según todas las encuestas, el favorito para la segunda vuelta?

Una parte muy importante del voto a Bolsonaro proviene de la descomposición del partido tradicional de la burguesía brasileña, el PSDB, que ha perdido el 85% de su electorado. El perfil mayoritario de sus votantes es población blanca y de clase media, muy frustrada con los diferentes gobiernos del PT y especialmente con la última etapa de Dilma Rousseff, golpeada por la dura crisis económica que atraviesa el país desde 2013, y que culpa de su situación a la corrupción, la descomposición social y el incremento de la inseguridad y violencia. También de trabajadores atrasados, muchos de ellos bajo la influencia de la Iglesia Evangélica, a los que este discurso del “orden” y “mano dura” les ofrece un horizonte de mejora. Para estos sectores el PT es visto como parte inseparable de un sistema que les ahoga.

No hay que olvidar que los grandes éxitos electorales del PT en el pasado (Lula ganó con más del 60% de votos en 2002) no sólo se dieron por el apoyo de la población trabajadora y más empobrecida. Tras años de dictadura y de gobiernos reaccionarios de la derecha, sectores de la pequeña burguesía, de la juventud universitaria y la intelectualidad, apostaron por una salida de izquierdas y marcharon junto al PT. Pero Lula utilizó toda su autoridad para contener el movimiento que lo había aupado y acabó enfrentándose a él. Gobernó en favor de la banca, de las multinacionales, de los terratenientes y de la derecha2. Se adaptó al sistema, en muchos casos aliándose con sectores violentos y derechistas del aparato del Estado para reproducir sus prácticas clientelares y corruptas.

Cuando en abril de 2017 la clase obrera brasileña dio la batalla con una huelga general masiva para responder a la contrarreforma laboral y del sistema de pensiones aprobadas por el gobierno golpista de Temer, tanto la dirección del PT como los dirigentes sindicales se opusieron a dar continuidad al movimiento, desperdiciando una oportunidad de oro. Es imposible entender el vuelco brusco a la derecha que se ha producido en Brasil, en términos electorales, sin considerar esta dinámica global. Otros factores, como el fracaso de la revolución bolivariana y el colapso social y económico que vive Venezuela, han favorecido la agitación reaccionaria de Bolsonaro.

Si Bolsonaro finalmente es investido presidente, su programa ultraliberal y autoritario chocará, tarde o temprano, con las tradiciones revolucionarias y los intereses objetivos de la clase obrera brasileña. Será una dura escuela de autoritarismo y vuelta a la barbarie, pero con alzas y bajas, flujos y reflujos, creará las condiciones para una nueva oleada de luchas más radicalizadas y con un contenido anticapitalista más definido. 

La extrema derecha al frente del gobierno italiano

Otro de los grandes avances del populismo de derechas se produjo en las pasadas elecciones italianas, que permitieron la formación del gobierno de coalición entre el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) de Luigi di Maio, y la Liga de Matteo Salvini, probablemente el más reaccionario desde la caída de Mussolini.

Las causas que explican este resultado no son muy diferentes a las que están detrás de los éxitos de Bolsonaro o Donald Trump. En primer lugar la prolongada crisis económica y el hartazgo con el sistema político, reflejado en un desplome de los partidos tradicionales3; en segundo lugar el hundimiento de la izquierda reformista italiana, tanto política como sindical, a consecuencia de su estrategia de desmovilización y apoyo a las políticas de ajuste y recortes del Partido Democrático (PD). Estos factores han hecho posible que la demagogia reaccionaria tenga éxito. A diferencia de procesos políticos en países como Grecia, Portugal, Francia, Gran Bretaña o el Estado español, donde el malestar social se plasmó en la irrupción de organizaciones a la izquierda de la socialdemocracia (Syriza antes de su capitulación, Bloco de Esquerdas, Francia Insumisa, Corbyn o Podemos), el caso italiano ha mostrado una tendencia diferente.

El M5S es una formación populista que se presenta como una fuerza “ni de izquierda ni de derecha”. Sus resultados fueron grandes en el sur de Italia, precisamente en las zonas más castigadas por la crisis económica, alcanzando entre el 45% y el 55% de los votos en regiones como Campania, Sicilia, Cerdeña, Apulia, Calabria, Basilicata. Pero el M5S no es ninguna alternativa para resolver los graves problemas planteados a la clase obrera y la juventud italiana y lo está demostrando.

El éxito del M5S no puede ocultar que el protagonista indiscutible del nuevo gobierno es el dirigente de la Liga, y flamante ministro del Interior, Matteo Salvini. De firmes convicciones ultraderechistas y manifiestamente xenófobo, con su lema “Italia lo primero” alcanzó el 17,37% de los votos, los mejores resultados de su historia. En los últimos años la Liga ha reorientado su táctica, sustituyendo su discurso tradicional contra el “sur pobre y vago”, por otro dirigido a toda Italia y cuyo chivo expiatorio es ahora, sobre todo, el inmigrante. También ha defendido demagógicamente la salida del euro, para rascar votos entre la población más humilde y duramente golpeada por las políticas de austeridad. Pero su intención no es la de enfrentarse a las políticas capitalistas de la UE sino alimentar el nacionalismo italiano en beneficio de la oligarquía tradicional y la élite política.

En los primeros meses del gobierno, todos los aspectos “sociales” del  programa del M5S se han evaporado, incluyendo la promesa de derogar las contrarreformas laborales, de pensiones y educativa, mientras las medidas xenófobas y racistas planteadas por la Liga se han desplegado con audacia: desde los planes para la expulsión de 500.000 personas “sin papeles”, la apertura de centros de detención a fin de agilizar las deportaciones, el cierre de los puertos italianos para impedir la llegada de los inmigrantes rescatados en el Mediterráneo o el aumento de la represión y los efectivos policiales.

Envalentonada por su ascenso electoral4 y por la complicidad e impunidad de la que disfrutan por parte del aparato de Estado, la extrema derecha pretende imponer un clima de terror y hacerse dueña de las calles. Desde que en 2014 se fundara el movimiento racista y antimusulmán Pegida, sus acciones y agresiones se han multiplicado. Según estadísticas oficiales, se han producido más de mil atentados xenófobos y ultraderechistas al año desde 2015. La llegada al país de un millón y medio de refugiados, en un contexto de crisis económica, recortes sociales, aumento de la desigualdad y empobrecimiento, combinado con la incapacidad de la socialdemocracia (SPD) y el resto de la izquierda reformista (Die Linke) de ofrecer una alternativa real a los problemas cotidianos de millones de personas, ha permitido a estos nacionalistas reaccionarios amplificar su demagogia xenófoba ganando apoyo entre sectores de la pequeña burguesía y de capas atrasadas y empobrecidas de la clase obrera.

Igual que en otros países, la socialdemocracia ha sido la abanderada de contrarreformas sociales agresivas, como la Agenda 2010, y se ha coaligado con la CDU de Merkel para gobernar y defender con ella las políticas de austeridad. Por su parte, la dirección de Die Linke ha defraudado cuando se ha puesto al frente de ayuntamientos importantes, renunciando a romper con los recortes y pactando con la socialdemocracia medidas de ajuste contra la población.

Aufstehen, una “izquierda” reaccionaria

En este contexto, el pasado 4 de septiembre se presentó la plataforma Aufstehen (De pie), impulsada por el cofundador de Die Linke, Oskar Lafontaine, y la actual presidenta del grupo parlamentario, ¬Sahra Wagenknecht. En la iniciativa participan también destacados miembros del SPD, de Los Verdes y diversos intelectuales.

Con un mensaje genérico acerca de la justicia social, de la necesidad de incrementar salarios, pensiones y dignificar los servicios públicos, un lenguaje aparentemente radical que critica la falta de “democracia real”, y apelando a quienes “se sienten abandonados” o “tienen la impresión de no ser escuchados por los partidos tradicionales”, Aufstehen esconde una posición completamente reaccionaria con relación a los inmigrantes, a la política de asilo y las deportaciones de refugiados, aspectos centrales de su proyecto político.

Lafontaine ha declarado sin rubor que para frenar el crecimiento de AfD es necesario reforzar los controles migratorios: “El Estado debe decidir a quién acoge. Es la base de su orden (…) A cualquiera que cruce la frontera ilegalmente se le debe ofrecer retornar voluntariamente. Si no lo acepta, sólo queda la deportación”. Por su parte, Wagenknecht ha criticado la “apertura incontrolada de fronteras”, la “cultura de la bienvenida sin límites” y ha señalado la necesidad de repensar el “derecho de hospitalidad” hacia determinados inmigrantes5. Por cierto, como si algo de esto fuera posible en la Alemania de Merkel. En el manifiesto fundacional de la plataforma se puede leer: “la política de asilo ha provocado una inseguridad adicional (…) Muchos ven en la inmigración sobre todo una mayor competición por los trabajos mal pagados”.

El ideario de esta plataforma es claro: competir electoralmente con la misma demagogia racista y xenófoba a la que recurre la extrema derecha, envolviéndola con el celofán de una supuesta defensa del “Estado del bienestar” para la población nacional. Un cálculo político que sólo avalará y fortalecerá a AfD y su discurso, y que por supuesto oculta la muerte y el éxodo de millones de personas a causa de las guerras imperialistas, y el saqueo de Oriente Medio, África o Latinoamérica por parte de las grandes potencias.

En lugar de combatir los prejuicios racistas, Aufstehen les da un barniz supuestamente progresista facilitando que penetren todavía más entre la clase obrera alemana. No sólo renuncian a unir a los trabajadores —independientemente de su origen nacional y de su raza— con un programa de clase, sino que alimentan el chovinismo nacionalista y la división entre los oprimidos. En realidad, con la  represión a los inmigrantes lo que se consigue es debilitar, ideológica y organizativamente, a la clase obrera en conjunto frente a su verdaderos enemigos, los capitalistas, facilitando la labor de acoso y derribo de la burguesía contra los derechos sociales y laborales que Aufstehen dice defender. Es la ausencia de derechos laborales, sindicales, políticos y sociales lo que permite al gran capital y a las patronales en todo el planeta imponer condiciones salariales de miseria. Defender plenos derechos para los inmigrantes es el único camino consecuente que tiene la clase obrera para recuperar sus derechos. El supuesto “realismo” de las tesis de Aufstehen sólo sirve para extender una alfombra roja a la extrema derecha. Es una completa capitulación ideológica ante la reacción, y muestra lo lejos que han llegado estos dirigentes en su degeneración política.

A pesar de todos estos movimientos, la verdadera respuesta al auge de la ultraderecha se está produciendo al margen de los que defienden estas aberrantes teorías. Centenares de miles, desde abajo y pese a todas las limitaciones de las direcciones de la izquierda política y sindical, se están organizando y movilizando contra los fascistas. Más de 70.000 personas salieron a las calles en mayo bajo lemas como “nunca más”, en alusión al nazismo. En Chemnitz hubo manifestaciones antifascistas de masas durante las jornadas de agosto y un gran concierto de solidaridad con 65.000 participantes. Merece especial mención la masiva movilización del 13 de octubre en Berlín que reunió a más de 250.000 personas contra la ultraderecha. Que Aufstehen se negara a convocar y no participara en esta demostración de fuerza de los sectores más combativos y conscientes de la sociedad desenmascara la demagogia de su máxima representante, Sahra ¬Wagenknecht, cuando decía estar cansada “de dejar la calle en manos de Pegida y de la extrema derecha”.

Levantar un amplio movimiento antifascista con un programa revolucionario

El arma más poderosa de la clase obrera frente a la ofensiva de la burguesía y la extrema derecha es su unidad, y la de todos los oprimidos, por encima de las fronteras y por encima de diferencias nacionales, de raza o de religión. Frente al racismo y los ataques a la inmigración: ¡unidad e internacionalismo contra nuestros verdaderos enemigos! Ni los controles y cierre de fronteras, ni los muros y concertinas, ni las “devoluciones en caliente”, ni las leyes de extranjería, ni el endurecimiento de las políticas de asilo… van a terminar con las políticas de austeridad, con los recortes sociales ni los ataques a los derechos democráticos que estamos sufriendo.

El desmantelamiento del “Estado del bienestar”, la brutal devaluación salarial, la desigualdad social rampante… ya existían mucho antes de la crisis de los refugiados. Tampoco son los inmigrantes los responsables de la privatización de los servicios públicos, de los rescates a la banca y al capital financiero, mucho menos de las guerras imperialistas… es la burguesía internacional y la crisis de su sistema, basado en la obtención del máximo beneficio para una ínfima minoría social a costa de lo que sea, lo que está haciendo retroceder décadas el reloj de la historia.

Para la clase dominante, las formaciones populistas nacionalistas y de extrema derecha son una palanca importante para la defensa del sistema capitalista frente al movimiento obrero y la juventud. Como ocurrió en los años treinta, el Estado capitalista protege, financia y arma a estas organizaciones. Lo hacen de forma legal e ilegal. Pueden incrementar o limitar ese apoyo en función de las circunstancias, pero nunca van a prescindir de ellos. Por eso es completamente erróneo dejar la lucha contra la extrema derecha en manos del Estado capitalista, de sus instituciones, de su policía o su poder judicial. Los trabajadores y la juventud, nativos y extranjeros, debemos basarnos en nuestras propias fuerzas. Hay que impulsar un amplio movimiento en las calles y crear comités de autodefensa en cada centro de trabajo, barrio, escuela y universidad para responder con nuestra fuerza organizada a la violencia ultraderechista.

Frente a los llamamientos abstractos y vacíos que apelan a la “democracia”, los “valores europeos” y al “pacifismo”, hay que oponer un programa revolucionario de acción para combatir los planes de austeridad y los recortes sociales, que defienda la nacionalización, bajo control democrático, de la banca y de los grandes monopolios para que toda la riqueza que generamos con nuestro trabajo sea empleada para resolver las graves necesidades sociales que nos acucian, poner fin al desempleo de masas y asegurar una vida digna a todas y todos. Hay que renacionalizar todas las empresas y servicios públicos que han sido privatizados; incrementar drásticamente los salarios y las pensiones, acabar con la precariedad y rebajar la jornada laboral a 35 horas sin reducción salarial, y dignificar la sanidad y la educación públicas; hay que expropiar las viviendas en manos de los bancos, prohibir legalmente los desahucios y garantizar el acceso a una vivienda pública asequible. Por supuesto tenemos que derogar todas las leyes bonapartistas y reaccionarias que cercenan los derechos democráticos, y depurar la judicatura, la policía y el ejército de fascistas. En definitiva, debemos levantar un programa de acción que se base en la movilización de la población, y que ligue estas reivindicaciones fundamentales a la lucha contra el sistema, por la transformación socialista de la sociedad.

El avance de la extrema derecha pone sobre la mesa la urgencia de construir una organización de masas con un programa revolucionario. Una alternativa socialista es lo que hace falta para que la clase obrera, numéricamente mucho más potente que en el pasado, pueda desplegar toda su fuerza, situarse en el centro de la acción política, convertirse en el foco de referencia de todos los sectores que están sufriendo la crisis capitalista, aislar políticamente y aplastar físicamente al fascismo. ¡Ésta es la tarea en la que está empeñada Izquierda Revolucionaria y el CIT/CWI!

Notas

  1. León Trotsky, ¿Adónde va Francia?, Fundación Federico Engels, 2006, pp. 34-34.
  2. El PT llegó a gobernar con el apoyo del derechista Temer, el mismo que encabezó el golpe de Estado institucional que en 2016 sacó de la presidencia a Dilma Rousseff.
  3. El PD, que obtuvo el peor resultado de su historia, y Forza Italia, de Berlusconi, pasaron del 70,6% del voto en 2008 al 32% en 2018.
  4. AfD obtuvo un 12,6% de los votos en las elecciones de septiembre de 2017, convirtiéndose en la tercera fuerza parlamentaria, y en el principal grupo de oposición al gobierno de coalición CDU-SPD. Numerosas encuestas señalan que AfD podría superar al SPD si hoy hubiera elecciones, y que en el este de Alemania sería la fuerza más votada, con un 27%.
  5. Estas posiciones quedaron en clara minoría en el último congreso de Die Linke, celebrado en junio de 2018.