Con los Juegos Olímpicos China tendrá la oportunidad de pregonar sus mercancías, demostrar sus espectaculares avances, desplegar la maravilla de sus inmensas ciudades y redes de transporte. China esperar demostrar las maravillas del capitalismo y explicar a la burguesía mundial, que observará y enjuiciará atentamente, que está preparada para entrar en el club.
Sin embargo, por otro lado, el régimen chino ha intentado durante mucho tiempo negar que este rápido desarrollo haya provocado problemas o contradicciones serias. Todo está bien en el mundo del capitalismo chino y la búsqueda de una "sociedad armoniosa". Pero los recientes acontecimientos en Tíbet han demostrado todos estos problemas y han dado al PCC una visión de sus peores temores.
"Desarrollo del occidente"
Una de las contradicciones más importantes del desarrollo del capitalismo chino, su desarrollo desigual e irregular, acaba de explotar en la cara del régimen. El rápido e intenso desarrollo del capitalismo chino se ha dado principalmente en las provincias orientales y en las regiones costeras. Estas zonas han desarrollado inmensas cantidades de riqueza y han visto un ritmo vertiginoso de expansión y desarrollo. Pero en las regiones occidentales y el campo, la infraestructura ha colapsado. Mientras las ciudades y las zonas costeras de China se enriquecían, el campo se empobrecía. La mayor parte de las conquistas de la revolución en el campo han desaparecido o erosionado. Esto ha creado un ejército virtual de "trabajadores inmigrantes", campesinos pobres que llegan a las ciudades, en general encuentran los peores empleos, los peores pagados, creando una subclase extremadamente oprimida. Este proceso de urbanización, a una escala nunca antes vista en la historia, ha creado una serie de contradicciones sociales y económicas en China que sólo es cuestión de tiempo que terminen explotando.
En la carrera del Partido Comunista por desarrollar el capitalismo, el régimen ha sofocado intensamente cualquier disturbio. Dada la creciente disparidad social en China, entre las clases y entre las distintas regiones y provincias, el PCC está aterrorizado del malestar que existe entre sectores de la población, sea campesinado, el ejército de parados, una de las muchas nacionalidades o la clase obrera. Sentado sobre un polvorín de contradicciones, el PCC sabe que cualquier incidente puede ser la chispa que desencadene la explosión.
Como parte de su plan de desarrollo de una "sociedad armoniosa", Pekín lanzó el programa de "Desarrollo de la China Occidental", la intención es desarrollar la infraestructura de las regiones occidentales más pobres y suavizar la diferencia de ingresos y riqueza. Esta política abarca a seis provincias, cinco regiones autónomas (incluido Tíbet), y el inmenso municipio de Chongqing. Estas zonas abarcan más del 70 por ciento de China, incluyen sólo al 29 por ciento de la población y al 16 por ciento de la producción económica.
El problema es que el programa, aunque alivie algunos de los problemas desarrollando infraestructura o abriendo nuevas industrias, etc., ha creado toda una serie de nuevas contradicciones sociales y económicas que han inflamado la cuestión nacional en Tíbet.
La revolución china y la cuestión del Tíbet
Desde 1912, Tíbet de facto ha sido independiente de China. Durante los dos siglos anteriores había sido invadido, ocupado o anexionado por numerosas potencias imperialistas. En un acuerdo entre Gran Bretaña, China y Tíbet en 1914, el Tíbet Exterior, lo que hoy es la Región Autónoma de Tíbet, cayó bajo control chino. Sin embargo, China no interfería en cuestiones administrativas, le daban al Dalai Lama y a su gobierno un cierto grado de autonomía. China también cedió el Tíbet Interior, o lo que son las provincias de Kham oriental y Amdo (ahora parte de las provincias chinas de Qinghai, Gansu, Sichuan y Yunnan). Los largos años de guerra civil y la guerra con Japón hicieron que el Tíbet fuera ignorado durante mucho tiempo por China y fuera más o menos "independiente".
El Tíbet en aquella época estaba lejos de ser una especie de paraíso espiritual, como a muchos les gusta imaginar. Debido a unas circunstancias históricas únicas, principalmente su forzado aislamiento geográfico como "techo del mundo", Tíbet estuvo durante siglo prácticamente sin entrar en el camino de la historia, en aquellos tiempos aún languidecía bajo el feudalismo absoluto. El Tíbet estaba totalmente subdesarrollado sin ninguna industria, la principal actividad económica era la agricultura de subsistencia. Los lamas y la nobleza poseían toda la tierra, ganado y riqueza. Combinado con la superstición religiosa y un régimen basado en la tortura bárbara, los campesinos tibetanos estaban totalmente subyugados, vivían en la absoluta miseria y pobreza. Las condiciones en Tíbet eran más parecidas a la barbarie que a cualquier otra cosa. A través del sistema completo de tabús y hechizos, la corrupta jerarquía lamamista ahuyentaba los malos espíritus, vendía absoluciones, indulgencias y oraciones, de esta manera mantenían al Tíbet en la Edad Media.
Incluso si hubiera existido una burguesía tibetana de tamaña considerable, como sus homólogas china o rusa, habría entrado en la escena de la historia demasiado tarde. No hubo ninguna revolución burguesa ni revuelta palaciega en Tíbet que llevara consigo un cambio, la producción moderna, la técnica, etc., Las tareas de la historia recayeron sobre otra organización. Cuando el Ejército Rojo chino llegó ofreciendo educación, reforma agraria, electricidad e industria moderna, por no mencionar un ejército moderno y mejor equipado, ¿qué posibilidad tenía de sobrevivir la teocracia tibetana?
Después de la revolución china de 1949, la cuestión del Tíbet quedó sin resolver. Mao, como resultado de su nacionalismo y el chovinismo Han, por no hablar de su temor a que el Dalai Lama pudiera ser utilizado por los imperialistas para realizar acciones contrarrevolucionarias en China a través del Tíbet, además de su deseo de establecer "zonas seguras" entre China y sus vecinos potencialmente hostiles, quiso tener el Tíbet bajo el control de Pekín.
En ese momento, Lahsa había recuperado básicamente el control del Tíbet Interior. En 1950, Mao envió al Ejército Rojo a la región tibetana de Chamdo, rápidamente aplastó cualquier resistencia presentada por el ejército tibetano. El Ejército Rojo marchó hacia el Tíbet Central deteniéndose a 200 kilómetros de Lhasa, considerada por los chinos como la frontera del Tíbet exterior. Como no había carreteras adecuadas para el transporte a gran escala de tropas, y sus tropas no estaban acostumbradas a la altitud, Mao comenzó a negociar con Lhasa.
Bajo la amenaza de las bayonetas, Tíbet y China firmaron el Acuerdo de los 17 Puntos que incorporaba a Tíbet dentro de la República Popular China. Las zonas que ya estaban bajo control chino, Kham y Amdo, fueron incorporadas a las provincias chinas limítrofes (generaciones de inmigración china al este o al Tíbet Interior significaba que estas regiones en la práctica estaban "chinificadas") y las zonas bajo el control del Dalai Lama permanecieron autónomas, bajo el control de los lamas.
En las zonas bajo el control chino se implantó la reforma agraria. La esclavitud y la servidumbre se abolieron. Los corruptos y corrompidos lamas y nobles fueron expropiados, la tierra se redistribuyó entre los campesinos. Estos últimos fueron entrenados y armados, reclutados para la construcción de obras públicas. Se abrieron escuelas y hospitales en los antiguos templos y palacios de los lamas, se construyeron carreteras que unían China a Lhasa, finalmente llevaron hasta las fronteras de India, Nepal y Pakistán.
Estas medidas, junto con la inclusión de estas zonas en la economía planificada, representaban los primeros ejemplos reales de progreso y avance para el campesinado y los pobres tibetanos. Por primera vez, los tibetanos podían ver las maravillas de la electricidad con la construcción de la primera central eléctrica y una acería. Eso hizo que durante el período inicial los campesinos tibetanos apoyaran a los maoístas chinos ya que estaban recibiendo verdaderos beneficios de la revolución.
Mao, como fiel seguidor del estalinismo, y como parte de su propia teoría de la "Nueva Democracia", lo que quería realmente es un acuerdo con Lhasa y los lamas, por medio de un "frente único". En las zonas bajo el control de los lamas, permanecieron en su lugar la aristocracia y el gobierno tradicional, subvencionados por Pekín. Mientras que en las zonas tibetanas controladas por los chinos se ponía en práctica la reforma agraria, Mao escribió lo siguiente sobre las zonas que estaban bajo el control del Dalai Lama:
"En cuanto al Tíbet, ni la reducción del alquiler ni la reforma agraria pueden comenzar durante al menos dos o tres años. Mientras varios cientos de miles de Han que viven en Sinkiang, apenas hay casi en el Tíbet donde nuestro ejército se encuentra en una zona como una nacionalidad minoritaria totalmente diferente. Dependemos exclusivamente de dos políticas básicas para ganar a las masas y situarnos en una situación invulnerable. La primera es una financiación estricta pareja con la producción para las necesidades de nuestro propio ejército, de esta manera, ejercer influencia sobre las masas, esta es la clave para vincular...
"Debemos hacer lo que mejor podamos y dar los pasos adecuados para ganar al Dalai y a la mayoría de su escalafón superior, aislar al puñado de elementos malos y así conseguir una transformación gradual e incruenta de la economía y sistema político tibetanos; por otro lado, debemos estar preparados para la eventualidad de que los malos elementos dirijan las tropas tibetanas en una rebelión y nos ataquen, en esta contingencia nuestro ejército aún debe tener el control del Tíbet. Todo depende de un presupuesto estricto y de la producción para las necesidades de nuestro propio ejército. Sólo con esta política fundamental como piedra angular de nuestro trabajo, podremos conseguir nuestro objetivo. La segunda política, que puede y debe ser puesta en práctica, es establecer relaciones comerciales con India y con la zona interior de nuestro país, conseguir un equilibrio general en suministros para y del Tíbet, para que el nivel de vida del pueblo tibetano no caiga de ninguna manera debido a la presencia de nuestro ejército, sino que mejore gracias a nuestros esfuerzos. Si no podemos resolver los dos problemas de producción y comercio, podríamos perder la base material para nuestra presencia, los malos elementos saldrán y no dejarán pasar ni un solo día incitando a los elementos más atrasados de la población, las tropas tibetanas se opondrán a nosotros y nuestra política de unidad con la mayoría aislando a la minoría resultará ser ineficaz y fracasará...
"Mientras tanto hay dos posibilidades. Una es que nuestra política de frente único hacia el estrato superior, una política de unidad con la mayoría y aislamiento de la minoría, tenga efecto y que el pueblo tibetano gradualmente se acerque a nosotros, así los elementos malos y las tropas tibetanas no se atreverán a rebelarse. La otra posibilidad es que los malos elementos, pensando que somos débiles y que pueden atacarnos, que podrían provocar la rebelión de las tropas tibetanas y que nuestro ejército contraataque como autodefensa y trate con ellos". (Sobre la política de nuestro trabajo en Tíbet. Directriz del Comité Central del Partido Comunista de China).
La política de Mao en Tíbet no sólo era incorrecta desde la perspectiva del marxismo, sino que además era criminal, como lo fue en China. En lugar de intentar unir al pueblo tibetano para derrocar a sus opresores, los lamas y los terratenientes, el PCC intentó ganarse al Dalai Lama y a la alta jerarquía para formar un frente popular, de ahí la idea de que las reducciones de alquileres y la reforma agraria estaban descartadas durante varios años. Mao quería tranquilizar a los nobles y a los lamas. Eso no es una política comunista.
El PCC haría lo mismo en China y estaba condenado al fracaso. Ninguna clase dominante en la historia se ha reconciliado jamás con la revolución que le va a arrebatar su propiedad y poder. No era "un puñado de elementos malos" entre la camarilla del lama que pretendía luchar contra el PCC, era la clase en su conjunto. Además, esta política serviría de poco para ganar a las masas tibetanas a quienes les repelía ver a los comunistas unirse con sus opresores.
En esta situación la tarea era organizar un genuino frente único de todos los oprimidos, no de los escalafones superiores, sino unir a los campesinos y trabajadores de Tíbet con las demás nacionalidades oprimidas de China, para derrocar y expropiar a las clases dominantes. Mao buscaba el apoyo en las capas superiores para ganar a las masas, cuando la tarea real era construir un apoyo entre las masas para derrocar a estas capas superiores.
La contrarrevolución y la cuestión nacional
Como era de prever, los lamas y los nobles en las zonas bajo el control del PCC, después de haber perdido toda su propiedad y tierra, iniciaron una revuelta con la ayuda de la CIA. Finalmente, esta revuelta, encabezada por los aristócratas y monasterios, conseguiría algo de apoyo limitado de los campesinos tibetanos y estallaría en Lhasa y en las demás zonas tibetanas de China. Al dejar Lhasa en manos de los lamas, dio a la contrarrevolución tiempo y medios para financiar y lanzar la rebelión.
Los estalinistas chinos nunca fueron conocidos por su sutileza. Aunque en general apoyamos las medidas progresistas de la burocracia estalinista, como son la expropiación de la aristocracia y la burguesía, la introducción de avances sociales junto con la industria y técnica modernas, condenamos enérgicamente sus métodos burocráticos. La revolución china no siguió la forma de una revolución proletaria, pero sí consiguió liberar las fuerzas productivas de los frenos del feudalismo y el capitalismo, sentó las bases para el desarrollo de la economía, algo que de otra manera habría sido imposible. Eso fue cierto tanto en China como en Tíbet. Sin embargo, el verdadero socialismo significa la intervención directa de la clase obrera y el campesinado en la administración de la sociedad. Eso no ocurrió en China. Desde el principio, el Partido Comunista de China estableció un régimen totalitario basado en los métodos del bonapartismo, no en la democracia obrera. En lugar de construir una sociedad basada en la verdadera democracia obrera y el socialismo, el régimen construyó una sociedad donde se garantizaban sus privilegios y su poder.
Una genuina política marxista en Tíbet, o en China, habría diferido radicalmente de la que siguieron Mao y el Partido Comunista de China. Nosotros habríamos defendido la misma política que Trotsky y la Oposición de Izquierdas en los años veinte en la Unión Soviética. La tarea en el Tíbet era desarrollar la economía con delicadeza sobre la base de una economía planificada democráticamente, con total respeto al derecho de autodeterminación del pueblo tibetano. Lenin siempre defendió que la cuestión nacional y de las distintas nacionalidades se debía tratar con extrema sensibilidad. A través de la educación y el apoyo del Estado, con organizaciones comunitarias, se habría tenido que convencer al campesinado de la superioridad de los métodos socialistas e integrarles en el plan.
Lo mismo ocurre con la religión. En este caso, como ocurre con cualquier idea, no se puede derrotar con las armas y las celdas carcelarias. La tarea de los marxistas es explicar pacientemente la naturaleza y el problema de la religión, a través de la educación, etc., El hecho de que alguien crea en un dios o en varios no significa que no pueda ser un comunista o apoyar la política del marxismo.
Junto a las expropiaciones y la introducción de la industria y la mejora de las condiciones sociales, el PCC también realizó una dura represión. El Ejército Rojo y el PCC fueron despiadados en el Tíbet, atacaron la religión y los monasterios, destruyeron iconos históricos y culturales, prohibieron las ceremonias religiosas. Esta no era la forma de hacer amigos e influir en la población tibetana. En lugar de explicar pacientemente, el PCC intentó convencer con amenazadas al pueblo tibetano, someterle y obligarle a aceptar las ideas del PCC, y sobre todo Mao. Destruyeron miles de monasterios y otros lugares. Según crecía la insurgencia contrarrevolucionaria, también lo hacía la represión por parte del PCC. Esto sólo sirvió para inflamar los sentimientos nacionalistas, acrecentar el apoyo a la contrarrevolución.
Los estalinistas chinos también se enfrentaron a una situación algo similar a la que sufrieron los bolcheviques durante el comunismo de guerra. Al no ser capaces de contar con la ayuda de los trabajadores de occidente, debido a las derrotas de una revolución tras otra, los bolcheviques tuvieron que recurrir a medidas duras para garantizar el funcionamiento de la economía. La dirección bolchevique bajo Lenin consideró estas medidas temporales. La implantación del requisamiento forzoso de comida y bienes, el elevado precio de los productos industriales, la guerra, la guerra civil y el hambre, provocaron un cansancio entre los campesinos y estallaron toda una serie de rebeliones campesinas contra el estado soviético a principios de los años veinte.
Para luchar la guerra de guerrillas en Tíbet, el PCC implantó el requisamiento forzoso en Tíbet para alimentar al Ejército Rojo, ya que no era autosuficiente. Después, como parte del Gran Salto Adelante, aumentó el requisamiento, enfureciendo aún más al campesinado y consiguiendo que un sector se volviese contra del PCC.
La rebelión comenzó en las zonas de mayoría tibetana de China. Los terratenientes y los lamas, con el apoyo del imperialismo norteamericano, iniciaron una guerra de guerrillas contra el PCC en 1956. El tamaño exacto y la naturaleza de la insurgencia contrarrevolucionaria es algo que está en cuestión, es muy difícil determinar los datos debido a las fuentes disponibles. En general, la contrarrevolución encontró algo de apoyo entre los elementos más atrasados del campesinado en las zonas con grandes poblaciones tibetanas, sobre la base de la religión y el nacionalismo. No obstante, las acciones del PCC lo único que consiguieron fue aumentar estos sentimientos.
No obstante, la contrarrevolución nunca consiguió ganar a la masa del campesinado. A pesar de los crímenes del PCC y del Ejército Rojo, la mayoría de los campesinos probablemente preferían ver centrales eléctricas, industria y mejora de las condiciones sociales que el regreso de sus anteriores explotadores, lo que hizo que la mayoría de los campesinos, por lo menos de manera pasiva, apoyaran al PCC.
La guerra de guerrillas irrumpió con una manifestación de masas y una insurrección el 10 de marzo de 1959 en Lhasa. Casi la mitad de la población de la capital, aproximadamente tenía 40.000 habitantes, estaba formada por monjes, lo que revelaba la naturaleza de la revuelta. La rebelión fue aplastada duramente y el Dalai Lama tuvo que huir con la ayuda de EEUU a la India, mientras que el grueso de las fuerzas guerrilleras huyó a Nepal. Algunos focos se quedaron en Tíbet y China con el apoyo del imperialismo norteamericano en forma de pequeñas bandas guerrilleras.
No puede haber ninguna ilusión en el Dalai Lama, a pesar de las enseñanzas pacifistas del budismo que él pretende defender. Fue una herramienta del imperialismo, utilizado por Washington en su campaña para desestabilizar y derrocar al régimen del PCC. Durante décadas el Lama recibió muchos fondos para mantenerse él y sus operaciones guerrilleras en China. Sin embargo, este apoyo de repente se acabó en 1972, cuando Nixon hizo una visita de estado a China. Obviamente, hacer negocios con China era más lucrativo que apoyar a los tibetanos.
Y aquí vemos un patrón familiar. Los imperialistas no estaban preocupados por el pueblo tibetano o sus intereses. Eran sólo peones en los planes del imperialismo estadounidense para atacar, desestabilizar y finalmente derrocar al PCC, y restaurar el capitalismo en China. Tan pronto como EEUU desarrolló una estrategia diferente, atraer a China para aislar a la Unión Soviética, abandonaron a la resistencia tibetana y la dejaron a su propia suerte. En realidad, el imperialismo norteamericano había estado con los reaccionarios tibetanos contra el pueblo del Tíbet, una victoria de la contrarrevolución habría significado el regreso a la barbarie y a al derramamiento de sangre, el viejo orden habría reconfiscado su tierra y propiedad.
Sin embargo, después de decir eso, el PCC se comportó de una forma no muy distinta. El Tíbet se convirtió en un peón de la política exterior china, el PCC gobernó severamente, las únicas ventajas fueron la introducción de la economía planificada que consiguió proporcionarles unos años de respiro.
Después de aplastar la rebelión, todos los lamas y terratenientes fueron expropiados, pero la opresión del pueblo tibetano en su conjunto se intensificó. Mao, de manera similar a la de Stalin después de la Segunda Guerra Mundial con las nacionalidades de la Unión Soviética, quiso dar una lección al pueblo tibetano que no pudiera olvidar. La opresión fue brutal hasta un breve respiro en 1962. Sin embargo, el respiro acabó con la Revolución Cultural. Tíbet presenció algo de la lucha fraccional más extrema de la Guardia Roja en China, sufrió el vandalismo y la destrucción de monasterios, ataques al pueblo tibetano además de ruina económica. También hubo detenciones en masa, castigo crueles, ejecuciones, inanición y hambre. El documento escrito en aquella época por el Panchen Lama (que intentaba convencer a Mao de que cambiase de tácticas en el Tíbet), segundo líder espiritual del Tíbet, que era más o menos leal a Pekín, escribió que estas medidas habían provocado que el "noventa por ciento del pueblo tibetano se dejara el corazón".
En 1969 hubo una segunda revuelta en Tíbet, resultado directo de la locura de la Revolución Cultural. Todos los detalles de los acontecimientos y la historia de la represión de la revuelta son en su mayor parte desconocidos, aunque algunos historiadores dicen que la violencia "es aún incompresible" y muchos tibetanos describen los acontecimientos "como si el cielo se hubiese hundido".
La cuestión nacional levanta la cabeza
Después de la derrota de la Banda de los Cuatro y el final de la Revolución Cultural, la camarilla burocrática que rodeaba a Deng Xiaoping finalmente llegó al poder en China. Comenzaron a dar marcha atrás en las medidas de la Revolución Cultural y a reparar el daño económico. En 1980, el secretario general del partido, Hu Yaoband, fustigó a la dirección tibetana, les acusó de hacer que el Tíbet en muchas zonas estuviera peor que antes de la revolución, que el partido debería pedir disculpas al pueblo tibetano.
Las condiciones económicas comenzaron a mejorar y se fomentó el turismo en Tíbet. Incluso se reanudaron las negociaciones con el Dalai Lama. Sin embargo, no llegaron a nada. El Dalai Lama, como herramienta de Washington, anunció uno de sus planes (el Plan de Paz de Cinco Puntos) desde Capital Hill, revelando así la influencia de Washington y los intereses en cuestión.
Nada de restaurar las verdaderas libertades o resolver alguno de los problemas de una manera significativa, el crecimiento económico en los años setenta y ochenta sirvió para mitigar la cuestión nacional, durante poco tiempo. Pero ahora este crecimiento económico se ha convertido en su contrario, dado el desarrollo desigual e irregular del capitalismo, notablemente diferente de los métodos de la economía planificada burocráticamente, sólo ha servido para exacerbar el problema.
Esto fue evidente a finales de los años ochenta. Entre finales de 1987 y principios de 1989 hubo una serie de manifestaciones de masas en Tíbet. Unos de los impulsores de estas manifestaciones parece que fueron los monjes y monjas defendiendo la independencia y el regreso del Dalai Lama. Sin embargo, esto por sí solo no puede explicar el malestar.
En 1989 estallaron manifestaciones y protestas estudiantiles a través de China, culminando en una manifestación masiva en la Plaza de Tiananmen en 1989. La introducción del capitalismo había significado una espiral inflacionaria, la pérdida de empleos, reducciones masivas de salarios y ataques a las condiciones sociales. Las conquistas de la revolución fueron erosionadas. Estas manifestaciones en su gran parte fueron una reacción a esta situación.
Lo mismo ocurrió en Tíbet. En marzo de 1989, bajo las órdenes del entonces jefe del partido tibetano, Hu Jintao, el ejército y la policía aplastó una manifestación de masas abriendo fuego contra los manifestantes desarmados. Más de cien personas murieron. Después siguieron disturbios, con manifestantes atacando a los soldados y a la policía, llegaron noticias de ataques contra ciudadanos de otros ciudadanos chinos y la destrucción de sus propiedades. Hu Jintao declaró la ley marcial y Lhasa fue ocupada.
Los acontecimientos en Tíbet fueron precursores de la manifestación de masas y la represión en la Plaza de Tiananmen sólo unos meses después. Y la represión que siguió fue especialmente cruel en Tíbet.
Precisamente eso es lo que ahora teme la burocracia. Teme que el Tíbet pueda ser la chispa que lleve a manifestaciones de masas por toda China. Unos días después del inicio del malestar en Tíbet, llegaron noticias de manifestaciones en el mismo Pekín, que fueron duramente reprimidas por esa misma razón.
Para añadir más combustible al fuego de la cuestión nacional en Tíbet, está el hecho de que los niveles sanitarios y educativos en Tíbet están por detrás del resto de China. La tasa de mortalidad infantil es cuatro veces mayor en algunas zonas de Tíbet que la media china. Según las estadísticas oficiales de 2002, sólo el 39 por ciento de los niños en edad escolar asistían a la escuela secundaria, sólo el 16 por ciento pasaba más de dos años en el nivel superior.
En cierto sentido, la cuestión nacional en Tíbet es similar a la que existía en la antigua Yugoslavia. A pesar de la ruina del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, la economía planificada en China supuso un desarrollo y avance económico y social espectacular. La mejora de las condiciones sociales, la creación de empleos, la mejora de la técnica y equipamiento agrícola suavizaron las divisiones nacionales en Tíbet. Durante un corto espacio de tiempo la cuestión nacional quedó en segundo lugar, pero de ninguna manera estaba solucionada.
Los marxistas en general defienden el derecho de autodeterminación de las naciones y nacionalidades, incluso aunque suponga la independencia. Defendemos la unión voluntaria de los pueblos y no la subyugación forzosa.
Como explicamos en artículos anteriores sobre la situación en Tíbet, el desarrollo desigual e irregular del capitalismo en China ha exacerbado la cuestión nacional, y esta situación continuará empeorando.
En un artículo anterior informábamos de que el "salario medio" calculado por el régimen chino es bastante superior en Tíbet, el segundo después de Pekín. Sin embargo, bajo el capitalismo, los avances económicos en Tíbet realmente no benefician al pueblo tibetano. A pesar de este salario medio, el Tíbet es una de las regiones más pobres de China y tiene una de las mayores disparidades de ingresos de toda China, y los tibetanos están en el fondo de la escala. Los buenos empleos, tanto en el sector privado como estatal, van de manera desproporcionada a la población de otras etnias. La expansión económica y las nuevas industrias están controladas por los inmigrantes Han y una pequeña elite tibetana. Los tibetanos corrientes, cuyo nivel de educación y cualificación es considerablemente inferior, no pueden competir con esta afluencia de comerciantes y pequeñas empresas. Eso significa que la población tibetana se queda al margen en la pobreza y miseria, realiza los trabajos peor pagados y más peligrosos, o bien se unen al ejército de trabajadores inmigrantes pobres. Eso es lo que está alimentando el descontento en el Tíbet, en el fondo es la política pro-capitalista del Partido Comunista Chino.
Las Olimpiadas y la economía mundial
Las manifestaciones y la violencia se extendieron rápidamente a todo el Tíbet y a las provincias vecinas con importantes poblaciones tibetanas. La respuesta del régimen fue veloz y cruel. Miles de tropas y policía antidisturbios llegaron al Tíbet y zonas "problemáticas" para restaurar el orden. El número de muertos debido a la violencia es algo que está en disputa y realmente puede que nunca se conozca. Pekín anunció su intención de "reprimir enérgicamente" a los manifestantes y restaurar el orden, arrestando a un número desconocido de personas.
El Dalai Lama no tuvo nada que ver con el estallido de las manifestaciones y la violencia, a pesar de lo que dice Pekín. En realidad él mantiene una posición conciliadora respecto a Pekín, defiende abiertamente la autonomía y no la independencia. Obviamente ha explotado la situación para presionar a Pekín, no obstante, lo que ha conseguido revelar toda esta situación son las divisiones y escisiones dentro del movimiento tibetano.
El Dalai Lama ha dicho abiertamente que no desea la independencia del Tíbet, sólo algún tipo de autonomía para el Tíbet similar a la de Hong Kong. El Dalai Lama representa un sector de la antigua elite tibetana que busca acomodarse con el capitalismo chino, ahora hay grandes oportunidades en China. Sin embargo, esto no será posible. Hong Kong consiguió el estatus especial en la República Popular debido a su inmenso poder económico y al papel importante que juega en la economía mundial. El Tíbet no ofrece lo mismo, y la concesión de una verdadera autonomía para el Tíbet por parte de Pekín sólo conseguiría animar a otras regiones a iniciar luchas para conseguir lo mismo.
Cuando China intensifica sus chillonas denuncias contra el Dalai Lama, también este utiliza un lenguaje cada vez más fuerte. Eso es así porque el Dalai Lama también está aterrorizado de un movimiento unificado de los pobres y oprimidos de China, sobre todo quiere evitar que los trabajadores y campesinos de China y el Tíbet se unan. Sus intereses son similares a los de Pekín.
El Dalai Lama es un agente del imperialismo. Es obvio que occidente ve esta situación como una oportunidad de explotar el descontento de los tibetanos para debilitar a China y conseguir eco en su territorio. Por eso el primer ministro británico, Gordon Brown, ha dicho que le gustaría reunirse con el Dalai Lama y la presidenta del congreso norteamericano, Nancy Pelosi, ya se ha visto con él y discutido la situación.
Pero la situación es muy delicada y los imperialistas son conscientes de la necesidad de andarse con cuidado cuando se trata de China. Si esta situación se hubiera desarrollado en otro país, como Kyrgizstán o incluso Ucrania, los imperialistas norteamericanos habrían intentado de nuevo repetir su táctica última, la llamada revolución ("de un color"). Pero los imperialistas son incapaces de hacer esto en el caso de China.
La aparente preocupación de China parece ser salvar la situación y evitar un boicot a los Juegos Olímpicos. Esto quedó claro cuando el régimen acusó a la "camarilla del Dalai" de intrigar para avergonzar a China y arruinar las Olimpiadas.
La presión ha estado creciendo en los medios de comunicación para el boicot de los Juegos Olímpicos. La presidenta del Congreso norteamericano jugueteó con la idea, pero se ha retractado de sus declaraciones y dice que el boicot sólo perjudicaría a los atletas. Probablemente fue amordazada por la administración Bush.
Los medios de comunicación burgueses y varios líderes y políticos mundiales derramaron lágrimas de cocodrilo por el Tíbet, pero en realidad el imperialismo no es amigo del pueblo tibetano. A los imperialistas nunca les ha preocupado en particular los pueblos oprimidos o sus intereses, sólo cuando pueden ser utilizados para sus estrategias. Además, todas estas palabras de los imperialistas son de risa. EEUU no tiene autoridad moral para hablar de abusos de los derechos humanos, basta con mirar la guerra en Iraq y los casos de tortura, por no mencionar Guantánamo. Sarkozy de manera hipócrita dice disparates sobre el "control", cuando durante la explosión de los suburbios franceses hace dos años los llamó "chusma que debía ser erradicada de Francia" y que en su momento era un halcón del gobierno, defendiendo todo menos el control. Esto no es excusa de los verdaderos abusos de los derechos humanos que comete cada día el régimen chino o los que se han producido recientemente en Tíbet, pero la solución a estos crímenes no se encontrará en los imperialistas.
La escala del malestar en Tíbet no es tan grande como las masivas huelgas y conflictos campesinos que han estallado en China durante los últimos años. Estos últimos son ignorados por los medios de comunicación y los imperialistas. La razón es que los imperialistas han invertido mucho en la industria china y sus jugosos beneficios dependen de la superexplotación de la clase obrera. Estas condiciones de explotación, con salarios intolerablemente bajos y espantosas condiciones de trabajo, son más similares a las que sufría la clase obrera en Inglaterra a mediados del siglo XIX que a cualquier otro lugar, se mantienen gracias a métodos policiales por parte del estado. Los imperialistas no pueden atacar demasiado el uso de tropas y policía antidisturbios, por que son esenciales para la protección de sus intereses en el resto de China. Si se da una masiva huelga general o movimiento huelguístico de la clase obrera china, entonces no hablarán de derechos humanos, en realidad los imperialistas, en silencio o de otra manera, pedirán el aplastamiento inmediato del movimiento.
Incluso si los imperialistas estuvieran verdaderamente preocupados por el pueblo tibetano, el boicot sería sólo una medida a medias. Algunos en la UE están discutiendo un boicot de la ceremonia de apertura, pero eso sería una media medida de una media medida. La cuestión del boicot ha dividido al campo imperialista. En una reunión de ministros de exteriores de la UE la semana pasada se rechazó la idea del boicot, aunque la canciller alemana Merkel ha anunciado que ella no asistirá a la ceremonia. El presidente francés Nicolás Sarkozy está barajando la misma idea. El gobierno australiano también está considerando el boicot.
EEUU y Gran Bretaña están claramente contra la idea de un boicot y lo más probable es que intentan hacer desistir de esa idea a sus "aliados". Lo que está en cuestión es la economía mundial, que está al borde de una crisis y nadie quiere más problemas. Desde ese punto de vista, el Tíbet se ha convertido en un problema para los imperialistas. Todos, desde el régimen chino a EEUU y la UE, son conscientes de la fragilidad de la economía mundial. Cualquier crisis seria, independientemente de la naturaleza, causaría serios problemas a los mercados mundiales y todo se podría desmoronar. Cuanto más rápido resuelva China este problema, mejor y más contentos estarán todos.
El boicot a las Olimpiadas sería considerado por los chinos una provocación. Eso es algo que EEUU explícitamente no quiere hacer, por ahora. Independientemente de lo que piensen los imperialistas de la situación actual del mundo, ellos necesitan a China. Si el boom del consumo norteamericano es el motor de la economía mundial, entonces China ha sido el lubricante. China cuenta con una gran proporción del crecimiento del comercio mundial y se ha convertido en el principal importador y exportador en la economía mundial.
Si EEUU, la UE y sus aliados boicotearan las Olimpiadas, China se enfurecería y se vengaría. EEUU necesita por ahora la cooperación de China, en cuestión de comercio y economía, pero también sus relaciones diplomáticas con Corea del Norte, etc., Ambas partes saben que una de las pocas formas que tendría China para vengarse sería la economía, y nadie quiere esa situación. Todas las partes saben que dependen mutuamente y una represalia económica por parte de China sólo conseguiría debilitar la economía mundial y, por tanto, sus propios intereses. Nadie quiere que se llegue a una situación así, nadie quiere ir por ese camino.
Por supuesto, el imperialismo no está interesado en debilitar a China. Ven los recientes acontecimientos en el Tíbet como una oportunidad de maniobrar contra China, pero no en un conflicto abierto y, por supuesto, no en un conflicto que pueda perjudicar la frágil economía mundial. En su lugar, han optado por una posición más suave y sutil. Hay noticias de que la administración Bush está presionando "silenciosamente" y "tras las bambalinas" a China para que reduzca la presión sobre el Tíbet y resuelva el problema rápidamente. Bush ha pedido a los chinos que inicien las conversaciones con el Dalai Lama y que las dos partes lleguen a algún tipo de "acuerdo". Es poco probable que China esté de acuerdo en esto. Sin embargo, si eso fuera posible simplemente sería una maniobra por parte del imperialismo norteamericano, el Dalai Lama, como títere del imperialismo, sería utilizado como un truco "democrático" y "pacífico" para traicionar al pueblo tibetano, así el imperialismo estadounidense podría explotar su causa para sus propios intereses y ganar una tribuna en China.
La cuestión de la independencia
Los acontecimientos recientes en Tíbet han visto una renovación de los llamamientos por un "Tíbet libre". Nosotros apoyamos totalmente el derecho del pueblo tibetano a la autodeterminación, incluida la separación, con todos los derechos para las demás minorías chinas. Este derecho, sin embargo, como explicó Lenin, no es absoluto, debe estar subordinado a los intereses de la clase obrera. Sobre todo, hay que mantener la unidad de la clase obrera.
Un Tíbet libre e independiente sobre la base del capitalismo en el mejor de los casos es una utopía y en el peor una aventura reaccionaria. Un Tíbet independiente, como en el pasado, caería bajo el dominio de una u otra potencia imperialista. Ya sea con el Dalai Lama o con algún tipo de régimen "democrático", Tíbet sería explotado y estaría absolutamente dominado por el imperialismo. Cualquier resto de conquista social, las pocas que quedasen, sería inmediatamente eliminada. El dominio imperialista tampoco resolvería la cuestión acuciante de la pobreza o la democracia, en realidad las exacerbaría. Los problemas de pobreza, represión, etc., tampoco se solucionarían. La libertad para el Tíbet no está en los brazos del imperialismo o del Dalai Lama.
Además, separar al Tíbet de China sería dividir pueblos y poblaciones de manera arbitraria, dividiría regiones y comunidades, probablemente terminaría en un derramamiento de sangre como el visto en la antigua Yugoslavia. Hay incontables ejemplos de este tipo de historia, la división de Irlanda, India y la antes mencionada Yugoslavia, por nombrar sólo unos pocos. Este tipo de división siempre es reaccionaria y en más de una ocasión termina con el derramamiento de sangre. La minoría Han en el Tíbet se encontraría en una situación muy vulnerable, como la minoría tibetana en las provincias chinas limítrofes. Desde este punto de vista, defender arbitrariamente la independencia del Tíbet, y no en el contexto más amplio, es algo irresponsable.
Lo que sí está claro es que el pueblo tibetano nunca será libre mientras el régimen de Pekín continúe existiendo. La burocracia china y la naciente burguesía nunca darán concesiones reales al Tíbet, por temor a que otras regiones sigan el mismo camino. La cuestión nacional en China no está aislada al Tíbet sino que abarca a docenas de nacionalidades y grupos étnicos por todo el territorio chino. El régimen chino sobre todo teme perder el poder central y una China "unida". La clase obrera o las nacionalidades oprimidas no encontrarán ninguna libertad en el contexto de la actual "República Popular".
Pero esto no sólo es verdad para el pueblo del Tíbet o de las demás nacionalidades, es cierto para toda la clase obrera y el campesinado chino. La burocracia emplea los mismos métodos brutales contra los trabajadores y campesinos en China, independientemente de su nacionalidad, en cada lucha por la mejora de las condiciones sociales y laborales, en cada huelga, o en que cada lucha por sus derechos.
El pueblo de China no es el enemigo del Tíbet. Sí lo son la burocracia y el creciente número de capitalistas. Ellos son el enemigo común de todos los explotados y oprimidos de China. Los trabajadores y campesinos de China y el Tíbet se enfrentan a los mismos problemas: superexplotación, bajos salarios, subidas de precios de los productos básicos, falta de infraestructura social y la opresión a manos de la masiva burocracia estatal y la clase capitalista.
Los trabajadores y campesinos de Tíbet y China sólo encontrarán la libertad en la lucha conjunta contra el enemigo común, el capitalismo y la burocracia que lo sustenta. Pekín correctamente teme la explosión del descontento en Tíbet. Podría ser la chispa que incendie el barril de pólvora. La represión sólo provocará más descontento y rabia, desencadenará más manifestaciones y malestar.
El problema real es la falta de una organización verdaderamente independiente de la clase obrera que pueda canalizar esta lucha en la acción directa, concentrada, de la clase obrera, en la unidad de los pueblos de China. Los trabajadores y jóvenes tibetanos, igual que los trabajadores y jóvenes chinos, deben empezar a construir vínculos entre sí y luchar en común contra el mismo enemigo. Los trabajadores y campesinos de China, Tíbet y las demás regiones del país, deben luchar por la unidad de la clase obrera para derrocar a la corrupta camarilla burocrática que está en el poder, expropiar a la naciente burguesía e introducir una sociedad socialista, verdaderamente democrática, sobre la base de una economía planificada democráticamente, con plenos derechos democráticos para todas las nacionalidades. La cuestión de las nacionalidades en China, la cuestión de la emancipación de la clase obrera en general, sólo se resolverá con el establecimiento del verdadero socialismo. Organizada correctamente, la lucha en el Tíbet podría convertirse en un símbolo y ser el inicio de la lucha por el socialismo en China, en toda la región del Himalaya y en el subcontinente indio.