En la tarde del sábado 9 de abril la inmensa multitud que desbordaba la Plaza de la República de París acogió al grito entusiasta de “Huelga general” una de las intervenciones más combativas de la asamblea de ese día, la del economista Frédéric Lordon, demostrando así que en apenas 10 días el movimiento Nuit Debout (Noche en Pie) ha sido capaz de catalizar y concentrar el profundo descontento social que desde el inicio de la crisis se extiende día a día en Francia y ha conseguido poner al desnudo la grave crisis de legitimidad de las instituciones políticas francesas.
La persistencia de los ataques a los trabajadores y la imparable demolición de las políticas sociales que daban cuerpo al llamado “Estado del Bienestar”, junto con la asimilación de la experiencia de las luchas anteriores, explican la rapidez con la que se ha constituido este movimiento y la radicalidad de sus planteamientos. Sin lugar a dudas, la experiencia de las grandes huelgas de 2010, con su generalización de la huelga indefinida en numerosos sectores, contribuyó a preparar el ambiente para que la respuesta actual ante unos problemas y unos ataques a la mayoría social que son una clara continuación de los de 2010 vaya mucho más allá de lo que llegó en aquel momento.
La experiencia de 2010
La movilización de 2010 alcanzó en el mes de octubre de ese año tal grado de enfrentamiento con el gobierno y el poder económico que la única vía posible para que el movimiento social avanzase era la de llevar la lucha al terreno político y, a través de la huelga general indefinida, paralizar completamente Francia y poner sobre la mesa la cuestión de quién manda en el país: los poderes financieros, cuyo papel parasitario es cada día más evidente, o los trabajadores organizados y armados con una alternativa revolucionaria al sistema capitalista.
Las direcciones sindicales y políticas mayoritarias no se decidieron en 2010 a dar el paso al frente que el movimiento objetivamente necesitaba y rehuyeron el enfrentamiento frontal con el gobierno. Con sus vacilaciones los dirigentes sindicales y de la izquierda facilitaron que las amenazas de intervención militar en los sectores básicos de economía lanzadas desde el gobierno Sarkozy desactivasen poco a poco la movilización, y finalmente la reforma de las pensiones que había sido el detonante de la movilización fue aprobada sin modificaciones por los legisladores franceses.
Pese a no alcanzar sus objetivos, la lucha de 2010 no fue en vano. Al contrario, como estamos comprobando en estos días, esta lucha sembró una simiente que empieza a fructificar. La “digestión calma y silenciosa” de la experiencia de las luchas pasadas, a la que tantas veces se refirió Lenin en el período de reacción que siguió a la derrota de la revolución rusa de 1905, ha empezado a producir en Francia sus primeros resultados, que anticipan una respuesta a las políticas capitalistas de mucho mayor alcance que los movimientos masivos que hemos conocido hasta el momento.
El 15M francés
Es extraordinariamente significativo que la primera asamblea de Nuit Debout se realizara el 31 de marzo por la noche, al final de una jornada de huelga general y de manifestaciones masivas convocada por las organizaciones estudiantiles junto a la CGT y otros sindicatos obreros. Este vínculo casi inmediato entre la lucha obrera y el movimiento Nuit Debout se expresa muy bien en los manifiestos de uno de los grupos convocantes de la acampada, la Convergence des Luttes (Convergencia de las Luchas), especialmente en el del 8 de Abril:
“Nuestra movilización se dirigía en un primer momento a protestar contra la reforma laboral. Esta reforma no es un caso aislado ya que se inscribe en la lista de terapias de austeridad sufridas por nuestros vecinos europeos y tendrá los mismos efectos que la Jobs Act italiana ola Reforma Laboral española: más despidos, más precariedad, más desigualdad y el refuerzo de intereses privados. Nos negamos a sufrir esta estrategia de choque, impuesta particularmente en un contexto liberticida de estado de urgencia.
Los debates que animan las asambleas de la Plaza de la República muestran que el hartazgo que allí se expresa va más allá de la reforma laboral y se extiende a un problema más global: el cuestionamiento de un sistema social y político en crisis y sin aliento. No seremos nosotros quienes lamentaremos su final.
Este movimiento no ha nacido ni morirá en París. Desde la Primavera Árabe al movimiento del 15-M, de la plaza Tahir al parque Gezi, la Plaza de la República y los otros muchos lugares ocupados esta noche en Francia son la muestra de las mismas iras, de las mismas esperanzas y de la misma convicción: la necesidad de una sociedad nueva, en la que democracia, dignidad y libertad no sean declaraciones vacías.
Los testimonios de apoyo que recibimos desde el extranjero animan y refuerzan nuestra determinación. Este movimiento es también el vuestro. No hay ni límites ni fronteras, sino que pertenece a todos aquellos que desean participar. Somos miles, podemos ser millones. Juntos, de pie, despiertos. Levantémonos unidos”.
Desbordamiento de los cauces institucionales y la política tradicional
El desencadenante de este movimiento fue la reforma laboral aprobada por el gobierno socialista francés, la conocida como Ley El Khomri —por la ministro de trabajo de Hollande, Myriam El Khomri— que, siguiendo los pasos de la reforma laboral de Mariano Rajoy facilita y abarata el despido, restringe la negociación colectiva y favorece la creciente precarización laboral. El gobierno francés presentó la Ley ElKhomri a principios de marzo y se encontró de forma casi inmediata con un rechazo social generalizado, que fue especialmente intenso entre los jóvenes estudiantes. La magnitud de las protestas hizo retroceder al gobierno Hollande, que tuvo que retocar la Ley, eliminando algunos de sus aspectos más agresivos para los trabajadores, como los topes a las indemnizaciones por despido o la derogación formal de la jornada de las 35 h.
Pero estas pequeñas concesiones del gobierno francés, aunque han servido de excusa a los sindicatos más reformistas —entre ellos la CFDT, próxima al Partido Socialista— para abandonar vergonzosamente la batalla, no han tenido ningún efecto negativo en la movilización de los trabajadores y estudiantes, sino que en todo caso han servido como estímulo para luchar con mayor ímpetu. Tampoco tendrán efecto desmovilizador los 500 millones de euros en subvenciones para jóvenes licenciados en busca de empleo y en ayudas a becarios y estudiantes anunciados el lunes 11 de abril por el primer ministro Manuel Valls, en un patético intento de demostrar que, en sus propias palabras, “el Gobierno está escuchando y entiende las preocupaciones de los jóvenes”.
Por “entender las demandas del movimiento” Valls y el Partido Socialista se refieren a la instrumentalización de las reivindicaciones juveniles y obreras en la lucha electoral con el único objetivo de conseguir una porción mayor de la tarta del poder estatal para, acto seguido, hacer exactamente lo contrario de lo prometido en campaña. De hecho, las victorias socialistas en las elecciones presidenciales de mayo de 2012 y en las legislativas de junio de ese mismo año se debieron al papel que el PS jugó en las movilizaciones contra la reforma de las pensiones de Sarkozy y a que su programa electoral levantaba la bandera de la lucha contra la austeridad. Hollande se presentaba en la campaña electoral como el paladín de la oposición a las políticas de ajuste promovidas por Angela Merkel y el Banco Central Europeo, y consiguió así beneficiarse de la ola de movilización social que sacudió Francia a finales de 2010.
Pero una vez ganadas las elecciones las promesas electorales se esfumaron y Hollande aplicó de forma inmediata un recorte presupuestario de 35.000 millones de euros, seguido por un recorte adicional de otros 7.500 millones al año siguiente. Pero su abierta traición a los trabajadores y jóvenes que le apoyaron le pasa ahora factura. Y esa factura no le afecta solamente a él y a su desprestigio como Presidente, que ha alcanzado niveles sin precedentes. Es todo el entramado institucional del Estado burgués y de sus mecanismos de representación lo que está en crisis, la farsa de la política oficial aparece a los ojos de los ciudadanos desprovista de la solemne parafernalia que hasta hace poco tiempo ocultaba su verdadera naturaleza de instrumento de opresión de una ínfima minoría sobre la inmensa mayoría de la sociedad.
Necesitamos una alternativa revolucionaria y socialista
Todas las condiciones están dadas para que en muy poco tiempo se alcancen y superen los logros de las luchas anteriores. Los hechos demuestran que el movimiento ha aprendido mucho y que no va a ser fácil hacerlo descarrilar. No se puede descartar, por supuesto, que de nuevo los miedos y vacilaciones atenacen a los dirigentes sindicales y de la izquierda. Pero, al contrario de lo que sucedía en 2010, las organizaciones sindicales y políticas mayoritarias ya no son el único cauce de expresión de la oposición obrera y juvenil contra el presente estado de cosas y por eso las asambleas de Nuit Debout tienen la oportunidad de convertirse en el motor de la movilización si las direcciones sindicales y de la izquierda se dejan de nuevo arrastrar por el lastre de décadas de relativa paz social y de colaboración de clases.
En cualquier caso, sea cual sea la evolución del movimiento asambleario, hay algo seguro: las políticas reformistas que han predominado hasta ahora en las direcciones mayoritarias de la izquierda francesa han colapsado y son incapaces de aportar al movimiento la perspectiva, el programa y la estrategia necesarias para seguir avanzando. El portavoz y candidato presidencial del Front de Gauche (en el que participa el PCF), Jean-Luc Mélenchon, demuestra su miopía política cuando presenta la lucha contra la Ley El Khomri como una lucha por la soberanía nacional de Francia contra los poderes extranjeros que pretenden minar sus leyes sociales, y reclama “verdaderas reformas progresistas” y un ambiente de “cooperación generalizado para salir de la crisis”. Consecuente con este planteamiento, su propuesta es que los objetivos del movimiento no vayan más allá de la derogación de la Ley, ¡y plantea este límite precisamente cuando asambleas multitudinarias están cuestionando no solo la Ley, sino el conjunto del sistema capitalista! Claro que el propio Mélenchon debe ser consciente de que algo va mal cuando declara a la prensa francesa que no asistirá a las asambleas de Nuit Debout “porque la gente lanzaría botellas de cerveza”. Es imposible ilustrar mejor el completo naufragio de su propuesta reformista.
Sea cual sea el curso inmediato de los acontecimientos, ahora, como en 2010, el futuro de la movilización va a depender de que el programa del marxismo, el único que puede convertir en realidad material la aspiración genérica a una sociedad nueva, sea capaz de ganar el apoyo de amplias masas. Construir esa alternativa no será tarea de unas pocas semanas o meses, pero nunca, en las últimas décadas de la historia europea ha habido una situación tan favorable como la que hay ahora en Francia para dar los primeros pasos del camino que nos llevará a acabar con la explotación capitalista en todo el planeta e iniciar la construcción de una sociedad socialista.