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Si bien existe un sentimiento revolucionario en las masas latinoamericanas que se extiende por casi toda la región, ante un sistema capitalista que en el caso latinoamericano, como hemos venido diciendo, hace mucho que ha dejado de satisfacer sus mínimas necesidades, si es que alguna vez lo hizo, los tiempos de la revolución varían de país en país de acuerdo con las condiciones objetivas de cada uno. A pesar de ello, se pudieran agrupar a los países latinoamericanos en tres bloques de acuerdo al momento por el que pasa la lucha de clases en cada uno de ellos.

4.1- Venezuela, Bolivia y Ecuador: las revoluciones inconclusas

Un primer grupo en el que se encuentran aquéllos donde han comenzado procesos revolucionarios o tienen gobiernos que se autodefinen como izquierdistas y que con sus políticas han propiciado una mayor confrontación entre las clases, como es el caso de Venezuela, Bolivia, Ecuador y, en menor medida, Nicaragua, e, incluso, nos atreveríamos a incluir aquí a Honduras, donde el presidente derrocado, Manuel Zelaya, había tomado una serie de medidas progresistas que llevaron a un despertar de las masas hondureñas y a un enfrentamiento en las calles con la oligarquía que dio el golpe de Estado en junio de 2009.

El caso de Cuba es muy particular ya que luego de cincuenta años de revolución, estos nuevos aires revolucionarios que soplan por el continente, unidos a su estrecha relación con la revolución bolivariana, han insuflado nuevos bríos a los sectores de vanguardia en su lucha contra la burocracia interna. Los gobiernos de estos países, con Chávez a la cabeza, se han agrupado en el ALBA (Alianza Bolivariana de las Américas) para tratar de desarrollar un modelo económico de integración donde prevalezca lo social sobre lo mercantil e impulsar a lo interno el llamado socialismo del siglo XXI. Sin embargo, al estar estos proyectos enmarcados dentro de una ideología claramente reformista, en la cual se plantea la eliminación gradual del capitalismo, el denominado etapismo, mientras se mantienen las relaciones de producción capitalista, y se busca el apoyo de unos supuestos empresarios "nacionalistas" y progresistas en desmedro de los verdaderos productores de riqueza: los trabajadores, su gran impulso inicial se ha venido deteniendo y hoy día los dirigentes de estos gobiernos progresistas dan la impresión de encontrarse dando vueltas en círculos sin saber muy bien cómo terminar de resolver la ecuación revolucionaria.

La crisis capitalista, evidentemente, le ha puesto plomo en el ala a los intentos desestabilizadores de una burguesía que presenta como paradigma un sistema fracasado, pero también ha significado un duro golpe para el proyecto reformista, no en vano se dice que la crisis del capitalismo es también la crisis del reformismo. Lo que ha impulsado económicamente hasta ahora a este modelo provenía de los altos precios de los combustibles fósiles, básicamente, del petróleo venezolano, y en menor medida del gas boliviano, lo que en Venezuela se denominó "el socialismo petrolero". La crisis acabó con los precios altos y dejó al desnudo un proyecto inviable a mediano y largo plazo. Otro elemento negativo para la revolución, que se ha ido asentando en la medida en que los procesos se prolongan en el tiempo, es la casta burocrática que parasita en el Estado. Mientras se mantiene y fortalece el aparato del Estado burgués, merced de las políticas reformistas, este sector gana confianza en sí mismo y, principalmente, sus extractos superiores, lo que se podría denominar la alta burocracia, comienza a jugar un papel contrarrevolucionario al identificar sus intereses con los de la burguesía.