2009an 20 urte bete ziren Latino Amerikan garai iraultzaile berria piztu zenetik. 1989ko otsailean masa venezuelarrak kalera irten ziren berehalako altxamendu sortuz Carlos Andres Perez orduko presidente sozialdemokrataren neurri neoliberalen aurka. Historiara Caracazo izenarekin pasa den altxamendu honek Venezuelako erregimen burgesa zalantzan jarri zuen bi egunez, ejertzituaren bidezko odol isurketak eta errepersioak bakarrik geldiarazi ahal izan zuen. Errepresio honetan hiru mila hildako izan ziren, gehienak langileak eta jende humila.

El alzamiento popular en contra de los ajustes económicos capitalistas no se circunscribió sólo a Venezuela, también en Argentina, en ese mismo año y luego en 1990, se produjeron hechos similares en las principales capitales del interior. En ambos casos la rebelión se dio bajo la forma de saqueos generalizados que hicieron las veces de válvulas de escape a la frustración y el malestar acumulado ante un sistema que, no sólo no satisfacía ya las necesidades más elementales del pueblo, sino que trataba de sobrevivir aumentando la explotación de los trabajadores a límites insoportables. Estos sucesos, ocurridos en el mismo momento en que se desmoronaba la URSS y los capitalistas y sus ideólogos anunciaban a los cuatro vientos “el fin de la historia” y la supremacía del sistema capitalista sobre el socialismo, demostraban todo lo contrario: el capitalismo hacía agua en América Latina y dejaba al descubierto las condiciones objetivas de una situación revolucionaria. Sin embargo, con sus organizaciones minimizadas o destruidas por las derrotas de los años 70 y 80, la clase obrera no sólo no pudo aprovechar esta situación favorable, sino que fue víctima durante la década que fue de 1990 a comienzos del siglo XXI, de una nueva oleada voraz por parte de los capitalistas para aumentar el saqueo y la explotación en esta parte del mundo. La implementación de las llamadas políticas neoliberales, que no eran más que políticas capitalistas en su forma más ortodoxa y pura, terminó de destruir las economías latinoamericanas a través de su casi total privatización, y sumió a las masas en unas condiciones de explotación y miseria nunca vistas hasta entonces.1 Periodo revolucionario Como decíamos antes, los alzamientos populares de los años 89 y 90 que, incluso, se repetirían en Argentina en un nivel superior en 2001, sólo fueron el inicio de un período revolucionario que, con sus alzas y bajas, se ha extendido hasta el presente. Lo que comenzó en un par de países, hoy se puede decir que se ha propagado a casi todo el continente y tiene sus puntos más avanzados en las revoluciones que se vienen desarrollando, cada una con sus propias particularidades, en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Las revoluciones son como ríos crecidos que buscan un cauce para avanzar, si se les cierra una vía buscarán otra, así ésta no sea la más previsible. Aunque las condiciones objetivas para la revolución estaban dadas, no existía la organización revolucionaria que actuara como un pistón para concentrar y darle dirección a toda esa fuerza potencial de las masas. En Venezuela, luego del Caracazo, se dieron dos alzamientos militares fallidos y la elección como presidente de la República de un viejo político burgués, Rafael Caldera, que llegó al gobierno disfrazado de progresista para tratar de darle continuidad a las políticas del FMI que había empezado a aplicar Carlos Andrés Pérez cinco años antes. Finalmente, fue Chávez, el mismo joven militar que dirigió el primer intento de golpe de Estado de 1992, el que se puso al frente del movimiento de masas para conducirlo a la victoria electoral de 1998. En Bolivia, las masas expulsaron a través de sucesivas insurrecciones populares a dos presidentes de la burguesía y por lo menos dos veces tuvieron la oportunidad de tomar el poder entre 2003 y 2005, pero la falta de una dirección revolucionaria dio al traste con ellas. Al final, la revolución se encauzó por la vía electoral llevando a la presidencia de Bolivia a Evo Morales. En Ecuador ocurrió algo similar: luego de dos o tres intentos insurreccionales fallidos, las masas terminaron eligiendo presidente a Rafael Correa. Sin embargo, ninguna de estas revoluciones se han completado por el momento. Los gobiernos de estos tres países han tratado de implementar programas sociales que parten de reformar al Estado burgués a través de procesos constituyentes, haciendo hincapié en lo social para intentar disminuir las enormes desigualdades existentes, pero sin afectar su propia estructura y manteniendo las relaciones de producción capitalista. Estas políticas, en la medida que propiciaron una mayor inversión social por parte del Estado a través de misiones y programas, además del desarrollo de obras de infraestructura, generaron un crecimiento económico. Particular es el caso de Venezuela que estuvo creciendo ininterrumpidamente durante casi 5 años. Esta euforia llevó a algunos dirigentes como Chávez e, incluso, Cristina Fernández en Argentina, a afirmar que la crisis económica mundial no tocaría a estos países, que estaban blindados contra ella. No obstante, al estar el crecimiento apuntalado por los altos precios de los combustibles fósiles, que son la base de las exportaciones de estos tres países, cuando los precios cayeron en medio de la crisis capitalista de 2008, el crecimiento se detuvo al verse afectadas políticas económicas como la del “socialismo petrolero” en Venezuela, debiendo recurrirse entonces a medidas de ajuste de tipo monetarista. La dinámica de los acontecimientos y las ilusiones frustradas de estos sectores de la izquierda, vuelven a poner de relieve la idea señalada por Trotsky: la crisis del capitalismo es también la crisis del reformismo. Las contradicciones que se generan por tratar de hacer revoluciones por etapas, aplicando políticas reformistas, mantienen la lucha de clases sin resolverse, agotando a las masas y, por lo tanto, sometiendo a la misma revolución al peligro de ser derrotada en cualquier momento. El desarrollo de la revolución bolivariana en primer lugar, y de las revoluciones en Bolivia y Ecuador posteriormente, unido al reimpulso que esta situación dio en un comienzo a la propia revolución cubana, han sido un ejemplo para que los demás pueblos del continente intenten buscar una salida en esa dirección. Lo ocurrido en Honduras en 2009 es un buen ejemplo en este sentido. Uno de los pueblos más explotados y sometidos de América Latina supo alzarse en contra del golpe de Estado dado a Zelaya por la oligarquía apoyada por EEUU y convertir ese movimiento inicial en una rebelión que duró varios meses y que, incluso, a pesar de las posteriores elecciones presidenciales amañadas y de la represión, se ha mantenido en una forma latente que puede volver a explotar en cualquier momento. Quién duda que la elección en su momento de Lula en Brasil, de Tabaré Vásquez en Uruguay, de Fernando Lugo en Paraguay, de Daniel Ortega en Nicaragua, e, incluso, de los Kirchner en Argentina y de Michelle Bachelet en Chile, identificados como progresistas, independientemente de las políticas que posteriormente desarrollaron, estuvo influenciada por los vientos de revolución que han estado soplando en la región. También la candidatura presidencial de López Obrador en México y el maravilloso movimiento de masas que lo impulsó y luchó hasta el final por evitar el fraude debe inscribirse en esta corriente. Actualmente, y a pesar que las revoluciones en desarrollo en Venezuela, Bolivia y Ecuador, no terminan de completarse, la propia situación de explotación crónica de las masas latinoamericanas, agravada por la crisis mundial del sistema capitalista que cierra cualquier esperanza de solución en ese sentido, mantiene viva la idea de la revolución en la mente de millones de latinoamericanos como la única salida posible a su actual situación. El lugar más desigual del mundo Doscientos años después de su independencia, el sueño de libertad e igualdad que impulsó la lucha de las masas latinoamericanas en contra del colonialismo europeo a comienzos del siglo XIX, se encuentra hoy más lejano que nunca. Si en algún lugar del mundo se puede decir que el sistema capitalista ha fracasado, ese lugar es América Latina, una de las regiones más ricas del planeta en lo que a recursos naturales se refiere, con enormes posibilidades de desarrollo industrial y agrícola, con una población relativamente pequeña para su gran extensión territorial pero que, sin embargo, constituye la región más desigual del mundo en lo que a la distribución de la riqueza se refiere. En América Latina conviven algunos de los individuos más ricos de la Tierra junto a millones de personas que se ubican en niveles de extrema pobreza, que cuando logran comer algo no saben cuándo lo volverán a hacer.2 Los índices de pobreza de la década de los noventa no variaron mucho en los siguientes diez años, a pesar que en una buena parte de estos países, merced al empuje revolucionario de sus pueblos, se instalaron gobiernos considerados progresistas que adoptaron políticas reformistas que pusieron un poco más de énfasis en lo social. Según los últimos informes de la CEPAL uno de cada tres latinoamericanos es pobre y uno de cada ocho vive en la pobreza extrema, aunque esto tiende a agudizarse en los países más pobres como Haití y Honduras, donde siete de cada diez personas son pobres. Por otra parte, la mitad de los pobres del continente viven en los dos países más poblados: Brasil y México. Salvo contadas excepciones como Venezuela, donde el 40% de la población más pobre dispone del 18,4% de la riqueza, la participación más alta de Latinoamérica, la distribución de los ingresos tampoco ha mejorado mucho. La desigualdad en América Latina se concreta en una grosera concentración del ingreso en el sector de la población con mayor renta, y a su ausencia en el sector de la población más pobre. El último Índice de Desarrollo Humano señala que el 10% de la población más rica de la región recibe entre el 40% y el 47% del ingreso total, mientras que el 20% más pobre entre el 2% y el 4%, incluso por debajo de África y de los lugares más pobres de Asia que están sobre el 5%. De acuerdo al índice de Gini, cinco de los diez países más desiguales del mundo se encuentran en América Latina, entre los cuales se hallan Brasil, donde el 40% de la población debe vivir con poco más del 10% de la riqueza mientras el 10% de la población se queda con el 45% de dicha riqueza; y Chile, donde el 40% de la población dispone del 15% de la riqueza mientras el 10% más rico se queda con el 47%, países ambos que son presentados como ejemplo de desarrollo económico.3 Brasil y México no sólo comparten la mitad de los pobres latinoamericanos, también comparten a 23 de los 31 multimillonarios que tiene Latinoamérica en el selecto mundo de los capitalistas más ricos del planeta según el ranking 2009 de la revista Forbes, incluyendo al tercer hombre más rico del mundo, el mexicano Carlos Slim Helú, propietario de 35 mil millones de dólares. Estos 31 parásitos acumulan 120 mil millones de dólares, con un promedio personal de 3,9 mil millones de dólares, en un continente donde mueren diariamente de hambre 288 niños y donde uno de cada diez latinoamericanos se acuesta sin comer, o debe comer tierra como en Haití o ratas como en San Miguel Potosí en México. El número de personas que pasan hambre ha crecido en Latinoamérica. Según el último informe de la CEPAL la pobreza en la región aumentará, en el año 2009, 1,1% y la indigencia 0,8%, en relación con 2008. Así, las personas en situación de pobreza pasarán de 180 a 189 millones en 2009 (34,1% de la población), mientras que las personas en situación de indigencia aumentarán de 71 a 76 millones (13,7% de la población), manteniéndose esta situación en el año 2010. Hasta una organización pro capitalista al servicio del imperialismo yanqui, como Inter American Dialogue, lo reconoce en su informe del año 2009: “Más allá de los programas de TMC, existe poca evidencia de que las mejoras importantes en la política social hayan sido cruciales en la disminución de la pobreza y la desigualdad en las últimas dos décadas. No cabe duda de que varios gobiernos han buscado mejorar los servicios sociales, aumentando significativamente el gasto social, focalizándose en los pobres, y descentralizando programas a gobiernos locales más responsables. Pero estos esfuerzos —a pesar de ser sustanciosos— han tenido un impacto limitado. La mayoría de los expertos argumenta que el gasto público (incluyendo el gasto social) es neutral o regresivo, y no ha logrado redistribuir el ingreso a los pobres. La educación pública y los servicios de salud, la mayoría de los cuales asisten a los pobres, padecen de baja calidad en casi todos los países. Por lo tanto, es difícil ser optimista. Hasta ahora, América Latina no parece haber desarrollado una estrategia sólida para reducir la pobreza y la desigualdad, o para lograr mayor inclusión de sus ciudadanos más pobres dentro del sistema político y económico. El fracaso continuo de la región en promover un adecuado avance social pone en riesgo su estabilidad política, haciendo más difícil la atracción de la inversión necesaria para el crecimiento económico. La política social necesita renovarse y fortalecerse de forma significativa.”4 Menor crecimiento económico, mayor desempleo y explotación Aunque en un primer momento algunos gobernantes de la región afirmaron que la crisis no tocaría sus países, la misma se hizo sentir con fuerza durante el año 2009 poniéndole freno a cinco años de crecimiento sostenido y descenso parcial y débil de las tasas de desempleo. En una región altamente dependiente del comercio de sus materias primas en un mundo absolutamente globalizado era temerario realizar semejante afirmación. En la mayoría de los países latinoamericanos la desaceleración económica comenzó a hacerse sentir en el segundo semestre del año 2008. En el caso de Venezuela, que contaba con un buen colchón de reservas producto de los altos precios del petróleo, este proceso se demoró un poco más, pero al final igual llegó, y en todos, desde entonces, no se ha detenido. “Según el reporte de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), América Latina termina su buena racha de crecimientos positivos de seis años (desde el 2003 se acumularon 2,2%, 6,1%, 4,9%, 5,8%, 5,8%, 4,2%)… En promedio la región caerá 1,3%. Brasil, quien había presentado años anteriores un crecimiento de entre 3 y 5,7%, caerá sólo 0,8%. Las remesas caerán entre 5 y 10% a nivel regional. Para México las remesas vienen cayendo desde el primer cuarto del 2008, completando una caída de casi 20% en el segundo trimestre del 2009.”5 La crisis también golpeó a uno de los principales fetiches de capitalistas y reformistas regionales, y al que subordinan buena parte de su política económica: el de la inversión extranjera, que disminuyó un 40,7% en América Latina durante 2009, según un informe de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD).6 No es de extrañar, entonces, que la formación bruta de capital fijo haya disminuido un 9,8% durante el año 2009 producto de la fuerte contracción en la inversión en maquinaria y equipo, así como en el área de la construcción. Una demostración más de que a los capitalistas actuales ya no les interesa invertir su dinero en la producción de bienes, prefiriendo la vía rápida y fácil de la especulación financiera para hacer crecer su capital.7 La recesión económica generada por la crisis capitalista ha tenido un efecto devastador sobre un empleo que ya venía golpeado y precarizado desde los años 90 y que apenas había comenzado una débil recuperación gracias a las políticas de inversión pública de algunos gobiernos durante los últimos cuatro o cinco años, como bien lo reconoce la OIT: “El fortalecimiento del gasto público que se está proponiendo en el área de la inversión pública no solo busca compensar la reducción de los niveles de inversión privada, sino que intenta hacerlo por medio de proyectos de rápida maduración y con uso intensivo de mano de obra… las políticas de generación directa e indirecta de empleo por parte del sector público continuaron jugando un papel contracíclico”.8 A la caída en la producción industrial se agregó la paralización en el sector de la construcción el cual, en estos países, es alimentado básicamente por la inversión del Estado. “La coyuntura actual muestra que los niveles de ocupación están empeorando. La mayoría de los países registra una disminución de la tasa de ocupación, en algunos casos (Brasil, Colombia) de magnitud moderada, en otros (Chile, Ecuador, México) más pronunciada, con una reducción de más de un punto porcentual. Sólo en Uruguay y la República Bolivariana de Venezuela, y muy levemente en la Argentina, aumentó la tasa de ocupación en la comparación interanual”, señala el boletín de la CEPAL-OIT del año 2009.9 Ya para el primer trimestre de dicho año más de un millón de personas habían perdido su empleo en América Latina, gracias a que la tasa de desempleo urbano se había incrementado en 0,6 puntos con respecto al mismo período del año anterior. Esta situación ayudó a informalizar aún más el empleo y a incorporar a este mercado a mujeres y niños: “Se espera que frente a la dificultad de encontrar empleo asalariado, la población en edad activa se incorpore a actividades informales en los hogares o realice trabajos por cuenta propia de escasa productividad e ingresos y con el propósito fundamental de sobrevivir. De igual modo, se esperaría una tendencia creciente de prácticas del mercado formal de trabajo destinadas a volver más informales los contratos a fin de reducir los costos laborales, lo que traerá consecuencias adversas sobre la precarización del empleo y una mayor desprotección social. La crisis incidirá de manera distinta en el comportamiento de la población en edad activa. Es probable que en muchos hogares de menores ingresos, la crisis impulse a miembros no activos, principalmente mujeres, a buscar empleo o incorporarse a alguna actividad laboral. Esto también podría tener consecuencias negativas sobre la incidencia del trabajo infantil”.10 Buena parte de esta precarización laboral ha sido impulsada por las propias empresas capitalistas a través de la tercerización de sus trabajadores con el objeto de reducir los costos laborales, o para decirlo en buen castellano: aumentar los niveles de explotación de los trabajadores para que los capitalistas puedan sobrellevar la crisis. Como era de esperarse estas tendencias se mantuvieron a lo largo de todo el año y en su Panorama Laboral del año 2009 la misma OIT informaba que “2,2 millones de personas se incorporaron al grupo de quienes buscan trabajo y no lo consiguen. De esta forma, el número total de desempleados en la región habría llegado a 18,1 millones de personas… la tasa de desempleo aumentó en 2009 en 12 de los 14 países estudiados. Solo se salvaron Perú y Uruguay, donde hubo una leve disminución, de 8,6 y 7,9% por ciento en 2008 a 8,5% y 7,5%, respectivamente. Los mayores aumentos se observaron en Barbados (que subió de 8,3% en 2008 a 10% en 2009), Costa Rica (de 4,9% a 7,8%), Chile (de 7,9 a 10%), Ecuador (6,85 a 8,7%) y México (de 3,9% a 5,5%)… Por otra parte, el Panorama Laboral destaca que, de acuerdo con los datos disponibles en un grupo de seis países, en esta coyuntura de crisis se ha producido un aumento de la ocupación en el sector informal, de 3,1%. Según estos datos, 57,1% de las mujeres y 51% de los hombres sólo encuentran ocupación en el sector informal… en 2009 no se ha producido un aumento en la tasa de participación entre población en edad de trabajar, y por lo tanto la oferta de fuerza de trabajo ha sido menor. Esto es atribuido al fenómeno de ‘desaliento’ por parte de quienes no consiguen trabajo, en especial de jóvenes que habrían optado por mantenerse fuera del mercado laboral”.11 Actualmente, unos 220 millones de personas conforman la clase obrera de Lationamérica, de los cuales más de 18 millones están desempleados y unos 130 millones tienen empleos informales, precarizados y sin seguridad social. La paridad de poder adquisitivo o salario mínimo real de los trabajadores latinoamericanos, esto es la capacidad de compra que tiene el salario mínimo en sus respectivos países, varía desde los U$ 694 mensuales en Argentina en agosto de 2010 (el más alto), hasta los U$ 214,00 en Bolivia (el más bajo), pasando por los U$ 370 de Venezuela. El costo de la canasta básica alimentaria en Argentina para mayo de este año estaba en unos U$ 475.12

El fantasma de la revolución continúa recorriendo América Latina



Las cifras descritas anteriormente sólo confirman una situación de deterioro progresivo y creciente de las condiciones de vida de los trabajadores latinoamericanos en un proceso que les ha hecho perder muchas de sus conquistas históricas y en el cual han sido masacrados como clase en más de una ocasión —la última de ellas bajo las dictaduras militares del cono sur impulsadas por los capitalistas y el imperialismo norteamericano durante los años 70 y 80 del siglo pasado—. Como ya se ha dicho, estas derrotas del movimiento obrero destruyeron o dejaron en condiciones muy difíciles a buena parte de sus organizaciones sindicales y políticas tradicionales, descabezándolas y postrándolas a merced de las políticas neoliberales de los años 90. Sólo a partir del presente siglo, en medio de una nueva realidad política donde las dictaduras y los gobiernos neoliberales cedieron su lugar a gobiernos reformistas, luego de grandes movilizaciones de masas donde la clase obrera participó, principalmente, diluida dentro del movimiento social, el movimiento obrero de Latinoamérica ha podido empezar a reconstruirse y a reorganizarse. El actual proletariado del continente se caracteriza por ser más pobre y por tener mayor cantidad de empleos precarizados e informales que en el siglo pasado, pero también es más fuerte y numeroso y se encuentra con un sistema capitalista mundial sumamente debilitado y esto, evidentemente, se refleja en una disminución de la capacidad represora de la clase dominante.


Sin duda que los puntos de avanzada de la clase obrera latinoamericana en este nuevo período de lucha revolucionaria se encuentran en Venezuela y Bolivia, sobre todo, en el primero donde la toma de empresas y la lucha por el control obrero de los medios de producción ha alcanzado momentos álgidos y cada día cobra más fuerza dentro del proletariado organizado que comprende que ése es el camino para hacer avanzar a la revolución. Evidentemente, el presidente Chávez ha jugado un papel importante en este hecho, expropiando numerosas empresas y manejando un discurso revolucionario que ha estimulado a las masas obreras a entrar en acción para defender sus puestos de trabajo. No obstante, esta lucha de los trabajadores no se ha quedado circunscrita a las fronteras venezolanas y, prácticamente, en todo el continente se ha dado la pelea por la recuperación de las empresas cerradas y abandonadas por los capitalistas. No hay que olvidar el movimiento de empresas recuperadas de Argentina, que ya tiene más de diez años en un enfrentamiento heroico contra los empresarios y el Estado burgués, o en Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia, etc. Hasta en la ciudad de Chicago en EEUU, se dio la toma de una empresa después de 70 años. El proceso de toma de empresas y la lucha por el control obrero no  hace más que evidenciar el nivel de conciencia que han venido alcanzando los trabajadores en Latinoamérica en una lucha que, normalmente, comienza por la supervivencia pero que, por sus características, termina cuestionando la propiedad privada de los medios de producción, base del sistema capitalista, y dejando en claro que los explotados pueden dirigir las fábricas sin necesidad de los explotadores y mucho más eficientemente que ellos.

  
La clase obrera latinoamericana, con sus más de 200 millones de integrantes, es una fuerza considerable que ha demostrado, a través de sus actuales combates, que está más que preparada para tomar el poder, acabar con el sistema capitalista y comenzar a construir el socialismo, inclusive en los países donde está siendo reprimida con más fuerza, como en Colombia, país donde para junio del año 2010 iban asesinados 31 sindicalistas para un total de cerca de 3.000 durante los últimos 10 años; o en México, Perú o Chile donde también sus gobiernos aplican, normalmente, políticas represivas hacia los trabajadores. Sólo falta que el proletariado tome el poder en uno solo de los países latinoamericanos para que el ejemplo se riegue por todo el continente como el fuego por la pradera.

 
La actual crisis capitalista ha dejado una vez más en evidencia el empirismo de los dirigentes políticos de la burguesía y de sus teóricos. Sumidos en una situación que no comprenden y que se les ha escapado de las manos, sólo atinan a elaborar conjeturas sin ningún fundamento científico, a tratar de encontrar signos de recuperación, los llamados “brotes verdes”, donde sólo hay más especulación financiera, mientras, sin ninguna otra solución a la mano que no sea destruir puestos de trabajo y cargar sobre las espaldas de las masas el peso de la crisis, aguardan a que el tiempo cure las heridas y regrese las cosas a su lugar. La burguesía latinoamericana, más elemental y parasitaria que sus pares de los países desarrollados, no escapa a esta fórmula y cifra sus esperanzas en que los precios de las materias primas se mantengan relativamente altos y ello les permita retomar los índices de crecimiento que registraba la economía de estos países hasta finales del año 2008. La CEPAL hizo pronósticos de un crecimiento en torno a un 4,1% para 2010: “Lo peor de la crisis ha quedado atrás. Los motores del crecimiento ya se encendieron nuevamente, pero no se sabe cuánto nos durará el combustible” advirtió Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la CEPAL…13 Un informe similar realizado por la ONU da cifras más conservadoras en cuanto al crecimiento pronosticado para este año para la región pero no por ello es menos empírico que el primero: “El Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU (UNDESA) difundió en Naciones Unidas el informe titulado “Situación y perspectivas económicas globales para 2010”, que indica que la media de crecimiento de América Latina y el Caribe será del 3,4%. Los expertos de la ONU atribuyen el declive de la economía de la región en 2009 a la disminución de la demanda externa, a la bajada de los precios y a la contracción del consumo e inversión privados. La fuerte caída en las remesas que envían los trabajadores a México, Centroamérica y el Caribe agravó la disminución en la demanda del consumo… Para 2010 anticipan que la recuperación económica global continuará debido, en gran parte, a que los precios de las materias primas también lo harán, así como a una mayor demanda externa (especialmente de Asia) y a las medidas en estímulos fiscales que apoyen las economías nacionales… Brasil, para el que se pronostica un aumento de su economía del 4,5% este año. Así prevén que la economía de México crezca un 3% en 2010, revirtiendo el descenso del 7% de 2009”.14

 
Evidentemente, en el mundo de las suposiciones todo es válido, y si es posible pronosticar crecimiento económico, en función de éste, también se puede pronosticar una disminución del desempleo. “El informe de la OIT dice que si se cumplen las previsiones de crecimiento económico de 4,1% (CEPAL), en 2010 habrá un ligero descenso de la tasa de desempleo urbano regional, a 8,2%. Agrega que si bien será una evolución positiva, no alcanzará para reducir el número total de personas afectadas por la falta de trabajo, que se mantendría en torno a 18 millones. Es probable que la gente termine realizando trabajos poco productivos en el sector informal, de modo que es posible que el verdadero impacto de la crisis en la pobreza se haga visible este año, al tiempo que aumentarán en cuatro millones los latinoamericanos que viven en pobreza extrema”.15 Sólo buenos deseos pueden presentar los capitalistas aunque al final deban reconocer que no serán capaces de hacer disminuir el desempleo y que, por el contrario, incrementarán el número de personas viviendo en la extrema pobreza.


A pesar de los anuncios halagüeños de las instituciones económicas del capitalismo, en el año 2010 las desigualdades sociales continuaron profundizándose. Como veíamos en el punto anterior, hasta los pronósticos más optimistas de los propios voceros del sistema anticipaban un mantenimiento del desempleo y un aumento de la pobreza extrema. Si el año 2009 estuvo marcado por conflictos sociales y laborales a lo largo y ancho del continente, las perspectivas para el 2010 no eran mucho mejores y estuvieron caracterizadas por una intensificación de la lucha entre explotados y explotadores, tal como se pudo apreciar en Venezuela y Chile, principalmente. Desgraciadamente, esta disposición a la lucha y al cambio por parte de las masas latinoamericanas, en medio de una situación claramente revolucionaria, no ha encontrado el cauce adecuado y la mayoría de los gobiernos reformistas que accedieron al poder aprovechándose de ello, como era de esperar, no han sido capaces de dar respuestas a las necesidades más sentidas del pueblo, con lo cual, también han comenzado a preparar el terreno para un posible retorno de la derecha al gobierno.  Chile ha sido el ejemplo más relevante.         


Si bien existe un sentimiento revolucionario en las masas latinoamericanas que se extiende por casi toda la región ante un sistema capitalista que hace mucho que dejó de satisfacer sus mínimas necesidades, los tiempos de la revolución varían de país en país de acuerdo con las condiciones objetivas de cada uno. Es posible establecer, a modo de ejercicio de síntesis, tres bloques respondiendo al momento por el que pasa la lucha de clases en cada uno de ellos. Un primer grupo en el que se encuentran aquéllos donde han comenzado procesos revolucionarios o tienen gobiernos que se autodefinen como izquierdistas y que con sus políticas han propiciado una mayor confrontación entre las clases, como es el caso de Venezuela, Bolivia, Ecuador y, en menor medida, Nicaragua. Los gobiernos de estos países, con Chávez a la cabeza, se han agrupado en el ALBA (Alianza Bolivariana de las Américas) para tratar de desarrollar un modelo económico de integración con la intención de que prevalezca “lo social sobre lo mercantil” e impulsar a lo interno el llamado socialismo del siglo XXI.


A pesar de todas las buenas intenciones de sus mentores, la realidad está poniendo de manifiesto que estos proyectos no han roto con la lógica reformista, en la cual se plantea la eliminación gradual del capitalismo, el denominado etapismo, mientras se mantienen las relaciones de producción capitalista, y se busca el apoyo de unos supuestos empresarios “nacionalistas” y progresistas en desmedro de los verdaderos productores de riqueza: los trabajadores. Después de unos años en que se ha impuesto esta estrategia, la mayoría de estos gobiernos dan la impresión de encontrarse dando vueltas en círculos sin saber muy bien cómo terminar de resolver la ecuación revolucionaria. La crisis capitalista, evidentemente, le ha puesto plomo en el ala a los intentos desestabilizadores de una burguesía que presenta como paradigma un sistema fracasado, pero también ha significado un duro golpe para el proyecto que intenta construir el socialismo respetando las relaciones de producción capitalista. Lo que ha impulsado económicamente hasta ahora a este modelo provenía de los altos precios de los combustibles fósiles, básicamente, del petróleo venezolano, y en menor medida del gas boliviano, lo que en Venezuela se denominó “el socialismo petrolero”. La crisis acabó con los precios altos y dejó al desnudo un proyecto inviable a mediano y largo plazo, que ha generado, en el caso venezolano, una inflación acumulada para el año 2010 de 26,9%, la más alta del mundo.

 
Otro elemento negativo para la revolución, que se ha ido asentando en la medida en que los procesos se prolongan en el tiempo, es la casta burocrática que parasita en el Estado, que sigue siendo un Estado capitalista, a pesar de las denominaciones que se quieran utilizar. Mientras se mantiene y fortalece el aparato del Estado burgués, merced a las políticas reformistas, este sector gana confianza en sí mismo y sus estratos superiores, lo que se podría denominar la alta burocracia, comienzan a jugar un papel contrarrevolucionario al identificar sus intereses con los de la burguesía.


El principal y común problema en estos tres procesos reside en el hecho de que, al no haber profundizado la revolución, expropiando a la burguesía y acabando con el Estado burgués, el peligro de la contrarrevolución se mantiene latente, como se acaba de ver en las recientes elecciones legislativas de Venezuela del 26 de septiembre, y en el intento de golpe de Estado en Ecuador del 30 de septiembre. En Venezuela, a pesar que el PSUV obtuvo una mayoría de diputados, la reacción lo sobrepasó en cantidad total de votos, y de mantenerse esta tendencia de crecimiento de la reacción y de estancamiento o reducción de las fuerzas chavistas, la cual está basada más en las carencias de la revolución que en los méritos de las fuerzas escuálidas, no es descartable que en un futuro próximo la contrarrevolución intente un nuevo asalto al poder. En el caso de Ecuador pareciera estar transitando el mismo camino que recorrió la revolución bolivariana durante los años 2002 y 2003. Al igual que entonces, fueron las masas, en este caso las ecuatorianas, las que salieron en defensa de Correa y de la revolución, pero el hecho deja al descubierto que las fuerzas de la reacción, apoyadas desde EEUU, sin ninguna duda, continúan conspirando y buscando el mejor momento para derrocar a la revolución.

 
A pesar de todo esto, la correlación de fuerzas aún continúa siendo sumamente favorable para la clase obrera y las masas pobres revolucionarias. La actuación heroica de la población ecuatoriana para derrotar el golpe de estado, al igual que los más de 5 millones de votos del PSUV en medio de una situación en la cual continúan padeciendo muchas de las lacras que genera el capitalismo y que la revolución todavía no ha solucionado, son la mejor prueba de ello. Las masas no sólo han comprendido que es necesario cambiar el sistema, algo que ya se ha convertido en un asunto de vida o muerte, sino que es posible hacerlo y van a luchar por ello con todas sus fuerzas. Sólo falta un elemento en esta ecuación: que la clase obrera se dote de una dirección que comprenda el rol protagónico que ésta debe jugar para colocarse al frente de las masas y conducirlas a la victoria. En Venezuela, luego de casi 12 años de la revolución bolivariana, hay indicios en el movimiento obrero que nos permiten ser optimistas en cuanto a que pareciera haberse comenzado a caminar en ese rumbo, y si esto termina de concretarse, sin duda, será un magnífico ejemplo para el proletariado de Bolivia y Ecuador, en primer lugar, así como para el resto de la región.

Los otros bloques


En un segundo grupo de países podemos ubicar a aquéllos cuyos gobiernos, definidos como “progresistas” pero que no han abandonado su carácter burgués, llegaron al poder impulsados también por el sentimiento de cambio de las masas, amparados muchas veces en discursos seudo revolucionarios, pero cuyos programas y acciones no han pretendido en ningún momento una ruptura con las reglas de juego del capitalismo. Agrupados en el Mercosur, los gobiernos de Lula Da Silva en Brasil, el matrimonio Kirchner en Argentina, Tabaré Vásquez, primero, y José “Pepe” Mujica, luego, en Uruguay, Fernando Lugo en Paraguay, y Michelle Bachelet hasta comienzos de 2010 en Chile, la llamada “otra izquierda” o “izquierda responsable”, han aplicado medidas que han servido, en esencia, a las burguesías de sus respectivos países. Sin embargo, esas políticas se están agotando rápidamente y dejan al descubierto todas sus miserias como ocurre en Uruguay, donde ya el sector más avanzado del movimiento obrero está cuestionando fuertemente las políticas económicas del “guerrillero” presidente que plantea una reducción de los empleados públicos; o en Chile, donde la “socialista” Bachelet debió entregar el gobierno al derechista Piñera porque las masas no vieron grandes diferencias entre unos y otros y se cansaron de apostar por cambios que nunca llegaron.


Como decíamos en el comienzo de este punto, existe un tercer grupo de países en Latinoamérica cuyos gobiernos se encuentran perfectamente alineados con Washington y que tienen como función primordial representar y defender los intereses del imperialismo norteamericano en la región, principalmente, tratando de meter una cuña en los intentos unitarios que han surgido en los últimos años y conspirando contra los procesos revolucionarios que se hallan en desarrollo. Nos referimos específicamente a Perú y Colombia, a los cuales se ha unido en 2010 el Chile de Piñera. La mayoría de ellos han firmado tratados bilaterales de libre comercio con EEUU (los famosos TLC) o, como en el caso de Colombia, ya no sabe qué hacer para poder firmarlo. Al igual que ha ocurrido con Chile, al estar amarrados económicamente con EEUU, la crisis capitalista los ha golpeado más duro que a los demás, lo cual, evidentemente, ha tenido un efecto nefasto sobre sus respectivos pueblos. No obstante, la falta de una alternativa revolucionaria, sumada a la fuerte represión gubernamental, ha llevado a que una buena parte de las masas de estos países se abstenga de participar en política, como es el caso de Colombia donde Juan Manuel Santos, ex ministro de defensa del narcoparamilitar Álvaro Uribe, ganó la presidencia frente a un aguado Antanas Mokus. Esta situación de aparente apatía popular oculta una realidad explosiva de malestar y explotación entre las masas que, al igual que ocurre con los volcanes, puede estallar en cualquier momento, sólo necesitaría de una gota que rebasara el vaso de la paciencia o de un ejemplo a seguir, como que en alguno de los tres países donde se desarrollan revoluciones la clase obrera tomara el poder.

 


La revolución permanente en América Latina hoy



Como señalábamos al comienzo de este trabajo, en 2010 se cumplieron 200 años del inicio de la revolución independentista en América Latina. Al calor del ejemplo de la revolución francesa que dio al traste con el sistema de producción feudal reemplazándolo por el capitalista, las masas latinoamericanas se rebelaron casi en forma unánime a lo largo y ancho del continente contra el imperio español de la época. El 19 de abril de 1810 comenzó el desconocimiento de la autoridad colonial en Caracas, un mes después, el 25 de mayo, se repitió la historia en Buenos Aires, el 16 de septiembre se produjo el Grito de Dolores en México, y así en casi todo el continente. En poco tiempo toda la región fue un hervidero revolucionario contra un sistema basado en la extracción de materias primas que sólo servía para mantener a una clase parasitaria y decadente en la metrópoli europea y dejaba muy poco para los pueblos de las colonias.

 
La posterior guerra de liberación dio a la historia grandes gestas heroicas donde se demostró el valor y el espíritu revolucionario de las masas mestizas de estas tierras. En su mayoría, los líderes que encabezaron esta revolución continental, con Simón Bolívar como el más destacado de ellos, pronto comprendieron que la revolución no podía quedarse dentro de las fronteras de sus respectivas regiones, que si se quería triunfar había que extirpar el poder imperial de toda América, extender la revolución a todo el continente. Aunque estas revoluciones tenían un carácter democrático burgués, los objetivos planteados no pudieron llevarse a término con éxito en la medida que las relaciones capitalistas se mantuvieron. Sí, aquélla no era una revolución socialista, ni podía haberlo sido porque las fuerzas productivas de la época no estaban lo suficientemente desarrolladas para permitir un avance hacia el socialismo, pero no es menos cierto que un revolucionario como Simón Bolívar, de no haber tenido una muerte prematura, daba indicios en su pensamiento de haber podido evolucionar hacia posiciones socializantes, como sí lo hiciera su maestro Simón Rodríguez.


El triunfo de la revolución independentista se alcanzó luego de casi dos décadas de guerra, pero la victoria militar no trajo aparejado el triunfo de las ideas bolivarianas. El trabajo que generó la enorme riqueza que durante tres siglos estuvo saliendo como una hemorragia constante de América Latina, y que contribuyó en gran medida al desarrollo del capitalismo europeo, provino de la salvaje explotación de millones de trabajadores esclavos, indígenas, negros, criollos pobres, los mismos que más tarde vertieron generosamente su sangre para que la revolución venciera. Sin embargo, al igual que en la Francia revolucionaria, fue la naciente burguesía criolla, básicamente agrícola, la que se benefició del triunfo revolucionario para ocupar el espacio dejado por la aristocracia europea como clase explotadora. La nueva clase dominante, alentada por Inglaterra, principal potencia imperial de ese momento, se encargó de acabar rápidamente con el sueño de Bolívar y los otros líderes revolucionarios, de una América Latina unida en una sola y gran nación. El continente se dividió una y otra vez en decenas de pequeños Estados, con lo cual, también, se dividió a las masas latinoamericanas y se facilitó su dominación. Los antiguos esclavos se convirtieron en modernos obreros y campesinos, igualmente explotados bajo condiciones extremas, condenados a ser eternamente pobres y a ver morir a sus hijos de hambre y enfermedad.

  
Luego de 200 años de capitalismo la situación, en términos de explotación, no ha variado mucho para los latinoamericanos, posiblemente, esté peor que entonces. En ese tiempo Inglaterra cedió su poder hegemónico a los EEUU, quienes se convirtieron en la principal potencia capitalista mundial, y ya llevan más de un siglo haciendo uso y abuso de su “patio trasero”. Sin embargo, como lo explicara Carlos Marx, las sociedades humanas y los sistemas económicos no escapan a las leyes de la dialéctica. Hoy, tal como ocurriera a finales del siglo XVIII con el sistema feudal, el sistema capitalista agoniza y se hace imprescindible, para la supervivencia de la especie humana e, incluso, de la vida en el planeta, remplazarlo por un sistema socio económico superior: el socialismo.

 
En aquella ocasión se luchaba contra el colonialismo europeo, hoy la lucha es contra el sistema capitalista y su brazo armado, el imperialismo norteamericano. Igual que en aquel entonces, la victoria pasa, como lo entendieron los libertadores, por la unificación de la lucha, por aplicar las tesis de la revolución permanente de Trotsky: las realizaciones de la revolución democrático nacional, tales como la reforma agraria, la resolución del problema indigena, la industrialización, la separación de la Iglesia del Estado, la industrialización, la defensa de los derechos democráticos del conjunto de la población, es una quimera bajo el dominio del capital. Por eso, aquel movimiento por la liberación nacional, que hoy continua con otras formas, sólo puede encontrar satisfacción en el marco del triunfo de la revolución socialista. El programa de Simón Bolivar y de todos aquellos héroes podrá ser realidad aplicando su legado internacionalista y ligándolo a la lucha por el poder obrero. La revolución pendiente no es otra que la transformación socialista de la sociedad y debe ser continental. Igual que en aquel entonces, serán los esclavos actuales, los obreros y campesinos latinoamericanos, quienes están llamados a dar esta batalla por la liberación definitiva. En esto consiste la teoría de la revolución permanente que desarrollaría, casi un siglo más tarde, León Trotsky: “El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado nacional…. La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta”.16

Decir aquí que las condiciones objetivas para la existencia de una situación revolucionaria, tal como lo planteaba Lenin, se hallan presentes en América Latina, es repetir algo que ya se ha dicho muchas veces en los últimos tiempos. Estas condiciones se han presentado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia reciente de la región en los distintos países en que se encuentra dividida, pero, como comentábamos en el punto anterior, en muy pocas se han dado generalizadamente en todo el continente como está ocurriendo en la actualidad. Evidentemente, el hecho de que se encuentren de una forma generalizada no quiere decir que en todas partes tengan el mismo nivel de desarrollo, mientras en algunos países todavía están verdes, en otros, como Venezuela, de tan maduras podrían comenzar a podrirse. Quién puede dudar que a la burguesía le está resultando sumamente difícil conservar su poder político, el cual, inclusive, ya ha perdido en algunos países como Venezuela, Ecuador y Bolivia, mientras en donde gobierna abiertamente, como en Colombia, Perú, México o Chile, debe recurrir con regularidad a la represión para controlar a unas masas que cada día le pierden más el respeto.


La actual crisis capitalista sólo ha venido a resquebrajar aún más el ya de por sí debilitado poder de una clase dominante que siente como éste se le ha ido escapando entre los dedos. Por su parte, la clase media, merced a la degeneración acelerada que sufre el sistema capitalista desde hace un buen tiempo, se ha ido proletarizando paulatinamente, y hoy en día se puede decir que padece muchos de los males que antes eran exclusivos de la clase obrera. La habitual fidelidad de estos sectores a la burguesía también se encuentra en entredicho. Finalmente, la gran cantidad de conflictos sociales y laborales que han venido en aumento en la mayoría de los países latinoamericanos, producto de unas condiciones de vida que se han vuelto insoportables, unido esto a las revoluciones en desarrollo en Venezuela, Ecuador y Bolivia, al alzamiento popular en Honduras, etc., es un claro indicativo de que las clases explotadas han llegado al límite de su paciencia y se están rebelando a favor de un cambio social. Como decía Trotsky, las masas todavía no saben muy bien lo que quieren pero sí están claras en lo que no quieren.

  
Con unas condiciones objetivas tan favorables, con un capitalismo agonizante a nivel mundial, con un imperialismo debilitado y empantanado militarmente en el Medio Oriente, con un espíritu y una disposición al combate de las masas como pocas veces se ha visto, con una poderosa clase obrera en movimiento que en numerosas partes del continente ha puesto a producir bajo control obrero las empresas cerradas por los capitalistas, se hace difícil de comprender el hecho que la revolución socialista todavía no haya triunfado en América Latina. Parafraseando lo dicho por Trotsky respecto a la revolución española de los años treinta, las masas venezolanas, ecuatorianas y bolivianas, por sólo mencionar los puntos donde la revolución está más avanzada, han podido tomar el poder no una sino numerosas veces en esta última década. Sin embargo, esto no ha ocurrido y las causas no hay que buscarlas, como dicen los sectarios y los reformistas, en su baja conciencia. No, la clase obrera y los sectores más avanzados de los campesinos y los pobres urbanos se han cansado de demostrar hasta la saciedad que si algo les sobra es conciencia. La razón de esta demora en el triunfo hay que buscarla en la ausencia del factor subjetivo, de una organización marxista de masas con una estrategia decidida para tomar el poder, expropiar a los capitalistas y establecer las bases de una auténtica democracia obrera. Gobiernos reformistas se hallan al frente de las tres revoluciones que se desarrollan en este momento en Latinoamérica, cada uno con sus características particulares, pero todos con una concepción etapista que ralentiza la revolución hasta niveles sumamente peligrosos. Como hemos venido recalcando una y otra vez a lo largo de este trabajo, la falta de una dirección revolucionaria, con un programa y un método marxistas, ha privado hasta la fecha a los pueblos latinoamericanos de sacudirse de una vez y para siempre el sistema capitalista y encender la mecha de la revolución mundial. Después de más de 70 años de haber sido escrito por Trotsky, el análisis que éste hacía en “El Programa de Transición” de la situación de aquel momento, tiene hoy plena vigencia: “La situación política mundial del momento, se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado…La economía, el Estado, la política de la burguesía y sus relaciones internacionales están profundamente afectadas por la crisis social que caracteriza la situación pre-revolucionaria de la sociedad. El principal obstáculo en el camino de la transformación de la situación pre-revolucionaria en revolucionaria consiste en el carácter oportunista de la dirección proletaria, su cobardía pequeño-burguesa y la traidora conexión que mantiene con ella en su agonía…En todos los países el proletariado está sobrecogido por una profunda inquietud. Grandes masas de millones de hombres vienen incesantemente al movimiento revolucionario, pero siempre tropiezan en ese camino con el aparato burocrático, conservador de su propia dirección”.

  
No puede haber duda que en este momento la principal tarea de los marxistas revolucionarios debe ser dedicar sus mayores y mejores esfuerzos a la construcción de la dirección y la organización revolucionarias que permita a la clase trabajadora cumplir con su tarea histórica de acabar con el capitalismo y construir la nueva sociedad socialista, en América Latina y el resto del mundo.