Ukrainako gertakariak abiada bizian doaz eta indar gabe geratzen dira Kieveko gobernu morroiaren, banda faxisten eta hauen sustatzaile diren inperialismo iparamerikar eta europarraren planak, eta baita Errusian agintzen duen oligarkia kapitalistaren planak ere. Hiriburuan mendebaleko potentzien laguntzaz Maidan plaza okupatu zuten milizia nazien mugimendu atzerakoi bezala hasi zenak, herrialdeko hego-ekialdeko langile klasearen altxamenduarekin jarraitu du. Kapitalismoa ezarri zela hogei urte pasa ondoren, iraultza sozialaren haizeak beste behin jotzen du Europako Ekialdean.

 

 

Los acontecimientos en Ucrania siguen desarrollándose de manera vertiginosa, desbaratando los planes del gobierno lacayo de Kiev y las bandas fascistas, de sus mentores, el imperialismo norteamericano y europeo, y también de la oligarquía capitalista que gobierna en Rusia. Lo que comenzó como un movimiento claramente reaccionario en la capital, encabezado por las milicias nazis que ocuparon la Plaza Maidan gracias al apoyo occidental, ha desatado una insurrección de la clase obrera en el Sudeste del país. Después de más de dos décadas de restauración capitalista, los vientos de la revolución social vuelven a soplar en Europa del Este.

Con su habitual miopía y arrogancia, los imperialistas pensaban que repetirían con éxito la llamada “Revolución Naranja” de 2004, sin tener en cuenta que las condiciones objetivas actuales son diametralmente diferentes. La clase obrera aprende de la experiencia y estos últimos veinticinco años han demostrado a los trabajadores de Europa del Este qué significa la restauración del capitalismo, tras sufrir en carne propia sus consecuencias catastróficas. En 2004 los trabajadores ucranianos, todavía recuperándose de los estragos provocados por el derrumbe del estalinismo, mantuvieron una actitud pasiva ante los acontecimientos, permitiendo a los imperialistas y oligarcas actuar sin ningún tipo de oposición. En 2014, a pesar del malestar social generalizado con el gobierno de Yanukovich y la oligarquía ucraniana alineada con los capitalistas rusos, la clase obrera se mantuvo al margen de los acontecimientos del Maidan y no participó en un movimiento alentado por la oposición pro-occidental cuya espina dorsal lo constituían sectores de clases medias, y que finalmente acabó encabezado por los fascistas de Sector Derecho y Sovoboda.

Pero una vez que ha quedado claro el carácter reaccionario del gobierno interino; después de que se hayan desvelado sus planes para aplicar unas medidas de austeridad, dictadas desde el FMI y la UE, que condenarían a millones de personas a la pobreza; y cuando las bandas fascistas han ocupado una parcela importante del aparato del Estado y de los servicios de seguridad, y han visto reforzada su impunidad para atacar a la población y a los activistas de la izquierda, los trabajadores del Sur y Este ucraniano han dicho ¡basta!. En un levantamiento que cuenta con una base popular masiva, han formado comités ciudadanos en numerosas poblaciones, constituido milicias de autodefensa, ocupado empresas y declarado numerosas huelgas, y se han colocado a la vanguardia de la lucha contra la que denominan “junta fascista” de Kiev.

Doble poder

El gobierno de Kiev, y las potencias imperialistas que están detrás de él, han intentado frenar el levantamiento revolucionario con una ofensiva militar sobre las principales ciudades rebeldes, pero sus maniobras han cosechado un estrepitoso fracaso. El militarismo y la violencia desatada desde las capitales occidentales —Washington, Londres y Berlín— contra la población civil en el sudeste de Ucrania, ha provocado el fortalecimiento de las tendencias secesionistas y de apoyo a la unificación con Rusia. Los resultados de los referendums celebrados en Donetsk y Slaviansk, que han contado con una participación multitudinaria, han arrojado un resultado muy claro: las masas de estas zonas prefieren unirse a Rusia que vivir gobernados por reaccionarios y fascistas que preparan la devastación de sus condiciones de vida y la destrucción de sus derechos democráticos.

El movimiento de masas en el sudeste comenzó el 3 de marzo con manifestaciones masivas contra el gobierno de Kiev, exigiendo la federalización del país y más autonomía para las regiones. Pero las ofensivas militares de Kiev y la actuación de los fascistas no sólo han extendido el movimiento, también lo ha radicalizado.

En poco más de dos meses la rebelión ha adquirido unas proporciones y características inimaginables para los imperialistas y la oligarquía ucraniana. Incluso muchos en la izquierda observan con perplejidad el uso generalizado de emblemas soviéticos de la lucha contra el fascismo, como la cinta de San Jorge naranja y negra, que simboliza la victoria de la URSS sobre la Alemania nazi, o la presencia masiva de banderas rojas con la hoz y el martillo en las manifestaciones, sin ser capaces de ver algunos de los elementos característicos de un proceso revolucionario que hoy están presentes en el movimiento de masas que sacude una buena parte de Ucrania.

La propaganda imperialista, la misma que calificó de “luchadores por la libertad” a las bandas fascistas de Maidan, pretenden denostar la rebelión popular como una maniobra de oscuros grupos separatistas pro-rusos al servicio de Putin. Como muestran las imágenes de numerosos vídeos que se pueden ver en Internet, los auténticos protagonistas de esta rebelión son jóvenes, trabajadores, jubilados, mujeres, en definitiva, la mayoría de la población, que desde hace semanas está movilizada, participando en asambleas, ocupando y protegiendo edificios, levantando barricadas, organizando la retaguardia de las milicias y enfrentándose a los tanques de Kiev.

El movimiento se ha propagado con enorme rapidez, audacia y determinación. En pocas semanas, miles de personas han ocupado edificios de gobiernos regionales y locales en una ciudad tras otra, tomando comisarías y sedes de la SBU (policía especial) y requisado el armamento. Han proclamado repúblicas populares en Crimea, Donetsk, Járkov, Odesa o Mariupol, gobernadas por consejos formados por representantes elegidos democráticamente en multitudinarias asambleas. El gobierno de Kiev reconoce que ha perdido el control de la zona y son los consejos populares los que detentan el poder real en el sudeste. Cuando preguntaban a Guenadi Jomino, uno de los dirigentes populares del Donetsk, qué pasaría después del 11 de mayo éste respondía: “Lo primero es celebrar el referéndum y luego nuestro Soviet ya se encargará de decidir adónde ir y cómo llegar”. (El Confidencial. El subrayado en el original. 11/5/14).

A pesar de la intensa campaña propagandística que insiste una y otra vez en que Putin maneja los hilos de la insurrección en el sudeste, la realidad es que en Ucrania existe, de facto, una situación de doble poder: por un lado está el gobierno de Kiev, que controla el oeste del país basándose en el terror de las bandas fascistas y la represión feroz contra militantes comunistas y sindicalistas, contra la población judía, haciendo que muchos hayan tenido que huir al Este escapando de estos ataques; y, por otro lado, los Consejos de las Repúblicas Populares que controlan y gobiernan el Sudeste ucraniano.

La clase obrera pone su sello en los acontecimientos

Al mismo tiempo que se generalizaba la rebelión, el movimiento también ha avanzado políticamente. El objetivo ya no es sólo el gobierno de Kiev, sino también los oligarcas y su riqueza. La declaración de proclamación de la República Popular de Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, concluye pidiendo “el fin de la explotación del trabajo y la priorización de las formas colectivas de propiedad”. El 25 de abril, la República Popular de Donetsk distribuyó un llamamiento en el que defendía “el control popular de la distribución de la riqueza creada por la población de Donbass”.

Las ofensivas militares de Kiev contra Slaviansk y Kramatorsk, y la matanza a manos de los fascistas de 116 personas en la Casa de los Sindicatos en Odessa, cifra que ha sido ocultada por el gobierno de Kiev que sólo reconocen 42, marcó un punto de inflexión. A partir de entonces, la implicación masiva de la clase trabajadora ha sido un hecho incontestable. Un minero del Donbass afirmaba hace unas semanas: “Muchos en la industria todavía no han venido a apoyar las protestas por temor a perder sus empleos. Cuando no hayan recibido su salario durante dos o tres meses saldrán, o si se produce un asalto (a los edificios ocupados). El hambriento no tiene nada que perder. Los hambrientos están dispuestos a hacer cualquier cosa”. (The Guardian. 13/4/14) Muchos trabajadores hasta ahora no participaban de una manera activa por que los oligarcas dueños de las empresas despedían a todo aquel que participaba en una manifestación contra el gobierno de Kiev. Ahora el miedo se ha perdido y los acontecimientos de Odesa y Sloviansk han desencadenado una oleada masiva de huelgas y ocupaciones.

Al poco de conocerse lo que estaba sucediendo en Odessa, una multitud de trabajadores asaltó las oficinas de la empresa del oligarca Sergei Taruta, el gobernador de Donetsk nombrado por Kiev, dueño de una de las acerías más grandes del mundo. El 5 de mayo Reuters informaba que Privatbank, el principal banco de Ucrania, propiedad del oligarca Igor Kolomoisky, conocido por financiar a Sector Derecho, y nombrado gobernador de Dnepopretosk, suspendía las operaciones en efectivo en el Este del país porque “en los últimos diez días 38 cajeros automáticos, 24 sucursales y 11 vehículos blindados de Privatbank han sido incendiados o asaltados en Donetsk y Lugansk”. En esta última región se distribuyeron masivamente panfletos que decían: “Trabajadores de Privatbank dejad de trabajar. Clientes de Privatbank retirad vuestros depósitos. Un banco fascista no podrá existir en el territorio de Lugansk”. El oligarca Rinat Ajmetov, principal valedor de Yanukovich hasta su caída, ha tenido la misma suerte. En la ciudad de Enakievo los mineros y metalúrgicos han ocupado una acería de su propiedad.

El 4 de mayo en Yenakiev, en la provincia de Donetsk, tras una asamblea los trabajadores tomaron el control de la planta metalúrgica al grito de ‘¡No olvidaremos Odessa!’, exigieron una reunión con el director para obligarle a que pusiera por escrito que no despediría a nadie por participar en las manifestaciones o en la milicia popular; después iniciaron una huelga indefinida.

Desde finales de abril las huelgas en las minas y fábricas del sudeste se han convertido en un fenómeno de masas. Los mineros en huelga de Enakievo de manera espontánea propusieron una huelga política en todo el país. La idea del boicot a las empresas y bancos que pertenecen a los oligarcas es cada vez más popular. En varios casos, como hemos señalado, las huelgas han llevado a la ocupación de las empresas por los trabajadores. “Hay un solo objetivo: forzar a las autoridades de Kiev a retirar sus fuerzas del Donbass. Mientras tanto, los mineros y los trabajadores del sector químico han estado actuando en un frente unido junto a los metalúrgicos, prácticamente, todo el ciclo de producción metalúrgico está parado”. (www.rabkor.ru 5/5/14) En total, en la región del Donbass, 8.000 empresas están en huelga indefinida hasta la retirada de las tropas y bandas fascistas de Kiev.

 

El Ejército Popular del Sudeste

Uno de los grandes problemas del imperialismo y el gobierno de Kiev es el desmoronamiento del ejército ucraniano. Cada una de las ofensivas “antiterroristas” contra el Sudeste terminaba con centenares de soldados que desertaban o se integraban en las milicias populares, con todo el armamento y equipamiento enviado desde Kiev. Para responder a esta situación desesperada, el gobierno anunció la creación de una Guardia Nacional, pero su propia composición revela la falta de base social del gobierno: está formada por los fascistas de Sector Derecho y centenares de mercenarios extranjeros contratados a Greystone Limited, una filial de la norteamericana Blackwater, conocida por su participación en las guerras de Iraq y Afganistán.

Después de los primeros ataques fascistas en Crimea y Donetsk a principios de marzo, por todas las ciudades del sudeste comenzaron a crearse milicias populares de autodefensa formadas por jóvenes y trabajadores, veteranos del ejército y militantes comunistas. Las milicias se coordinaron y crearon el llamado Ejército Popular del Sudeste, con el objetivo de garantizar la celebración del referéndum del 11 de marzo y combatir los ataques militares del gobierno central.

The New York Times publicó un artículo sobre estas milicias populares y tomaba de ejemplo una de las unidades clave en la defensa de Sloviansk, la 12ª Compañía de la Milicia de la República Popular de Donestk. El periodista recogía las palabras de uno de sus miembros, llamado Yuri, antiguo comandante en las fuerzas especiales rusas en Afganistán. A la pregunta de si algún oligarca le pagaba por estar en la milicia respondía: “Este no es un trabajo, es un servicio que yo presto”. En cuanto a la procedencia de las armas decía que fueron “capturadas en las comisarías y a una columna de vehículos acorazados procedentes de Kiev, o se compraron a soldados ucranianos corruptos”. El periodista explica cómo la milicia cuenta con el apoyo de la población y esto les permite tener una “red de observadores que vigilan a las fuerzas armadas ucranianas y a los fascistas”; en el momento de la entrevista, “una multitud de personas construye una barricada y un búnker”. La población les suministra los alimentos necesarios y la policía local acepta su autoridad, incluso les acompaña en las patrullas. Los combatientes denuncian a los fascistas y a la derecha de Kiev porque en el “oeste ucraniano han mostrado su cara: nazis, fascistas… han destruido los monumentos de Lenin, han atacado nuestra historia”. (The New York Times. 3/5/14)

Pánico en Washington, Berlín y Londres, pero también en Moscú

Los imperialistas, y los reaccionarios ucranianos a su servicio, observan con verdadero terror lo que está sucediendo en el Sudeste de Ucrania. Pero a Putin y a su gobierno capitalista tampoco le hace ninguna gracia que los trabajadores se organicen, se armen, tomen los edificios oficiales, declaren huelgas generales y creen comités. Putin y sus colegas, esa maraña de ex burócratas estalinistas convertidos en la nueva burguesía rusa, que se han hecho multimillonarios a costa del saqueo de la propiedad estatalizada y nacionalizada que existía en la URSS, que han impuesto un régimen autoritario, bonapartista, que ensalzan el nacionalismo gran ruso y el legado zarista, esa pestilencia reaccionaria como la calificaba Lenin, son también muy conscientes del peligro que implica la insurrección popular del Este de Ucrania, no sólo por la posibilidad de un conflicto militar regional, sino sobre todo por los efectos contagiosos que puede tener en los trabajadores de Europa del Este y las antiguas repúblicas de la URSS.

El imperialismo norteamericano y europeo, pero también el gobierno ruso y las distintas oligarquías de la región, se encuentran ante un dilema serio. Si Kiev desata una ofensiva militar sangrienta contra el Sudeste ucraniano provocarán una oleada de furia e indignación que podría desestabilizar toda la zona. Pero si ceden y aceptan las demandas de Donetsk y Lugansk, la rebelión se convertirá en un punto de referencia para la clase obrera ucrania, rusa, chechena, bielorrusa o georgiana, que también sufre las consecuencias de la crisis y el gobierno de oligarquías corruptas y mafiosas.

Aunque los imperialistas se empeñen una y otra vez en señalar a Putin como el causante de todo, la realidad es que éste desea tanto como ellos que el conflicto se solucione. Tras lo sucedido en Odessa, Putin sorprendió a todos con una nueva proposición. A los consejos populares les pidió el atraso del referéndum, anunció la retirada de los 40.000 soldados de la frontera ucraniana y, más sorprendente aún, aceptó y legitimó las elecciones presidenciales del próximo 25 de mayo, aunque condicionó este apoyo a que se garantizasen los derechos democráticos. Los Consejos Populares no aceptaron la propuesta de Putin y celebraron el referéndum el 11 de mayo en Donetsk y Lugansk.

 

Detrás de la propuesta de Putin no se encuentra su preocupación por la vida o el destino de los jóvenes y trabajadores del Sudeste ucraniano. Putin y la oligarquía rusa temen que el ambiente explosivo que existe entre la clase obrera de estas zonas se contagie a los trabajadores rusos y, por tanto, la amenaza que supondría para el propio régimen oligárquico ruso. Ese es el factor decisivo que está detrás del cambio de actitud de Putin.

Otro factor es el coste económico que tendría una intervención militar por parte de Rusia. La economía rusa está ya técnicamente en recesión: en el primer trimestre de este año el PIB ha caído un 0,3%. El FMI ha rebajado la previsión de crecimiento del PIB para 2014, del 1,3% previsto al 0,2%, aunque podría ser peor. “Ahora nuestro pronóstico es del 0,2 %, y existe el riesgo de que se rebaje aún más”. (EFE. 30/4/14).

Después de la recesión de 2008-2009, la economía rusa consiguió recuperarse gracias, entre otros factores, al elevado precio de las materias primas, sobre todo gas y petróleo (las exportaciones de estos dos productos representan más del 50% del presupuesto ruso). Pero desde 2012 los precios han caído y ha tenido un efecto muy negativo sobre la economía. La industria rusa sufre una crisis severa: a principios de 2013 la producción industrial era un 23,1% inferior a la de 1990. En regiones industriales de Siberia y el noroeste la producción industrial ha caído un 20,5%. La producción automovilística ha tenido también caídas de doble dígito: las llamadas “ciudades del motor”, como Kaluga o Kaliningrado, sufren un declive parecido al de ciudades como Detroit en EEUU. En la industria química la producción ha descendido a la mitad, mientras la industria ligera se ha reducido a una quinta parte y la petrolera ha bajado un 6%.

El gobierno de Putin está aplicando la misma política que sus homólogos de la Unión Europea. El pasado mes de julio aprobó un tijeretazo presupuestario de 33.000 millones de dólares, sólo para 2013, que incluía recortes de las pensiones, en sanidad y educación. Para poder hacer frente a las obligaciones económicas del Estado, el gobierno libró 300.000 millones de rublos del Fondo de Reserva para Presupuesto, algo que no sucedía desde la recesión de 2008. Putin ya ha anunciado que “será necesario algún recorte más”. Pero la austeridad no afectará a los presupuestos de defensa ya que “gastará 650.000 millones de dólares en rearme y modernización de sus fuerzas armadas hasta el año 2020”. (The Moscow Times. 5/9/13)

Esta política sólo servirá para incrementar la desigualdad social en Rusia, que ya es una de las mayores del mundo. Rusia es uno de los países del mundo con más multimillonarios, pero mientras un puñado de oligarcas acumula una riqueza obscena —el 1% posee el 71% de la riqueza— más de 18 millones de personas viven en la pobreza extrema. Según datos oficiales el 59,7% de la población en las ciudades y un 40,2% en el campo disponen de “pocos ingresos”. El pasado mes de noviembre la Duma (parlamento) se negó a subir el salario mínimo mensual que actualmente está en 5.205 rublos (158 dólares), un 27 por ciento inferior a los 215 dólares que el gobierno marca como nivel de pobreza. La pensión media en 2012 era de 166 dólares, y eso significa que la mayoría de los jubilados viven en la pobreza.

La crisis en Ucrania y el estallido de la insurrección en el Este ha provocado una huida masiva de capital de los mercados rusos: desde principios de año han salido del país entre 45.000 y 50.000 millones de dólares. “Goldman Sachs pronostica que este año la cifra podría ascender a 130.000 millones de dólares o el doble que en 2013”. (Reuters. 13/5/14).

En definitiva, Putin no hará mucho más que poner una soga al cuello de la revolución en el Este de Ucrania. No quiere a la OTAN en sus fronteras, no quiere que sus zonas de influencia sean tomadas por los imperialistas occidentales, no quiere que sus planes de crear un área económicamente dependiente de Rusia (con Bielorrusia, Ucrania y las repúblicas del Caucaso) sean alterados por los movimientos expansionistas del imperialismo occidental. Y para mantener esos objetivos, el régimen de Putin agita la bandera del nacionalismo gran ruso — coreado infamemente por los dirigentes del mal llamado PC de la Federación Rusa dirigido por Ziuganov— aprovechándose de los sentimientos de las masas del Este de Ucrania, de su actitud antifascista, de la memoria histórica que todavía vive en la conciencia de la población.

Por el socialismo, por el internacionalismo y la unidad de los trabajadores

A pesar de las denuncias y amenazas del imperialismo occidental, y pese al llamamiento de Putin a atrasarlo, finalmente Donestk y Lugansk celebraron el 11 de marzo sus referéndums. Para intentar frustrarlos, el gobierno de Kiev lanzó el día antes una ofensiva militar en Mariupol, con la intención de atemorizar a la población y evitar que saliera masivamente a votar, y que finalmente se saldó con más de 20 muertos civiles. A pesar de todo, desde primeras horas de la mañana se podían ver largas colas ante los colegios electorales. La propuesta de federalización se aprobó con una mayoría arrolladora, un 89% en Donetsk y un 96% en Lugansk, y  la participación fue del 74% y el 75% respectivamente. Nada más conocerse los resultados oficiales del referéndum, los representantes de las repúblicas de Donetsk y Lugansk anunciaron la secesión de las dos regiones y solicitaron al gobierno ruso que “estudie su integración en la Federación Rusa”.

EEUU y la UE han vuelto a llorar sus lágrimas de cocodrilo habituales, acusando a los insurrectos de haber organizado un referéndum “ilegal”. Lo dicen los mismos que invadieron Iraq, porque albergaba armas de destrucción masiva, y Afganistán, desatando guerras terribles en las que han muerto millones de personas. Los mismos que se aprovecharon de colapso del estalinismo y desmembraron la República Federativa de Yugoslavia, alentando el odio étnico para lograr la independencia de sus partes componentes, y convertir las republicas nacidas de la guerra en sumisas colonias del imperialismo. Lo dicen los mismos que financian a las milicias integristas y los señores de la guerra en Siria, y que hunden las condiciones de vida de la población europea. Obama, Merkel y compañía insisten una y otra vez en culpar a Putin de lo que sucede cuando ellos con sus maniobras e intrigas son los que han desestabilizado y provocado la actual crisis que atraviesa Ucrania.

Por su parte Rusia, que se encuentra en una situación delicada y que no desea perder crédito ante la población del Este ucraniano, mantiene una posición de cautela. El portavoz del gobierno, Dimitri Peskov manifestó al periódico Kommersant que aún no hay respuesta a la petición de las dos repúblicas populares de anexionarse a Rusia. “Moscú respeta la voluntad de la población en Donestk y Lugansk, y espera que la realización práctica del resultado de los referendos se lleve a cabo de una manera civilizada. Insistió en la necesidad de un ‘diálogo entre los representantes de Kiev, Donetsk y Lugansk’”. (RT. 13/5/14). Putin juega de manera calculada la baza de la expectativa, cargándose de argumentos en el caso de que Occidente y su gobierno vasallo en Kiev decidan una escalada militar mayor. Si la opción fuera una masacre contra las ciudades rebeldes, entonces Putin se vería muy presionado a intervenir. Y no hay que descartar que lo hiciera y que incluso fuera recibido como un salvador por la población civil de la región.

Debemos subrayar que es un error tener ilusiones en las intenciones de Putin o los oligarcas rusos. Aunque en el caso de Ucrania su manera de proceder y métodos sean diferentes a los del imperialismo norteamericano y europeo, no podemos olvidar sus intereses de clase, que es realmente lo que les motiva, y la forma de actuar de Putin en las guerras en Chechenia u Osetia del Sur. El régimen capitalista ruso no dudará en manipular el derecho a decidir su propio destino de la población de Donestk y Lugansk, si con ello protege los “intereses rusos”, es decir, los intereses de los grandes oligarcas que han saqueado Rusia, como los ucranianos han hecho en Ucrania. De la misma manera que la clase obrera no puede dar ningún apoyo al gobierno reaccionario de Kiev ni a los imperialistas de EEUU y la UE, tampoco puede confiar ni apoyar a Putin y la oligarquía rusa.

Lamentablemente, las organizaciones de izquierda en Ucrania son débiles o, como en el caso del Partido Comunista, están dirigidas por antiguos estalinistas que mantienen una posición confusa. Aunque las agrupaciones regionales del PCU en el Sudeste participan activamente en el movimiento e incluso han sido decisivos en algunos lugares para la formación de milicias de autodefensa, la dirección nacional del PCU no hace un llamamiento a los trabajadores del Oeste ucraniano para que apoyen a sus hermanos del Sudeste y se levante también contra el gobierno reaccionario de Kiev. Su alternativa es el “diálogo entre todas las partes”, lo que incluye al gobierno ilegítimo y sus socios fascistas, los mismos que asaltan las sedes del PCU y persiguen a sus militantes. En lugar de ofrecer un programa revolucionario de transformación de la sociedad, mantienen la postura clásica estalinista de colaboración entre las clases, como si el dialogo con los capitalistas y los oligarcas fuera a resolver los desafíos con los que se enfrenta la revolución en marcha. En realidad, esa política asfalta el camino para la derrota del levantamiento revolucionario.

En el Oeste de Ucrania las masas tampoco han dicho su última palabra. Por ahora no se han movido, entre otros factores, por la política represiva del gobierno y la acción de las bandas fascistas. Aún así, en Kiev, ya se han producido algunas manifestaciones contra el gobierno y el 1º de Mayo el PCU consiguió celebrar una protesta con varios miles de personas. Los trabajadores de las regiones occidentales de Ucrania sufren la misma explotación a manos de la oligarquía, padecerán en sus carnes las medidas de austeridad impuestas por el FMI y la represión del gobierno del Kiev. Por tanto, el movimiento revolucionario de los trabajadores del Sudeste de Ucrania sólo puede triunfar si se extiende al Oeste. Es necesario defender la unidad de todos los trabajadores de Ucrania en un programa que combine las demandas revolucionarias y democráticas con la expropiación de los oligarcas. Si los trabajadores de este de Ucrania quieren llevar hasta el final su movimiento revolucionario y triunfar, necesitan levantar un programa de independencia de clase, socialista, internacionalista, que plante la lucha no sólo contra la oligarquía ucrania y los imperialistas occidentales, sino también contra los falsos amigos que, desde Rusia, a pesar de las apariencias, sólo desean su derrota.

Cookiek erraztuko digute gure zerbitzuak eskaintzea. Gure zerbitzuak erabiltzerakoan cookiak erabiltzea baimentzen diguzu.