5 urteko mundu mailako atzeraldi ekonomikoarekin, gizarte kapitalistaren oinarriak goitik behera astindu dira. Denbora honetan, gobernuek hartutako neurriek murrizketen eta hersturen logika izan dute. Arlo ekonomiko guztiek okerrera egin dute eta potentzia handien artean tentsioa areagotu da. Gehiegizko ekoizpenaren krisi orokorraz ez da herrialderik salbatu, eta gainera, egoerak okerrera egingo duela diote datu nagusiek.

¡Sólo la revolución socialista puede poner fin a la catástrofe capitalista!


La crisis capitalista, y la destrucción de fuerzas productivas que ha provocado, arrastran a la miseria, al desempleo y la marginalidad a millones de hombres y mujeres en todo el mundo. Todo el sistema ha entrado en un periodo de decadencia y descomposición que obliga  a la clase dominante a lanzar una ofensiva furiosa contra todas las reformas del periodo precedente. Esa es la esencia de las políticas de ajuste y austeridad, de expoliación y empobrecimiento de las masas, que lejos de suponer un capricho de la reacción muestran la putrefacción del sistema capitalista. Esta es la base material y objetiva que explica precisamente la deslegitimación del parlamentarismo burgués, y la perdida de arraigo y apoyo social de los partidos tradicionales de la burguesía y de las direcciones reformistas de los sindicatos y partidos obreros. Como el marxismo señala, los grandes fenómenos políticos tienen, siempre, profundas causas sociales.

Si los efectos económicos de la crisis han sido excepcionales, lo más importante es comprender sus consecuencias en la lucha de clases: la irrupción de las masas en la arena de los acontecimientos políticos es el factor decisivo de la actual etapa histórica. La crisis capitalista representa una dura escuela de aprendizaje para millones de jóvenes y trabajadores. Tal como señaló Engels hay periodos en que las masas aprenden en pocos meses más que en décadas enteras, y este es uno de ellos; es la propia burguesía y la dictadura del capital financiero en que se sustenta, lo que empuja a millones a sacar conclusiones revolucionarias. No sólo en las filas de la clase obrera. El giro hacia la izquierda de la juventud, y de amplios sectores de las capas medias proletarizadas y arruinadas por las crisis, muestran la naturaleza revolucionaria de la situación actual.

La maravillosa revolución de los trabajadores y la juventud en el mundo árabe, que se prolonga por dos años, los grandes movimientos de rebelión social vividos en Europa, especialmente la cascada de huelgas generales y lucha de clases emprendida por los trabajadores de Grecia, Portugal y el Estado español, o la vitalidad de la masas latinoamericanas en su lucha por la transformación social, reflejan el enorme potencial revolucionario existente. La burguesía, con sus ataques, está generando las condiciones para su derrocamiento, tal como señalaron Marx y Engels en El Manifiesto Comunista.

Ruptura del equilibrio capitalista

Asistimos a un cambio dramático en la historia contemporánea, un punto de inflexión hacia una fase de decadencia y senectud del modo de producción capitalista, marcado por la ruptura del equilibro construido cuidadosamente en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y que se volvió a recomponer tras la derrota de la oleada revolucionaria de los años setenta y el colapso del estalinismo.

Una ruptura que se expresa en todos los frentes: en el resquebrajamiento político y económico de la Unión Europea; en la lucha despiadada que las grandes potencias libran por el mercado mundial, que tiene su reflejo en el recrudecimiento de los enfrentamientos militares como estamos observando con la intervención imperialista en Malí o las hostilidades diplomáticas en el sureste asiático. En la inestabilidad crónica de la política capitalista, el cuestionamiento y la desautorización de las instituciones de la democracia burguesa, y una crisis profunda del parlamentarismo. Pero sobre todo, en la brutal guerra de clases que se extiende por todos los rincones del planeta, y que ha supuesto una sacudida en la forma de pensar de millones de oprimidos, en la recomposición de la conciencia de clase, y en una polarización política y radicalización de las masas hacia la izquierda que pone en el orden del día la posibilidad real de la revolución socialista.

Después de cinco años el capitalismo sigue completamente empantanado en la crisis más profunda desde los años 30, sin que haya ninguna razón sólida para pronosticar una salida inmediata a esta situación. La burguesía ha evitado el colapso de la economía mundial gracias al mayor rescate público del sistema financiero que jamás ha conocido la historia, y a la imposición de políticas de austeridad que están socavando las conquistas del movimiento obrero logradas en las cinco décadas pasadas. Eso significa que los desequilibrios de fondo acumulados en la economía mundial siguen sin resolverse, pero que otros nuevos se están desarrollando. El salvamento con dinero público de la gran banca ha colocado la deuda pública de las naciones capitalistas en unos niveles sin precedentes, cuando ya antes de la crisis había alcanzado cotas históricas y actuando como uno de sus agravantes. La especulación financiera sigue dominando la actividad económica, alimentada por un acceso ilimitado y barato a la liquidez, y la sobreproducción persiste en todos las ramas fundamentes de la economía. A lo sumo, lo que han conseguido es disfrazar temporalmente todas esas contradicciones, preparando el terreno para que emerjan nuevas sacudidas y convulsiones en un futuro más o menos próximo.

A pesar de la propaganda sobre la “inminente” recuperación económica, que recurrentemente se anuncia desde hace cuatro años, las tendencias de todos los bloques económicos y países fundamentales son claramente negativas. La crisis del capitalismo mundial se expresa en la crisis del capitalismo norteamericano, el más poderoso. En este escaparate del sistema, se muestra  como la voracidad del capital financiero paraliza las fuerzas productivas y debilita progresivamente, con crisis recurrentes, el organismo general del modo de producción capitalista. EEUU se mueve en el filo del estancamiento y el crecimiento raquítico, que ha sido de un 2% en 2012. Aunque ha conseguido atenuar el golpe de la crisis a través de la inyección monetaria más grande de su historia, la burguesía estadounidense ha disparado el endeudamiento del país sin resolver las crisis de sobreproducción. En 2011 Estados Unidos estuvo al borde de la bancarrota en sus finanzas públicas, y hoy el pago de intereses de la deuda está por encima del gasto en defensa. Paralelamente a esta inyección monetaria, la burguesía norteamericana devaluó el dólar con lo que mejoró su posición en el mercado mundial a costa de sus competidores. Pero esta salida “nacional” a la crisis, que echa por tierra las viejas tesis de una “solución coordinada internacionalmente”, agudiza aún más la dinámica descendente de la recesión: no es de extrañar que en la última cumbre del G-20 celebrada en Rusia el mes de febrero, se señalara como la principal amenaza para la economía capitalista una guerra de divisas.

La zona euro también entró en recesión el año pasado, por segunda vez desde el inicio de la crisis, y todas las previsiones son que la situación se agrave en 2013. En el último trimestre de 2012 la economía alemana ha decrecido un -0,5 por ciento, alcanzado de nuevo su punto más bajo desde 2009. Las perspectivas para Francia, Italia, Gran Bretaña también son de clara recesión en 2013, y en el caso de las economías del sur este año será un nuevo descenso a los infiernos. La clave de la situación europea es la crisis de sobreproducción que ha conducido a una caída espectacular de la inversión productiva. La inversión en la UE declinó un promedio anual de más de 350.000 millones de euros entre 2007 y 2011, un declive superior en 20 veces a la caída del consumo privado y en cuatro veces la caída del conjunto total de la economía europea. A esto se suma la crisis de la deuda (provocada por el rescate público al capital financiero) que sitúa el conjunto de la economía capitalista europea al borde del precipicio, en el que cualquier acontecimiento puede hacer saltar el precario equilibrio existente, provocando nueva y más profundas convulsiones.

También se ha producido un notable enfriamiento de las perspectivas para el llamado bloque de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China): de una media de crecimiento del 8% entre 2000-2008 se cae a un 4,5% en 2012. Brasil crecerá un débil 2,5%. La economía china avanzó un 7,8% el año pasado, el ritmo más lento de los últimos 13 años. Lo mismo sucede con Japón, que volvió a entrar en recesión a finales de 2012 debido a la caída de las exportaciones.

Catástrofe social

En todos los países el peso de las rentas salariales están cayendo en picado en proporción a las rentas del capital,  lo que indica una enorme aceleración de la polarización social. El impacto de la crisis económica ha dejado al borde de la pobreza y la exclusión social a 119,6 millones de personas en la Unión Europea durante 2011. La tasa de desempleo mundial ha alcanzado una cota histórica, con más de 200 millones de parados según cifras oficiales, a lo que se suma una tendencia imparable a la precarización laboral y una ofensiva sin cuartel contra las conquistas sociales y los derechos democráticos del periodo precedente. Medidas que buscan la recuperación rápida de la tasa de ganancias de los capitalistas, y asestar un golpe decisivo contra la capacidad de resistencia de la clase obrera. A la desvalorización de la fuerza de trabajo a través del hundimiento de los salarios, por la existencia de un ingente ejército de reserva y la incapacidad de las direcciones reformistas de la clase obrera por presentar batalla, se une una nueva oleada de privatizaciones de los sectores públicos esenciales.

Las grasas sociales y políticas que el sistema acumuló en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, especialmente en los países capitalistas avanzados, se han dilapidado. La ruina y el empobrecimiento de las capas medias, sostén de las políticas burguesas en las décadas precedentes, constituye un fenómeno político de primera magnitud. Las viejas formas de dominación política del capital, basadas en el mecanismo del parlamentarismo burgués, cada vez se ven más cuestionadas. La clase dominante se prepara para la etapa histórica que vivimos recurriendo a recortes drásticos de los derechos democráticos, la utilización constante de los medios represivos del aparato del Estado, y todo tipo de legislación excepcional.

Si ésta es la cruz de la crisis, la cara está siendo el cuestionamiento general del sistema por parte de extensas capas de la población y un auge de los conflictos sociales y de la lucha obrera que afecta a todas las zonas del planeta.

Ascenso de la lucha de clases

Es imposible detenerse en todos los focos de la lucha de clases mundial, pues en los dos últimos años hemos visto una escalada de tal dimensión que hay que remontarse a los años setenta y los treinta para establecer un punto de comparación. Citaremos en cualquier caso algunos de los ejemplos más sobresalientes.

Los acontecimientos revolucionarios en Egipto, Túnez y Libia de finales de 2010 y principios de 2011 tuvieron un tremendo impacto mundial, animando la protesta social en Europa, especialmente en el Estado español, en Israel y en EEUU. A lo largo de todo el año 2012 la prensa burguesa ha realizado una intensa campaña ideológica en la que se ha ligado de forma falsa e intencionada la revolución árabe al integrismo fundamentalista. Sin embargo, los recientes acontecimientos en Egipto y Túnez están volviendo a poner las cosas en su sitio, destacando de nuevo el papel revolucionario de las masas. En el caso de Egipto, seis meses de gobierno islamista, amparado y respaldado por los militares y las potencias occidentales, ha revelado el papel contrarrevolucionario del integrismo. Las recientes movilizaciones han tenido como desencadenante la constitución bonapartista diseñada por Mohamed Morsi para afianzar su poder presidencial; los islamistas han tenido enormes dificultades de contraponer las urnas al movimiento de las masas. En el referéndum ganó el SI, pero con un nivel de participación bajísimo. En el Cairo y en Alejandría, que son los dos principales bastiones del movimiento obrero egipcio, ganó el NO a la constitución. El gobierno tampoco ha podido ampliar su base de masas, aunque sí ha organizado bandas de tipo fascista para enfrentarse a la oposición. La posibilidad de que la burguesía, el Ejército y las potencias occidentales puedan estabilizar la situación es improbable, pues el margen para las reformas democráticas, con el trasfondo de la crisis económica mundial, es realmente muy limitado.

En Túnez, la caída de Ben Alí fue el resultado del movimiento revolucionario de la clase obrera y la juventud (especialmente de sus sectores más combativos, desempleados y estudiantes). En esos momentos, se desarrolló una oleada de huelgas y manifestaciones por todo el país de dimensiones históricas, se formaron comités nucleados en torno a  los activistas de la UGTT, que con una política marxista y una estrategia revolucionaria consecuente podrían haber tomado el poder. Las maniobras del régimen moribundo, de la socialdemocracia internacional y del imperialismo, permitió que tras las primeras elecciones se formara un gobierno integrista, que rápidamente aplicó las recetas del FMI, del BM y el BCE, es decir de La Troika.

El Gobierno islamista de Enhanda, apoyado por partidos burgueses, no ha evitado que se produjera un fortísimo movimiento huelguístico impulsado desde abajo por la base de la UGTT, pese al obstáculo de su dirección conciliadora y desmovilizadora. Esta contradicción entre la dirección y la base del sindicato, está marcando el desarrollo de la revolución en Túnez. El intento del gobierno integrista de parar el movimiento, utilizando las bandas fascistas de los salafistas para intimidar a los activistas de la UGTT, y con el asesinato a manos de sicarios de Chokri Belaïd, reconocido dirigente de la izquierda, ha sido la espoleta que ha provocado un nuevo alzamiento. La fuerza de la clase obrera es enorme, como ha demostrado la última huelga general. La dirección de la UGTT podría tomar en sus manos el poder y terminar con el orden burgués y la oligarquía proimperialista. Pero sigue insistiendo en su política de conciliación entre las clases y de reformas constitucionales en el marco del podrido capitalismo árabe.

A pesar de que el factor que introduce más distorsiones en el proceso revolucionario árabe es la falta de un partido marxista con influencia de masas, la naturaleza progresiva y anticapitalista del movimiento que derribó las dictaduras de la región está fuera de toda duda y continúa vivo. La revolución va tomando líneas de clase cada vez más definidas, reflejando un aumento de la  madurez de las masas tras la primera etapa, el febrero árabe,  y la nueva en que se deslindan los dos campos fundamentales entre la burguesía y el proletariado.

No hay salida para las masas del pueblo árabe bajo la dominación capitalista e imperialista. Cualquier derecho, cualquier avance en las libertades democráticas y en las condiciones de vida de la población, deberá ser arrancada a la oligarquía y sus aliados occidentales, y cuestiona directamente las bases de la dominación burguesa. La lucha por la democracia carece de sentido si no está vinculada a la transformación socialista de la sociedad, a la expropiación de la banca, los monopolios, los terratenientes, y al derrocamiento de la casta militar. El desarrollo de los acontecimientos en el mundo árabe confirma las tesis de la revolución permanente sobre el carácter socialista de la revolución en los países más atrasados y oprimidos por el imperialismo.

En Venezuela, cuyos acontecimientos ejercen una influencia decisiva para toda América Latina, lo más significativo es que a pesar de la muerte del Presidente Chávez, y el golpe que esto ha supuesto para las masas venezolanas, el proceso revolucionario que se ha prolongado más de doce años sigue vivo aunque es evidente que ha entrado en una nueva etapa, más turbulenta. Las elecciones del domingo 14 de abril, en las que Nicolás Maduro, el candidato del chavismo, tan sólo sacó 234.935 votos más que el candidato de la oposición reaccionaria, obteniendo una victoria muy ajustada, confirma que el peligro de contrarrevolución está presente en la situación y que la situación es muy volátil.

Efectivamente, en las últimas elecciones presidenciales a las que se presentó Chávez, en octubre de 2012, este volvió a ganar con contundencia, representando para la oposición burguesa una derrota sin paliativos tras albergar muchas expectativas de victoria. A esta derrota siguió la debacle en las elecciones a los Estados del 16 de octubre, en las que se produjo otro auténtico barrido del chavismo, que logró ganar incluso en plazas muy significativas de la oposición, como Zulia, Carabobo y Táchira. Estos datos revelan la fuerza del movimiento revolucionario y la debilidad de la burguesía y el imperialismo. Sin embargo, el peligro de la contrarrevolución está presente, sobre todo por el nefasto papel de la burocracia bolivariana, que sabotea la revolución desde dentro en colaboración con la burguesía. Aunque sería un error identificar la desaparición de Chávez de la escena política con el fin de la revolución, tampoco podemos subestimar los peligros que la acechan. Sin duda, los ajustados resultados de las elecciones presidenciales de abril no son positivos y serán utilizados por parte de la burguesía venezolana y del imperialismo para tratar de insuflar ánimos a su base social y machacar la moral de la base social de la revolución. No obstante, cualquier intento de la burguesía o incluso de un sector de la burocracia de aprovechar este acontecimiento para poner fin a este proceso a corto plazo, puede provocar una reacción de las masas, que se encuentran muy activas, muy sensibles, y que han acumulado una gran experiencia en los últimos años.

También en EEUU estamos asistiendo a un ascenso del movimiento obrero y de la protesta social; recientemente se ha producido una importante huelga de 25.000 maestros en Chicago, contra los recortes y en defensa de la educación pública, que centró la atención política en plena campaña electoral. Fue una movilización impulsada por abajo, con un gran nivel de implicación de los maestros y que se saldó con una victoria parcial. También los trabajadores de Wal-Mart plantaron cara a la empresa. En el pasado reciente, la rebelión sindical de Wisconsin, el movimiento Occupy Wall Street y la huelga general en Oackland, son indicativos del enorme fermento político que se está acumulando en la sociedad estadounidense, donde el sentimiento de odio hacia los ricos y el cuestionamiento del capitalismo representa un cambio fundamental en la situación política del país. Es evidente que las reservas sociales y políticas de la burguesía norteamericana, otrora las más consistentes de todos los países capitalistas desarrollados, están claramente mermadas. La preocupación de Obama por una recaída de la economía norteamericana en la recesión tiene claramente que ver con el miedo a la perspectiva de explosiones sociales por toda la geografía de EEUU.

China, a pesar de que las tasas de crecimiento de su economía son —por el momento— una excepción en comparación con el resto de las potencias occidentales, es un verdadero volcán social, un epicentro de la conflictividad laboral mundial. Precisamente el desarrollo económico de las últimas décadas ha creado un proletariado poderoso, joven y que ahora está despertando aceleradamente a la vida política, empezando por la reivindicación de sus derechos laborales fundamentales. Es un proceso similar al que experimentó el proletariado ruso a principios del siglo XX o el proletariado brasileño a finales de la década de los 70. El movimiento huelguístico en China no ha parado de crecer en los últimos años y ahora está en pleno apogeo. Un punto muy importante es que, dada la fuerza y la radicalización del movimiento huelguístico, en muchas ocasiones el régimen no se atreve a emplear la represión de forma generalizada y muchas luchas acaban en victorias, consiguiéndose aumentos salariales importantes. Esta situación comporta una dinámica difícil de detener, pues incrementa poderosamente la confianza de la clase obrera china en sus propias fuerzas. El auge de lucha obrera es uno de los principales problemas y contradicciones del capitalismo chino, que sigue dependiendo de forma fundamental de la competitividad de sus exportaciones, basada precisamente en la utilización masiva de la mano de obra barata. China es una de las mayores reservas de la revolución mundial, sino la principal. El estallido de una situación revolucionaria en este país gigantesco, inevitable tarde o temprano, tendrá un impacto brutal en toda la situación internacional, en la economía, en las relaciones entre las potencias y en la dinámica interna de lucha de clases de todos los países.

Pero sin duda donde el enfrentamiento político y social ha llegado más lejos es en el continente Europeo, y específicamente en Portugal, el Estado español y Grecia. El pasado 2 de marzo, más de un millón y medio de personas salieron a la calles de decenas de ciudades de Portugal para exigir el fin de los recortes y la dimisión del Gobierno conservador de Passos Coelho. La decisión del Tribunal Constitucional luso, a principios de abril, de anular una parte de los recortes del gobierno es un reflejo de la tremenda polarización social y política alcanzada en el país y del tremendo impacto de las recientes movilizaciones de protesta. Es una clara victoria del movimiento obrero y de la juventud portuguesa. El empecinamiento del gobierno portugués de compensar de forma inmediata este brutal revés político con más recortes en sanidad, educación y pensiones puede dar un carácter todavía más virulento y explosivo a la protesta social. Tras el rescate financiero a este país y los constantes y brutales planes de ajuste, Portugal se ha hundido definitivamente en una depresión económica siguiendo los pasos de Grecia. En el último año el PIB se ha contraído un 3,2 %, mientras el paro subía del 11 al 17 % y la pobreza se extendía entre el conjunto de la población alcanzando al 25 % de la misma. Las manifestaciones del 2 de marzo fueron las más multitudinarias desde que comenzó la crisis, participando directamente en las mismas un 15 % de la población. Bajo el lema “El pueblo es el que ordena”, estrofa del himno “Grandola, Vila Morena”, cientos de miles de jubilados, trabajadores, sanitarios, profesores, estudiantes, parados, sindicatos y partidos de la izquierda, y militares, recorrieron las calles de Lisboa, Oporto y más de una treintena de ciudades. Miles de personas portaban rosas evocando las famosas imágenes de la Revolución de los Claveles, cuando el pueblo confraternizando con los soldados derroco la dictadura de Marcelo Caetano. Y ese es el auténtico temor de la clase dominante lusa: después de varias huelgas generales y manifestaciones históricas, en la conciencia de millones de trabajadores y jóvenes está prendiendo la idea de que es necesaria otra revolución de abril, una revolución social que barra definitivamente con el capitalismo.

Portugal es uno de los epicentros de la lucha de clases europea, pero no el único. Grecia vive una situación prerrevolucionaria y la polarización política se ha agudizado al máximo. Según las últimas encuestas Syriza sería el partido más apoyado y la ultraderecha de Amanecer Dorado el tercero. El PASOK, otrora uno de los partidos socialdemócratas más poderoso de Europa, y que después del gigantesco batacazo de las elecciones generales de 2012 ha seguido totalmente involucrado en la política de recortes mano a mano con Nueva Democracia, está en fase de colapso: su intención de voto ha bajado hasta el 5%. En Grecia se están anticipando muchos procesos que se vivirán en el Estado español y otros países del sur de Europa.

La democracia burguesa griega está sumida en una profunda crisis. El plan de la clase dominante de sustituir al gobierno “técnico” de Papademos, impuesto por la Troika en noviembre de 2011, por uno “legitimado” en las urnas y que contara con el fuelle suficiente para emprender nuevos y brutales ataques, fracasó completamente. En sus cálculos estaba que, pasase lo que pasase, entre el PASOK y Nueva Democracia, los dos partidos comprometidos con los planes de ajuste impuestos por la Troika (BCE, FMI y UE), obtendrían la mayoría absoluta en el Parlamento y que la asignación automática (y antidemocrática) de los 50 diputados al partido más votado compensaría el castigo que iban a sufrir en las urnas. Sin embargo, la debacle de ambos partidos en las elecciones de mayo de 2012, especialmente del PASOK, fue de tal calibre que les resultó imposible formar gobierno y tuvieron que convocar nuevas elecciones para el 17 de junio.

Tan significativo como el hundimiento de los dos principales partidos políticos griegos, que han sido el sustento fundamental de la democracia burguesa desde la caída de la dictadura, es que Siryza superó ampliamente al PASOK en las elecciones de junio y se convirtió en la segunda fuerza parlamentaria y a tan solo 130.000 votos de Nueva Democracia. La burguesía griega y europea estaba aterrorizada con la perspectiva de una victoria electoral de Syriza en las segundas elecciones (que podría haber supuesto formación de un gobierno de izquierdas opuesto a los planes de recorte y con un fuerte apoyo en la calle, incluso con la participación del KKE) y desató una campaña brutal de miedo, augurando el caos y la guerra civil. A pesar de ello Syriza aumentó sus resultados de mayo aunque podrían haber sido mejores, lo que equivale a afirmar que podría haber ganado las elecciones, si no hubiera rebajado el contenido de su programa y su discurso. Por su parte, el KKE pagó en las urnas su programa estalinista y la orientación extremadamente sectaria de su dirección.

A corto plazo los capitalistas consiguieron evitar lo peor, pero el gobierno encabezado por Nueva Democracia es extremadamente débil. Un sector de la burguesía está apostando por incrementar la actividad de las bandas fascistas, que encuentran un caldo de cultivo en una situación de gran descomposición social. La oleada de atentados contra varias instituciones oficiales a mediados de enero, representa una maniobra organizada por sectores del propio aparato del Estado con el objetivo de crear un clima de tensión que paralice la protesta social y justifique una intervención “excepcional” de las fuerzas represivas para poner en orden la situación. Es obvio que las tendencias bonapartistas se están reforzando en el seno de la clase dominante griega, aunque otra cosa es que vayan a jugar, a corto plazo, la carta de una dictadura. Si lo hicieran, podrían precipitar la revolución en Grecia e incluso radicalizar todavía más la protesta social en todo el sur de Europa.

A pesar de las alzas y bajas, el movimiento obrero griego está  muy activo y alerta. Ha protagonizado más de diez huelgas generales en los últimos dos años que han paralizado el país y han demostrado el músculo revolucionario de los trabajadores y jóvenes griegos. Es cierto que las huelgas no han detenido los planes del gobierno, pero han sido decisivas a la hora de cohesionar a los trabajadores, amentar su conciencia colectiva y dar confianza a sus acciones. Como señaló Trotsky refiriéndose a los acontecimientos revolucionarios franceses de 1935-36: “La huelga general, como lo saben todos los marxistas, es uno de los medios de lucha más revolucionarios. La huelga general no se hace posible más que cuando la lucha de clases se eleva por encima de todas las exigencias particulares y corporativas, se extiende a través de todos los compartimentos de profesiones y barrios, borra las fronteras entre los sindicatos y los partidos, entre la legalidad y la ilegalidad y moviliza a la mayoría del proletariado, oponiéndola activamente a la burguesía y al Estado. Por encima de la huelga general, no puede haber sino la insurrección armada. Toda la historia del movimiento obrero testimonia que toda huelga general, cualesquiera que sean las consignas bajo las cuales haya aparecido, tiene una tendencia interna a transformarse en conflicto revolucionario declarado, en lucha directa pon el poder. En otras palabras: la huelga general no es posible más que en condiciones de extrema tensión política y es por eso que siempre es expresión indiscutible del carácter revolucionario de la situación”.

Precisamente, las huelgas generales en Grecia han puesto encima de la mesa la cuestión del poder, y de la dirección revolucionaria, de una forma ineludible. Objetivamente la situación es claramente favorable para los trabajadores griegos, pero el problema fundamental está en su dirección. Tanto Syriza como el KKE deben converger en un Frente Único y defender una estrategia política socialista para que los trabajadores tomen el poder. Como señalamos en la declaración de la Corriente Marxista Revolucionaria de marzo de 2012: “al poder de la burguesía hay que oponer el poder de los trabajadores: impulsar la formación de comités revolucionarios en todas las empresas, industrias, tajos, escuelas, universidades y barrios. Comités basados en las asambleas, cuyos miembros deben ser elegidos democráticamente por los trabajadores y la juventud para llevar a cabo las tareas de la revolución socialista: el control obrero de la producción, y de la vida social; la organización de una huelga general indefinida con ocupaciones para tomar el control de los centros de poder económico y político; el establecimiento de un Parlamento Revolucionario integrado por los delegados de todos estos comités para adoptar las medidas descritas anteriormente; la organización de la autodefensa de la clase obrera, en cada fábrica, en cada sindicato, en cada centro de estudio, en cada barrio; un llamamiento fraternal a los soldados e incluso a los miembros de los sindicatos de la policía a servir al pueblo, estableciendo comités revolucionarios y plenos derechos democráticos en su seno; y la extensión de este plan de acción al conjunto de la clase obrera europea: bajo la UE de los capitalistas y los banqueros no hay salida, pero bajo una Grecia fuera de la UE pero capitalista tampoco. Es necesario levantar la bandera del internacionalismo proletario que lleva inscrita la consigna de los Estados Socialistas de Europa”.

En cuanto al Estado español, en 2012 se han producido cambios con implicaciones muy importantes en muchos terrenos, empezando por un incremento extraordinario de la movilización social, que incluye dos huelgas generales y movilizaciones de masas ininterrumpidas en defensa de la sanidad y la educación públicas, además de demostraciones y acciones contra los desahucios impuestos por la banca que cuentan con el apoyo de la inmensa mayoría de la población. En estos años se ha producido un gran salto en el proceso de toma de conciencia y de radicalización hacia la izquierda. 2012 también ha sido un año de profundo desgaste político del gobierno del PP, que ha perdido una parte considerable de su apoyo social y se encuentra en una situación de extrema debilidad; de profundización de la crisis de la socialdemocracia y de una clara extensión del descrédito general del sistema capitalista y de sus instituciones.

Todos estos factores tienen como nexo común una gravísima crisis económica, marcada por la destrucción de fuerzas productivas, caída de la inversión, tasas de desempleo en niveles históricos, empobrecimiento de amplias capas de la población y una crisis financiera que proyecta una larga sombra hacia el horizonte. Existe una incapacidad manifiesta de la clase dominante de dirigir la sociedad hacia otra situación que no sea la de una catástrofe social. La burguesía española no es capaz de crear la más mínima expectativa, y menos aún de generar ningún tipo de ilusión en un cambio a mejor en el futuro. Esta realidad es percibida por una parte muy amplia de la sociedad, y tiene implicaciones muy hondas en la conciencia de millones de personas, especialmente en las filas de la clase obrera pero también entre las capas medias. Según una encuesta reciente de Metroscopia, el 73% de la población piensa que “España está al borde de un estallido social a causa del nivel de paro y de pobreza existente”, (El País, 20 de enero).

Tras décadas de política de pactos y concesiones a los capitalistas, la autoridad política y moral de los dirigentes reformistas de la clase obrera está muy mermada; la crisis ha remachado todavía más ese descrédito. Una situación cualitativamente diferente a la que se vivió en los llamados años de la Transición. Las viejas capas del movimiento obrero, cansadas y escépticas, tienen un peso cada vez menor en el ambiente general, en las luchas y en las conclusiones políticas que se derivan de las mismas, aunque siguen teniendo un peso muy importante en las estructuras burocráticas de los partidos y sindicatos obreros. Los sectores más jóvenes de la clase obrera está jugando un papel cada vez más protagonista, creando las condiciones objetivas y subjetivas para la recuperación de las mejores tradiciones del movimiento y sentando las bases para la penetración y el arraigo de las ideas marxistas revolucionarias. La dinámica de fondo de la lucha de clases y la decadencia orgánica del capitalismo español empujan la situación objetiva hacia una crisis prerrevolucionaria. Es difícil determinar con exactitud los ritmos de los acontecimientos pero lo cierto es que todos los pilares que han sostenido la estabilidad política del régimen en los últimos 30 años se encuentran seriamente resquebrajados.

Inestabilidad capitalista y lucha entre las potencias

La situación en Portugal, Grecia y el Estado español, se enmarca dentro de la profunda crisis política y económica de la Unión Europea. Detrás de la crisis en torno al euro subyace el enfrentamiento de intereses nacionales de las distintas burguesías europeas y las sombrías perspectivas para la economía mundial, que lo agrava todavía más. La última cumbre europea de diciembre, en la que se iba a dar un impulso a la unión bancaria, ha acabado de nuevo en un fiasco: lo fundamental es que no va a haber ayudas directas a la banca sino que los distintos estados serán, en último término, los garantes de estas ayudas; tampoco se establecerá un fondo de garantía común que corte la fuga de capitales del sur al centro de Europa.

El mensaje de Alemania en todos los puntos de discusión es claro: que cada burguesía asuma el coste económico y político de su situación nacional. Por supuesto que Alemania está totalmente atada al desarrollo general de la economía europea y tiene que sopesar continuamente todos los pasos que da. No puede dejar caer a la banca de los países periféricos sin que ello suponga arrastrar a su propia banca; pero no quiere perder en absoluto el control sobre la política monetaria de la UE y del BCE, ni dotarlo de mecanismos “automáticos”. Todos los rescates e inyecciones de liquidez tienen que estar bajo control de la burguesía alemana. Pero en esta estrategia, que trata de garantizar los créditos alemanes y europeos a las bancas nacionales en quiebra, a costa de planes de ajuste, más austeridad e incluso “corralitos” financieros, puede desembocar en un estallido social de incalculables consecuencias. Lo que está pasando en Grecia, en Portugal, en el Estado español, se ha visto ahora reforzado por los acontecimientos en Chipre, dónde el intento de la UE de incautar una parte de los ahorros de la población chipriota para salvar al sistema financiero, amenaza con una revuelta revolucionaria. Es una advertencia de lo que puede ocurrir, en cualquier momento, en otros países del sur de Europa que tienen además una larga tradición revolucionaria.

La burguesía europea, y la alemana, se encuentran en un auténtico dilema. La posibilidad de una ruptura del euro, que permitiría a las burguesías nacionales volver a tener el control de la política monetaria, significaría una hecatombe de dimensiones imprevisibles para el capitalismo mundial y por eso todos los sectores fundamentales de la clase dominante quieren evitar esta perspectiva. Por otro, los avances hacia la unificación, siempre incompletos, lentos e inestables, solo se pueden producir bajo la dictadura del capital alemán, dando pie a continuos choques de intereses nacionales y acentuando todavía más el descrédito de las políticas de austeridad, y de las propias burguesías nacionales, ante las masas.

La crisis de la UE refuerza la idea que subrayamos los marxistas hace años, justo en los momentos en que la “euforia europeista” cegaba a los dirigentes socialdemócratas del movimiento obrero: la crisis económica pondría a prueba la unidad europea sobre bases capitalistas.  Como señalamos en los momentos en que nuestra voz nadaba contracorriente de la opinión pública, cuando estallara la crisis los estrechos intereses de las burguesías nacionales se superpondrían a las tendencias hacia la “unidad europea”. Y en la actualidad, lo que está ocurriendo es que se está imponiendo los intereses nacionales de la burguesía más fuerte de la que dependen el resto de los capitalistas del continente. La crisis en la UE ha fortalecido a la burguesía alemana como potencia dominante. La influencia alemana en la política europea es ahora la más grande desde la segunda guerra mundial, de ahí las reticencias cada vez mayores de la clase dominante británica, entre otras,  a continuar en el barco de la UE.

Los trabajadores tenemos la obligación de denunciar a los que apelan a “más Europa” pero bajo las mismas coordenadas capitalistas, y aquellos que denuncian la integración y recurren a la demagogia nacionalista pero sin romper tampoco con las cadenas de la propiedad privada y las relaciones de explotación de la economía de mercado. La alternativa a la actual catástrofe exige defender y conquistar una Federación Socialista Europea, basada en la expropiación del sistema financiero, de los grandes monopolios, y en el derrocamiento de la actual dictadura del capital sustituyéndola por un régimen democrático de los trabajadores.

Otra vertiente de la crisis es la acentuación de las tensiones entre las potencias, un aspecto central de la situación política mundial. El escenario más caliente de estas disputas es la zona de Asia-Pacífico, con el enfrentamiento entre EEUU y China, y también la implicación de Japón como protagonista fundamental. China, cuyo crecimiento económico fue uno de los factores más importantes que ayudaron a prolongar el crecimiento económico en los 90 y primeros años de este siglo, se ha convertido paradójicamente en su contrario: en un poderoso factor de inestabilidad a nivel económico, político y militar. Las diferentes potencias de la zona y particularmente el imperialismo norteamericano temen, no sin razón, que China se convierta en la nación imperialista dominante. El creciente enfrentamiento de China con países de la zona (Japón, Filipinas) es muestra de ello. Todo el proceso se expresa en la espectacular carrera armamentística que se está produciendo en la zona. Por una parte, el imperialismo norteamericano está reequilibrando sus fuerzas militares hacia el Pacífico en un intento de mantener su supremacía política, económica y militar, y poner un cortafuegos al creciente poder Chino (para 2020, el 60% de la flota naval de Estados Unidos estará basada en la región del Pacífico). A su vez, China está adecuando también su poder militar al incremento de su peso e influencia en la economía mundial, mientras Japón está promoviendo una reforma constitucional para poder disponer de un ejército preparado para intervenir en el exterior, un veto impuesto por EEUU después de la Segunda Guerra Mundial. Es en este contexto global como hay que situar la escalada de tensión la península de Corea, con las maniobras militares de EEUU y Corea del Sur y la respuesta de Corea del Norte y China.

Las crecientes tensiones entre las potencias, y el nuevo reequilibrio de poder que provocarán,  tenderán a remover profundamente las sociedades de las potencias en litigio. Una sociedad en las que la polarización social y política ya ha alcanzado grados críticos, como hemos analizado. El incremento del militarismo y las guerras, en el marco de la lucha por cada pedazo del mercado mundial y por el control de las fuentes estratégicas de materias primas, tienen un doble efecto en la lucha de clases. Por un lado refuerzan la necesidad de las burguesías en intensificar la utilización del veneno del nacionalismo, pero por otro lado agudiza la crisis general del sistema, la percepción de que los capitalistas empujan el planeta hacia el desastre más completo y por tanto a un cuestionamiento todavía mayor de la clase obrera hacia su dominio. Todos estos factores conforman la base material y política, las condiciones objetivas y subjetivas, que impulsan la revolución socialista y sus perspectivas de triunfo.

Construir la Corriente Marxista Revolucionaria

La crisis más importante desde el crack de 1929 ha puesto en primer plano una idea fundamental: las fuerzas productivas se rebelan contra la camisa de fuerza que representa las fronteras nacionales y la propiedad privada de los medios de producción. El capitalismo ha sobrepasado sus límites y ya no juega ningún papel progresista, pero no caerá por si sólo, y la burguesía mundial se prepara para sostenerlo cueste lo que cueste. No podemos olvidar que la dureza de la recesión, junto con las medidas de ajuste salvaje, crean las condiciones para una nueva fase de acumulación capitalista. Mediante una desvalorización todavía mayor de la fuerza del trabajo y una recuperación de la plusvalía cedida a través del gasto social (sanidad, educación, infraestructuras, subsidios…); acabando con las conquistas históricas de la clase trabajadora obtenida en una dura lucha de clases a lo largo de sesenta años, la burguesía mundial pretende estabilizar la situación. Sin embargo, hay factores políticos implicados que condicionan, y mucho, esta perspectiva.

La profundidad y extensión de la crisis, con un desempleo de masas de carácter estructural, y la política actual de los gobiernos en todo el mundo, está precipitando una guerra social que lleva directamente a un proceso agudo de diferenciación social, la ruina de las clases medias y la proletarización general de la sociedad. Acontecimientos históricos que están provocando un cambio radical en la psicología y la actitud de millones de trabajadores, jóvenes y desempleados para avanzar hacia una alternativa socialista.

La clase obrera está comprendiendo a través de su experiencia que no se puede hacer frente a este ataque devastador de manera aislada, fábrica a fábrica, o sector a sector. En las condiciones actuales, para obligar a los capitalistas a realizar concesiones serias es necesario quebrar su voluntad; y no se puede llegar a esto más que mediante una ofensiva revolucionaria Pero una ofensiva revolucionaria que opone una clase contra otra no puede desarrollarse bajo consignas económicas parciales. La tesis marxista general de que las reformas sociales no son más que los subproductos de la lucha revolucionaria, en la época actual de decadencia capitalista tiene la importancia más sobresaliente. Los capitalistas no pueden ceder algo a los trabajadores, más que cuando están amenazados por el peligro de perder todo.

Todas las condiciones objetivas para la revolución están maduras. Los estallidos que hemos vivido son el preludio de movimientos más profundos y extensos en los próximos años; pero culminar con éxito la tarea requiere también de la presencia de otros factores no menos importantes y decisivos. La ausencia de una organización marxista de masas determina la distorsión de estos procesos y su prolongación en el tiempo. De esa ausencia se aprovecha la burguesía que, basándose en los dirigentes reformistas del movimiento obrero, intenta descarrilar con todos los medios a su alcance el empuje revolucionario. Obviamente, la debilidad del factor subjetivo, o dicho de otra manera, el papel completamente reaccionario que juegan los dirigentes reformistas y socialdemócratas de la clase obrera, hace que el proceso de toma de conciencia también sea más traumático y complejo.

La construcción de una organización marxista revolucionaria a escala internacional  se ha convertido en la tarea más urgente del momento, la clave de toda la situación mundial. Para llevarla a cabo es necesario, en primer término, una sólida base teórica, una comprensión profunda de la dinámica del capitalismo, y una atención escrupulosa a los cambios y giros de la lucha de clases, de la economía, de las relaciones entre las naciones. La teoría es clave, a condición de que sirva para educar una organización marxista que tenga la decisión de intervenir con fuerza en la lucha y que construya raíces en el movimiento real y en las organizaciones de masas de la clase trabajadora y la juventud. La crisis en las organizaciones obreras tradicionales, sus partidos y sindicatos, se puede retrasar un tiempo mayor. La inercia juega un papel poderoso en los procesos sociales, y las direcciones reformistas pueden sobrevivir a una época en que su política está completamente superada por los acontecimientos. Pero, inevitablemente, a un ritmo u otro, la presión de la lucha de clases provocará una fuerte diferenciación interna abriendo posibilidades de un desarrollo rápido a las fuerzas del marxismo revolucionario.

La premisa fundamental, económica, del socialismo, existe desde hace mucho tiempo. Pero el capitalismo no desaparecerá de la escena por si mismo. En cualquier caso, los revolucionarios no esperamos con los brazos cruzados a que mejoren las circunstancias subjetivas para realizar nuestro trabajo. En este periodo forjamos nuestras filas en el programa, métodos y tradiciones del marxismo, combatiendo ideas oportunistas y ultraizquierdistas, resistiendo las presiones políticas y materiales del sistema, ganando pacientemente posiciones en el seno del movimiento obrero y sus organizaciones utilizando tácticas flexibles. A pesar de todas las dificultades, tenemos plena confianza en nuestras fuerzas y nuestras ideas, en la capacidad revolucionaria de la clase obrera, y en que la corriente de la historia se mueve a favor de los explotados.

16 de abril de 2013