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El internacionalismo de Lenín no necesita defensa. Su característica distintiva es el rompimiento irreconciliable, en los primeros días de la guerra mundial, con aquella falsificación del internacionalismo que prevaleció en la II Internacional. Los jefes oficiales del ~'socialismo", desde la tribuna parlamentaria, con argumentos abstractos inspira­dos por el espíritu de los viejos cosmopolitas, guiaban los intereses de la patria hacia Lina armonía con los intereses de la humanidad. En la práctica todo esto condujo, como sabemos, al sostenimiento por el proletariado de la patria de la clase dominante

El internacionalismo de Lenín no es en manera alguna una forma de reconciliar verbalmente nacionalismo e internacionalismo, sino una forma de acción revoluciona­ria internacional. El mundo habitado por los llamados hombres civilizados se le aparece como un solo campo de combate en que los distintos pueblos y clases sostienen una guerra gigantesca unos contra otros. Ninguna cuestión de importancia puede encerrarse en un marco nacional. Amenazas visibles e invisibles solidarizan cada cuestión con docenas de fenómenos acontecidos en todos los extremos del mundo. En su apreciación de los factores y de las fuerzas internacionales Lenín era más libre que la gente imbuida de prejuicios nacionales.

Según Marx, los filósofos consideran este mundo satisfactorio cuando la tarea debía consistir en transformarlo. Pero él, el profeta genial, no vivió para verlo. La transfor­mación del viejo mundo se halla en pleno desarrollo y Lenin es su primer obrero. Su internacionalismo es una apreciación práctica de 105 acontecimientos históricos y una adaptación práctica a su curso sobre una escala internacional y para un propósito internacional. Rusia y su suerte son únicamente un elemento de esta gran lucha, de cuyo éxito depende la suerte de la humanidad.

El internacionalismo de Lenin no necesita recomendación. Y sin embargo, el propio Lenin es nacional en grado sumo. Su espíritu arraiga profundamente en la historia rusa, la hace suya, le da su más honda expresión, y alcanza por añadidura el nivel de una acción y una influencia internacionales.

De buenas a primeras, la atribución a Lenin de un carácter "nacional" puede sorprender; pero si se atiende a lo fundamental, resulta naturalísima. Para dirigir una revolución sin precedentes en la historia de los pueblos, como la que se produce en Rusia, es evidentemente necesario hallarse en una conexión orgánica indisoluble con la vida popular, una conexión que brota de los orígenes más profundos.

Lenin encarna el proletariado ruso, una clase joven, que políticamente tiene apenas la edad de Lenin y es, además, una clase profundamente nacional, porque involu­cra todo el desarrollo pasado de Rusia y contiene todo el futuro de Rusia, porque en ella vive y muere la nación rusa. Sin rutina ni ejemplo que seguir, libre de falsedad y de compromiso, pero firme en el pensamiento e intrépido para actuar, con una intrepidez que nunca degenera en incomprensión; así es el proletariado ruso y así es Lenin.

La naturaleza del proletariado ruso, que actualmente se ha convertido en la fuerza más importante de la revolu­ción internacional, ha sido preparada por el curso de la historia nacional rusa, por la crueldad bárbara del más absoluto de los Estados, la insignificancia de las clases privilegiadas, el desarrollo febril del capitalismo en las turbulencias del cambio, la decadencia de la burguesía rusa y su ideología, y la degeneración de sus políticos. Nuestro "tercer Estado" no comprendía la reforma ni la revolución y no podía comprenderlas. Por eso los problemas revolucionarios del proletariado asumieron un carác­ter más vasto. Nuestro "tercer Estado" no sabe nada de Lutero, de Tomás Munzer, de Mirabeau, de Marat, de Robespierre. Por lo mismo, el proletariado ruso tuvo su Lenin. 1,0 que faltaba en tradición se ganó en energía revolucionaria.

Lenin refleja en sí la clase obrera rusa, no sólo en su presente político, sino también en su pasado rústico tan reciente. Este hombre, sin disputa el jefe del proletariado, parece un campesino; en él hay algo que lo sugiere vivamente. Ante el Smolny se eleva la estatua del otro héroe del proletariado mundial, Marx, sobre un pedestal, vistien­do una levita negra. A buen seguro esto es una minucia, pero es absolutamente imposible imaginarse a Lenin vistiendo una levita negra. En algunos retratos, Marx aparece con una amplia- pechera sobre la que pende un monóculo.

Que Marx no era hombre inclinado a la coquetería es cosa clara para quien tenga una idea del espíritu marxista. Pero Marx creció sobre una base distinta de cultura nacional, vivió en una atmósfera diferente, como sucede a todas las personalidades destacadas de la clase obrera alemana, cuyos orígenes no se remontan a las aldeas sino a los gremios y a la complicada cultura de la ciudad medieval.

El estilo de Marx, rico y flexible, y en el que se combinan la cólera y la ironía, la agudeza y la elegancia, denota también el sustrato ético y literario de toda la antigua literatura socialista alemana desde la Reforma y aun antes. El estilo literario y oratorio de Lenin es extremadamente sencillo, ascético, como toda su manera de ser. Pero este fuerte ascetismo no muestra indicio alguno de sermón moral. Y no se crea que es así por obedecer a un principio, a un sistema premeditado, puesto que no hay en él la menor afectación; su modo de presentarse es sencillamente la expresión exterior de la concentración interna de fuerza para la acción. Obedece a un imperativo de economía de la misma índole que el que siente el campesino, pero mucho más fuerte.

Marx entero está contenido en el Manifiesto Comunis­ta, en el prólogo de su Crítica, en El Capital. Aun cuando no hubiese sido el fundador de la Primera Internacional, siempre hubiera sido lo que es. Lenin, en cambio, se dedica desde luego a la acción revolucionaria. Sus obras son simples ejercicios preparatorios de la acción. Aunque no hubiese publicado un solo libro hubiera aparecido en la historia como aparece hoy: como el jefe de la revolu­ción proletaria, el fundador de la Tercera Internacional.

Se necesitaba un sistema claro, erudito -dialéctica materialista-, para poder realizar el tipo de tareas que llevó a cabo Lenin; ello era necesario, pero no suficiente. Hacía falta aquel poder creador misterioso que se llama intuición: la habilidad de advertir las apariencias en seguida- de distinguir lo esencial e importante de lo insignificante y superfluo, de reconocer las partes equivo­cadas de una descripción, de medir bien los pensamientos de los demás y sobre todo el del enemigo, de unir todo esto en un todo, y en el momento en que la 'fórmula" se concrete en su pensamiento, dirigir el golpe. Esto es intuición en acción. Ella equivale por otra parte a lo que llamamos penetración.

Cuando Lenin, cerrado el ojo izquierdo, recibía por radio el discurso parlamentario de un jefe de prosapia imperialista o la nota diplomática esperada -un cierto tejido de reserva sanguinaria y de hipocresía política parecía un "mujik" de temple orgulloso, al que no hay manera de reducir. Un campesino terco y avisado que llega a los límites de la genialidad con las últimas adquisiciones de un pensamiento de estudioso.

El joven proletariado ruso está capacitado para llevar a cabo lo que solamente realiza quien ha arado el duro terruño de los campesinos hasta sus profundidades. Nues­tro pasado nacional ha preparado este hecho. Pero precisa­mente porque el proletariado vino al poder por el curso de los acontecimientos, nuestra revolución ha sido capaz de vencer repentina y radicalmente la torpeza limitada y provinciana; la Rusia del Soviet se convierte no sólo en el refugio del comunismo internacional, sino también en la personificación viva de su programa y de sus métodos.

Por caminos desconocidos no explicados aún por la ciencia, a través de los que se modela la personalidad del hombre, Lenín tomó de su nacionalismo todo lo que necesitó para la mayor acción revolucionaria que han visto los siglos. Precisamente porque la revolución social, que tiene desde hace tiempo su expresión teórica internacio­nal, encontró desde el primer momento su personificación en Lenin, éste resultó, en el verdadero sentido de la palabra, el jefe revolucionario del proletariado del mundo.