La victoria final de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas ha supuesto una sacudida sísmica del sistema político norteamericano, pero sus consecuencias afectan también a la economía mundial y las relaciones entre las grandes potencias. Un candidato multimillonario, con un programa profundamente reaccionario, que apela permanentemente al racismo y a la represión para combatir a los inmigrantes y al movimiento obrero, que aboga por el nacionalismo económico frente a la globalización y que ha utilizado chorros de demagogia barata para presentarse como una alternativa “antisistema”, ha derrotado a Hillary Clinton, una genuina representante del establishment político, de Wall Street y del complejo militar.
Los datos muestran que Clinton ha superado en papeletas al candidato republicano, 59.600.327 frente a 59.389.590, 47.7% y 47,5% respectivamente, pero al tratarse de un sistema de elección indirecta (1) Trump ha conseguido 306 votos electorales frente a 232 de la candidata demócrata (la mayoría son 270). A la victoria presidencial hay que añadir la derrota de los demócratas en el Senado y el Congreso, que quedarán bajo el control de los republicanos.
Sin embargo, lo más significativo no es esto, sino el desplome de participación que señala la gran indeferencia con la que millones de trabajadores y jóvenes han considerado estas elecciones. Los datos son muy reveladores: unos 6 millones de votos respecto a los que obtuvo Obama en 2012 y cerca de 10 millones con relación a los obtenidos por éste en 2008. Y Trump consigue 1,1 millones de votos menos que Romney en 2012, y entorno a 200.000 menos que McCain en 2008. Lo más destacado es que se ha producido una fuerte desmovilización del voto demócrata, sobre todo en las zonas industriales, pero que no se trasvasa a Trump, y esto es muy importante. El millonario republicano no ha vencido en ninguna localidad de más de un millón de habitantes; su victoria es fundamentalmente en el medio oeste y el interior del país, en las áreas agrícolas y tradicionalmente más conservadoras.
En Pennsylvania, Clinton pierde más de 1 millón con relación a 2012 y 2,3 millones respecto a 2008, mientras Trump pierde 1,2 y 1,2. En Michigan, Clinton pierde 330.000 votos en comparación a 2012 y 640.000 respecto a 2008, mientras Trump gana 200.000 papeletas respecto a 2008 y 140.000 en relación a 2012, una cifra bastante pequeña. En California, donde ha ganado Hillary, la candidata demócrata ha perdido 2,5 millones respecto a 2012 y casi 3 millones respecto a 2008, mientras Trump pierde 2 millones en comparación a 2012 y 2,2 millones a 2008.
En los estados industriales la pérdida de votos demócratas —fruto de la crisis y la desilusión con Obama y el sistema— no se van al partido republicano, que también pierde votos o sólo logra una ligerísima recuperación. Las mayores victorias de Trump se dan en el centro de EEUU, en los estados agrícolas o petroleros, pero no logra ampliar el apoyo a los republicanos, simplemente los demócratas caen mucho más. En Texas, Trump pierde 90.000 respecto a 2012 y gana 170.000 respecto a 2008, mientras que Clinton pierde 540.000 y 700.000 respectivamente. En Tennessee los demócratas pierden 100.000 y 500.000 (2012 y 2008), mientras Trump pierde 50.000 con relación a 2012 y gana la misma cantidad respecto a 2008. Y en cuanto a los estados del sur donde tradicionalmente vencen los republicanos —incluso en 2008 con la victoria histórica de Obama— Trump sólo se mantiene, reflejando la frustración con la administración demócrata de una población hastiada de promesas incumplidas, sometida al cerco de la pobreza y la marginación, y a una violencia policial brutal que se ha saldado con cerca de 1.000 asesinatos en el último año. Tan sólo en Florida se aprecia un notable incremento del voto a favor de Trump, movilizado por el exilio anticastrista cubano.
¿Giro a la derecha de la clase obrera? El fenómeno Sanders
Estos datos desmienten el argumento central de muchos comentaristas que señalan a la clase obrera (blanca) como el factor decisivo para aupar a este reaccionario a la Presidencia. Utilizaron el mismo argumento para justificar el triunfo del Brexit en Gran Bretaña, responsabilizando a los trabajadores británicos por haber apoyado, supuestamente, el programa xenófobo de UKIP y del sector aislacionista del Partido Tory. Estos análisis, que son bombeados sin descanso por los medios de comunicación “progresistas”, y de los que lamentablemente se hacen eco muchos líderes reformistas de la izquierda, rehúyen caracterizar las tendencias de fondo reales que explican estos fenómenos: la profundidad de la crisis del capitalismo, la aplicación por parte de la burguesía de medidas que solo han contribuido a rescatar a los bancos y la oligarquía financiera mientras hunden en el desempleo y la pobreza a amplios sectores de la población, la enorme polarización social y política, la crisis de los partidos tradicionales —tanto de la derecha como la socialdemocracia— y la furia de millones de oprimidos contra un sistema que les golpea todos los días.
En realidad, Trump podía haber sido vencido en estas elecciones, si en lugar de un oponente como Clinton hubiera tenido enfrente a Bernie Sanders. En la campaña de primarias en el Partido Demócrata, el éxito de Sanders—que se presentaba como un “socialista” llamando a la revolución política contra Wall Street y el 1% de multimillonarios— reveló el giro a la izquierda entre amplios sectores de la clase trabajadora, la juventud y las capas medias empobrecidas. Con el aparato demócrata en contra y boicoteando continuamente su campaña, Sanders consiguió movilizar a cientos de miles de personas en sus mítines, también recaudar decenas de millones de dólares procedentes de personas humildes, sindicatos o asociaciones comunitarias sin recibir ni un solo centavo de bancos y empresas privadas.
El avance de Sanders activó las alarmas del aparato demócrata y la clase dominante, que utilizaron todos sus recursos, sus grandes medios de comunicación, y un sin fin de sucias maniobras para evitar su triunfo. Presionaron con todas sus fuerzas hasta lograr la capitulación de Bernie Sanders y su renuncia a presentarse como candidato independiente de la izquierda. Este hecho ha sido decisivo en estas elecciones y esta detrás de la fuerte abstención: Sanders justificó su deserción y el apoyo a Clinton como la mejor alternativa para derrotar a Trump pero, como se ha demostrado, su claudicación permitió al candidato republicano mejorar sus expectativas y finalmente sus resultados.
Donald Trump ¿candidato antisistema?
Muy pocos al principio creían que Donald Trump lograría convertirse en el candidato republicano. Aunque un sector importante y mayoritario de la clase dominante apoyara a Clinton, la realidad es que, al margen del personaje, Trump representa a otro sector importante de los capitalistas que añora los tiempos en que el imperialismo estadounidense dominaba el mundo, que le aterroriza el auge de la movilización social y la perspectiva de la revolución, y piensa que el autoritarismo, el militarismo y la represión es la mejor opción tanto dentro como fuera del país. Su ascenso refleja mejor que nada la pérdida del equilibrio interno del capitalismo norteamericano
Trump es el primer candidato presidencial que defiende ideas y medidas ultraderechistas sin ningún tipo de adorno, pero no hace más que recoger las tradiciones reaccionarias de la burguesía estadounidense plasmadas en los discursos y programas de presidentes republicanos como Nixon o Reagan.
En las semanas previas a las elecciones, Trump se vio salpicado por todo tipo de escándalos, sobre todo por sus comentarios machistas y acusaciones de acoso sexual. Su respuesta ha sido presentarse como la víctima de los grandes banqueros y medios de comunicación controlados por el establishment. En uno de sus últimos discursos incluso llegó a decir que si perdía las elecciones era porque se habían amañado y apeló a sus seguidores a que el 8 de noviembre bloquearan los colegios electorales y no permitieran el acceso a “determinadas comunidades”, negros e hispanos, que votan mayoritariamente demócrata. Además, previendo una derrota, instó a que sus seguidores continuaran la lucha por otros medios, mediante la fuerza y la violencia, recurriendo a la fraseología típica de los fascistas.
Donald Trump es una cara de la moneda en el proceso de polarización política de la sociedad norteamericana; la otra, a la izquierda, se vio en la movilización de masas a favor de Sanders, y que de haber competido en las presidenciales podría haber barrido a Trump atrayendo a millones de nuevos votantes.
La base social de Trump —frente a las mentiras de muchos comentaristas— es la pequeña burguesía, pequeños propietarios, agricultores, que buscan una alternativa a la decadencia y la ruina que les rodea, y también sectores atrasados de la clase trabajadora blanca sacudidos por la crisis. Su campaña chovinista, nacionalista y racista tiene como objetivo utilizar a las capas más golpeadas y desesperadas. Su lema, “EEUU, lo primero”, es una forma de “nacionalismo económico”, semejante al de Marie Le Pen en Francia o de UKIP en Gran Bretaña, que pretende aumentar los aranceles y “proteger” la industria nacional de las “agresivas” exportaciones chinas y de la UE. De esa manera busca ganar el oído de los desempleados y trabajadores blancos empobrecidos, y de las capas medias arrancadas de su estabilidad pasada. Por supuesto, ese nacionalismo económico es la confesión del fracaso de la burguesía por resolver la gran recesión que estalló en 2008, y que sigue pesando sobre una recuperación más que modesta y que no evita el empobrecimiento de millones.
En un sentido, el triunfo de Trump, como sucedió con el Brexit, es un terremoto para el sistema político norteamericano que anuncia el fin de la estabilidad y un enconamiento sin precedentes de la lucha de clases en la principal potencia del planeta. Pero no hay que engañarse: Trump comparte con Clinton las mismas aspiraciones de dominio imperialista, y su defensa de los recortes sociales, la represión policial y los ataques a los derechos democráticos contra el ascenso de las luchas sociales, también era parte del programa de Hillary Clinton y de su antecesor Obama.
"Muchos han comentado que en estas elecciones se elegía entre la muerte por peste y la muerte por cólera"
¿Clinton, la candidata progresista?
Muchos han comentado que en estas elecciones se elegía entre la muerte por peste y la muerte por cólera. Y es cierto. Presentar a Hillary Clinton como una alternativa progresista a Trump era un engaño, y así lo ha entendido una gran parte de la sociedad norteamericana.
¿Quién es Hillary Clinton y que intereses representa? Para dar una respuesta a esta pregunta basta recordar que unas semanas antes de las elecciones saltó un escándalo revelador cuando WikiLeaks publicó más de dos mil correos electrónicos de su jefe de campaña, además de las transcripciones de los discursos de la candidata demócrata en conferencias internas para Goldman Sachs. En los materiales filtrados, Hillary reconoce que incluyó en su programa algunas cuestiones sociales para impedir la victoria de Sanders y atraer el voto de sus seguidores. En otro de los mensajes afirma ante los representantes de Wall Street que sus propias “promesas” las debían tomar con cautela. En los correos habla con desprecio de los inmigrantes y minorías religiosas, reivindica el “gobierno de los ricos” porque precisamente al ser ricos “no robarán”, e incluso llega a defender el envío de un dron a la embajada de Ecuador en Londres para asesinar a Julian Assange.
Los tres debates televisivos entre los dos candidatos se han caracterizado más por las descalificaciones personales mutuas que por enfrentar propuestas políticas. Pero en el último de ellos Clinton dejó muy claro que su programa es la defensa del papel imperialista de EEUU en el mundo, abogando por la ampliación de la intervención militar en Oriente Medio y, aunque manifestó que no “enviaría de nuevo tropas norteamericanas a Iraq como fuerza ocupante”, eso no quiere decir, por supuesto, que no se desplieguen con otros objetivos, como la lucha contra el ISIS u otra de tantas operaciones “humanitarias” y de “defensa de la democracia” tan habituales del imperialismo estadounidense.
Hillary Clinton es la candidata del establishment político y económico del país, de los grandes monopolios capitalistas, de la elite financiera. The Wall Street Journal publicaba que, de los 88 millones de dólares donados por millonarios a los candidatos presidenciales, 70 millones han ido a la campaña de Clinton, y Trump recibió 18 millones. Hillary Clinton ha cosechado también el apoyo público de cientos de ex altos cargos militares y oficiales, tanto republicanos como demócratas, demostrando que la mayoría del aparato militar la consideraban la “comandante en jefe”. Ahora esos mismos jefes militares tendrán que soportar a Trump, un advenedizo sin ningún tipo de experiencia ni conocimientos en política exterior.
Perspectivas turbulentas
Aunque las encuestas dieron ventaja a Clinton desde el principio, los márgenes se fueron estrechando y eso obligó a la administración Obama a esgrimir los supuestos resultados de su gestión para movilizar el voto demócrata. Pero sus esfuerzos han servido de muy poco.
La propaganda triunfalista de la administración demócrata chocaba con la realidad que viven decenas de millones de trabajadores que, aunque reciben un salario, deben recurrir a los cupones de ayuda alimenticia o dormir en albergues. La figura del trabajador pobre se ha extendido como una mancha de aceite, mientras la juventud se ahoga en el desempleo o sobrevive con trabajos precarios y salarios muy bajos. La pobreza sigue anclada en un 14%, con cuarenta millones malviviendo en la marginalidad. Las capas medias sufren un proceso acusado de proletarización, y el nivel de renta familiar es todavía un 1,6% inferior al de 2007 y un 2,4% al de 1999.
Según la OCDE, los dos países desarrollados donde más ha aumentado la desigualdad social y económica son EEUU y el Estado español. El año pasado la parte de la renta nacional que va al 1% más rico de los norteamericanos alcanzó el 22%, frente al 10% de 1981, un período de casi cuarenta años que ha estado gobernado por dos partidos (Republicano y Demócrata) que sólo han favorecido a los ricos a expensas de la clase trabajadora.
"Las bases para construir en EEUU un fuerte partido de la izquierda y de los trabajadores están madurado aceleradamente"
El triunfo de Trump provocó un temblor inmediato en los mercados financieros de todo el mundo, aunque después de su discurso conciliador hubo una reacción al alza de las bolsas. El peso mexicano perdió un 12% de su valor nada más conocerse los primeros datos, la mayor caída de la divisa desde la crisis de 1994. El euro subió hasta casi 1,13 dólares y el oro un 3,5%. En América Latina la noticia ha tenido un tremendo impacto: asusta el efecto de sus medidas contra los inmigrantes y una posible oleada de deportaciones, teniendo en cuenta que la economía latinoamericana —ya en abierta recesión— depende mucho de los 65.000 millones de dólares anuales que envían a sus países de origen los emigrantes latinos desde EEUU. En el terreno político, el triunfo de Trump ha sido celebrado por Marie Le Pen y las formaciones ultraderechistas de toda Europa, pero su avance electoral no será consecuencia de la victoria de Trump sino de las políticas de la derecha tradicional y de la socialdemocracia a la hora de gestionar la crisis en beneficio de los grandes monopolios y bancos.
Si una cosa está clara es que Trump no va a disponer de ningún período de luna de miel como el que logró Obama. Desde el principio se enfrentará a una situación internacional dominada por el caos y al incremento de las tensiones militares y económicas con otras potencias. Los indicadores avisan de que una nueva recaída de EEUU en la crisis es posible: la reducción del 1,9% de los beneficios empresariales en el segundo trimestre de este año, y la revisión a la baja del crecimiento económico que ha hecho el FMI no pronostican nada bueno. El gran capital financiero estadounidense presionará a Trump para que no alimente el fuego de la recesión doméstica y mundial con sus medidas aislacionistas, pues la participación en el mercado mundial sigue siendo vital para sus intereses. En cualquier caso, las contradicciones internas de la clase dominante norteamericana se van a agudizar, reflejando la crisis histórica de su sistema.
Esta por ver como se orienta Trump en el futuro inmediato, y sería un error minimizar la amenaza que supone para los trabajadores, los inmigrantes y la juventud de EEUU y del mundo. La tarea de la izquierda militante en EEUU es levantar un fuerte movimiento de resistencia y lucha contra este presidente reaccionario y sus medidas, algo que sólo podrá venir del impulso desde abajo. Y las condiciones para ello están dadas: Trump ha sido recibido con manifestaciones de protesta en Nueva York, Filadelfia, Seattle, Chicago, Oakland, Washington y Boston, en las que han participado decenas de miles de personas, especialmente jóvenes, y dónde los marxistas de Socialist Alternative han jugado un papel fundamental para su convocatoria.
Sería una equivocación pensar que con la claudicación de Sanders ha desaparecido todo lo que se ha despertado en las entrañas de la sociedad, el interés por el socialismo, el sentimiento anticapitalista, la necesidad de luchar y organizarse, el descrédito del sistema electoral y del bipartidismo. Al contrario, la experiencia de Sanders ha significado que millones de jóvenes y trabajadores han dejado de considerar al Partido Demócrata como una alternativa. Las bases para construir en EEUU un fuerte partido de la izquierda y de los trabajadores, de ese 99% excluido del poder político y económico, están madurado aceleradamente.
(1) En las elecciones presidenciales de EEUU se vota para elegir el colegio electoral con un número de representantes proporcional a la población de cada estado, de tal manera que el ganador en un estado, aunque gane por un voto, se lleva todos los representantes electorales