Aurrekoetan hasitako emakume langileen zapalkuntzari buruzko azterketa marxistaren azken atala.
"Nos metieron en trenes de ganado para trasladarnos del campo de concentración. Y ahí los niños se murieron porque los dejaron a pleno sol. Unos guardias civiles se acercaron y dijeron "¡cómo huele esto!" y les dijimos "porque hay mierda y dos niñas muertas". Y entonces las madres tuvieron que dejar a las niñas muertas en el andén y entrar otra vez al vagón para llevarlas presas a Madrid". (Juana Doña, declaraciones en un documental para la televisión catalana. L.A. Cabrera Pérez en Mujer, trabajo y sociedad 1839-1983).
Para las mujeres revolucionarias, comunistas, socialistas, anarquistas o republicanas la dictadura supuso años de cárcel, torturas, explotación, enfermedades, hambre y fusilamientos. Según algunos datos unas 30.000 mujeres fueron encarceladas a los pocos meses de acabar la guerra. La cárcel de Ventas de Madrid fue el símbolo del castigo para todas las mujeres luchadoras o familiares de hombres luchadores. La capacidad de la cárcel de Ventas era sólo para 500 y en ella llegaron a hacinarse ¡14.000! "Nos daban de comer cada 24 horas y cada escalón era el "dormitorio" de cada mujer; era como un cuerpo de miles de cabezas, cuando se movía una, tenían que hacerlo todas." (Ibíd).
Algo parecido pasaba en otras cárceles como la de Les Corts en Barcelona, con capacidad para unas 200 mujeres que llegó a albergar en agosto de 1939 a 1.763 reclusas y 43 niños, o la prisión de Santurrarán, entre Gipuzkoa y Bizkaia, que se convirtió en una de las peores cárceles franquistas por sus horribles condiciones de habitabilidad, llevando a la muerte a 120 mujeres y 87 niños desde 1939 a 1944.
Como si todo esto no fuera castigo suficiente, en Madrid, en 1940 se fundó la Prisión Maternal de San Isidro en la que separaba a las madres de sus hijos cuando cumplían un año, limitando su contacto a media hora. El objetivo era evitar que los hijos de las rojas se "contagiaran" de la ideología de sus madres.
En cada ciudad y en cada pueblo, los conventos, las fábricas, las escuelas, los locales políticos... todo valía para convertirlo en una cárcel, un campo de concentración o una comisaría donde la tortura era el pan de cada día. La mayoría de las encarceladas fueron rapadas, muchas violadas, a muchas se les murieron sus hijos en los brazos. Los gritos aterradores que salían de las salas de tortura tan sólo los soportaban los monstruos fascistas que imponían su poder "la mayoría volvían irreconocibles un mes después, con la cabeza rapada y arrastrándose por la toma de ricino, ensangrentadas y al borde de la muerte". (L.A. Cabrera Pérez en Mujer, trabajo y sociedad 1839-1983).
Los torturadores de la Falange eran ayudados por ese grupo execrable de carceleras, personajes oscuros capaces de recrearse con el dolor y el sufrimiento; estas odiosas mujeres festejaban delante de las presas los tiros de gracia que se les daba a las fusiladas, riéndose sin piedad. Unas 90 presas de Ventas fueron ejecutadas entre 1939 y 1943. El fusilamiento que más conmovió a las reclusas de esta cárcel, y que se convertiría en una especie de mito de martirio y resistencia antifranquista, fue el de Las Menores o las Trece Rosas. El 5 de agosto de 1939 fueron ejecutadas trece jóvenes, siete de ellas menores de 21 años.
No sólo se soportaba la tortura en el interior de las cárceles. Zonas enteras sufrieron de forma especial la espada de los franquistas. En algunos casos llegaron a crear poblaciones sin apenas hombres, como en el pueblo navarro de Sartaguda, conocido como el "El pueblo de las viudas", donde los maltratos eran horrorosos "De hecho, según viene recogido en el libro Navarra, de la esperanza al terror, 1936, en pleno delirio represivo en agosto de aquel fatídico año, falangistas y miembros de la Guardia Civil, que tenía un cuartel en la localidad, comenzaron a detener a numerosas mujeres para cortarles el pelo y burlarse de ellas. Todas eran madres, hijas o esposas de los hombres que fueron detenidos y posteriormente fusilados. A algunas les dejaban un ridículo mechón de pelo colgando para ponerles un lazo, a otras les rasuraban una ceja... La mayoría fueron obligadas a desfilar de esa guisa por el pueblo gritando «¡Abajo las putas!» y «¡Viva la Guardia Civil!»". (Gara, 3 de mayo de 2008).
Especialmente difícil lo tuvieron las presas políticas liberadas pues, además de encontrarse con todos los problemas de cualquier mujer en aquella época, a la mayoría las desterraban de sus poblaciones, quedando solas y con la presión constante de volver a ser detenidas en cualquier momento, con lo que la pobreza y la marginación fue su realidad durante años. Aún así, muchas siguieron militando, sobre todo con actividades destinadas a ayudar a las presas y presos políticos.
Era necesaria la mayor de las represiones, la mayor de las violencias por parte del estado capitalista que había temido como nunca antes la posibilidad de desaparecer, de que los hombres y mujeres normales, trabajadores de la industria y del campo, los que siempre habían sido explotados y apenas sabían leer, les pudieran arrebatar el poder y crear una sociedad nueva, justa, verdaderamente democrática, una democracia socialista.
Recuperar la memoria es vital, sacar de debajo de la tierra la historia de todos nuestros hombres y mujeres asesinados y reprimidos es capital para trazar un hilo conductor y comprender las tareas del presente y del futuro. La derecha dice que no hay que recordar, es normal, ellos son los herederos de los torturadores y fascistas. Pero la socialdemocracia sólo quiere recordar como si lo ocurrido fueran hechos históricos lejanos, que nada tienen que ver ya con nosotros, por eso sus leyes de Memoria Histórica son leyes de conciliación. ¿Con quién debe la clase obrera conciliarse? La política de conciliación y colaboración que llevaron a cabo los dirigentes de las organizaciones obreras, todas ellas, en los años 30 con la burguesía fue lo que desarmó y derrotó a la clase obrera, ¿acaso hoy la derecha se nos presenta como defensora de los derechos laborales, sindicales, democráticos...? La burguesía, entonces como ahora tiene los mismos intereses y por eso hoy igual que ayer la clase obrera sólo puede confiar en sí misma y en su unidad. La memoria histórica nos debe servir sobre todo para orientarnos en la lucha de los próximos años.
Teorías misóginas
La derrota fue dura para la gran mayoría, pero para las mujeres de la clase obrera lo fue especialmente. Los derechos que se consiguieron para las mujeres en los años de la revolución fueron aniquilados de la noche a la mañana; las mujeres que no fueron encarceladas fueron masivamente despedidas de las fábricas y todo tipo de teorías misóginas las oprimieron como una camisa de fuerza, enterrándolas a muchas de ellas en vida, confinadas a vivir entre las estrechas paredes de sus humildes y paupérrimas casas. Pilar Primo de Rivera, dirigente de la Sección Femenina de las JONS, diría sobre la mujer que "éstas nunca descubren nada: les falta, desde luego, el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles: nosotras no podemos hacer más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos dan hecho". (L.A. Cabrera Pérez en Mujer, trabajo y sociedad 1839-1983).
Todo esto, por supuesto, fue apoyado por la gran Madre Iglesia, la cual exigía pureza, virginidad y castidad, mientras participaban de un régimen que violaba a miles de mujeres en las cárceles o que las llevaba a una pobreza tan extrema que muchas acabaron prostituyéndose. Pero claro, también para el régimen había mujeres y mujeres, y las rojas eran especiales, como se encargó de explicar el supuesto "científico" Antonio Vallejo-Nájera. Este mal llamado psiquiatra que hizo un estudio con 50 presas malagueñas al que puso el título de "Investigaciones psicológicas en marxistas femeninas delincuentes" decía nada menos que: "cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer entonces se despierta en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle todas las inhibiciones inteligentes y lógicas, características de la crueldad femenina... El marxismo es una enfermedad y en nuestras manos está en parte su tratamiento". (L.A. Cabrera Pérez en Mujer, trabajo y sociedad 1839-1983).
Pobreza galopante
La pobreza que siguió a la derrota en la guerra fue otro de los duros castigos para la clase obrera. El paro galopante dejaba sin el mínimo sustento a las familias pobres. El hambre volvió. Pocos años después del final de la guerra, las autoridades de las cárceles empezaron a consentir que las mujeres trabajaran cosiendo, no sólo como trabajo penitenciario para redimirse, sino también como trabajo privado. Así, a través de sus contactos en el exterior, las reclusas vendían sus labores de costura consiguiendo unos ingresos muy pequeños, pero vitales, para mantener a sus hijos y a sus familiares, incluyendo muchas veces a sus maridos encarcelados.
Otras miles de mujeres expulsadas del mercado laboral tuvieron que volver al trabajo oculto a domicilio, horriblemente pagado. Pero otras miles, sin trabajo y con necesidad de llevarse algo a la boca, no tuvieron más remedio que lanzarse a la prostitución, la cual en tan sólo un año de posguerra se multiplicó: en 1940, según cifras oficiales (seguramente se quedarán muy cortas), unas 200.000 mujeres se prostituían.
No todo fue silencio en la oscuridad
Desde el primer día de la derrota algunas mujeres y hombres siguieron con la lucha, unos en la clandestinidad en las ciudades, otros como guerrilleros en los montes, los maquis, otros en la resistencia europea contra el fascismo. Las mujeres formaron parte de todas las diferentes formas de resistencia. En las ciudades se organizaron en células clandestinas que se reunían e imprimían octavillas que luego ayudaban a transportar y distribuir; organizaron comités de apoyo a los presos; en los pueblos ayudaban a los maquis proporcionándoles comida y medicamentos. Fueron verdaderas militantes que algunas, descubiertas, optaron por subir al monte empuñando un fusil... otras fueron detenidas, otras ejecutadas.
La derrota había sido demasiado dura como para que el movimiento se repusiera rápidamente y necesitó unos años para que se dieran las primeras luchas importantes. Pero hubo un lugar donde la lucha de resistencia fue especialmente intensa desde los primeros días de la dictadura: las cárceles.
La gran mayoría de las mujeres que militaban políticamente y que fueron encarceladas, siguieron con su actividad política dentro de las cárceles de diferentes maneras: mantenían reuniones de sus organizaciones, se coordinaban con presas de otras organizaciones, tomaban posiciones en la cárcel para luego infiltrarse en su organización y conspirar, hacían plantes y huelgas de hambre para exigir derechos y mejoras, etc. La lucha dentro de la cárcel ligaba especialmente el aspecto político con el de la supervivencia pura y dura. "En Ventas, por ejemplo, antiguas funcionarias de Prisiones como Matilde Revaque o Dolores Freixa tuvieron que aportar su experiencia profesional para intentar paliar las condiciones de encierro. Debido a su alta cualificación, algunas de ellas no tardaron en ocupar puestos importantes en la oficina de la cárcel, decisivos a la hora de conseguir informaciones, solicitar indultos o incluso manipular o traspapelar documentos". "La actividad clandestina llegó hasta el punto de servirse de la infraestructura laboral de las cárceles para apoyar la causa antifranquista. Hacia mediados de los cuarenta, la red de resistencia de la cárcel de mujeres de Ventas consiguió escamotear una parte de los monos que fabricaban por encargo del ejército para enviarlos a sus compañeros guerrilleros." (De la exposición Presas de Franco, organizada por la Fundación de Investigaciones Marxistas).
Otra actividad primordial era conseguir que la situación de las presas políticas en las cárceles fuera conocida en el exterior para que sirviera, sobre todo a los exiliados, como material con el que hacer propaganda antifranquista. De esta manera, por ejemplo, llegó la información impactante del fusilamiento de las Trece Rosas.
Las huelgas de hambre, a pesar del débil estado de las presas, era otra arma en manos de estas militantes heroicas. En la cárcel de Segovia, en enero de 1949 Mercedes Gómez Otero, militante del PCE, fue encerrada en una celda de castigo por haber denunciado la situación de las cárceles ante una abogada chilena que estaba visitando la prisión junto a unas autoridades. Ante este castigo a Mercedes, las presas políticas junto a un sector de las comunes se negaron a entrar en sus celdas. El director tuvo que recurrir a funcionarios de la prisión provincial de hombres de Segovia para reducirlas. Y lo que se encontró al día siguiente fue que cerca de doscientas presas se insubordinaron declarando un ayuno temporal que duró cuatro días. Las represalias por la huelga se sucedieron durante meses, sin dejarles recibir visitas o encerrándolas en celdas de castigo. Pero fue un ejemplo de valentía enorme y de golpe frontal contra la dictadura que se convirtió en un símbolo de resistencia.
La resistencia europea
La dictadura obligó a más de 400.000 mujeres, hombres, niños y ancianos a huir para intentar salvarse de la represión, pero hambrientos, enfermos y exhaustos por el largo periplo, lo que se encontraron al llegar a Francia fueron campos de concentración en los que el gobierno supuestamente democrático les hacinó. Esta realidad, unida a toda la experiencia revolucionaria vivida y a la extensión del nazismo por toda Europa, llevó a miles de hombres y mujeres deportados a continuar con su militancia política, entrando a formar parte de la resistencia francesa, dirigida fundamentalmente por el Partido Comunista. "De entre los españoles refugiados se levantó un ejército de hombres y mujeres aguerridos que serían un poderoso bastión en todos los lugares de la resistencia al nazismo. No hubo un combate, ni fusilamiento, ni campos de muerte en donde los españoles no hayan figurado. Más de 35.000 perecieron en los frentes y los campos de exterminio". (Neus Català. De la resistencia y la deportación).
Y nuevamente, como en la guerra civil, las mujeres jugaron un papel trascendental en esta lucha. "En general, las mujeres fuimos utilizadas como enlaces, la densa red de información, los pasos por las montañas y fronteras, los puntos de apoyo, el suministro, la solidaridad hacia y en las cárceles, donde la sanidad de urgencia corría a nuestro cargo. Los controles de la policía francesa y de las patrullas alemanas los asumíamos primero nosotras. Pero estuvo además el transporte de armas y propaganda; mujeres que empuñaron un arma en combate como en la ferme (granja) Comdom, como en Saint Etiènne, como en la famosa batalla de La Madeleine." "No fuimos simples auxiliares, fuimos combatientes. De nuestro sacrificio, de nuestra sangre fría, de nuestra rapidez en detectar el peligro dependía a veces la vida de decenas de guerrilleros." (Ibíd).
Este espíritu revolucionario e infatigable, era el mismo con el que la clase obrera de toda Europa luchaba contra el fascismo. Y fue la determinación de estos hombres y mujeres dispuestos a dar su vida contra la barbarie lo que hizo posible la derrota de los ejércitos nazis en occidente, y no, como nos han contado, los ejércitos de las potencias "democráticas". Fueron los partisanos y partisanas comunistas italianos y griegos los que expulsaron a los fascistas de sus países mientras los "aliados" burgueses británicos y norteamericanos les reprimían por miedo a que tomaran el poder y acabaran con el capitalismo. Pero, por desgracia, no tenían nada que temer, pues las direcciones de los partidos comunistas no pensaban igual que sus bases y, presionados por Stalin y su burocracia, aceptaron formar gobiernos con partidos burgueses traicionando la lucha por el socialismo, por la que tanto sacrificio se había invertido. El motivo era que Stalin tenía miedo a que una revolución obrera sana, que triunfara, pudiera encender la lucha de los obreros rusos contra la burocracia.
El PCE
A pesar de la política criminal de Stalin, para las masas europeas la Unión Soviética había sido, correctamente, la verdadera responsable de acabar con el nazismo en toda Europa Oriental. La formidable capacidad de lucha del Ejército Rojo provenía de la moral de los soldados rusos, obreros y campesinos que estaban luchando para defender lo que quedaba de las conquistas de la Revolución de Octubre, como la economía nacionalizada, una conquista por la que valía la pena luchar y morir.
Esta tremenda autoridad de la URSS le otorgó un enorme prestigio también al Partido Comunista de España, el PCE. Sus militantes habían luchado desde la dictadura dentro y fuera de las cárceles, en la terrible clandestinidad, en Europa,... eran vistos como los combatientes más honestos y comprometidos. Así fue como el PCE se convirtió en la organización más importante durante la dictadura. Pero al igual que en el resto de partidos comunistas del mundo, la dirección del PCE supeditó la lucha por el socialismo a la democracia burguesa desde los tempranos años cuarenta. En el primer Comité Central tras la Segunda Guerra Mundial, que se reunió en Toulouse, Francia, el objetivo era la formación de un amplio gobierno de concentración nacional donde participasen desde comunistas a monárquicos. Pero la política de colaboración de clases llegó tan lejos que en el Comité Central de 1956 se defendió "la reconciliación nacional de los españoles y terminar con la división abierta en la guerra civil".
Esta política provocó una conmoción en la base del partido, que no podía comprender cómo su dirección hablaba de reconciliación con los que habían estado disparándoles desde la trinchera de enfrente. De hecho la dirección del PCE no pudo llevar a la práctica esta política derechista en esos momentos, porque no tenía apoyos ni entre su militancia ni entre la clase obrera en un momento en el que el ambiente político se recrudecía, con luchas obreras que iban a polarizar todavía más la sociedad y donde había poco sitio para la política de colaboración.
Las primeras huelgas
El movimiento obrero se empezó a recuperar y tan temprano como en el 1 de mayo de 1947 se convocó una huelga en Euskal Herria, con más de 20.000 obreros participando. Desde estas primeras luchas ya se podía vislumbrar el papel de la mujer obrera, en primera línea, como en el caso de las huelgas del textil en Terrassa y Manresa (Barcelona) en 1946 y 1947. Además, las mujeres empezaron a manifestarse por la carestía de la vida y, en las ciudades, las inmigrantes luchaban contra la horrible situación de sus barrios, donde se hacinaban en chabolas y carecían de agua, luz, escuelas... Esta deplorable situación llevó a una explosión social en Barcelona en 1951 que fue acompañada por una Huelga General.
A partir de ahí veremos un ascenso de la lucha, lento pero implacable, con saltos cualitativos como el que se produjo en 1962 por demandas salariales empezando en Asturias y extendiéndose por Euskal Herria y muchas otras zonas del Estado. En Asturias, las mujeres formaron piquetes frente a los mineros que querían trabajar. Estas huelgas se saldaban con decenas de detenciones. La radicalización de las mujeres en apoyo a las reivindicaciones de sus maridos, como en las huelgas de 1966-67 en Laminación de Bandas de Basauri (Bizkaia) o en 1968 en la de Fasa-Renault en Sevilla son ejemplos de las formas de expresión que encontraron las mujeres de familias obreras para protestar. Las detenciones de mujeres también se dieron por su participación organizada, como la sufrida por las nueve sindicalistas detenidas en una reunión de CCOO en Zarzalejo (Madrid) en 1968 por formar parte del sindicato. Más tarde la represión también se cebó sobre aquellas que lucharon por reivindicaciones sociales y derechos civiles como el derecho al divorcio o al aborto, acabando muchas de ellas en las cárceles.
Las mujeres vuelven al mercado laboral
En los primeros años del franquismo la represión sirvió para reconstruir con mano de obra esclava, la de los presos y presas, y semiesclava, la de obreros y obreras derrotados, una economía que la guerra había dejado en una crisis total. Esto, unido al final de la Segunda Guerra Mundial y a unos planes de reconstrucción de una Europa deshecha dio lugar a un crecimiento económico sostenido durante años, permitió un desarrollo industrial en el Estado español desconocido hasta entonces.
Ese aumento de la industrialización pone al régimen franquista en una situación de falta de mano de obra, en parte debido a que las mujeres tenían prohibido trabajar fuera de las labores domésticas. El Fuero del Trabajo del 14 de marzo de 1938, la normativa laboral principal del franquismo, dictaba que el Nuevo Estado "liberará a las mujeres casadas del taller y la fábrica". En cambio, las necesidades dictadas por la nueva situación obligó al franquismo a hacer pequeñas reformas a principios de los años sesenta, como la Ley de "Derechos políticos, profesionales y de trabajo para la mujer" que permitió un pequeño apoyo legal al trabajo femenino en el ámbito público. Ahora bien, el régimen no quería que estas pequeñísimas reformas se entendieran mal y para ello se explicó muy claramente Pilar Primo de Rivera: "la Ley en vez de ser feminista es, por el contrario, el apoyo que los varones otorgan a la mujer, como vaso más flaco, para facilitarle la vida... Una mujer culta, refinada y sensible, por esa misma cultura, es mucho más educadora de sus hijos y más compañera de su marido". (L.A. Cabrera Pérez en Mujer, trabajo y sociedad 1839-1983).
Pese a toda su propaganda, el régimen no pudo evitar que la incorporación de miles de mujeres al mercado laboral fortaleciera exponencialmente al movimiento obrero. En unas condiciones de precariedad absoluta, la mujer trabajadora estuvo empleada en los sectores peor pagados y más explotados. Esto situó a las mujeres de la clase obrera entre los sectores más conscientes y combativos en un momento crucial, cuando después de treinta largos años, la dictadura se empieza a resquebrajar.
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